Transfeminismo o barbarie
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Transfeminismo o barbarie

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Transfeminismo o barbarie es un acercamiento a las luchas transfeministas, así como una respuesta plural y colectiva a los ataques tránsfobos que renacen en la actualidad en el seno de ciertos sectores políticos y tradicionalmente denominados feministas. Es importante que estas realidades -que no tendrían que suponer ya hoy ninguna problemática-, sean entendidas socialmente y, en consecuencia, apoyadas.Para ello, quince voces, referentes y diversas, reunidas en este volumen, han escrito sobre la lucha feminista no excluyente y, en algunos casos, también acerca de las tan denostadas y conceptualmente desvirtuadas -por algunos sectores- teorías queer.

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Informazioni

Anno
2021
ISBN
9788412212945
Categoria
LGBT Studies

Sexos, género y otras palabritas: algunas ideas sobre el cuestionamiento de las personas en condición de transexualidad


«Decís constantemente que puedo ser una niña masculina, que está bien, que no pasa nada, Quizá le sirva a alguien, pero a mi ni me escucháis ni me veis».
Ion (nombre ficticio), niño de 7 años, a su madre.


Desde hace un tiempo se viene fraguando un debate acerca de los derechos de las personas en condición trans, de la existencia y legitimidad de las personas en esta situación en un ruido de fondo que alcanza su máxima expresión en pleno mes del Orgullo con desavenencias acerca de cómo afrontar el compromiso concreto de promulgar una Ley Integral Trans Estatal que forma parte de un acuerdo de los partidos del Gobierno de España.
¿Podría suponer el reconocimiento de las personas en situaciones de transexualidad un peligro para el concepto «mujer»? Mucho se ha escrito sobre esta cuestión desde el ámbito de los derechos y desde diferentes análisis políticos. Muchos son los debates acerca de lo que desde ciertos posicionamientos políticos, más o menos conservadores y más presentes que nunca en el sistema institucional y mediático, han venido en llamar «ideología de género».
Sin embargo, la gente de a pie se encuentra desorientada, con palabras y conceptos que se repiten constantemente con significados diferentes, y en una disputa permanente sobre el propio sentido de términos como «hombre», «mujer», «sexo» o «género». En un momento donde no pocas personas se erigen en expertas opinólogas sobre la cuestión, la divulgación del aporte de la ciencia sexológica puede clarificar gran parte de este debate que se está construyendo con pies de barro.
Mi pretensión con este artículo va a ser abordar, por tanto, algunas ideas que estamos leyendo y escuchando en diferentes medios. Ideas mutuamente excluyentes, y donde las evidencias sí ofrecen un planteamiento que está quedando fuera de los discursos que se están hegemonizando en los mass media. Son excluyentes porque no recogen a personas como Ion, y porque, en realidad, más que recoger, nos excluyen en mayor o menor medida al resto del mundo.
Son algunas ideas, que no todas las ideas. Digamos que este es el decálogo que he escogido para este capítulo:

1. DESMONTANDO LA IDEA DE QUE EL SEXO ES BIOLÓGICO: EL SEXO BIOGRÁFICO, MÁS QUE BIOLÓGICO. QUE NO TE ENGAÑEN

La idea de sexo tiene miles de años, y fue usada por aquellos primeros filósofos griegos –como en El Banquete de Platón– donde «sexus», «sexare» significa «corte», «diferencia», «separación»... en definitiva, aquello que hace referencia a lo que nos hace diferentes de los demás, y por tanto a nuestra identidad. Se trata, por tanto, del «sexo que somos», más que el «sexo que tenemos» –genitales, cromosomas–, o el «sexo que hacemos» –prácticas donde entran en juego los genitales–.
¿Qué papel juegan los genitales y los cromosomas –a los que discursivamente se ha reducido esa «biología»– en esa identidad? Alguno sí, pero no todos: los genitales –palabra también proveniente del «genus» latino– son aquellos órganos que pueden facultar la generación de siguientes generaciones, si bien estos ya recibían un nombre acorde y que es diferente al del concepto «sexo».
Por otra parte, los cromosomas no fueron observables hasta la invención de los microscopios, y aún hoy en día a poca gente se le examinan dichos cromosomas (que, en realidad, en esa reducción biológica solo se alude al número 23 de todos los que tenemos, los que tienen una forma aproximada en la observación a «x» y/o «y»). Por tanto, esta idea de que los genitales y los cromosomas dan la «verdad biológica» de «el sexo» –en su acepción primigenia, la de verdad, la otorgadora de identidad, más allá de la mera observación de genitales y cromosomas– no puede ser cierta, y en esto entran en juego las vidas de, entre otras –pero no solo–, las personas que se encuentran en una situación de transexualidad.
El sexo no es, por tanto, un concepto meramente biológico. Admitiendo que nos conforman tanto el aspecto biológico, el psicológico como el social/cultural, ya que todos esos ámbitos transcurren en la vida de las personas de manera interrelacionada y en constante interacción, cabe resaltar que el sexo es, sobre todo, y antes que nada, biográfico. Y que, aunque esa biografía esté delimitada por lo biológico –como de lo psicológico y de lo social, que no se pueden separar en las vidas de nadie–, lo biológico es mucho más que lo referido a genitales y cromosomas.
¿De qué manera es el sexo biográfico? De la misma manera por la cual una mujer en la sociedad occidental llenará de significado su identidad en base a los hechos que ocurran en su vida de manera diferente a cómo lo hará otra mujer en un país como Irán, la India, o en una comunidad o tribu de Asia Pacífico. Incluso, ellas serán las mismas mujeres que fueron cuando eran niñas, siendo al mismo tiempo mujeres diferentes. Los matices que su biografía aporten al hecho de ser mujer no invalidan que lo sea. Lo mismo ocurre con las mujeres en situación de transexualidad. O la de los hombres en esa misma situación.
Una idea sobre el sexo es la de que, lejos de excluir, incluye.
Sin embargo, nos encontramos una y otra vez con intentos de partir las vidas de las personas en condición trans en dos, en la parte «biológica» o del «sexo» con el apellido de «biológico» –reducida a su mínima expresión de observación de los genitales y, últimamente, cromosomas–, y la parte «cultural» –que, al parecer, es la «inventada/imaginada» por los humanos, y por tanto, dicen, ciertos discursos se pueden construir, deconstruir, y, paradógicamente, destruir–. Ahora bien, a las únicas personas a las cuales hoy en día se les exige que separen su vida en dos, es precisamente, a las personas en esta condición de transexualidad. A nadie más. ¿Quién es capaz de desmontar y trocear su vida en dos, lo genitocromosómico y lo sociocultural? Nadie, puesto que ambas esferas transcurren en constante interacción, y porque somos mucho más que la suma de ambas. Y porque hacer esa distinción y enfocar un concepto tan holístico como el de sexo únicamente en genitales y cromosomas es hacer un juego discursivo que también ha excluido a muchas otras personas, empezando por las propias mujeres al reducirlas durante decenios a la categoría de seres reproductores y poco más. Es paradógico encontrarse a las más férreas defensoras de un concepto difícil de sostener como el de «sexo biológico» clamando por la emancipación de la mujer.


2. «LA IDENTIDAD ES SEXUAL vs. LA IDENTIDAD ES DE GÉNERO»: LOS SEXOS -Y EL GÉNERO- NOS DAN LA RESPUESTA.

Género –también del latin genus– es un término técnico específico en ciencias sociales que alude al conjunto de características diferenciadas que cada sociedad asigna a hombres y mujeres. Por tanto, hablar de género significa referirse a los roles socialmente construidos, comportamientos, actividades y atributos que una sociedad considera como apropiados para hombres y mujeres.
Hay que recordar que la palabra, aunque adoptada en las ciencias sociales, tiene su origen en las ciencias biomédicas de los años 60, y en concreto en la teoría fallida del Doctor Money en su tesis sobre la construcción de la identidad, en la que intenta demostrar su teoría según la cual la identidad de alguien se puede moldear a través de los estímulos hormonales, quirúrgicos y sociales adecuados. Es decir, que podemos crear hombres y mujeres a voluntad. La «identidad de género» –la identidad impuesta a través del género que, por propia definición, solo se puede imponer– como tal quedó desacreditada al saberse del fracaso experimental del Doctor Money con los gemelos idénticos Reimer –una historia que bien merece una búsqueda y lectura en Internet–.
El género es, por tanto, un instrumento de análisis más que una dimensión humana, y es por esta misma razón por la cual autoras tan referentes como Simone de Beauvoir mencionaban «El Segundo Sexo», más que el «género Mujer».
Y es en este punto donde podemos encontrar la clave: si los sexos hacen referencia a eso que somos y que nos diferencia de los demás, nuestra dimensión sexuada se referirá a esa identidad más que a la impuesta y moldeada por las normas sociales. Repensar el género supone analizar en una cultura todos estos elementos que sin duda, cuando no disponen de la flexibilidad que los propios individuos necesitan para expresarse, se convierten en represores y ocultan la realidad de las personas, que ha de ser en definitiva la que prevalezca. El género es, por tanto, un instrumento de análisis que nos permite identificar las opresiones, pero en ningún caso es el origen de la identidad, puesto que –como demuestran las vidas de las personas en condición de transexualidad– la identidad, por mucho empeño y programas de reconducción que se pongan, no puede ser impuesta.
Las presiones, roles e imposiciones influyen y afectan pero no constituyen quienes somos, porque el relato de todas las personas en situación de transexualidad es, precisamente, que esos estereotipos y obligaciones de ser un hombre o una mujer impuestos no han conseguido impedir ni mucho menos conformar que seamos quienes somos. Por tanto, la propia idea de «identidad de género» es un oxímoron, contradictoria en sí misma. Nadie encaja en el molde arquetípico de lo que se nos ha vendido como «hombre» o como «mujer», se esté en una situación de transexualidad o no. Y repito: la identidad no puede ser impuesta.
Desde los estudios sociológicos y las políticas de género se analizan cómo afectan estas imposiciones a los derechos y a las vivencias de las personas que las soportamos –que somos prácticamente todas, en mayor o menor medida, ostentemos una condición trans, que sería uno de los casos más extremos de imposición identitaria en base a genitales, o no–, toda vez que aspira a poner soluciones.
Desde el lado de los estudios asociados a la biomedicina se e...

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