Dame la libertad para poner un fin
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Dame la libertad para poner un fin

De diarios y cartas

Käthe Kollwitz, Enrique Salas

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De diarios y cartas

Käthe Kollwitz, Enrique Salas

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Dame la libertad para poner un fin. De diarios y cartas es un documento vivo impactante que recoge reflexiones, sentimientos y recuerdos que abarcan tres imperios alemanes y dos guerras mundiales. Leemos sobre el miedo de una madre por su familia, sobre las dudas y frustraciones del trabajo artístico, sobre su biografía política –que va desde la convicción revolucionaria hasta la distancia crítica–, sobre el amor, el tiempo y la muerte. Sus experiencias personales se fusionan, en este libro, con una intensidad única. Durante la República de Weimar, diseñó pancartas y folletos por la causa socialista. La muerte de su hijo en la guerra y las dificultades políticas de la posguerra no detuvieron su afán artístico; de hecho, su dolor y sus dudas sobre la calidad de su obra alimentaron su creatividad. A partir de 1914 y hasta 1932, trabajó en un monumento para el cementerio belga donde estaba enterrado su hijo. Más que una instalación con esculturas, se trata de un testimonio de dolor y de una búsqueda artística imperiosa. Cuando los nacionalsocialistas llegaron al poder la expulsaron de la Academia de Arte prusiana, donde dictaba clases, y desde 1935 tuvo prohibido exponer. Käthe Kollwitz siguió trabajando en silencio, siempre con la porfía de quien tiene algo que decir. Murió en 1945, tres semanas antes del final de la guerra. Se trata, sobre todo, de un testimonio que cala hondo. Al final del recorrido, el lector se sentirá parte de la vida de Kollwitz por la intimidad de la que ha sido testigo. Sus palabras tienen un valor atemporal y no solo por eso es que son particularmente valiosas: nos demuestran que, a pesar de todo, la esperanza nunca es vana, ni siquiera en los momentos más oscuros.

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Informazioni

Anno
2021
ISBN
9789874768254

De diarios y cartas

9.1909
Hoy intenté comenzar un nuevo trabajo. Me siento completamente vacía y tengo ánimo para muy pocas cosas. Podría trabajar en la Simplicissimus, pero no sé cómo comenzar… La sensación de renovación que deja un viaje ha desaparecido, estamos sobrios. Y me pone mal que todavía no haya hecho nada. Las primeras semanas estuve muy ocupada, pero esa actividad sólo me aburre enormemente. Leí algo de Homero. Adjetivos hermosos.
9.1919
La señora Pankopf estuvo aquí. Tenía un ojo morado. Su marido ha comenzado a tener arrebatos violentos. Cuando le pregunté por él me contó que había querido ser maestro, pero que luego se convirtió en un artesano del carey con un trabajo bien pago. Sufrió cardiomegalia y con eso los primeros arrebatos. Inició un tratamiento e intentó volver a trabajar. No funcionó, quiso buscar otro trabajo. El invierno pasado anduvo con un organillo. Los pies se le hincharon y cada vez sufría más de depresión y ansiedad. Constantemente evocaba a la muerte. Que no puede alimentar a su familia y cosas por el estilo. Cuando murió el antepenúltimo hijo estuvo mucho tiempo con una tristeza descomunal, mucho más que la de su mujer. Seis hijos siguen con vida. Tuvo un último ataque y se lo llevaron al Herzberge. Con el tiempo entiendo mejor el típico destino de las familias obreras. Apenas el hombre comienza a tomar o se enferma o pierde el empleo, siempre lo mismo: o se convierte en un peso muerto para su familia y se deja mantener –algo que nadie en la familia quiere hacer– (Schwarzenau, Frank) o se vuelve depresivo (Pankopf, Gönner) o enloquece (también el idiota de Frank) o se suicida. Las mujeres siempre sufren las mismas desgracias. Tienen hijos que alimentar, insultan y se quejan del marido. Miran en qué se han convertido y no cómo llegaron a convertirse en eso.
24.9.1909
Observé detenidamente grabados de manos de Durero en la colección de estampas. Muy pocas cosas de Durero me entusiasman. Me incomodan su trazo y su excesiva subjetividad en la percepción de la forma.
30.11.1909
El domingo se inauguró la Secesión. Asistí al evento con Hans. Mis cosas están bien expuestas, aunque los aguafuertes están aparte. Sin embargo, no estoy del todo satisfecha. Allí hay tantos buenos trabajos que parecen más novedosos que los míos. Esta vez Brandenburgo está espectacular. Me gustaría haber participado de su danza, de su orgía. Creo que tengo que impregnarle a mis trabajos, de modo concentrado, aquello que ahora reciben de forma demasiado prolija. En mis nuevos aguafuertes quiero resaltar con fuerza lo esencial y negar casi lo superfluo.
4.1910
Sueño contentamente que vuelvo a tener un bebé y experimento toda la ternura, todo el cariño, incluso más, como suele suceder en los sueños, donde todo sentimiento es más intenso. Se trata de un sentimiento físico indescriptiblemente dulce, de beatitud. El recién nacido era Peter, dormía, lo tapaba, y su cálido aroma corporal se derramaba por todos lados.
4.1910
Poco a poco voy entrando en el periodo de mi vida en el que el trabajo es lo más importante. Durante las Pascuas, con los chicos de viaje, sólo trabajé. Dormí, comí y paseé un poco. Pero, sobre todo, trabajé. Sin embargo, no sé si a esta forma de trabajar no le falta la “bendición”. Sin ninguna emoción que me distraiga, trabajo como una vaca que pasta; pero Heller dijo, una vez, que una tranquilidad así significaba la muerte. Quizá no esté “creando” de verdad. Las manos trabajan, trabajan, y quién sabe qué estará produciendo la cabeza; antes, con mis horarios de trabajo tan limitados, era más productiva porque vivía de manera más sensual, como debe de vivir un ser humano: con pasión, interesado por todo. Ahora me estoy dedicando al segundo grabado de la Muerte [Tod]. A veces estoy tan enamorada de mi trabajo que creo poder ver más allá de mí misma. Luego de hacer una pausa de dos horas, ¿dónde está el producto genial? Lo que hice no es nada especial. Y eso me tortura. La potencia, la potencia se va debilitando.
4.1910
Esta etapa de mi vida me parece hermosa. Todavía no sufro de dolores graves, los queridos chicos se vuelven cada vez más independientes. Ya veo llegar el momento en que se sueltan y, por ahora, no me genera dolor. Porque ya serán maduros y tendrán su propia vida y yo suficientemente joven como para tener también una vida propia.
La situación con el trabajo es tal que olvidé por completo cuánto me aburrí el otoño anterior. Lo vacía, lo abandonada que estaba, lo poco productiva que era. Ahora trabajo día a día, semana a semana, estoy tranquila y contenta, alcancé un equilibrio. ¿Quién sabe cuándo se derrumbará todo y vuelva a ser estéril y yerma, buena para nada?
15.5.1910
Ayer el muchacho cumplió 18 años, también fue el primer día de vacaciones y el domingo antes de las Pascuas… A las cuatro fuimos a la casa de Adami. Hacía un calor sofocante, pero estaba lindo, el aire húmedo y caliente, los manzanos en flor. Cayó una tormenta y esperamos que pase en la sala, después vino el delicioso fresco… Por la noche regresamos a casa, hubo Bowlchen, por fin Karl estuvo libre y pasamos unas lindas horas. Rele dejó de lado la vergüenza, bailaba y celebraba, siempre en movimiento, llevaba unas ramas verdes de mayo, ni cinco minutos se sentó. Todos estaban algo borrachos. Kati L., tan suelta y alegre como nunca la había visto. L. magnífico, su sensualidad siempre a la vista. Lore, por lo general contenta solo con mirar, pegó un salto y se unió al círculo… Y nuestros muchachos: es raro… generalmente Peter es más alegre, pero cuando beben algo, Hans lo es mucho más que él. Hans llevaba ramas por todos lados. Saltaba, bailaba, cantaba, casi sólo con Rele. Ahora estoy segura: es capaz de entusiasmarse. Cuando tenía cuatro años, durante una cálida noche de verano, Lise y yo disfrutábamos de la brisa en nuestro balcón. Yo le comenté cómo quería que sea el muchacho. Sólo recuerdo el final: ¡tiene que poder entusiasmarse! Puede hacerlo. Y está bien… Qué fuerte es ahora la impresión de que aquellas épocas liminares; no pasará mucho tiempo para que del entusiasmo del enamorado se forme algo muy real. La sensualidad florece en todos estos muchachos, se ve en cada movimiento de cada uno, de todo. Es sólo abrir una puerta y entonces la comprenden, cae el velo y se despierta la lucha con el instinto más fuerte. Nunca más se liberarán totalmente de la sensualidad, a veces les parecerá una enemiga, sentirán que la felicidad que trae los asfixia. Aún no se han despertado del todo –tampoco Hans, tampoco Georg, tampoco Rele ni Margarete–. Me pongo seria, ansiosa y feliz al mismo tiempo cuando veo crecer a nuestros niños –nuestros niños– hacia el encuentro del instinto más grande. ¡Que les sea compasivo!
29.9.1910
Hace tres semanas que la señora Naujoks hace de modelo para el grupo. Me gusta, es sincera y de buen corazón. Sola mantiene a su marido. Él lleva siete años enfermo, y dudo de que ella tenga alguna esperanza de que se ponga bien. Quisiera que pase, pero si no sucede, piensa volver a casarse y mudarse al campo. Su marido tiene 43 años, ella 28. Perdió un hijo. Hoy modeló sentada con el pequeño Hermann Sost. Era magnífica con el niño, cómo lo sentaba en su regazo, cómo lo correteaba. El chico estaba muy a gusto con su desnudez, se comportaba con ella como un animalito, como un fauno. Y ella también, llena de apacible deseo animal. Tiene una manera tan disparatada y tan adecuada de hablar con los niños. Como el chiquito tenía piojos y sólo podía estar quieto si dormía, puse a Trudchen Schulz como modelo; tiene la misma edad que el niño, pero se queda quieta y se puede trabajar con ella. Ella también tiene un cuerpo bien formado y perfecto. Pero Naujoks sigue pensando en el pequeño Hermann, el “pibe” con sus “labios gruesos de negro” y “nariz al acecho ante tanta comida”.
29.9.1910
Deseo morir después de Karl. Creo que yo soportaría mejor la vida solitaria. Además, estoy más unida a los chicos. Si yo muero primero, la soledad de Karl será insoportable. Ama tanto a nuestros hijos que podría morir por ellos y, sin embargo, hay algo extraño entre ellos. Eso lo entristece… Si yo muero primero, la soledad de Karl será insoportable. No conozco a nadie capaz de amar así, con toda el alma. Muchas veces me sentí torturada por ese amor, quería liberarme. Muchas veces me hizo feliz. Dudo de que alguna vez vuelva a estar sin él por mucho tiempo. Envejecer es, en parte, una adaptación involuntaria y circunstancial. Hace un año, si Hans se hubiera ido de casa –seguramente si ambos ya se hubieran ido de casa– todavía tenía ganas de hacer un viaje largo. A París. Ahora lo quiero mucho menos. Puedo trabajar todo lo que necesito, y eso es lo más importante.
11.10.1910
Alexander Oppler me visitó, quería conocer mi grupo. Me dijo lo que ya sabía: que mi trabajo, como trabajo, no bastaba. Es ese tipo de escultores cuyas obras son absolutas. Lo tridimensional. Tiene razón y no tiene razón. En el caso de que encuentre un modelo que corresponda perfectamente con su idea, que haga exactamente la pose que desea, puede hacer algo, sí, incluso obras bellísimas. Si no lo encuentra, no puede hacer nada. Él mismo lo dice, ha dejado de hacer muchos trabajos porque no encontró el modelo adecuado. No se separa en lo más mínimo del modelo. Me recuerda a Böcklin cuando hablaba de los pintores que nunca llegan a trabajar porque no superan la desgracia del modelo. Sin embargo, Oppler tiene razón cuando dice que ahora estoy haciendo cosa de diletantes.
10.1910
La señora Naujoks interrumpió la sesión del jueves para ir a ver al viejo Begas. Dicen que agoniza. Nos contó que él la había citado a ella y a otra modelo porque quería verlas desnudas una última vez. A cambio les iba a dar diez marcos.
Cuando llegaron ya había otras trece modelos esperando, pero no dejaron pasar a ninguna. Así que se fueron enojadas y sin su dinero. Probablemente nadie hizo ningún comentario sobre el rechazo de Begas.
Hace unos días estuve en el Kleines Theater con Konrad. Dos obras de Wedekind. En la Censura, él se representaba así mismo en el papel del hombre que busca a Dios y es juzgado injustamente. Su mujer también estaba representaba en el papel de un ser físicamente atractivo, egoísta y exigente. En algunos momentos sentí un poco de vergüenza por aquella autoexposición.
14.5.1911
¡Mi queridísimo muchacho! Ante mí tengo tu busto. Levanto la mirada y veo tu querido rostro. Conozco tan bien cada uno de tus estados de ánimo. Queridísimo muchacho. Vos sabés cuánto pensamos aquí en vos estos días, siempre con amor, pero es en esta época cuando uno es más consciente de ello. Hace diecinueve años, cuando naciste, las lilas ya estaban en flor, matas enteras decoraban la habitación donde yacías recién nacido a mi lado. Ya entonces tu rostro era serio.
Y desde el primer cumpleaños –con una sola vela– la llama de la vida se mantuvo encendida todos estos años. Una sola vez no pude estar en tu cumpleaños, cuando viajé a Italia, y la pasé bastante mal. Tu tendencia a la melancolía y a la depresión ha sido lo único que nos ha preocupado. Pero ya no podemos hacer nada contra eso, sólo esperar y confiar en que la domines. Sos tan fuerte. Hans, vas a poder con esta inclinación a la tristeza. Siempre pienso en que para mí también los primeros años fueron más difíciles. La exaltación de la vida, como el viejo Goethe canta con Lynkeus, es sólo posible con la edad; en su juventud, el mismo Goethe pensaba en el suicidio. Se me viene a la cabeza uno de sus poemas: “el corazón siempre está inquieto / las bromas son el alimento de la juventud / las lágrimas, dichosa alabanza”.
¡Queridísimo muchacho! Acabado por la vida. Pero, después de todo, sigue valiendo la pena vivirla. Hay excepciones, claro, pero ¿por qué esas excepciones, lo verdaderamente insoportable, tienen que alcanzarte?
20.5.1911
¡Mi querido muchacho!… Por cierto, ayer estuve en la Gran Exposición. La abundancia opresiva de lo mediocre, incluso en las esculturas, fue tan abrumadora que me dije a mí misma que tenía que ir rápido a la Galería Nacional para ver algo bueno. Y estuvo bastante bien. Como estaban remodelando los salones de la planta baja, habían juntado en la Oberlichtsaal lo que podría considerarse casi toda la élite: Menzel, Böcklin, Feuerbach, Trübner, Thoma, Liebermann. Luego subí a la sala de los franceses, y apenas entré en la primera –donde tienen el famoso busto de Rodin– me arrepentí de haber firmado aquel panfleto de protesta contra la pintura francesa a la que Vinnen llamó a levantarse. Y es que allí volví a ver a los franceses representados por muy buenas obras y pensé que el arte alemán necesitaba sin falta de la fertilidad romántica. Los franceses tienen simplemente un mejor sentido para la pintura, a los alemanes les falta el sentido del color, y depender de sí mismos significaría terminar teniendo la calidad de la escuela de Dresde, que detesto. Claro que todo esto ya lo había pensado antes de firmar con Vinnen, pero en ese momento estaba tan molesta por el último regalo de París que terminé firmando. Debí haberme convencido de que aquel periodo de Matisse ya pasaría y que sólo habría que esperar. Mientras deambulaba por las salas y pensaba en estas cosas, me llamó la atención una conversación entre un empleado del museo y una pintora que estaba copiando un cuadro. De repente me di cuenta de que estaban hablando de mí. El empleado del museo me alababa sobremanera, pero no tenía mucha idea, porque cuando la pintora opinó, él fue perdiendo el ímpetu y acabó por decir: “Sí, claro, es así, la señora es de la casa”.
1.9.1911
Pienso que la escultura en piedra de una mujer embarazada sería hermosísima. Esculpida sólo a partir de las rodillas para que, como Lise dijo de su embarazo con María, sea “como estar con el cuerpo en la tierra”. Lo firme. Unido. Entorpecido. Los brazos y las manos colgando, pesados, la cabeza gacha, toda la atención puesta en el interior. Todo en roca pesada. Se llamará: El embarazo.
Año nuevo, 1912
... ¿Y yo? ¿Qué fue de 1911? ¿Avancé? Con respecto a Karl, no lo hice. La verdadera unión, de la que siempre habla y considera el único motivo para vivir tanto tiempo juntos no la conozco todavía y creo que difícilmente llegue a conocerla.
¿Acaso las relaciones con los chicos no la debilitó? Estoy casi segura. A este último tercio de mi vida sólo le queda el trabajo, que siempre estimula, rejuvenece, excita y satisface. Este año progresé bastante en mi escultura. En la primera, el grupo de mujeres, y las últimas que terminé se nota un progreso. El grupo –entre las piernas de las madres hay un niño sentado que se agarra los pies– está hecho casi completamente con modelo. Hace poco volví a hacerla, pero sigue teniendo un lado muerto al que no sé cómo aproximarme.
6.1912
Estuve con la señorita Friedländer en Plötzensee, visitamos a los presos que les interesa ser artistas. De vuelta, junto al canal, en el camino que va casi junto al agua, vi a un obrero y a su mujer. Llevaban una canasta. Bromeaban como chicos. Finalmente, la mujer empujó al hombre por la ladera y lo besó largamente en la boca.
Peter se fue el 15 de julio a Lubochen. Yo estaba trabajando mucho en Una pequeña escultura de amantes [Kleinen plastischen Liebesgruppe]. A inicios de julio, viajé a Lubochen. Al principio, el viaje no me entusiasmaba mucho, pero ya en la estación de trenes me puse bastante ansiosa. En Dritschmin lo vi llegar corriendo detrás de la estación y luego tomamos un pequeño coche de un caballo. Pasé tres días allí, y ya desde el primero sentí un gran dolor al saber que tenía que volver a dejar a Peter. Lo amé tanto esos días, estar junto a él fue para mí una fortuna. Hubiera querido abrazarlo todo mientras caminábamos, como lo hacía nuestro padre. Por la noche lloraba, lo extrañaba y sufría como si ya estuviera lejos. Él se me presentaba perfecto en su simple, infantil e ingenua amabilidad, con su bonita y delicada sonrisa. Su trato con los animales, su angosta habitación en la planta alta, su ropa de trabajo, la guadaña, su pipa, su bailar con las muchachas, cuando nos recostamos sobre una montaña de paja. Luego me fui y no podía alegrarme de volver a ver a Hans, con quien me encontraría en unos días.
19.11.1912
¡Querido muchacho!… Hoy Peter no pudo escribir… Se quedó sentado leyendo Despertar de primavera. Me llevé el libro para leerl...

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