Los siete contrastes cromáticos
Se habla de contraste cuando pueden constatarse claras diferencias o intervalos entre dos efectos cromáticos comparables. Cuando esas diferencias llegan al máximo, se habla de contrastes opuestos iguales o polares. Así, grande-pequeño, negro-blanco, frío-cálido son contrastes polares en su grado máximo. Nuestros órganos sensoriales solo pueden percibir mediante la comparación. Una línea nos parecerá larga si al lado hay una corta con la que comparar. La misma línea parece corta si al lado hay otra más larga con la que comparar. Del mismo modo, también los efectos del color pueden aumentar o debilitarse debido a los colores de contraste.
Cuando estudiamos los tipos de efecto característicos de los colores, podemos establecer siete tipos diferentes de efectos de contraste. Son tan diferentes en su legitimidad que cada contraste debe estudiarse en particular. A causa de su carácter particular y su valor constitutivo, cada uno de los siete contrastes resulta tan específico y peculiar en su efecto óptico expresivo y constructivista que podemos reconocer en él todas las posibilidades básicas de configuración de los colores.
Goethe, Bezold, Chevreul y Hölzel subrayaron la importancia de los diferentes contrastes cromáticos. Chevreul escribió toda una obra sobre el “contraste simultáneo”. Hasta hoy no disponíamos de una introducción ilustrativa y elaborada de manera práctica en función de los ejercicios sobre los efectos de los contrastes cromáticos. Precisamente, dicho estudio a fondo constituye una parte importante de mi teoría de los colores.
Los siete contrastes cromáticos son:
Contraste del propio color
Contraste en claroscuro
Contraste frío-cálido
Contraste complementario
Contraste simultáneo
Contraste cualitativo
Contraste cuantitativo
Figs. 4-10. Contraste del color propio
Contraste del propio color
El contraste del propio color es el más sencillo de los siete contrastes cromáticos. No exige demasiado a la visión cromática, porque para representarla se aplican todos los colores puros con su mayor luminosidad.
Así como el negro-blanco expresa el contraste en claroscuro más fuerte, el amarillo, el rojo y el azul dan el contraste más fuerte del propio color (fig. 4). Para representarlo, al menos se necesitan tres colores claramente distantes entre sí. El efecto siempre es multicolor, llamativo, fuerte y decidido. La fuerza del efecto del contraste del propio color disminuye cuanto más se alejan los colores empleados de los tres colores primarios.
Así, los colores naranja, verde y violeta tienen un carácter más débil que el amarillo, el rojo y el azul. El efecto de los colores terciarios es aún menos claro. Cuando los distintos colores están separados entre sí por líneas blancas o negras, su carácter particular resalta mucho más. Con ello se superan ampliamente sus irradiaciones y sus recíprocas influencias. Cada color adquiere un valor efectivo concreto, real. Si el trío amarillo, rojo y azul encierra el contraste más fuerte del propio color, es evidente que todos los colores puros, no quebrantados, pueden formar este contraste cromático tan fuerte (fig. 6).
El contraste del propio color alcanza un buen número de nuevos valores expresivos debido a los cambios de los valores de claroscuro (fig. 7).
Además, las relaciones cuantitativas de los colores pueden sufrir modificaciones. El número de variaciones es muy grande y, en consecuencia, lo son también las posibilidades de diferente expresión. Si en la armonía cromática se incluyen el blanco y el negro como importantes superficies cromáticas cuantitativamente mayores o menores depende del tema y del gusto subjetivo del artista. Como se muestra en las imágenes sobre la realidad y el efecto de los colores, el blanco debilita la fuerza luminosa de los colores y los oscurece. El negro aumenta la fuerza luminosa y hace que los colores parezcan más claros. De este modo, el blanco y el negro se convierten en factores decisivos en la composición cromática (fig. 5).
Los ejercicios también podrían desarrollarse en superficies aleatorias elegidas de manera absolutamente libre. Pero este procedimiento podría traer consigo un mayor peligro. Quien hace el ejercicio empezaría rápidamente a buscar formas en lugar de estudiar las intensidades y las tensiones cromáticas de las manchas. Dibujaría manchas, pero esta pintura que dibuja es enemiga de la creación cromática y debería evitarse a toda costa. Por eso se utilizan para todos los ejercicios formas simples de franjas o tableros de ajedrez.
La fig. 8 muestra un ejercicio en un tablero de ajedrez dividido en amarillo, rojo, azul, blanco y negro. El alumno debe desarrollar los colores en dos direcciones espaciales, con lo que la sensación de tensión cromática de las manchas aumenta.
La fig. 9 muestra colores de máxima luminosidad con claros, oscuros, blanco y negro. Una vez que se ha desarrollado la formación armónica de la fig. 6, el estudiante puede elaborar también una composición con colores de la máxima luminosidad como en la fig. 10.
Cuando se acentúa un color como principal y al resto tan solo se le añaden en pequeñas cantidades para intensificarlo, se dan resultados muy interesantes. Al acentuar un color se aumenta su carácter expresivo. Es recomendable hacer composiciones libres en el correspondiente carácter de contraste después de cada ejercicio geométrico.
Muchos temas de la pintura pueden solucionarse con el contraste del propio color. La vida multicolor, de una fuerza lumínica antiquísima, es la expresión del contraste propio del color. Los colores puros primarios y secundarios tienen siempre un carácter de fuerzas lumínicas cósmicas, primitivas y, al mismo tiempo, de realidades solemnes y materiales. Por eso pueden emplearse lógicamente igual de bien tanto para una coronación celestial como para un bodegón realista.
El contraste del propio color puede encontrarse en el arte popular de los pueblos más diversos. Los bordados multicolor, los trajes populares y las cerámicas son testimonio de la alegría natural ante los efectos cromáticos. En las miniaturas de los libros de la temprana Edad Media, el contraste del propio color se aplicaba en variaciones muy diversas, aunque menos por motivos espirituales que por el placer de su cromatismo decorativo. En las vidrieras también es muy frecuente encontrarlo, su fuerza primigenia se afirma a sí misma frente a la forma plástica de la arquitectura.
Stefan Lochner, Fra Angelico y Sandro Botticelli, entre otros, construyeron sus cuadros sobre el efecto del propio color.
No cabe duda de que el ejemplo más espectacular de su aplicación lógica es La resurrección de Matthias Grünewald. Aquí el contraste despliega su fuerza de expresión más universal.
Incluso en La lamentación sobre Cristo muerto de Botticelli, que está en la Pinacoteca de Múnich, el contraste del propio color permite caracterizar la grandeza universal del proceso. La totalidad cromática simboliza un momento de importancia cósmica tal como un gran acontecimiento universal.
Es posible reconocer que las posibilidades de expresión de cada contraste cromático en sí pueden ser muy diferentes. El contraste del color en sí puede expresar tanto una alegría desbordante como una profunda tristeza, un primitivismo terrenal y una universalidad cósmica.
Entre los pintores modernos, Henri Matisse, Piet Mondrian, Pablo Picasso, Vasili Kandinski, Fernand Léger y Joan Miró ...