Klara y el Sol
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Klara y el Sol

Kazuo Ishiguro, Mauricio Bach

  1. 384 pagine
  2. Spanish
  3. ePUB (disponibile sull'app)
  4. Disponibile su iOS e Android
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Klara y el Sol

Kazuo Ishiguro, Mauricio Bach

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La esperada novela de Kazuo Ishiguro tras el Premio Nobel. Una historia de ciencia ficción que indaga en lo que nos hace humanos.

Klara es una AA, una Amiga Artificial, especializada en el cuidado de niños. Pasa sus días en una tienda, esperando a que alguien la adquiera y se la lleve a una casa, un hogar. Mientras espera, contempla el exterior desde el escaparate. Observa a los transeúntes, sus actitudes, sus gestos, su modo de caminar, y es testigo de algunos episodios que no acaba de entender, como una extraña pelea entre dos taxistas. Klara es una AA singular, es más observadora y más dada a hacerse preguntas que la mayoría de sus congéneres. Y, como sus compañeros, necesita del Sol para alimentarse, para cargarse de energía...

¿Qué le espera en el mundo exterior cuando salga de la tienda y se vaya a vivir con una familia? ¿Comprende bien los comportamientos, los repentinos cambios de humor, las emociones, los sentimientos de los humanos?

Esta es la primera novela de Kazuo Ishiguro tras ser galardonado con el Premio Nobel. En ella vuelve a jugar con la ciencia ficción, como ya hizo en Nunca me abandones, y nos regala una deslumbrante parábola sobre nuestro mundo, como también ofreció en El gigante enterrado. Emergen en estas páginas su más que probada potencia fabuladora, la exquisitez de su prosa rebosante de matices y esa capacidad única para explorar la esencia del ser humano y lanzar preguntas turbadoras: ¿qué es lo que nos define como personas? ¿Cuál es nuestro papel en el mundo? ¿Qué es el amor?...

Narrada por la curiosa e inquisitiva Klara, un ser artificial que se hace preguntas muy humanas, la novela es un deslumbrante tour de force en el que Ishiguro vuelve a emocionarnos y a abordar temas de calado que pocos narradores contemporáneos osan afrontar.

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Informazioni

Anno
2021
ISBN
9788433942630

Cuarta parte

El Apartamento del Amigo estaba en una casa adosada. Desde la ventana de la Sala Principal se veían casas similares en la acera de enfrente. Había seis de ellas en fila, cada una con la fachada pintada de un color un poco diferente, para evitar que los residentes subieran por la escalera equivocada y, por error, entrasen en la casa del vecino.
Lo comenté en voz alta para que me oyera Josie, cuarenta minutos antes de que saliéramos para ir a ver al hombre del retrato, el señor Capaldi. Josie estaba tumbada en el sofá de cuero a mi espalda, leyendo un libro de bolsillo que había cogido de los estantes negros. Tenía manchas de Sol sobre las rodillas flexionadas y estaba tan abstraída en la lectura que emitió un vago murmullo por toda respuesta. Yo estaba encantada de que hubiera empezado a leer, porque hasta ese momento se iba poniendo cada vez más nerviosa por la espera. Se relajó bastante cuando me coloqué delante de la triple ventana, porque sabía que la avisaría en cuanto viera aparecer el taxi del Padre.
También la Madre estaba tensa, aunque no sabría decir si por la visita en ciernes al señor Capaldi o por la inminente llegada del Padre. Había salido de la Sala Principal hacía un rato y la oía hablar por teléfono en la habitación contigua. Podía haber escuchado lo que decía pegando la cabeza a la pared, y llegué a planteármelo, dada la posibilidad de que estuviera hablando con el señor Capaldi. Pero consideré que eso pondría todavía más nerviosa a Josie y, en cualquier caso, pensé que lo más probable era que estuviera hablando con el Padre para darle indicaciones.
En cuanto comprendí que Josie quería que la avisase de la llegada del taxi del Padre, dejé de lado mis planes de estudiar mejor el Apartamento del Amigo y me concentré en la vista de la calle desde la triple ventana. No me importaba encargarme de esta tarea, sobre todo porque podía darse la casualidad de que la Máquina Cootings apareciese por allí, y aunque no pudiera ponerme a perseguirla, verla pasar ya sería un importante paso adelante.
Pero para entonces ya tenía claro que las posibilidades de que la Máquina Cootings pasara por delante del Apartamento del Amigo eran mínimas. Antes, camino de la ciudad, me había sentido muy esperanzada, porque, cuando atravesábamos las afueras, pasamos junto a un montón de obreros que estaban reparando las calles, e incluso donde no se veía a ninguno de ellos trabajando, sí había vallas que cortaban algunas calles. Fue entonces cuando empecé a pensar que la Máquina Cootings aparecería en cualquier momento. Pero, pese a que no dejaba de mirar por la ventanilla y por dos veces pasamos junto a otro tipo de maquinaria, nunca apareció. Después el ritmo del tráfico se ralentizó y cada vez se veían menos obreros. La Madre y la señora Helen, que iban en los asientos delanteros, conversaban con su habitual tono relajado, mientras Josie y Rick, a mi lado en la parte trasera, iban señalando cosas por la ventanilla y chismorreaban en voz baja. De vez en cuando, uno le daba un codazo al otro cuando pasábamos ante algo y se reían los dos, sin decirse nada. Pasamos por un parque lleno de flores rosas, después por un edificio en el que había un cartel que decía «Prohibido aparcar excepto camiones», y en la parte delantera la señora Helen y la Madre también se reían, aunque había cautela en sus voces. «Sé firme con él, Chrissie», dijo la señora Helen. Después aparecieron carteles en chino y bicicletas atadas a postes, al poco rato empezó a llover –aunque el Sol trataba de no desaparecery surgieron parejas con paraguas y turistas con revistas en la cabeza, y vi a un AA corriendo a refugiarse detrás de su adolescente. «Rick, esto es ridículo», dijo Josie sobre algo, y se rió entre dientes. Dejó de llover cuando llegamos a una calle con edificios tan altos que las aceras a ambos lados estaban en sombra y había hombres en camiseta interior sentados en los escalones de la entrada hablando y mirándonos mientras pasábamos. «En serio, Chrissie, por favor, déjanos donde sea», decía la señora Helen. «Ya os hemos hecho desviaros demasiado de vuestra ruta.» Vi dos edificios grises uno al lado del otro que no tenían la misma altura, y alguien había hecho un dibujo en la pared del más alto, allí donde superaba al otro, tal vez para hacer que su discrepancia resultara menos embarazosa. Mi mente se llenaba de felicidad cada vez que veía una señal de prohibido aparcar, aunque estas eran un poco diferentes de las que había cerca de nuestra tienda. Josie se inclinó hacia delante e hizo un comentario que provocó las risas de las dos adultas. «Entonces nos vemos con vosotros mañana en el restaurante de sushi», le dijo la Madre a la señora Helen. «Está justo al lado del teatro. No tiene pérdida.» Y la señora Helen replicó: «Gracias, Chrissie. Seguro que me será de gran ayuda. Y a Rick también.» Cruzamos una plaza con una fuente y un parque lleno de hojas donde vi a otros dos AA, y después nos metimos una calle muy concurrida con edificios altos.
–Llega tarde –dijo Josie desde el sofá, y oí el suave golpe del libro de bolsillo al aterrizar sobre la alfombra–. Pero supongo que no es inusual.
Me di cuenta de que intentaba bromear con el tema, de modo que me reí y dije:
–Pero estoy segura de que está ansioso por volver a ver a Josie. Debes recordar lo lento que avanzaba el tráfico cuando veníamos hacia aquí. Es probable que ahora suceda lo mismo.
–Papá nunca llega a los sitios puntual. Y encima mamá le ha prometido pagarle el taxi. Pero, vale, voy a olvidarme de estas cosas por un rato, porque él no se merece que yo ande preocupándome.
Se inclinó para recoger el libro del suelo y yo me volví para seguir mirando por la triple ventana. La vista de la calle desde el Apartamento del Amigo era muy diferente de la que teníamos desde la tienda. Aquí apenas se veían taxis, pero en cambio pasaban a toda velocidad otro tipo de coches –de todos los tamaños, formas y colores– que se detenían al fondo de la calle, a mi izquierda, ante un semáforo. Se veían menos corredores y turistas, pero más caminantes con auriculares, y también más ciclistas, algunos de los cuales llevaban objetos en una mano y sostenían el manillar con la otra. En cierto momento, no mucho después del comentario de Josie sobre la tardanza del Padre, pasó un ciclista que llevaba bajo el brazo un tablón grande con forma de pájaro aplastado y temí que el viento golpeara el tablón y le hiciera perder el equilibrio. Pero el ciclista era habilidoso y fue sorteando los coches hasta situarse delante, justo debajo del semáforo colgante.
La voz de la Madre en la habitación contigua sonaba cada vez más nerviosa y yo era consciente de que Josie la oía, pero cuando me volví para mirarla, parecía seguir ensimismada en la lectura de su libro. Por la calle pasó una mujer precedida por su perro, después una furgoneta con un cartel en el lateral en el que se leía «Cafetería Gio» y por fin un taxi se detuvo justo delante de la casa. La Sala Principal estaba por encima del nivel de la calle, de modo que no podía ver el interior del taxi, pero la voz de la Madre dejó de oírse y tuve la certeza de que por fin había llegado el Padre.
–Josie, ya está aquí.
En un primer momento, siguió leyendo. Después soltó un profundo suspiro, se sentó y de nuevo dejó caer el libro en la alfombra.
–Seguro que pensarás que es un cretino –dijo–. Mucha gente lo considera un cretino. Pero en realidad es superenrollado. Solo hay que darle una oportunidad.
Vi emerger del taxi una silueta alta y encorvada envuelta en una gabardina gris y que cargaba con una bolsa de papel. Alzó la mirada dubitativo hacia nuestra casa pareada; supongo que tenía dudas sobre cuál de ellas era, porque todas, a un lado y a otro de la calle, eran muy similares. Seguía sosteniendo con cuidado la bolsa de papel, con la actitud con la que la gente lleva en brazos a un perrito agotado que ya no puede caminar más. Eligió la escalera correcta y tal vez incluso me vio, aunque yo me aparté de la ventana en cuanto avisé a Josie de su llegada. Supuse que la Madre vendría a la Sala Principal y se oyeron sus pasos, pero se quedó en el pasillo. Durante lo que pareció una eternidad, Josie y yo –y la Madre en el pasillo– esperamos en silencio. Por fin sonó el timbre y oímos de nuevo los pasos de la Madre y después las voces de ambos.
Hablaban en voz baja. La puerta entre el pasillo y la Sala Principal estaba entreabierta y Josie y yo –ambas de pie en el centro de la habitación– observábamos con atención a la espera de alguna señal. De pronto entró el Padre, ya sin la gabardina, pero todavía sosteniendo con ambas manos la bolsa de papel. Llevaba una elegante americana propia de un cargo directivo, pero debajo asomaba un gastado jersey marrón que le llegaba hasta la barbilla.
–¡Hola, Josie! ¡Mi animalito favorito!
Por sus gestos estaba claro que quería abrazar a Josie, y miró a su alrededor en busca de un sitio en el que dejar la bolsa de papel, pero Josie se le acercó y se abrazó a él, bolsa de papel incluida. Mientras recibía ese saludo de su hija, él paseó la mirada por la habitación y se fijó en mí. Acto seguido, apartó la mirada, cerró los ojos y apoyó la mejilla en la cabeza de Josie. Permanecieron así durante un rato, muy quietos, sin siquiera balancearse un poco tal como a veces hacían la Madre y Josie en sus despedidas matutinas.
La Madre también permanecía inmóvil, un poco apartada de ellos, con una estantería negra detrás de cada uno de sus hombros y el rostro serio mientras los observaba. El abrazo continuaba, y cuando volví a mirar a la Madre, la habitación se había fragmentado en bloques y sus ojos de mirada penetrante se repetían en un bloque tras otro, y en unos bloques miraban a Josie y el Padre y en otros me miraban a mí.
Por fin ellos se separaron y el Padre sonrió y alzó la bolsa de papel, como si necesitase llenar sus pulmones de oxígeno.
–Toma, animalito –le dijo a Josie–. Te he traído mi última creación.
Le tendió la bolsa a Josie, sosteniéndola por la parte inferior hasta que ella la cogió, y se sentaron juntos en el sofá para ver qué había dentro. En lugar de sacar lo que fuera que contuviese, Josie rompió el papel por los lados hasta revelar un pequeño espejo circular de aspecto tosco montado sobre un diminuto soporte. Lo depositó sobre una de sus rodillas y preguntó:
–Papa, ¿qué es esto? ¿Es para maquillarse?
–Si quieres... Pero no lo estás mirando bien. Vuelve a mirarlo.
–¡Guau! Es sensacional. ¿Qué está pasando?
–¿No resulta extraño que todos nos conformemos con tanta facilidad? ¿Con todos esos espejos que nos devuelven una imagen incorrecta? Este te muestra tal cual eres de verdad. Y no es más pesado que otros espejos de mano.
–¡Es genial! ¿Lo has inventado tú?
–Me gustaría poder decir que sí, pero el auténtico mérito es de mi amigo Benjamin, otro de los miembros de la comunidad. Vino con la idea, pero no sabía cómo materializarla. Así que yo me encargué de esa parte. Está recién salido del horno, solo hace una semana que lo hemos terminado. ¿Qué te parece, Josie?
–Guau, es una obra maestra. A partir de ahora, me voy a mirar la cara en público a todas horas. ¡Gracias! Eres un genio. ¿Funciona con baterías?
El Padre y Josie siguieron hablando del espejo y ocasionalmente intercalaban bromitas como si fuera la primera vez que se veían. Sus hombros se tocaban y, mientras hablaban, a menudo los entrechocaban. Yo permanecí de pie en mitad de la habitación y el Padre de cuando en cuando me miraba, y yo esperaba que en algún momento Josie nos presentara. Pero la llegada del Padre le había provocado una gran excitación y siguió hablando atropelladamente con él hasta que el Padre dejó de lanzarme miradas.
–Papá, estoy segura de que mi nuevo profesor de física no sabe ni la mitad de lo que sabes tú. Y además es un tipo raro. Si no fuera porque tiene un montón de títulos, la verdad es que diría: mamá, tenemos que hacer que detengan a este tío. No, no, no te asustes, no se ha comportado de manera impropia. Es solo que resulta evidente que está preparando algo en su cobertizo para hacernos volar a todos por los aires. Eh, ¿cómo tienes la rodilla?
–Oh, está mucho mejor, gracias. De hecho, ya está bien.
–¿Te acuerdas de aquella galleta que te comiste la última vez que salimos juntos? ¿La que parecía el presidente de China?
Pese a que Josie hablaba rápido y sin pausas, yo tenía claro que primero pensaba bien las palabras antes de verbalizarlas. De pronto la Madre –que había salido al pasillo– regresó con el abrigo puesto y la chaqueta gruesa de Josie en la mano. Interrumpió la conversación entre Josie y el Padre y dijo:
–Paul, ven. No has saludado a Klara. Ella...

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Stili delle citazioni per Klara y el Sol

APA 6 Citation

Ishiguro, K. (2021). Klara y el Sol ([edition unavailable]). Editorial Anagrama. Retrieved from https://www.perlego.com/book/3174221/klara-y-el-sol-pdf (Original work published 2021)

Chicago Citation

Ishiguro, Kazuo. (2021) 2021. Klara y El Sol. [Edition unavailable]. Editorial Anagrama. https://www.perlego.com/book/3174221/klara-y-el-sol-pdf.

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Ishiguro, K. (2021) Klara y el Sol. [edition unavailable]. Editorial Anagrama. Available at: https://www.perlego.com/book/3174221/klara-y-el-sol-pdf (Accessed: 15 October 2022).

MLA 7 Citation

Ishiguro, Kazuo. Klara y El Sol. [edition unavailable]. Editorial Anagrama, 2021. Web. 15 Oct. 2022.