ESCRITORAS Y SOCIEDAD
El caso de Lucila Gamero de Medina
Silvana Serafin
(Università degli Studi di Udine)
Siglo XIX: cuando la mujer se asoma a la sociedad
En una época como la del independentismo hispanoamericano, donde el sentido innovador de la literatura se afirma en el ámbito de las ideas y las costumbres, no sorprende que las mujeres hasta entonces arrinconadas en diarios y poesías, se orienten hacia la escritura de obras narrativas como la novela, de fuerte valencia política y social, demostrando su capacidad de participar en los grandes cambios del período. Naturalmente, no todas tienen el ánimo de contrastar los usuales papeles de perfectas dueñas de casas, de mujeres atentas y de madres abnegadas; en pocas palabras, de subvertir los antiguos cánones patriarcales, porque los tiempos de un rescate a lo femenino todavía no están maduros.
Pero cuando emprenden la vía de la ‘desobediencia’, cuando reaccionan a la misma pasividad, ellas entran de hecho en el concepto de ser histórico, adquiriendo conciencia del Yo y su futuro. De aquí la necesidad de contribuir a la realización de una sociedad libre de prejuicios, de ser parte de un momento histórico, facilitada por el despertar político. Según una consolidada tradición, tal período se coloca entre 1810 y 1824, o bien entre la creación de las primeras juntas de gobierno y la batalla de Ayacucho, cuya victoria señala el triunfo militar sobre los ejércitos españoles[124]. Sin embargo, sólo a partir de 1830, cuando con la muerte de Simón Bolívar se disuelve la Gran Colombia – creada en 1819 y ascendida a símbolo del proyecto de integración política de las naciones liberadas, además de interpretar el espíritu americanista en el cual se funda el proceso de emancipación – se inicia un largo y difícil período de formación de las naciones.
La libertad crea de hecho la nueva nación, pero propone la ardua tarea de revelar urgentemente su personalidad, de trazar un inmediato itinerario de su política futura. La dirección del país corresponde al nuevo patriciado, entre urbano y rural, ilustrado y romántico, progresista y conservador, surgido por la unión de los jóvenes grupos de poder con la burguesía criolla, indecisa frente a la sociedad emergente. Los intereses, las ideologías en lucha y las alternativas de un proceso social muy confuso, hacen seguir a la independencia un largo período de conflictos que desembocan en cruentas guerras civiles: todo eso no contribuye al desarrollo del país[125]. En efecto, se manifiestan, grandes problemas cuales: la gravedad de la situación económica y agraria; la constante injerencia de la Iglesia en la política; la diferencia entre clases sociales y, sobre todo, la condición de absoluta pobreza y discriminación de los marginados, la total falta de las estructuras sociales (hospitales, escuelas, etcétera).
Y precisamente, en este momento, se difunden obras literarias donde la temática nacional, junto a la de la naturaleza y de la exaltación de cada elemento autóctono, ocupa un espacio central y significativo del plot. Intelectuales y escritores locales recurren a la especificidad autóctona, que antiguas estructuras de dominio y explotación deforman, para derribar todo lo que queda de la pesada herencia colonial. No se trata únicamente de la búsqueda de autonomía, de la insurrección contra la cultura y la literatura española, sino de la necesidad de adquirir por la estrecha relación hombre-mujer/ambiente una expresión propia que caracterice a cada país.
Pues, los escritores latinoamericanos tienen una homogénea voluntad realista, debida a la común intención mesiánica. En palabras de Carilla, se puede decir que: “(...) El escritor se siente a menudo miembro de la comunidad, se siente solidario con sus semejantes y aun propone remedios para los males sociales. Por supuesto, dentro de claras soluciones liberales”[126]. La tarea de sensibilizar la opinión pública lo obliga a transformarse en histórico del futuro o de lo imposible, construyendo la realidad a imagen de los sueños. Al notar el nacimiento del indianismo y el historicismo como reacción sentimental, Luis Alberto Sánchez afirma: “Somos unos realistas a contrapelo; nuestra característica ha sido el idealismo, la imprecisa aspiración hacia algo no poseído, lejano, quizás inaccesible”[127].
Los aspectos más significativos de la literatura de este período, constantemente prendida a la realidad inmediata son, por supuesto, aventuras e idealizaciones, color local, responsabilidad social y tendencia moralizadora. De aquí la evolución de las novelas en dirección del estilo realista, superando las tendencias románticas y luchando para comprender su época como totalidad que incluye también las contradicciones. No es suficiente representar un aspecto parcial, local, más o menos pintoresco de la vida social, como ocurre en las obras costumbristas: el tema central tiene que ser la Sociedad, descrita por la lengua y la ficción literaria. Por lo tanto la novela, fusión íntima de realidad y fantasía, constituye el mejor documento para el conocimiento de la problemática humana en su dimensión más profunda y compleja.
También para las escritoras, tal asunción de ‘responsabilidad’ frente a los acontecimientos se objetiviza en la ficción novelesca justo porque esta última se revela como el único medio a disposición para hacer oír la misma voz, a pesar de que sea una voz de mujer y por esto fácilmente superable. En todo caso, es un principio que coincide con la situación de las nuevas naciones que buscan con esfuerzo su identidad, o mejor dicho, la común pertenencia a Latinoamérica en oposición a España.
El binomio mujer-nación no es, por lo tanto, impropio; todo lo contrario, en ello se evidencia un paralelo recorrido evolutivo, subrayado por las mismas protagonistas que en poco tiempo revelan su presencia en todo el territorio americano, tejiendo una serie de enlaces, de cambios de ideas y amistad, intensificados en cartas o en encuentros físicos. Casi parece que con el difuso americanismo – donde conviven múltiples formas estéticas y de pensamiento –, en los pueblos de América surge también un común sentir de mujer. De aquí, resulta inevitable la creación de un estilo propio, a pesar del recurso a cánones consolidados, sucesivamente modificados según las diferentes perspectivas de la fragmentación del yo, de una visión asimétrica de la historia y de una nueva propuesta simbólica.
Al actuar contra viento y marea estas pioneras afrontan situaciones conflictivas con la conciencia de indicar nuevas aperturas sociales, de sanear conflictos y errores históricos, entrando con prepotencia en el discurso de la construcción nacional. Por esa razón Francine Masiello[128] les reconoce a las mujeres una importante función de soporte en la fundación de las muchas naciones. Del mismo modo, Susanna Regazzoni al considerar el ideal femenino puesto en relación con el equivalente mujer/patria, afirma que ello “è elemento necessario al rafforzamento del progetto politico”[129]. Una visión que se difunde gracias a novelas como María, Amalia, Cecilia Valdés, en abierto contraste con la creencia que quiere la mujer en casa, a bordar la bandera, mientras que espera al marido, ocupado en ‘construir’ la nación, y a pesar de la actividad de valerosas combatientes entre las filas de los ejércitos, listas para sacrificar su propia vida por la ‘patria’.
De estas últimas heroínas, sin rostro y sin nombre, poco se conoce, a excepción de los casos proclamados como los de: Juana Azurduy, la ‘Teniente coronela’ que se ha distinguido en numerosas batallas por la independencia argentina[130], Manuela Sáenz, la ‘Coronilla’ compañera de Simón Bolívar y Marietta Veintemilla, la ‘Generalita’, que toma las armas en defensa del régimen de su tío José Ignacio Veintemilla (Ecuador 1882). Preciso es rescatarlas del olvido para colocarlas en la historia, en el papel de actoras de la misma llenando una grave laguna debida a interpretaciones androcéntricas y a esquemas patriarcales sedimentados en el curso de los siglos.
Sin embargo, más que las armas incidirá la palabra de escritora...