EL PSICOANÁLISIS MÁS ALLÁ DEL NOVECIENTOS
I. Los últimos 30-35 años han marcado cambios importantes en la cultura europea que han influido de manera decisiva sobre la posición del psicoanalista.
Durante años, las legislaciones nacionales han impuesto la psicoterapia como la única práctica legítima, forzando al psicoanalista a conformarse y seguir prácticas ajenas tanto a la historia y teoría del psicoanálisis así como a los criterios consolidados de su formación, requiriéndole abandonar la ética psicoanalítica en favor de la deontología profesional.
La obligación de seguir cursos, de postgrado o para-universitarios, está dictada por el criterio protocolar de la cura. Esto significa, en el nivel de la organización social, que cada evento psíquico que se aleja de los modelos morales y culturales de la sociedad capitalista contemporánea está, en cuanto tal, clasificado como «enfermedad». Se considera cada vez más la psicoterapia como un tratamiento «rehabilitador» o «adaptativo», que debería devolver al paciente a una salud psicológica presuntamente prescrita, y esto sucede bajo el control moral y jurídico de la ley del estado. La lógica psiquiátrica contemporánea, vinculada a los diversos DSM (y similares), impone su dominio sobre todo pensamiento relativo a la neurosis y la psicosis.
Existen también algunos burlones a quienes, en un sobresalto orgásmico de «salud» social, les gustaría una psicoterapia ope legis, impuesta a todos los ciudadanos para asegurar el bienestar común y la felicidad, tal vez asociada con algún nuevo redescubrimiento milagroso de compañías farmacéuticas; no importa cuál, cualquiera de las 360 psicoterapias en circulación va a estar bien, siempre y cuando esté garantizada por el estado. Y dado que estamos en un régimen de libertad, incluso este (me refiero el régimen) garantizado por el estado, cada ser humano tendrá el derecho y la libertad de elegir el árbol de donde ahorcarse, y no siempre, en los alrededores, hay una fragaria disponible1.
Existe, por parte del sistema capitalista avanzado, la necesidad de un control capilar de la sociedad que se implementa a través de la medicina y, en particular, del lado de la «salud mental» (un término muy utilizado pero que, en la práctica, no significa nada), de su definición diagnóstica como en la realización de una supuesta normalidad psicológica prescriptiva. Aquel que no cumple con estos requisitos se convierte en escoria social, medicalizado de por vida y sometido a interminables rehabilitaciones (como en el caso del autismo) en lugares altamente «especializados y tecnológicos» del que jamás saldrá; pero si la rehabilitación es de por vida, es porque se ha convertido en parte del proceso de producción de bienes: el autismo, la esquizofrenia u otras clasificaciones de la psicopatología ya no son solo enfermedades, sino herramientas sociales reales, bienes que se han vuelto apropiadas para la producción de bienes y por lo tanto de riqueza.
Ya no hay ser humano, sino patología. Una vez que un hombre ha sido registrado bajo una de las definiciones del diagnóstico, pierde su calidad humana para convertirse en la patología que se le atribuye y esto es posible porque el nombre propio es reemplazado por el diagnóstico. Un hermoso poema de Alda Merini titulado A Alda Merini aclara muy bien este intercambio: «Amé con ternura a dulcísimos amantes, / sin que ellos sospechasen nunca nada. / Y tejí telarañas sobre ellos/ y en ellas quedé presa. / En mí moraba el alma de la meretriz / de la santa de la sanguinaria y de la farisea. / Muchos le dieron nombre a mi modo de ser / y sólo fui una histérica»2.
Representantes despreocupados de las democracias sociales europeas, incluida la italiana, han establecido legalmente la figura profesional, «adecuadamente formada» para el propósito, del asistente sexual (¿pero dónde se formaron?), para garantizar el derecho al erotismo y al amor de los minusválidos y, por lo tanto, a su bienestar psicofísico y su felicidad (¿pero qué les van a hacer?). Se parte de la distorsión lógica de que un discapacitado ya no sería un ser humano que disfruta de su vida y, a veces, incluso a niveles muy altos, sino solo un pobre infeliz necesitado. Entonces pasa que un hombre, una mujer, un niño, un adolescente ya no sean seres humanos, sino que deben corresponder a una categoría: ya no más hombres y mujeres sino «minusválidos», que es categoría social y humana distinta de cualquier otra. Una vez que se convierte en su diagnóstico, un hombre ya no es tal, sino sólo una «patología» y así tendrá el derecho, incluso él, pobrecito, a su asistente personal. Debemos admitir que los vendedores de felicidad y bienestar siempre tuvieron mucha suerte.
Todo esto está vinculado, a nivel social y cultural, a un concepto vitalista que se ha vuelto cada vez más dominante en el imaginario colectivo desde los años ochenta del siglo XX. La psiquiatría orgánica está recobrando impulso y se apodera de la psiquiatría tanto fenomenológica como psicoanalítica, y todo esto sucede mientras la psicoterapia institucional de Jean Oury y la antipsiquiatría de Basaglia y Foucault parecen estar en pleno desarrollo. Efecto paradójico de un engaño visual: el narcisismo y la voluntad de poder, que han afectado la cultura psicoanalítica, han impedido que los psicoanalistas, ya prisioneros del pensamiento epigonal, escuchen lo que ya era evidente.
El vitalismo, siempre involucrado con el naturalismo, el animalismo, con la moda del biologismo, la salud y el organicismo, va acompañado de una concepción del ser humano que recuerda, en el lenguaje, significantes y metáforas naturalistas y de la biología de la vida y naturaleza; humanidad arrebatada a su realidad humana, que busca su máxima seguridad en la salud de sus propias entrañas, o en la bondad de una naturaleza imaginaria, en lugar de jugar su apuesta y su vida en la historia y la sociedad (para decirlo con Michail Bachtin), confiando en la garantía imaginaria de la salvación personal, aunque ilusoria, ofrecida por la tecnología, la medicina y la psicología; humanidad que se ha vuelto incapaz de enfrentar lo real, y que confía en la escotomización de la muerte y lo real en la ilusión de una vida cada vez más larga, cuya única ventaja es la eco...