El profeta pródigo
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El profeta pródigo

Jonás y el misterio de la misericordia de Dios

Timothy Keller

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  1. 208 pagine
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El profeta pródigo

Jonás y el misterio de la misericordia de Dios

Timothy Keller

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La historia de Jonás es una de las parábolas más conocidas de la Biblia. También su tono es incomprendido, ya que muchas personas, incluso aquellos que no son religiosos, están familiarizados con Jonás: «Un profeta rebelde que desafía a Dios y es tragado por una ballena». Pero hay mucho más en la historia de Jonás de lo que la mayoría de nosotros conocemos. En El profeta pródigo, el pastor y autor de éxito de ventas del New York times Timothy Keller revela las profundidades ocultas en el libro de Jonás. Keller, afirma que Jonás fue uno de los profetas más conflictuados de la Biblia y sin embargo hay conexiones indudables entre Jonás, el hijo pródigo y Jesús. The story of Jonah is one of the most well-known parables in the Bible. Its tone is also the most misunderstood. Many people, even those who are nonreligious, are familiar with Jonah: A rebellious prophet who defies God and is swallowed by a whale. But there's much more to Jonah's story than most of us realize. In The Prodigal Prophet, Pastor Timothy Keller reveals the hidden depths within the book of Jonah. Keller makes the case that Jonah was one of the most conflicted prophets in the entire Bible. And yet there are unmistakably clear connections between the prodigal prophet, Jonah, the prodigal son, and Jesus.



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Informazioni

Anno
2019
ISBN
9781535962704
Capítulo 1
Huir de Dios
Ahora la palabra del Señor vino a Jonás el hijo de Amitay: «Levántate, ve a la gran ciudad de Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia». Pero Jonás se levantó para huir de la presencia del Señor hacia Tarsis.
—JONÁS 1:1-3a1
El insólito emisario
Nuestra historia inicia cuando «la palabra del Señor vino» a Jonás. Esta es la manera usual de empezar el relato sobre uno de los profetas bíblicos. Dios los usó para comunicar Sus palabras y mensajes a Israel, especialmente en tiempos de crisis. Pero ya en el versículo dos, los lectores originales se habrían dado cuenta de que era un relato profético a diferencia de cualquier otro que hubieran leído o escuchado antes. Dios llamó a Jonás para que fuera a «la gran ciudad de Nínive y proclama[ra]…». Esto es impresionante en varios sentidos.
Primero, era impactante porque era un llamado para que un profeta hebreo dejara Israel y fuera a una ciudad gentil. Hasta entonces, los profetas habían sido enviados solo al pueblo de Dios. Aunque Jeremías, Isaías y Amós pronunciaron mensajes proféticos dirigidos a las naciones paganas, fueron breves, y ninguno de estos profetas fue enviado a las naciones a predicar. La misión de Jonás no tenía precedente.
Era aún más impactante que el Dios de Israel quisiera advertir a Nínive, la capital del imperio asirio, de la muerte inminente. Asiria era uno de los imperios más crueles y violentos de la antigüedad. Con frecuencia, los reyes asirios registraron los resultados de sus victorias militares, en los que alardeaban de dejar llanuras enteras llenas de cadáveres y ciudades quemadas completamente hasta sus cimientos. El emperador Salmanasar III es bien conocido por describir, con detalles macabros, en grandes relieves hechos en piedra, la tortura, el a que sometía a sus enemigos. La historia de los asirios es «tan sangrienta y espeluznante como bien se sabe».2 Después de capturar a sus enemigos, los asirios en general les cortarían sus piernas y un brazo, dejando el otro brazo y la mano para poder agitar la mano de la víctima como burla mientras moría. Obligaban a los amigos y a los familiares a desfilar con las cabezas de sus seres queridos decapitados elevadas en estacas. Les arrancaban la lengua a sus prisioneros y estiraban sus cuerpos con cuerdas para poder desollarlos vivos y exhibir sus pieles en los muros de la ciudad. Quemaban vivos a los adolescentes.3 Los que sobrevivían a la destrucción de sus ciudades estaban condenados a sufrir formas crueles y violentas de esclavitud. Los asirios han sido llamados un «estado terrorista».4
El Imperio había empezado a exigir un pesado tributo a Israel durante el reinado de Jehú (842-815 a.C.) y siguió amenazando al reino del norte durante la vida de Jonás. En el 722 a.C. finalmente invadió y destruyó el reino del norte, Israel, y su capital, Samaria.
Con todo, esta nación fue objeto del alcance misionero de Dios. Aunque Dios le dijo a Jonás que «proclama[ra] contra» la ciudad por su maldad, no había ningún motivo para enviar una advertencia a menos que hubiera una oportunidad de evitar el juicio, como Jonás lo sabía muy bien (Jon. 4:1-2). Pero ¿cómo podía un Dios bueno dar a una nación como esa, la más mínima oportunidad de experimentar Su misericordia? ¿Por qué ayudaría Dios a los enemigos de Su pueblo?
Quizás el elemento más sorprendente de esta narrativa fue a quién Dios escogió para enviar. Fue a «Jonás el hijo de Amitay». No se ofrecen antecedentes, lo que significa que no necesitaba presentación. En 2 Reyes 14:25 se menciona que Jonás ejercía su ministerio durante el reinado de Jeroboán II (786-746 a.C.). En ese texto aprendemos que, a diferencia de los profetas Amós y Oseas, que censuraban duramente la administración del reino por su injusticia e infidelidad, Jonás había apoyado la política agresiva militar de Jeroboán para extender el poder y la influencia de la nación. Los lectores originales del libro de Jonás lo habrían recordado como un nacionalista ferviente y un férreo patriota.5 Y se habrían sorprendido de que Dios enviara a un hombre como ese a predicar a las mismas personas que más temía y odiaba.
Nada sobre su misión tenía sentido. Sin duda, parecía casi un plan malvado. Si a cualquier israelita se le hubiera ocurrido semejante idea, habría sido rechazado, y en el peor de los casos habría sido ejecutado. ¿Cómo podría Dios haberle pedido a alguien que traicionara los intereses de su nación de esta manera?
Decirle no a Dios
En una deliberada imitación burlesca del llamado de Dios a «levántate, ve a la gran ciudad de Nínive», Jonás se «levantó» para ir en la dirección opuesta (v. 3). Tarsis, se cree, estaba ubicada en el borde occidental más remoto del mundo conocido para los israelitas de ese tiempo.6 En pocas palabras, Jonás hizo exactamente lo opuesto a lo que Dios le había dicho que hiciera. Había sido llamado para que fuera hacia el este, pero se dirigió hacia el oeste. Se le había indicado que viajara por tierra, pero se fue por mar. Se le había enviado a la gran ciudad, pero compró un boleto solo de ida hacia el fin del mundo.
¿Por qué le dijo no a Dios? Un relato completo de sus razones y motivos debe esperar para ser dicho por las propias palabras de Jonás, más adelante en el libro. Pero en este punto, el texto nos invita a que hagamos algunas conjeturas. Podemos con certeza imaginar que Jonás pensó que la misión no tenía ni sentido práctico ni teológico.
Dios describe a Nínive ya sea aquí o después como la «gran» ciudad, y sin duda lo era. Era tanto una potencia militar como cultural. ¿Por qué la población escucharía a alguien como Jonás? Por ejemplo, ¿cuánto habría sobrevivido un rabí judío en 1941 si se hubiera parado en medio de las calles de Berlín y llamado a la Alemania nazi a arrepentirse? Desde un punto de vista práctico, no había ninguna posibilidad de éxito y la de morir era elevada.
Tampoco Jonás habría sido capaz de ver justificación teológica para esta misión. Algunos años antes, el profeta Nahúm había profetizado que Dios destruiría a Nínive por su maldad.7 Jonás e Israel habrían aceptado la profecía de Nahúm como perfectamente lógica. ¿Acaso no era a través del Israel escogido de Dios, Su pueblo amado, que Él estaba cumpliendo Sus propósitos en el mundo? ¿Acaso no era Nínive una sociedad impía a punto de enfrentarse con el Señor? ¿Acaso no era Asiria un pueblo excepcionalmente violento y opresivo, aun para su tiempo? Sin duda, Dios lo destruiría, eso era evidente y (Jonás habría pensado) que era algo que estaba decidido. ¿Por qué, entonces, este llamado a Jonás? ¿Acaso una misión exitosa no hubiera destruido las promesas de Dios a Israel y probado que Nahúm era un falso profeta? Entonces, ¿qué posible justificación podría haber para esta tarea?
Desconfiar de Dios
Así que Jonás tenía un problema con la tarea que se le había asignado. Pero tenía un problema mayor con Aquel que se la había asignado.8 Jonás concluyó que como no podía percibir una buena razón para el mandato que había recibido, entonces no podía haber ninguna. Jonás dudó de la bondad, la sabiduría y la justicia de Dios.
Todos hemos tenido esa experiencia. Nos sentamos en la clínica del doctor aturdidos por el resultado de la biopsia. Nos desesperamos ante la idea de no encontrar un trabajo decente después de que la última oferta posible tampoco resultó. Nos preguntamos por qué la aparente relación sentimental perfecta, la que siempre queríamos y nunca pensamos que fuera posible, fue un desastre. Si hay un Dios, pensamos, ¡Él no sabe lo que está haciendo! Aun cuando pasamos de las circunstancias de nuestras vidas a la enseñanza de la Biblia, parece, en particular a la gente de hoy, que está llena de afirmaciones que no tienen mucho sentido.
Cuando esto sucede tenemos que decidir: ¿Creemos que Dios sabe qué es lo mejor, o somos nosotros? Pero nuestro corazón ya ha determinado que nosotros sabemos qué es lo mejor. Dudamos que Dios sea bueno, que esté comprometido con nuestra felicidad y, por eso, si no podemos ver una buena razón para algo que Dios diga o haga, pensamos que no hay ninguna.
Eso es lo que hicieron Adán y Eva en el Edén. El primer mandato fue: «…Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer. El día que de él comas, ciertamente morirás» (Gén. 2:16-17). El fruto «… era bueno […], tenía buen aspecto y era deseable…» (Gén. 3:6), sin embargo, Dios no había dado las razones por las que sería malo comerlo. Adán y Eva, al igual que Jonás mucho tiempo después, decidieron que, si no podían pensar en una buena razón para lo que Dios les había mandado, no podía haber ninguna. No podía confiarse en que Dios tuviera las mejores intenciones para ellos. Y entonces comieron.
Dos maneras de huir de Dios
Jonás huyó de Dios. Pero si por un momento tomamos cierta distancia y miramos todo el libro, Jonás nos enseñará que hay dos estrategias diferentes para escapar de Dios. Pablo las describiría en Romanos 1-3.
Primero, Pablo se refirió a los que abiertamente rechazan a Dios y «se han llenado de toda clase de maldad, perversidad, avaricia y depravación…» (Rom. 1:29). Sin embargo, en el capítulo dos se refirió a los que procuran seguir la Biblia: «… dependes de la ley y te jactas de tu relación con Dios; que conoces su voluntad y sabes discernir lo que es mejor porque eres instruido por la ley» (Rom. 2:17-18). Luego, después de examinar a los paganos, los gentiles inmorales, y a los creyentes en la Biblia, los judíos morales, Pablo concluiría en un resumen extraordinario: «No hay un solo justo, ni siquiera uno […]. Todos se han descarriado…» (Rom. 3:10-12). Un grupo está tratando de seguir con diligencia la ley de Dios y el otro grupo la ignora, y con todo Pablo afirmó que ambos se «han descarriado». Ambos, en maneras distintas, huyen de Dios. Todos sabemos que podemos huir de Dios al ser inmorales y sin religión. Sin embargo, Pablo declaró que es posible evitar a Dios al ser muy religiosos y morales.
El ejemplo clásico en los Evangelios respecto a estas dos maneras de huir de Dios está en Lucas 15, la parábola de los dos hijos.9 El menor trató de escapar del control de su padre al tomar su herencia, dejar su casa, rechazar todos los valores morales de su padre y vivir como quería. El mayor se quedó en casa y obedeció a su padre en todo, pero cuando este último hizo algo con el resto de la riqueza que al mayor no le gustó, estalló con enojo. En aquel momento se hizo evidente que él tampoco amaba a su padre.
El mayor no obedecía por amor, sino solo como una manera de que su padre se sintiera obligado con él, de tener el control de manera que el padre tuviera que hacer como el hijo le pidiera. Ninguno de los dos hijos confiaba en el amor de su padre. Ambos trataban de encontrar maneras de escapar a su control. Uno lo hizo al obedecer todas las reglas del padre, el otro al desobedecerlas todas.
Flannery O´Connor describió a uno de sus personajes ficticios, Hazel Motes, como alguien que sabía que «la manera de evitar a Jesús consistía en evitar el pecado».10 Pensamos que, si somos religiosos practicantes, virtuosos y buenos, entonces hemos hecho nuestra parte, por así decirlo. Entonces, Dios no pu...

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