La clínica psicomotriz
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La clínica psicomotriz

El cuerpo en el lenguaje

Esteban Levin

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El cuerpo en el lenguaje

Esteban Levin

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La psicomotricidad es un punto de encuentro entre la realidad neuromotora del desarrollo y la constitución subjetiva, a través de la realización en acto de una experiencia significante cuya travesía deja huellas que historizan cada subjetividad. En el campo psicomotor es esencial la realización del gesto como experiencia fundante de la subjetividad. La gestualidad permite que los niños se emancipen del órgano carnal y los introduce en un mundo imaginario (pleno de imágenes para reflejarse, atravesar y refractarse), simbólico (conformado por la legalidad del lenguaje y la cultura) y real (en tanto límite y causa de la experiencia).

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Informazioni

Editore
Noveduc
Anno
2021
ISBN
9789875388406
Edizione
1
Argomento
Psicologia

Capítulo 1

HISTORIA DE LA PSICOMOTRICIDAD
En el devenir histórico, diferentes sucesos van modificando y haciendo más compleja una práctica que tiene como eje central el movimiento y el cuerpo de un sujeto deseante.
En la Argentina, la influencia de la psicomotricidad europea (especialmente la francesa) fue delineando una práctica en la que la utilización de los gestos, los movimientos y el cuerpo, no solo en el ámbito clínico sino también en el campo educativo, fue conquistando numerosos adeptos.
Es necesario, entonces, realizar un sucinto análisis histórico para marcar los diferentes puntos de apoyatura teórica que fundamentan e influyen en el “campo psicomotor” y que nos abren nuevos interrogantes acerca de nuestra tarea.
Históricamente, el término “psicomotricidad” aparece a partir del discurso médico, más precisamente neurológico, cuando, a fines del siglo XIX, fue necesario nombrar las zonas de la corteza cerebral situadas más allá de las regiones “motoras”.
Sin embargo, la historia de la psicomotricidad (en realidad, su “prehistoria”) comienza desde que el hombre es humano, es decir, desde que el hombre habla, ya que a partir de ese instante hablará de su cuerpo.
No es el hombre el que constituye lo simbólico, sino que es lo simbólico lo que constituye al hombre. Cuando el hombre entra en el mundo, entra en lo simbólico que está ya allí. Y no puede ser hombre si no entra en lo simbólico (Barthes, 1983).
El recorrido histórico de este cuerpo discursivo y simbólico (eje del campo psicomotor) está marcado por las diferentes concepciones acerca del cuerpo que el hombre va construyendo a lo largo de la historia.
Deberíamos tener en cuenta que la palabra “cuerpo” proviene, por un lado, del sánscrito garbhas, que significa embrión; por otro, del griego karpós, que quiere decir fruto, simiente, envoltura y, por último, del latín corpus, que significa tejido de miembros, envoltura del alma, embrión del espíritu.
Si bien la psicomotricidad se desarrolla en el siglo XX como una práctica independiente, tiene su nacimiento allí donde el cuerpo deja de ser pura carne para transformarse en un cuerpo hablado.
La historia de la psicomotricidad es solidaria de la historia del cuerpo. A lo largo de la misma se fueron registrando preguntas tales como de qué modo decodificar; cómo explicar las emociones, las sensaciones del cuerpo; cuál es la relación entre el cuerpo y el alma y por qué diferenciarlos.
Históricamente surgieron respuestas diferentes. Desde una vertiente artística, como los espectáculos griegos de la época clásica (el ditirambo, el drama satírico, la tragedia y la comedia) “donde se manifiesta la libertad de transformar su cuerpo en órgano del espíritu” (Barthes, 1986), hasta las respuestas filosóficas como la de Platón, que considera al cuerpo como el lugar transitorio de la existencia en el mundo de un alma inmortal.
En el siglo XVII, Descartes (1979, p. 84) establece “principios fundamentales” a partir de los cuales se acentúa la dicotomía: el cuerpo, “que solo es una cosa externa que no piensa”, y el alma, sustancia pensante por excelencia, que “no participa de nada de aquello que pertenece al cuerpo”.
El dualismo cartesiano se radicaliza y se formula de la siguiente manera: “Es evidente que yo, mi alma, por la cual soy lo que soy, es completa y verdaderamente distinta de mi cuerpo, y puede ser o existir sin él”. Sin embargo, en la misma meditación metafísica no hay “duda” de que esta “verdad” duda de sí misma:
La naturaleza me enseñó también por esas sensaciones de dolor, de hambre, de sed, etcétera, que no habito mi cuerpo, sino que estoy unido a él tan estrechamente y de tal modo confundido y mezclado con mi cuerpo, que componemos un todo. Si así no fuera, cuando mi cuerpo está herido no sentiría yo dolor, puesto que soy una cosa que piensa, y percibiría la herida únicamente por el entendimiento, como el piloto percibe por su vista el desperfecto de su barco; cuando mi cuerpo necesita comer o beber, me limitaría a conocerlo simplemente, hasta sin ser advertido por las confusas sensaciones del hambre y de la sed, porque estas sensaciones, no son, en efecto, más que ciertas maneras confusas de pensar, que dependen y provienen de la unión y como mezcla del espíritu y el cuerpo (Descartes, 1979, p. 85).
Por lo tanto, el dualismo cuerpo-alma marca, por un lado, la separación, pero, al mismo tiempo y contradictoriamente, su unión. Separaciones y uniones que se continúan y articulan a lo largo de la historia, intentando encontrar explicaciones del cuerpo y del “alma” del sujeto.
Ya en el siglo XIX, con el desarrollo y los descubrimientos de la neurofisiología, comienza a constatarse que hay disfunciones graves, sin que el cerebro se encuentre lesionado, o bien sin que la lesión se halle localizada claramente.
Se descubren “disturbios de la actividad gestual”, “de la actividad práxica” (Le Camus, 1986), sin que anatómicamente estén circunscriptos a un área o porción del sistema nervioso. Por lo tanto, el “esquema estático” “anátomo-clínico”, que determinaba para cada síntoma su correspondiente lesión focal, no podía ya explicar algunos fenómenos patológicos. Justamente, es la necesidad médica de encontrar un área que explique ciertos fenómenos clínicos la que nombra por vez primera la palabra psicomotricidad, en el año 1870.
Las primeras investigaciones que dan origen al campo psicomotor corresponden a un enfoque eminentemente neurológico. Dupré afirma que:
En una serie de trabajos, describí, bajo el nombre de síndrome de debilidad motriz, un estado patológico congénito de la motilidad, a menudo hereditario y familiar, caracterizado por la exageración de los reflejos tendinosos, la perturbación del reflejo de la planta del pie, la sincinesia, la torpeza de los movimientos voluntarios, y finalmente por una variedad de hipertonía muscular difusa en relación con los movimientos intencionales y que tienen a la imposibilidad de realizar voluntariamente la resolución muscular. Propuse para designar este último problema el término de paratonía. Casi todos los sujetos paratónicos son poco aptos para la ejecución de movimientos delicados, complicados o rápidos. Se muestran en la vida cotidiana inhábiles, torpes, desmañados, como se dice (Dupré y Mercklen, 1909).
Es Dupré, entonces, quien, en 1909, a partir de sus estudios clínicos, define el síndrome de debilidad motriz, compuesto de sincinesias, paratonías e inhabilidades, sin que sean atribuibles a un daño o lesión extrapiramidal. La figura de Dupré es de fundamental importancia para el ámbito psicomotor, ya que es él quien afirma la independencia de la debilidad motriz (antecedente del síntoma psicomotor) de un posible correlato neurológico. Este neurólogo francés rompe con los presupuestos de la correspondencia biunívoca entre la localización neurológica y las perturbaciones motrices de la infancia.
Como señala Bergès (1988): “Es de este modo que la psicomotricidad se separó progresivamente de la neuropsicopatología del movimiento”, si bien Dupré establece cierta correspondencia entre la debilidad motriz y la debilidad mental:
Es natural observar la insuficiencia del desenvolvimiento del cerebro motor y de sus dependencias en los individuos que presentan, al mismo tiempo, insuficiencia en el desenvolvimiento del cerebro psíquico. Por eso se constata frecuentemente la asociación de la debilidad motriz con la debilidad mental (Dupré y Mercklen, 1909, citado por Le Camus, 1986).
También puntualiza la diferencia y la no correspondencia entre la debilidad mental y la debilidad motriz. Remito para ello al Seminario dictado por Bergès en Buenos Aires:
Lo que él [Dupré] puso sobre el tapete, lo que discutió y criticó con este título, es que se podía ser torpe sin ser idiota. E inicialmente el “psico” de psicomotricidad es de ahí que toma su fuente. La fuente está en la diferencia establecida por Dupré entre la cognición y la motricidad (Bergès, 1988).
Henry Wallon, en 1925, se ocupa del movimiento humano y le da una categoría fundante como instrumento en la construcción del psiquismo. Como señala Jean Le Camus, Wallon estudia la relación entre motricidad y carácter, a diferencia de Dupré, que correlaciona la motricidad con la inteligencia. Esta diferencia le permite a Wallon relacionar el movimiento con lo afectivo, lo emocional, el medio ambiente y los hábitos del niño. Así, para este autor, el conocimiento, la conciencia y el desarrollo general de la personalidad no pueden ser aislados de las emociones.
Estas primeras relaciones de similitudes y diferencias entre la debilidad motriz y la debilidad mental, más el aporte de Wallon, en tanto acción recíproca entre movimiento, emoción, individuo y medio ambiente, delinean un primer momento del campo psicomotor: es el momento del “paralelismo” y, por lo tanto, de la relación (intento de superación del dualismo cartesiano) entre el cuerpo expresado básicamente en el movimiento y la mente expresada en el desarrollo intelectual y emocional del individuo.
La práctica psicomotriz empieza con Edouard Guilmain en 1935, que establece, continuando las perspectivas teóricas que abrió Wallon, un examen psicomotor: “El examen psicomotor no tiene un simple estatuto de instrumento de medida, sino también de medio de diagnóstico, indicación terapéutica y pronóstico. En este registro Guilmain figura como un innovador” (Le Camus, 1986, p. 26).
Guilmain determina un nuevo método de trabajo: la reeducación psicomotriz, que establece, por medio de distintas técnicas (provenientes de la neuropsiquiatría infantil), un modelo de ejercitaciones: ejercicios para reeducar la actividad tónica (ejercicios de mímica, de actitudes y de equilibrios), la actividad de relación y el control motor (ejercicios rítmicos, de coordinación y habilidad motriz, y ejercicios tendientes a disminuir sincinesias).
Este primer acercamiento “práctico” entre la conducta psicomotriz y el carácter del niño fue utilizado posteriormente como modelo para distintas reeducaciones pedagógicas y psicomotrices (como, por ejemplo, aquí en la Argentina, la línea teórica que sustenta Dalila Molina de Costallat).
Parece situarse allí un punto de origen clínico pedagógico de la práctica psicomotriz, sustentado básicamente en la neurología infantil y en las ideas wallonianas, que Guilmain intenta llevar a la práctica por medio de ejercitaciones para niños inestables, torpes o débiles motores, es decir, niños que presentan un déficit en su funcionamiento motor y que, por lo tanto, no manejan eficazmente su cuerpo, lo que ocasiona una serie de problemas en su entorno social.
En este primer momento de la práctica psicomotriz se establece una correlación entre la debilidad mental y la debilidad motriz, entre el carácter y la actividad cinética, en donde la disfunción motriz ocupa el lugar preponderante, juntamente con el déficit instrumental.
En 1947-48, De Ajuriaguerra y Diatkine redefinen el concepto de debilidad motriz y la consideran como un síndrome con sus propias particularidades. De Ajuriaguerra y Soubiran acentúan estas concepciones en una carta a la Escuela Francesa de Terapia Psicomotora, en el año 1960.
Es De Ajuriaguerra quien, en su Manual de psiquiatría infantil, delimita con claridad los trastornos psicomotores, “que oscilan entre lo neurológico y lo psiquiátrico”. Ubica entonces en esta oscilación los trastornos propiamente psicomotores y, dentro de ellos:
(...) entrarán ciertas formas de debilidad motriz, en el más definido sentido de la palabra, las inestabilidades e inhibiciones psicomotoras, ciertas torpezas de origen emocional o causadas por trastornos de lateralización, dispraxias evolutivas, ciertas disfragias, tics, tartamudeos, etcétera. (…) El objetivo de una terapéutica psicomotora será no solo modificar el fondo tónico (sincinesias o cualquier tipo de actos) e influir en la habilidad, la posición y la rapidez, sino sobre la organización del sistema corporal, modificando el cuerpo en conjunto, el modo de percibir y de aprehender las aferencias emocionales (De Ajuriaguerra, 1984, p. 238).
Con estos nuevos aportes, la psicomotricidad se diferencia de otras disciplinas y adquiere su propia especificidad y autonomía. Se perfecciona el examen o balance psicomotor, con sus pruebas respectivas (control motor, tónico, estructuración del espacio, del ritmo, de las coordinaciones, habilidad motriz) y se establece un método y un diagnóstico destinados a delimitar el trastorno psicomotor y sus características, y a orientar las modalidades de intervención del terapeuta. Así, se establece un examen psicomotor tipo y una programación de sesiones de acuerdo con las categorías de los disturbios motores que el sujeto presenta:
En este sentido, al hablar de terapéuticas psicomotoras, nos referimos no solo a terapéuticas puramente motrices, sino también al cambio psicomotor funcional evolutivo (De Ajuriaguerra, 1984).
Ya en la década del 70, distintos autores (Bergès, Diatkine, Jolivet, Launay, Lebovici) definen la psicomotricidad como “una motricidad en relación” (De Ajuriaguerra, 1984).
Comienza a delimitarse una diferencia entre una postura reeducativa y una terapéutica que, al despreocuparse de la técnica instrumentalista y al ocuparse del cuerpo en su “globalidad” (concepto del que nos ocuparemos más adelante), va dándole progresivamente mayor importancia a la relación, la afectividad, lo emocional.
Es por esta vía que varios autores del psicoanálisis comienzan a ser citados. Así, Freud, Melanie Klein, Winnicott, Reich, Schilder, Lacan, Mannoni, Dolto y Sami Ali, entre otros, son tomados desde esta preocupación que se les plantea a los psicomotricistas, de un modo fragmentario, en apoyo de sus hipótesis sobre la vida emotiva y afectiva. Lapierre y Aucoutourier delinean sus posturas y, para la misma época (1977), Sami Ali propone un esbozo de una teoría psicoanalítica de la psicomotricidad.
Entonces, con el aporte del psicoanálisis se introducen en los últimos quince años diferentes conceptos (lo inconsciente, la transferencia, la imagen corporal, etcétera). Conceptos que marcan un viraje en las perspectivas clínico-teóricas del campo psicomotor.
La clínica psicomotriz en la Argentina tiene una sucinta historia que es preciso recorrer brevemente para que, incluidos en ella, podamos redimensionar nuestra propia práctica clínica.
Los orígenes de la psicomotricidad en nuestro país se relacionan estrechamente con la creación de los primeros institutos de reeducación para deficientes mentales de diversos grados. Uno de los primeros fue fundado en 1946/47 por la ...

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