La pátera del Lobo
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La pátera del Lobo

F. Xavier Hernàndez Cardona

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  1. 282 pagine
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La pátera del Lobo

F. Xavier Hernàndez Cardona

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Narración de los inicios de la romanización de Hispania que forma parte de una serie de novelas titulada genéricamente Emporion. Tras la Segunda Guerra Púnica, los íberos se sublevan contra Roma. Emporion es la única puerta que permite el acceso de los ejércitos romanos a Hispania. Lucio Emilio Paterno, un agente al servicio del Senado de Roma, debe impedir que Emporion caiga en manos íberas y alejar a los feroces ilergetes de cualquier tentación de sedición. La novela, como el resto de la serie, cumple en todo momento todos los requisitos de rigurosidad historiográfica exigibles.Narración de rigor historiográfico que transcurre durante los inicios de la romanización de Hispania y forma parte de una serie de novelas titulada genéricamente Emporion. Al acabar la Segunda Guerra Púnica, los problemas de Roma persisten: a las tensiones con Macedonia y la sublevación ibérica se suma el acceso de Aníbal al poder en Cartago. En la práctica, la guerra continúa. Hispania y su plata son vitales para Roma pero no hay suficientes ejércitos para responder la sedición ibera.A Lucio Emilio Paterno, un agente del Senado, se le encomienda una difícil misión: asegurar el control romano sobre la base naval de Emporion e impedir que el feroz pueblo ilergete se una a la rebelión íbera. Lucio inicia un viaje muy especial hacia el lejano oeste que le permite ampliar sus conocimientos y conocer a Friné, una mujer singular. Lucio es víctima de las contradicciones que impone la misión, entiende que la causa íbera es justa, pero el sentido del deber y el compromiso con Roma le empujan a un torrente de toma de decisiones que cambiarán el destino de Hispania. Una pátera con el bajorrelieve de una cabeza de lobo cobra una insospechada relevancia. La narración continúa en la segunda entrega de la serie, La guerra de Catón.

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Informazioni

Anno
2013
ISBN
9788415930174
Probus, un centurión de Escipión
Río Sícoris frente a Iltirda. Tropas romanas y aliadas se preparan para atacar la ciudad. Duodécima hora de la cuarta vigilia de los idus de december del año 543 (madrugada del 13 de diciembre del 210 a. C.).
Probus, centurión romano al mando de una cohorte aliada de íberos suesetanos, esperaba órdenes. Tenía la serenidad, la paciencia y también el fatalismo de los veteranos. Llevaba ocho años largos en Hispania. Había llegado al comenzar la guerra contra los cartagineses, con las fuerzas que desembarcaron en Emporion, el 535. A las órdenes de Publio y Cneo Escipión luchó en las sangrientas batallas de Kissa y de Atanagrum, y en el duro asedio de Ausa, y aún en la terrible batalla de Bocas del Hiberus. Sin embargo reconocía que había tenido suerte cuando le encargaron la dirección de tropas indígenas y pudo quedarse vigilando la frontera del Hiberus. Muchos de sus amigos, de los que habían marchado hacia el sur estaban muertos. Incluso los invencibles Publio y Cneo habían caído en manos de íberos y cartagineses. Ahora la línea defensiva de Roma en Hispania la marcaban Tibissi, Dertosa y el campamento de Bocas de Hiberus, era el limes definido por los ríos Sícoris y el Hiberus, e Iltirda había de añadirse al dispositivo romano. La noche se hacía fría, interminable. Tenía ganas de volver al campamento, calentarse, beber y descansar. Su optio, Astrak, un recluta indígena novato, estaba nervioso, no paraba de preguntar y de hacer ruido, y su latín era pésimo.
Sólo quiero atacar esta maldita ciudad y despedazar ilergetes. ¿Cuándo entraremos en acción?
Cállate de una vez Probus respondió molesto. Mejor si no hay lucha. La guerra no es una buena cosa, a ver si lo entiendes...
Pues llevamos semanas sin hacer nada. Necesitamos acción y gloria insistió Astrak excitado.
¡Bah! La cuota de lucha ya la tengo cubierta con toda la campaña hispana. ¿Que más me pueden pedir? Probus hablaba de manera mecánica, los ojos se le cerraban, pero el optio insistía.
─ Vosotros llegasteis para enfrentaros con Aníbal. ¡Qué aventura! ¿Qué más se puede pedir?
─ No, no fue así ─el centurión estaba harto del chico, pero la conversación le obligaba a mantenerse despierto─. Aníbal no estaba... había atravesado los Alpes y nosotros contraatacábamos cortando las comunicaciones de los cartagineses de la península Itálica con sus bases hispanas. Destrozamos a íberos y cartagineses, aquello no fueron batallas, solo carnicerías.
─ ¡Debió ser magnífico! Pero, por lo que dicen, no sirvió de nada, tus comandantes fueron derrotados... maldecidos por las hechiceras ilergetes... ¡Uuuuuh!
Astrak hizo como si lanzara un hechizo con las manos. Probus iba a darle un tortazo, pero optó por la pedagogía.
─ Sí, pero eso fue más tarde, y Publio y Cneo no murieron por magia sino agujereados a lanzadas. Pagaron su bravura con la muerte ─dijo Probus con aire compungido─. Desde la base de Tarraco los Escipiones atacaron al enemigo, hasta que cayeron derrotados en la Bética. Ya lo ves... a veces la valentía no es una buena cosa... y ahora el mando lo asume el joven Publio Cornelio Escipión, hijo del difunto Publio... Ya veremos.
─ ¡Un comandante joven! ¡Y querrá venganza! Ahora tendremos acción... Guerra, guerra... No puedo creer que ataquemos a los ilergetes. Nada más justo que aniquilar a estos malditos licántropos. ¿No tienes ganas de luchar?
─ Ya te he dicho que no. Llevo mucha guerra en las cáligas, y la guarnición de Tibissi es un lugar tranquilo. Y tú también tienes suerte porque tienes un centurión prudente, y eso quiere decir que conservarás la piel. Muchos de los que vinieron conmigo, desde Emporion, han acabado picoteados por los buitres, y sabes qué te digo... que retengas tu bravura. No sé si nuestras fuerzas podrán mantener la línea del Hiberus. Es posible que tengamos que retroceder, y si hay retirada nos enviarán a casa. A mí en Roma, y a ti al agujero de donde no deberías haber salido.
─ Un momento domine ─Astrak se levantó y confirmó que había movimiento─. ¡Atención centurión! Un farolillo... llega el legado con...
─ Por Cástor y Pólux, éste debe ser Publio... ─Probus observó sorprendido el aspecto infantil del nuevo jefe romano de Hispania─. ¡Por todos los dioses, si es una criatura!
Publio se detuvo ante Probus y Astrak, a unos diez pasos. Conversaba tranquilamente con Druso, legado de las tropas indígenas. La llamita mostraba una cara imberbe llena de granos, y unos ojos que brillaban de manera extraña. Había algo inquietante en aquel muchachito delgado, hablaba con una seguridad inusual y mostraba, básicamente, frialdad. Costaba creer que hubiera luchado en la terrible batalla de Cannas. Si tenía odio acumulado no se le notaba. La palabra Escipión significaba ‘báculo’ y, ciertamente, los de aquella familia habían llegado a creerse que ellos eran la muleta que posibilitaba el caminar de Roma hacia la salvación. Druso, con verborrea inagotable, insistía en sus explicaciones sobre los hispanos.
─ La Ilergecia es el maldito país de las tinieblas. En esta época nunca se ve nada. Pero allí, por donde suena el agua, está el puente de piedra y madera que atraviesa el Sícoris, el río del oro, de aquí salen unas pepitas de oro como garbanzos. Más allá están las primeras casas ─Druso señaló de manera incierta con el dedo─. En la cima tenemos el palacio del régulo, y el venerado Templo del Lobo. Allí tienen su famosa pátera mágica con el bajorrelieve de un lobo que habla, y que otorga energía a sus guerreros...
─ Y la que, según dicen, aniquila nuestros combatientes con sus encantamientos─ puntualizó Escipión.
─ Ciertamente ─Druso continuó imperturbable con su descripción─. Y también tienen los tesoros. Si han guardado oro o plata, allí está. Y ahora tú decides Publio. ¿Qué quieres que hagamos?
─ Ya sabes legado. Estamos en guerra. Los ilergetes de aquí dicen que son neutrales pero Indíbil continúa al lado de Asdrúbal. ¿Debemos respetar la sumisión de Iltirda cuando su caudillo está con nuestros enemigos?
─ Podemos aplastarlos cuando ordenes ─precisó Druso.
─ Mi padre y mi tío murieron en manos de los ilergetes de Asdrúbal. Una bruja de Indíbil los conjuró. Quiero venganza, ahora.
Publio dio órdenes a Druso de manera rápida y precisa.
─ Con tus cohortes atraviesas el puente y entras en la ciudad y, directos, hacia arriba. Atacáis el palacio, recuperáis la plata y matáis cualquier cosa que se parezca a un sacerdote o una bruja, son gente peligrosa. Luego vais al Templo del Lobo y tomáis todas las riquezas que tengan acumuladas. Respetad a la gente, necesitamos que sigan trabajando. Si encontráis jóvenes en edad de combatir les cortáis la mano derecha, sin contemplaciones, que las familias tengan trabajo en mantenerlos.
─ Entendido. ¿Nada más señor? ─añadió Druso llevando el puño al pecho con gran ceremonia.
─ Sí. Cuando la ciudad esté sometida quiero una guarnición permanente en las fortificaciones de la cima. Veremos si ese canalla de Indíbil se atreve a volver.
El centurión Probus, con una cohorte de suesetanos, avanzó por el puente. Los perros de la ciudad ladraban. Sus muchachos llevaban escaleras de mano y cuerdas con garfios. Los centinelas ilergetes que custodiaban la puerta de la muralla identificaron las tropas auxiliares romanas y permanecieron atentos. Iltirda se había sometido a Roma, en teoría, pero eso no necesariamente significaba que tuvieran que abrir las puertas a nadie. Probus, hablando en latín, exigió que los dejaran entrar. Pero el jefe de guardia no estaba dispuesto a permitir el paso de los odiados suesetanos, aunque estuvieran al servicio de Roma. El centurión ordenó avanzar con las escaleras. Sus chicos, dirigidos por un Astrak muy motivado, treparon rápidamente por las murallas y terminaron la discusión a cuchilladas. Los gritos ahogados y algunos golpes metálicos perturbaron levemente el amanecer.
─ Vaya, Astrak, ya tienes tu espada manchada de sangre. Enhorabuena ─dijo Probus con laconismo mientras sujetaba al guerrero del brazo─. Pero ahora, tranquilo, poco a poco, ve y abre el camino, a la vanguardia.
Avanzaron por una ciudad fantasma, nadie se atrevía a salir de casa para comprobar si en las calles rondaban los vivos o muertos. Algunos perros, ladrando furiosos, trataron de oponerse a los desconocidos. El más agresivo, atravesado por un pilum, gruñó sorprendido antes de desplomarse. El resto, con atemorizados ladridos, se dio a la fuga.
La niebla se encendía con las primeras luces cuando los invasores, prudentes y silenciosos, llegaron a la parte alta de la ciudad. El tam-tam de una rítmica percusión de maderas y zumbidos de caracolas orientó el último tramo del ascenso. El ruido, más que música, hacía estremecer de miedo y no sabían a que respondía. Probus intuyó que estaban en la zona de los templos. Identificó el pórtico que emanaba sonoridades y cánticos. Temblaba de frío, pero también de miedo. Las hechiceras ilergetes eran famosas. Se decía que podían transformar sus guerreros en licántropos capaces de descuartizar, de un zarpazo, al legionario más fornido. Desenvainó la espada. Sus guerreros se prepararon. Astrak, el optio, con el cuerpo en tensión, esperaba órdenes.
A Probus le fallaban las piernas, siempre le pasaba al entrar en acción, aún así avanzó con determinación. Atravesó el pórtico del templo y penetró, espada en alto, en la celda. Tardó unos segundos en adaptarse a la semipenumbra. La visión era terrorífica. Una bruja desnuda, aceitosa y tintada de sangre removía vísceras repugnantes. Un lobo colgaba de una viga y sus intestinos se proyectaban desde el vientre hasta un ara. La cabeza de la mujer era como la de una gorgona feroz. Había otras hechiceras a su alrededor, también desnudas y ensangrentadas. Más allá, un montón de chicos, con la cabeza afeitada. Numerosos vasos y páteras de plata reposaban en hornacinas y reflejaban las llamitas de las lámparas de aceite y las velas.
La música y los cánticos enmudecieron marcando un momento de incertidumbre. Probus detectó la sorpresa en la cara de los oficiantes, pero la sacerdotisa, tranquila, no se inmutó, era como si esperara la llegada de intrusos. Sus ojos centelleaban. Miró fijamente a Probus y, suavemente, pronunció lo que parecía un maleficio:
─ Kunzatekarrak amusti mugalariko etzokain, ekun, ekun langadillen etxokaleak, Molokark ostop kancrenaikodarea.
Sin parar de hablar avanzó, resuelta, levantando una daga. Probus vio, aterrado, la decisión en los ojos brillantes y feroces de l...

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