Repensar las desigualdades
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Repensar las desigualdades

Cómo se producen y entrelazan las asimetrías globales (y qué hace la gente con eso)

Elizabeth Jelin, Renata Motta, Sérgio Costa, Eugenia Cervio, Ramiro Segura

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Repensar las desigualdades

Cómo se producen y entrelazan las asimetrías globales (y qué hace la gente con eso)

Elizabeth Jelin, Renata Motta, Sérgio Costa, Eugenia Cervio, Ramiro Segura

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Hay formas de la desigualdad que el coeficiente de Gini no puede mostrar. Son las que explican las diferentes experiencias de la pobreza que atraviesa alguien si es mujer u hombre, si es nativo o migrante, si es de origen indígena, si vive en una zona contaminada por las industrias cercanas, si nació en un país de ingresos altos o con menos recursos, si practica una religión minoritaria, si vive en un país con una historia de segregación étnica.Desde hace algunas décadas se viene abriendo paso una perspectiva académica que invita a revitalizar y complejizar el análisis de las desigualdades, a pensarlas en plural, entrelazadas y operando a escala global, más allá de la mera distribución del ingreso, los niveles de educación y las posiciones en el mercado de trabajo.Este libro es un compendio actualizado de esa perspectiva analítica renovada. Los trabajos que aquí se presentan indagan en el revés de la trama de las desigualdades, describen las formas concretas en que privan de bienestar y derechos a millones de personas en el continente y registran las estrategias de resistencia que muchas de ellas despliegan. Muestran cómo, a pesar del avance que implicaron las políticas compensatorias en varios países de la región a comienzos del siglo XXI, las distancias sociales en términos de oportunidades, habilidades valoradas y poder se mantienen e incluso se amplían en nuestros pueblos hasta hoy.Este libro da cuenta, además, de una tendencia que las miradas restringidas a las fronteras nacionales y las estadísticas suelen pasar por alto: las políticas que algunos países implementan contra las desigualdades están inmersas en la dinámica global de la economía capitalista, que indefectiblemente tiende a desigualar.

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Informazioni

Anno
2020
ISBN
9789878010335
Edizione
1
Parte III
Dinámicas de la producción y transformación de las desigualdades
9. Capas de desigualdades e interseccionalidad[61]
Jairo Baquero-Melo
Colombia tiene uno de los mayores niveles de desigualdad en el mundo, un fenómeno que también se refleja en los altos niveles de concentración de la tierra. Más aún, el caso colombiano es un ejemplo de la relación entre los altos niveles de desigualdad, la violencia y su papel como un mecanismo que produce y reproduce las desigualdades.
Este sucede en particular en la región del Bajo Atrato, en el Departamento del Chocó, en el noroeste del país. Perteneciente a la gran región del Darién, el Bajo Atrato se introdujo históricamente en la economía mundial a través de intercambios que desde tiempos coloniales operaban en los territorios de lo que hoy es parte de Panamá y Colombia. Allí, durante el siglo XX, tuvo lugar la interacción de diversos grupos raciales, así como conflictos por la tierra e intereses económicos en competencia. Este capítulo tiene como objetivo estudiar la configuración de las desigualdades en esta región a través de la superposición de los procesos económicos, políticos y sociales, históricos y contemporáneos.
Las investigaciones anteriores acerca de la región del Bajo Atrato dejaron de lado los procesos que produjeron allí diversas formas de desigualdades endémicas superpuestas. En este análisis, estudiamos varios procesos que ocurrieron en la historia del Bajo Atrato (colonialismo, saqueo y negligencia gubernamental) y el modo en que nuevos procesos afectaron esta región desde los años noventa del siglo XX, sobre todo a través de la expansión de los derechos colectivos y multiculturales a la tierra otorgados a los afrodescendientes, la violencia y el despojo vinculados al agronegocio.
Este capítulo señala que en períodos recientes, las poblaciones afectadas históricamente por las desigualdades (afrodescendientes y campesinos mestizos) se beneficiaron de títulos colectivos de propiedad sobre la tierra. Sin embargo, la violencia y el despojo vinculados al agronegocio global impidieron a estas poblaciones disfrutar o ejercer esos derechos. En la región que analizamos, las fuerzas y procesos que buscan recurrentemente promover una mayor equidad (derechos a la tierra, resistencia social y políticas de restitución de tierras) se enfrentan a procesos que aumentan la desigualdad (despojo y reconcentración de la tierra). A pesar del colapso de la economía de la palma aceitera (que se desarrolló hasta 2008), los empresarios agrarios y terratenientes mantienen el control en la zona, apoyados por grupos paramilitares, con la complicidad u omisión de las Fuerzas Armadas oficiales. Además, las comunidades locales también enfrentaron desafíos con respecto a la implementación de la Ley 70, la cual otorgó derechos colectivos a la tierra a comunidades afrodescendientes. Esos desafíos se relacionan con la definición –desde el Estado, y desde las comunidades locales– sobre quiénes son esos “beneficiarios” de los derechos colectivos a la tierra.
Por tanto, este capítulo busca analizar preguntas como las siguientes: ¿de qué manera los sucesivos procesos históricos y contemporáneos que afectan la región produjeron diversas capas de desigualdades? ¿De qué modo la superposición e interacción de múltiples formas de desigualdad relacionadas con el racismo, los conflictos por la tierra y las disputas laborales generaron la intersección de las categorías sociales de clase, raza y etnicidad?
La “intersección” de desigualdades se entiende aquí como una experiencia de vida que afecta a individuos y grupos de población en su cotidianeidad, por lo cual depende del contexto espaciotemporal y es relacional. Este concepto enfatiza en el carácter procesual, dinámico, contextual y relacional de las formas en que se viven y manifiestan las desigualdades sociales, para individuos y grupos de población. Esta perspectiva complejiza el análisis de los modos en que se pueden vivenciar, por ejemplo, las desigualdades raciales, en su relación/interacción con las formas en que se experimentan las desigualdades de clase social, género o región. Por lo tanto, la interseccionalidad no se refiere a una sumatoria de características “estáticas” o a “cajas” o “casillas” que hacen referencia a las características de las personas. La desigualdad se configura en las relaciones sociales, las lecturas y percepciones que tienen los individuos sobre otras personas, y en los imaginarios que se crean, desde diversos lugares (sociales, económicos, políticos), acerca de distintos grupos de población. Esto desencadena múltiples conflictos, desigualdades y formas de comunicarse y relacionarse, pero también afectan cómo se analizan y diseñan las políticas públicas que buscan responder a esas desigualdades.
Capas de desigualdades: explicación del concepto
Las desigualdades se superponen y forman varias capas de desigualdad. La literatura las abordó de diversos modos: como capas históricas de desigualdades (Therborn, 2006; Wallerstein, 1974), capas de desigualdades vinculadas a la interseccionalidad (Guhathakurta, 2012; Roth, 2013; Sandhu, Stephenson y Harrison, 2013) y capas de desigualdades relacionadas con los mecanismos de la producción y reproducción de las desigualdades (Talmud, 2001; Tilly, 1995). Sin embargo, es necesario explicar de una manera más clara la relación entre las capas como configuraciones históricas de las desigualdades y la interseccionalidad.
Históricamente, la formación de una economía mundial capitalista se estructuró sobre una división internacional del trabajo, pero también a través de la reproducción del racismo y las desigualdades de clase (Wallerstein, 1974). La economía-mundo implicó la producción de capas de desigualdad con origen en la esclavitud, la jerarquización social, las relaciones laborales capitalistas y la concentración de la tierra. Restrepo (2013), por ejemplo, describe la existencia de una especie de “sedimentación” de las formas de comprensión de la negritud, que atraviesan el período colonial y la formación de los Estados nación y llegan hasta el multiculturalismo contemporáneo. A lo largo de la historia y en diversos países, las autoridades clasificaron las poblaciones de diferentes maneras en cuanto a su condición para ser beneficiarias de políticas públicas. Sin embargo, los enfoques antropológicos que enfatizan el reemplazo de la categoría de raza por la de etnicidad se enfocan solo en esas variables y dejan de lado la existencia de la interseccionalidad o entrelazamiento de diversas categorías sociales como la clase social y el género.
Otros trabajos relacionaron las capas con una especie de interseccionalidad en una perspectiva de corte transversal (Hill-Collins y Bilge, 2016; Roth, 2013). Un grupo social determinado, que acumula varias características según raza, etnia, género, clase, nacionalidad, etc., puede acumular nuevas capas de desigualdades por tener esas características y por los impactos de algunas políticas públicas. Las desigualdades sociales están conformadas por muchos ejes que trabajan juntos e influencian unos a otros (Hill-Collins y Bilge, 2016) y que determinan el acceso desigual a los recursos, las oportunidades y las características personales. Sin embargo, este enfoque carece de un examen más profundo de los procesos históricos de producción de esos múltiples ejes.
Otros trabajos tienen en cuenta que las desigualdades se crean y se mantienen en el tiempo debido a la existencia de categorías sociales (Tilly, 1995), con frecuencia diseñadas, promovidas y legitimadas por el Estado, e influenciadas por las relaciones sociales cotidianas.[62] Aunque esta perspectiva combina procesos históricos y categorías sociales, no explica ni tiene en cuenta la interseccionalidad.
Como se observa, en la literatura que hace referencia a la existencia de capas de desigualdades, escasea el análisis de la dimensión interseccional de las desigualdades. Al mismo tiempo, los enfoques interseccionales a menudo ignoran la acumulación histórica de desigualdades. En este capítulo, definimos las capas de desigualdades como la combinación de los procesos históricos que se superponen para generar nuevas formas de desigualdades, y los procesos de intersección de las categorías sociales que dan forma a las desigualdades sociales. Este enfoque nos permite, a la vez, historizar la interseccionalidad e interseccionalizar los enfoques previos de las capas de desigualdades. Durante el siglo XX, que se caracterizó por la proliferación de los conflictos de clase en las áreas urbanas y rurales –como consecuencia de la expansión territorial del capitalismo y las múltiples crisis de acumulación–, las capas sociales históricas del racismo se superpusieron y entremezclaron con las capas de las desigualdades de clase. Por lo tanto, las capas no son estáticas, sino que se refieren a procesos dinámicos (Costa, 2011). Las desigualdades se organizan en diversos ejes sociales, tanto en los procesos estructurales como en las interacciones cotidianas entre clase, raza, etnia y género.
Capas coloniales: el darién, la diferencia y las desigualdades globales
La región más extensa que incluye al Bajo Atrato –el Darién– y los territorios vecinos de Urabá, se vieron afectados por varios procesos globales históricos y contemporáneos, a través de los cuales se formaron diferentes modalidades de desigualdades y alteridades por la interacción de factores locales, nacionales y globales.
En este sentido, la producción y reproducción de las capas de desigualdades en la región se relacionaron con tres elementos: los efectos de los procesos globales como el colonialismo y la expansión capitalista, que acentuaron las desigualdades entre centros y periferias en el sistema-mundo (Wallerstein, 1974); el establecimiento de proyectos económicos (infraestructura, agroindustria); y la “otredad” construida en la mentalidad de las élites antioqueñas blancas locales, que consideraron a Urabá como un espacio “vacío” para justificar la apropiación de sus recursos (Uribe, 1992) o como una zona marginal habitada por poblaciones cuyas diferencias –no solo raciales, sino también culturales– legitimaron la exclusión social, política y económica de sus habitantes (Roldán, 1998: 5).
Las regiones de Darién y Bajo Atrato cumplieron varias funciones para el poder colonial español. En el siglo XVI, la zona funcionó como el punto de entrada para las primeras exploraciones del continente. Los conquistadores denominaron “Tierra Firme” (continente) a la región del Darién (Vignolo y Becerra, 2011: 15). El primero en navegar el río Atrato fue Vasco Núñez de Balboa en 1511, y se enfrentó a la hostilidad de las poblaciones indígenas a lo largo de su curso.
Esta región también tuvo importancia comercial. Pueblos como Santa María la Antigua del Darién perdieron su importancia inicial cuando, en 1549, los conquistadores se trasladaron a Panamá debido al descubrimiento de minas de oro. La fundación de Cartagena en 1533 y el cierre del río Atrato redujeron la importancia del Golfo de Urabá. La política de la corona de evitar la navegación a lo largo del río Atrato tenía como objetivo impedir que otras potencias coloniales tomaran el control de la riqueza. Uno de los puestos de control de la corona se estableció en Curbaradó. La información sobre la ubicación estratégica del Darién atrajo a competidores coloniales, así como a piratas y bucaneros. El Darién era estratégico por ser el punto de contacto entre Cartagena y Panamá (entonces llamada Portobelo) así como el lugar para conectar el Atlántico y el Pacífico, para controlar las riquezas peruanas.
Sin embargo, pese a la llegada de conquistadores y potencias coloniales entre los siglos XVI y principios del siglo XIX, la región permaneció casi sin cambios y el territorio quedó “fuera” de los procesos coloniales que afectaron a otras regiones de la Nueva Granada, debido a la resistencia indígena y a las disputas entre los colonizadores sobre esta zona estratégica. Se establecieron unos pocos pueblos y aldeas en la zona, sobre todo de carácter militar. Para los españoles, varias de las incursiones por esta zona resultaron en “matanzas y tumbas” (Uribe, 1992: 14; Valencia, 1983: 18).
Las poblaciones indígenas y los esclavos africanos
Históricamente, estos territorios estuvieron habitados por diferentes comunidades indígenas, cuya supervivencia se vio amenazada desde la conquista española. Mientras que algunos grupos indígenas desaparecieron, otros fueron obligados a desplazarse a otras áreas del territorio. Los principales grupos indígenas en esta región incluyen a los cuevas, que desaparecieron en el siglo XVIII, los urabáes, y los emberas o chocós, que habitan territorios en los que resistieron a la ocupación para explotar los recursos territoriales.
La cantidad de poblaciones indígenas se redujo por las enfermedades epidémicas que trajeron los españoles y por la violencia que desplegaron. De los casi 60.000 emberas y waunamás que vivían alrededor del año 1600, hacia 1768 solo quedaban unos 36.000, y en 1793, cerca de 15.000 (West, 2000: 146). Las comunidades que sobrevivieron probablemente se reagruparon con otras comunidades indígenas, con lenguas y culturas similares, y sufrieron las presiones de los nuevos pobladores que pusieron en riesgo sus vidas, cultura y derechos territoriales (Uribe, 1992: 83). Los principales sobrevivientes fueron los emberas y los cunas.
Los esclavos africanos fue...

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