Por qué estamos polarizados
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Por qué estamos polarizados

Ezra Klein, Antonio M. Jaime

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Ezra Klein, Antonio M. Jaime

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«El sistema político estadounidense —que incluye a todos, desde los votantes a los periodistas y al presidente— está lleno de actores racionales que toman decisiones racionales en función de los incentivos a los que se enfrentan», escribe el analista político Ezra Klein. «Somos una colección de partes funcionales cuyos esfuerzos se combinan en un todo disfuncional».En este libro, Klein revela las fuerzas estructurales y psicológicas detrás del descenso de Estados Unidos a la división y la disfunción generalizada y propone un marco claro para comprender todo, desde el ascenso de Trump hasta el giro hacia la izquierda del Partido Demócrata y la politización de la cultura cotidiana.Estados Unidos está polarizado, sobre todo, por la identidad. Todos los participantes en la política estadounidense están involucrados en algún nivel en políticas de identidad.Durante los últimos cincuenta años, las identidades partidistas se han fusionado con las identidades raciales, religiosas, geográficas, ideológicas y culturales, y estas fusiones han alcanzado un peso que influye demasiado en la política estadounidense y rompe los lazos que lo mantienen unido.Klein expone cómo y por qué la política estadounidense se ha polarizado en torno a la identidad en el siglo xx y lo que esa polarización ha provocado en la forma en que vemos el mundo y a nosotros mismos. Pero también rastrea los circuitos de retroalimentación entre ciertas identidades e instituciones políticas polarizadas que están conduciendo nuestro sistema hacia la crisis.

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Informazioni

05
La amenaza
demográfica
En 2008, Barack Obama planteó el cambio como guía y a esta palabra añadió otra que canalizaba todo lo que su joven y diversa coalición veía en su ascenso y recién descubierto poder político: «esperanza». Un Estados Unidos que elegía como presidente a un hombre negro era un Estados Unidos en el que se estaba escribiendo un futuro que era estremecedoramente diferente de nuestro pasado.
En 2016, Donald Trump utilizaba la misma sensación de cambio como amenaza; él era la voz revanchista de aquellos que anhelaban hacer Estados Unidos de la manera que era antes, para lograr que fuera «grande nuevamente». Ese fue el impulso que conectaba el muro para mantener alejados a los mexicanos, las restricciones para alejar a los musulmanes, el birtherism (destinado a demostrar que Obama no podía ser un presidente legítimo).[147] Un Estados Unidos que elegía como presidente a Trump era un Estados Unidos en el que se estaba escribiendo un futuro que podía leerse de manera estremecedoramente similar a nuestro pasado.
Este es el núcleo de la escisión de nuestra política, que refleja una tendencia definitoria de nuestra época: Estados Unidos está cambiando y rápido. De acuerdo con la Oficina del Censo, 2013 fue el primer año en que la mayoría de los menores de un año de Estados Unidos eran no blancos.[148] El anuncio, realizado durante el segundo mandato del primer presidente afroamericano de la nación, no fue una sorpresa. Los demógrafos habían estado prediciendo este punto de inflexión durante años y prevén más para el futuro.
El Gobierno pronostica que en 2030 la inmigración superará a los nuevos nacimientos como factor dominante en el crecimiento de población. Cerca de quince años después de que Estados Unidos entre en la fase en que las minorías sean mayoría, por primera vez en la historia de la nación los blancos no hispanos no serán la mayoría de la población.[149]
Este momento llegará, en parte, porque se espera que crezca la población de negros, hispanos, asiáticos y mestizos de Estados Unidos —de hecho, se prevé que la población de hispanos y la de asiáticos más o menos se doblen para 2060 y la mestiza se triplique—. Mientras tanto, la población blanca no hispana se espera únicamente que caiga y pase de 199 millones en 2020 a 179 millones en 2060. La Oficina del Censo no escatima palabras aquí: «El único grupo que proyecta reducir su tamaño es el de la población blanca no hispana».[150]
Esta no es solo una declaración sobre el futuro; es una descripción del presente. El economista Jed Kolko señala que la edad más común para los estadounidenses blancos es cincuenta y ocho años, para los asiáticos es veintinueve, para los afroamericanos es veintisiete y para los hispanos es once.[151] Un informe del Laboratorio Aplicado de la Población de la Universidad de Wisconsin-Madison encontró que los nacimientos de blancos son ahora superados en número por las defunciones de blancos en veintiséis estados, lo que supone un aumento respecto a los diecisiete estados de 2014 y los cuatro de 2004.[152]
Mientras tanto, se estima que la población nacida en el extranjero en Estados Unidos aumentará del 14 por ciento de la población actual al 17 por ciento en 2060, más de dos puntos porcentuales por encima del récord establecido en 1890. El aumento ha sido asombrosamente rápido: en la década de los setenta, la población estadounidense nacida en el extranjero era inferior al 5 por ciento.
Las dinámicas de género del país también están cambiando. Hillary Clinton no fue solo la primera candidata presidencial en ganar el voto popular, sino que también fue la primera en ser nominada por un partido político importante. Las mujeres ahora representan el 56 por ciento de los estudiantes universitarios[153] y tienen ocho puntos porcentuales más de probabilidades que los hombres de haber obtenido un grado universitario a los veintinueve años.[154]
En 2018, por primera vez, los estadounidenses que decían «no tener religión» superaron a los católicos y evangélicos como la opción más habitual en la pregunta sobre religión de la Encuesta Social General.[155] Diferentes formas de agrupar las confesiones religiosas dan diferentes perspectivas sobre el declive de la religión organizada en Estados Unidos. La Encuesta Social General, por ejemplo, contempla a los protestantes de la línea principal y a los protestantes evangélicos por separado. Pero, en The End of White Christian America, Robert Jones, el director ejecutivo y fundador del Public Religion Research Institute, estima que los no pertenecientes a ninguna religión superarán a todos los protestantes en 2051; «algo que habría sido inimaginable tan solo hace unas décadas», afirma.[156]
Estas categorías demográficas interactúan de forma importante. Jones, por ejemplo, sostiene que la cultura dominante en Estados Unidos ha sido blanca y cristiana. El poder, no menos que la opresión, es interseccional. Sin embargo, visto a través de esa perspectiva, el punto de inflexión ya ha tenido lugar. Cuando Obama asumió el cargo, el 54 por ciento del país era blanco y cristiano. En las elecciones de 2016, esa proporción había caído al 43 por ciento. Para ponerlo más crudamente incluso, aproximadamente 7 de cada 10 ancianos son blancos cristianos, frente a menos de 3 de cada 10 jóvenes adultos —una tendencia impulsada no solo por el cambio demográfico, sino por un menor número de personas jóvenes que se identifican como cristianas—. «Estos cambios son lo suficientemente grandes como para que se noten y lo suficientemente rápidos como para que se noten», dice Jones.[157]
Los demógrafos pueden estar en desacuerdo (y lo están) acerca de si estas proyecciones se van a mantener en el futuro. Quizá los hispanos blancos empiecen a identificarse simplemente como blancos en los próximos años, de la misma forma que los irlandeses se convirtieron en blancos en el siglo XX. La raza es un constructo y reconstruimos sus categorías continuamente. Pero eso solo quiere decir que a menudo es nuestra percepción de la raza y el poder lo que importa. Y nuestra percepción del cambio demográfico supera incluso la realidad: en 2013, el Centro para el Progreso Americano, PolicyLink, Latino Decisions y la Fundación Rockefeller encuestaron a los estadounidenses y encontraron que el encuestado medio creía que el 49 por ciento del país era no blanco; la respuesta correcta era el 37 por ciento.
Me pasé meses hablando con políticos, psicólogos sociales y politólogos sobre lo que ocurre en momentos ...

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