Filosofía de la educación
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Filosofía de la educación

Cuestiones de hoy y de siempre

Juan García Gutiérrez, María García Amilburu

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Filosofía de la educación

Cuestiones de hoy y de siempre

Juan García Gutiérrez, María García Amilburu

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Esta obra se enmarca en el ámbito de la Filosofía de la Educación y es de suma utilidad tanto para los universitarios que cursan estudios relacionados con la educación, como para los profesionales en ejercicio, pues los temas que se abordan son de permanente actualidad.En este libro se analiza el fenómeno educativo y se estudian las características de la perspectiva filosófica y de la Filosofía de la Educación como "aproximación filosófica al conocimiento de la educación" y como "disciplina académica". Se analizan las relaciones de este campo con otros saberes pedagógicos.A lo largo de sus páginas se estudia a los protagonistas de la educación, las relaciones que se establecen entre los agentes educativos y la naturaleza de las mismas, y las dificultades inherentes al reto de educar en sociedades democráticas y en "contextos des-educativos", como sucede en la actualidad.Se ofrece también un breve apunte de la Filosofía de la Educación desde la perspectiva histórica, así como las principales Sociedades, Congresos y Revistas científicas del área.

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Informazioni

Anno
2017
ISBN
9788427723122
Edizione
2
Argomento
Education
Capítulo 1
¿Qué es «Filosofía
de la Educación»?
En este capítulo se encuadra la Filosofía de la Educación en el amplio marco del conocimiento humano, integrado tanto por el saber que se alcanza de manera espontánea, como el que se obtiene tras una elaboración científica. Se mencionan las ciencias que se relacionan más directamente con esta disciplina académica, prestando especial atención al tipo de reflexión característico de la Filosofía, y a las aportaciones de la Antropología en el ámbito de la educación.
Palabras clave: filosofía; filosofía de la educación; ciencias de la educación; pedagogía; antropología física; antropología sociocultural; antropología filosófica.
1. QUÉ ES «FILOSOFÍA». LA FILOSOFÍA COMO «SABER»,
O LA PERSPECTIVA FILOSÓFICA
Desde sus orígenes en la Grecia clásica, hace más de 26 siglos, la Filosofía se constituye como el saber más general y a la vez más profundo sobre la realidad, porque se ocupa del conocimiento del ser en toda su amplitud a la luz de sus últimas causas y primeros principios.
Ciertamente, el pensamiento filosófico nace y se desarrolla en una determinada cultura y, por lo tanto, no está libre de supuestos: pertenece a una tradición y está incardinado en un medio sociocultural. Pero desde sus mismos orígenes, tiene una exigencia intrínseca de verdad y universalidad, y no sólo de utilidad. El conocimiento filosófico se caracteriza por estar reflexiva y críticamente fundado, por su exigencia de coherencia interna y adecuación a la realidad, y no por su realización práctica en una determinada cultura.
La Filosofía, por su propia naturaleza, constituye un saber de segundo orden —entendiendo por saberes de primer orden tanto el conocimiento espontáneo, como las ciencias particulares—, pues sólo superando el plano espistemológico propio de estos saberes es posible alcanzar la unidad de sentido a la que tiende la Filosofía.
Como consecuencia, en algunos ambientes se ha extendido una mentalidad hostil hacia ella, por considerarla un saber excesivamente abstracto y desvinculado de las cuestiones vitales que entretejen la existencia ordinaria y, por lo tanto, se la ha declarado inútil o carente de interés.
Si bien es cierto que en ocasiones —particularmente en el caso de algunos autores y en épocas determinadas— la Filosofía se ha cultivado de un modo demasiado abstracto y desligado de los intereses inmediatos del hombre común, esto no significa que la Filosofía, en sí misma, sea ajena a la vida. Pero se hace necesario mostrar que los problemas y formulaciones filosóficas son, en buena parte, problemas de la vida ordinaria humana y, en concreto, aquellos que la afectan más profundamente.
La Filosofía toma como punto de partida el lenguaje ordinario y la evidencia, tanto empírica como intelectual: trata de los fenómenos que todos conocen, de las cuestiones que interesan a los seres humanos, bien sean científicos, historiadores, poetas o «gente de la calle». Pero el filósofo pretende llegar a la interpretación «última» o más profunda de los hechos y debería esforzarse para que sus reflexiones no resulten incomprensibles para sus semejantes.
El ejercicio del pensamiento filosófico suele encontrar además un problema adicional, porque cuando alguien se inicia en este terreno tiene la impresión de enfrentarse a numerosas «interpretaciones últimas» o «explicaciones globales» de lo real que son incompatibles entre sí. Por eso es frecuente pensar que mientras que la Ciencia en su conjunto —y cada una de las ciencias por separado— goza de cierta unidad en sí misma, la Filosofía es como un caleidoscopio de opiniones irreconciliables entre sí.
Sin embargo, si nos detenemos a examinar la historia de las distintas ciencias experimentales —por ejemplo la Física, que ha sido considerada «la ciencia» por antonomasia durante los últimos siglos, o cualquier otra ciencia positiva— comprobamos que la mayoría de los descubrimientos realizados han sido posibles gracias a que investigadores anteriores los formularon mal o imprecisamente. Pero su mérito consistió en que «pusieron el dedo en la llaga», apuntaron a fenómenos y leyes efectivamente reales. Por eso, indagando posteriormente sobre esa misma realidad, otros científicos pudieron corregir sus formulaciones 1.
En el campo de la Filosofía ocurre algo semejante. A lo largo de la historia los filósofos han ofrecido explicaciones de ciertos fenómenos, han planteado nuevas interpretaciones globales de la realidad, han señalado los problemas de comprensión que se le presentan al ser humano o han analizado dilemas anteriores desde diferentes perspectivas. Cuando realmente «pusieron el dedo en la llaga», los filósofos posteriores retomaron y corrigieron sus planteamientos. Por eso también se puede decir que el pensamiento filosófico es unoy se puede sostener con Leibniz que, dado que la Filosofía se ocupa del estudio de la totalidad de lo real, en el fondo todos los filósofos se han hecho siempre las mismas preguntas y han dado siempre las mismas respuestas, pero —habría que añadir con Hegel— cada vez desde un nivel distinto, mas alto, en la historia del espíritu.
Por tanto es un error plantear el estudio de la Filosofía como si fuese una especie de «Museo del pensamiento pensado» o «Botánica de las ideas disecadas», sin tener en cuenta cuáles eran los problemas a los que se quería responder, y cuál es la realidad a la que ahora cabe referir ese pensamiento reformulado de un modo nuevo y más fecundo.
A menudo, en tratados de historia de la Filosofía se contraponen unos filósofos a otros y se acentúan sus rasgos diferenciales, en parte por razones didácticas y en parte también por razones de rigor hermenéutico. Pero si en vez del punto de vista histórico se adopta el punto de vista sistemático, y en lugar de contraponer unos filósofos a otros se trata de ver el hilo conductor que recorre la historia del pensamiento, el resultado es bien diferente. Además, es necesario aprender a contrastar las doctrinas y las explicaciones filosóficas con la propia experiencia, a comparar cualquier especulación abstracta con la realidad, siendo conscientes de que la reflexión filosófica no puede reemplazar a las cosas mismas, ni a la vida humana; pero cumple una función muy importante en relación con ellas, pues contribuye a comprenderlas e interpretarlas de manera que se esté en mejores condiciones de protagonizarlas personalmente.
2. LA FILOSOFÍA DE LA EDUCACIÓN COMO «APROXIMACIÓN
FILOSÓFICA AL CONOCIMIENTO DE LA EDUCACIÓN»
Teniendo en cuenta lo que se ha dicho acerca de la naturaleza de la reflexión filosófica, es el momento de señalar qué se entiende aquí por Filosofía de la Educación. Por decirlo de la manera más sencilla posible, se puede definir como la aproximación al mundo de los fenómenos educativos empleando la metodología propia de la Filosofía.
La Filosofía de la Educación se constituye como un tipo de «saber práctico». Esto significa que se trata de un saber de y para la acción, es un conocimiento en y desde la acción. La Filosofía de la Educación no tiene como fin principal la contemplación de la realidad educativa, sino la mejora de esta actividad. Por lo tanto, no se trata de un conocimiento teórico que se aplica después a la acción, sino de un saber que se decanta en la acción misma, porque el conocimiento práctico sólo se establece en la propia praxis2.
La consideración de la realidad educativa desde una perspectiva filosófica, debe afrontar algunos obstáculos que es conveniente examinar. En general, las objeciones que se hacen al estudio filosófico de la educación provienen de dos frentes, que podemos caracterizar genéricamente como «los prejuicios del hombre de la calle» y «las resistencias de los profesionales», bien pertenezcan éstos al ámbito de la filosofía como al de la educación. Vamos a señalar seguidamente las cuatro objeciones más comunes:
a. El hombre de la calle suele rechazar los planteamientos filosóficos en general, por considerar la Filosofía como un tipo de saber excesivamente «teórico», cultivado por «especialistas en cuestiones abstractas», ajenas a las preocupaciones de la vida ordinaria utilizando además un lenguaje que sólo ellos entienden.
A esta objeción cabe decir que, ciertamente, el pensamiento filosófico debe hacer uso de la abstracción para alcanzar su nivel de generalidad propio, y al situarse en ese plano, lo que se gana en precisión se pierde en riqueza significativa; pero ésa es, en definitiva, la ventaja y el inconveniente de todas las formalizaciones, como sucede por ejemplo en el caso de las matemáticas. Por eso, hay en la Filosofía un espacio legítimo para la abstracción y la especialización, pero éstas sólo se justifican en la medida en que son necesarias para elaborar un razonamiento correcto sobre temas que son de vital importancia para cualquier ser humano, y no sólo para los filósofos profesionales3.
b. Una segunda objeción a la aproximación filosófica al fenómeno educativo proviene del ámbito de los profesionales, pues tanto filósofos como educadores manifiestan a menudo que no saben muy bien qué quiere decir exactamente «Filosofía de la Educación». Pues bien, en el contexto de esta obra entendemos por Filosofía de la Educación aquel saber que se constituye como una reflexión radical —filosófica— sobre los supuestos profundos de la educación, y que requiere un buen conocimiento de la historia, el ejercicio del análisis del lenguaje y el dominio de la antropología filosófica, sin ceñirse sólo al plano ontológicometafísico4.
En otras palabras, se trata del área del saber que se ocupa de la investigación sobre la educación como una práctica singular, y que debe aunar dos exigencias aparentemente contrapuestas: la apelación a una imagen directiva del ser humano educable, y la atención a las condiciones contingentes en que se realiza la acción educativa, que es en sí misma una práctica situada5.
c. La objeción más común que se formula contra la Filosofía de la Educación por parte de los profesionales de la Filosofía, consiste en considerarla una disciplina filosófica «de segunda categoría», pues constituye una de las ramas de la Filosofía que toma una actividad particular como objeto de estudio. Para que pueda desarrollarse un saber auténticamente filosófico, señalan, sería preciso averiguar previamente si la actividad que se toma en consideración tiene entidad ontológica suficiente como para constituir un objeto idóneo para el tratamiento filosófico.
En otras palabras, habría que determinar cuáles son las condiciones que debe satisfacer la actividad «X» para elaborar una «Filosofía de X» consistente, porque cualquier materia no es adecuada para ello. En aquellos casos en los que ha sido desarrollada con éxito, «X» tenía una estructura racional de una complejidad suficiente como para originar un número elevado de problemas para su comprensión. Se sostiene que, para que una materia o actividad pueda convertirse en objeto adecuado para la constitución de un saber filosófico debe ser capaz de suscitar preguntas del tipo: «¿cómo es esto posible?». Aunque no todas las preguntas filosóficas son de esta clase, hay una fuerte tradición que tiene su origen en Kant que lo considera así. Cuando algo constituye un reto para el entendimiento, es su misma posibilidad lo que se cuestiona; o si no se cuestiona la existencia de esa posibilidad, al menos se pregunta por el modo cómo eso puede ser posible. Por lo tanto, si dentro de un determinado campo del saber no hubiera lugar para formularse preguntas de este género, no constituiría una materia apta para la reflexión filosófica.
Pues bien, ¿cuántas preguntas del tipo «cómo es posible» se pueden formular respecto de la educación? Ciertamente, algunas como por ejemplo, «¿Cómo es posible que aumente el conocimiento?», o «¿Cómo es posible que haya enseñanza sin adoctrinamiento?», etc. Pero ¿son suficientes en número y categoría para justificar la existencia de una disciplina autónoma? Muchos filósofos piensan que no. Por eso, desde los ámbitos filosóficos de corte más especulativo se mira despectivamente a la Filosofía de la Educación, por considerarla una reflexión filosófica realizada sobre cuestiones que tienen poca consistencia epistemológica y que, por lo tanto, nunca harán avanzar el conocimiento filosófico.
d. Por último, hay que señalar que algunas de las objeciones a la Filosofía de la Educación que conducen al rechazo, al menos inicial, de este saber provienen de los prejuicios de los mismos profesionales de la educación. Se pueden resumir en la acusación de que, tanto la Filosofía en general como la Filosofía de la Educación en particular, son saberes inútiles, incapaces de orientar la acción. Y dado que la educación es, p...

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