Spanish-American Short Stories / Cuentos hispanoamericanos

A Dual-Language Book

Stanley Appelbaum, Stanley Appelbaum

• Publisher: Dover Publications
• Year: 2012
• ISBN:
  9780486120454
• Topic: Lingue e linguistica
• Subtopic: Lingua spagnola

These seventeen stories from the Caribbean and Central and South America encompass a tremendous variety of subjects, settings, moods, and styles — from worldly sophistication to outright savagery. Ranging in publication dates from 1867 to 1922, each story is by a different writer from a different country. All are well-known names in Spanish-American literature — Rubén Darío, José Martí, Amado Nervo, Rómulo Gallegos, and Ricardo Palma — some of whom are otherwise distinguished as novelists, poets, diplomats, and statesmen.
This dual-language edition features an informative introduction and ample footnotes, making it not only a pleasure to read but also a valuable educational aid for students and teachers of Spanish-American literature.

RICARDO JAIMES FREYRE

En las montañas

Los dos viajeros bebían el último trago de vino, de pie al lado de la hoguera. La brisa fría de la mañana hacía temblar ligeramente las alas de sus anchos sombreros de fieltro. El fuego palidecía ya bajo la luz indecisa y blanquecina de la aurora; se esclarecían vagamente los extremos del ancho patio y se trazaban sobre las sombras del fondo las pesadas columnas de barro que sostenían el techo de paja y cañas.

Atados a una argolla de hierro fija en una de las columnas, dos caballos completamente enjaezados esperaban, con la cabeza baja, masticando con dificultad largas briznas de hierba. Al lado del muro, un indio joven, en cuclillas, con una bolsa llena de maíz en una mano, hacía saltar hasta su boca los granos amarillentos.

Cuando los viajeros se disponían a partir, otros dos indios se presentaron en el enorme portón rústico. Levantaron una de las gruesas vigas que, incrustadas en los muros, cerraban el paso y penetraron en el vasto patio.

Su aspecto era humilde y miserable, y más miserable y humilde lo tornaban las chaquetas desgarradas, las burdas camisas abiertas sobre el pecho, las cintas de cuero, llenas de nudos, de las sandalias.

Se aproximaron lentamente a los viajeros que saltaban ya sobre sus caballos, mientras el guía indio ajustaba a su cintura la bolsa de maíz y anudaba fuertemente en torno de sus piernas los lazos de sus sandalias.

Los viajeros eran jóvenes aún; alto el uno, muy blanco, de mirada fría y dura; el otro, pequeño, moreno, de aspecto alegre.

—Señor . . . —murmuró uno de los indios. El viajero blanco se volvió a él.

—Hola, ¿qué hay, Tomás?

—Señor . . . déjame mi caballo . . .

—¡Otra vez, imbécil! ¿Quieres que viaje a pie? Te he dado en cambio el mío, ya es bastante.

—Pero tu caballo está muerto.

—Sin duda está muerto, pero es porque le he hecho correr quince horas seguidas. ¡Ha sido un gran caballo! El tuyo no vale nada. ¿Crees tú que soportará muchas horas?

—Yo vendí mis llamas para comprar ese caballo para la fiesta de San Juan . . . Además, señor, tú has quemado mi choza.

RICARDO JAIMES FREYRE

In the Mountains

The two wayfarers were drinking the last swallow of wine, standing beside the campfire. The chilly morning breeze caused the brims of their wide felt hats to tremble slightly. The fire was already growing pale in the uncertain, whitish light of dawn; the ends of the wide patio grew somewhat brighter, and the heavy clay columns that supported the straw-and-cane roof were outlined against the shadowy background.

Tied to an iron ring embedded in one of the columns, two horses in full harness were waiting with lowered heads, chewing with difficulty long blades of grass. Beside the wall, a young Indian, squatting with a bag full of corn in one hand, was making the yellowish kernels leap into his mouth.

When the wayfarers were getting ready to go, two more Indians appeared in the huge rustic entranceway. They raised one of the thick beams which, set into the walls, blocked the way, and they entered the vast courtyard.

They looked humble and impoverished, and this impression was only heightened by their torn jackets, their coarse shirts open at the throat and chest, and the leather bands, full of knots, of their sandals.

Slowly they approached the wayfarers, who were already jumping onto their horses, while their Indian guide attached the bag of corn to his belt and tied his sandal laces tightly around his legs.

The wayfarers were still young; one was tall and very white, with cold, hard eyes; the other was short, dark, and cheerful-looking.

“Sir,” murmured one of the Indians. The light-complexioned wayfarer turned in his direction.

“Hi, what’s up, Tomás?”

“Sir . . . give me back my horse . . .”

“Again, you idiot! Do you expect me to walk? I gave you mine in exchange, and that’s enough.”

“But your horse is dead.”

“Sure he’s dead, but it’s because I made him run for fifteen solid hours. He was a great horse! Yours is worthless. Do you think he’ll last many hours?”

“I sold my llamas to buy that horse for the feast of Saint John . . . Besides, sir, you burnt my hut.”

—Cierto, porque viniste a incomodarme con tus lloriqueos. Yo te arrojé un tizón a la cabeza para que te marcharas, y tú desviaste la cara y el tizón fue a caer en un montón de paja. No tengo la culpa. Debiste recibir con respeto mi tizón. ¿Y tú, qué quieres, Pedro? —preguntó, dirigiéndose al otro indio.

—Vengo a suplicarte, señor, que no me quites mis tierras. Son mías. Yo las he sembrado.

—Éste es asunto tuyo, Córdova —dijo el caballero, dirigiéndose a su acompañante.

—No, por cierto, éste no es asunto mío. Yo he hecho lo que me encomendaron. Tú, Pedro Quispe, no eres dueño de esas tierras. ¿Dónde están tus títulos? Es decir, ¿dónde están tus papeles?

—Yo no tengo papeles, señor. Mi padre tampoco tenía papeles, y el padre de mi padre no los conocía. Y nadie ha querido quitarnos las tierras. Tú quieres darlas a otro. Yo no te he hecho ningún mal.

—¿Tienes guardada en alguna parte una bolsa llena de monedas? Dame la bolsa y te dejo las tierras.

Pedro dirigió a Córdova una mirada de angustia.

—Yo no tengo monedas, ni podría juntar tanto dinero.

—Entonces, no hay nada más que hablar. Déjame en paz.

—Págame, pues, lo que me debes.

—¡Pero no vamos a concluir nunca! ¿Me crees bastante idiota para pagarte una oveja y algunas gallinas que me has dado? ¿Imaginaste que íbamos a morir de hambre?

El viajero blanco, que empezaba a impacientarse, exclamó:

—Si seguimos escuchando a estos dos imbéciles, nos quedamos aquí eternamente . . .

La cima de la montaña, en el flanco de la cual se apoyaba el amplio y rústico albergue, comenzaba a brillar herida por los primeros rayos del sol. La estrecha aridez se iluminaba lentamente y la desolada aridez del paisaje, limitado de cerca por las sierras negruzcas, se destacaba bajo el azul del cielo, cortado a trechos por las nubes plomizas que huían.

Córdova hizo una señal al guía, que se dirigió hacia el portón. Detrás de él salieron los dos caballeros.

Pedro Quispe se precipitó hacia ellos y asió las riendas de uno de los caballos. Un latigazo en el rostro lo hizo retroceder. Entonces, los

“Of course, because you came to annoy me with your whining. I threw a half-extinguished brand at your head to make you go away, but you turned your face aside and the stick landed on a pile of straw. It’s not my fault. You should have been respectful and let my stick hit you. And you, Pedro, what do you want?” he asked, addressing the other Indian.

“I’ve come to beg you, sir, not to take away my land. It’s mine. I planted it.”

“That’s your affair, Córdova,” said the horseman, addressing his companion.

“Not a bit, it isn’t my affair. I only did what I was ordered to do. You, Pedro Quispe, are not the owner of that land. Where are your deeds? I mean, where are your papers?”

“I have no papers, sir. Neither did my father have papers, and my father’s father had no notion of them. And nobody ever wanted to take away our land. You want to give it to someone else. I haven’t done you any harm.”

“Do you have a sackful of coins stashed away anywhere? Give me the sack and I’ll leave you the land.”

Pedro gave Córdova an anguished look.

“I have no coins, and I can’t get that much money together.”

“In that case, we have nothing more to say to each other. Leave me in peace.”

“Then, pay me what you owe me.”

“We’re never going to finish this way! Do you think I’m such a fool as to pay you for a sheep and a few chickens that you gave me? Did you imagine we were going to let ourselves die of hunger?”

The light-skinned traveler, beginning to get impatient, exclaimed:

“If we keep on listening to these two idiots, we’ll stay here forever . . .”

The summit of the mountain on whose side the extensive rustic inn reposed, began to glow, smitten by the first sunbeams. The narrow way ahead¹ was slowly illuminated, and the desolate aridity of the landscape, which was closed in at no great distance by the blackish ranges, stood out beneath the blueness of the sky, cleft here and there by the scudding lead-colored clouds.

Córdova gave a signal to the guide, who walked to the entranceway. The two horsemen left after him.

Pedro Quispe hastened after them and seized the reins of one of the horses. A whiplash on his face made him recoil. Then the two

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1. A conjecture for a missing word, since the aridez here is clearly an error due to the presence of the same word in the next clause.

dos indios salieron del patio, corriendo velozmente hacia una colina próxima, treparon por ella con la rapidez y seguridad de las vicuñas, y al llegar a la cumbre tendieron la vista en torno suyo.

Pedro Quispe aproximó a sus labios el cuerno que llevaba colgado a su espalda y arrancó de él un son grave y prolongado. Detúvose un momento y prosiguió después con notas estridentes y rápidas.

Los viajeros comenzaban a subir por el flanco de la montaña; el guía, con paso seguro y firme, marchaba indiferente, devorando sus granos de maíz. Cuando resonó la voz de la bocina, el indio se detuvo, miró azorado a los dos caballeros y emprendió rapidísima carrera por una vereda abierta en los cerros. Breves instantes después, desaparecía a lo lejos.

Córdova, dirigiéndose a su compañero, exclamó:

—Álvarez, esos bribones nos quitan nuestro guía.

Álvarez detuvo su caballo y miró con inquietud en todas direcciones.

—El guía . . . ¿Y para qué lo necesitamos? Temo algo peor.

La bocina seguía resonando, y en lo alto del cerro la figura de Pedro Quispe se dibujaba en el fondo azul, sobre la rojiza desnudez de las cimas.

Diríase que por las cuchillas y por las encrucijadas pasaba un conjuro; detrás de los grandes hacinamientos de pasto, entre los pajonales bravíos y las agrias malezas; bajo los anchos toldos de lona de los campamentos, en las puertas de las chozas y en la cumbre de los montes lejanos, veíanse surgir y desaparecer rápidamente figuras humanas. Deteníanse un instante, dirigían sus miradas hacia la colina en la cual Pedro Quispe arrancaba incesantes sones a su bocina, y se arrastraban después por los cerros, trepando cautelosamente.

Álvarez y Córdova seguían ascendiendo por la montaña; sus caballos jadeaban entre las asperezas rocallosas, por el estrechísimo sendero, y los dos caballeros, hondamente preocupados, se dejaban llevar en silencio.

De pronto, una piedra enorme, desprendida de la cima de las sierras, pasó cerca de ellos, con un largo rugido; después otra . . . otra . . .

Álvarez lanzó su caballo a escape, obligándolo a flanquear la montaña. Córdova lo imitó inmediatamente; pero los peñascos los persiguieron. Parecía que se desmoronaba la cordillera. Los caballos, lanzados como una tempestad, saltaban sobre las rocas, apoyaban milagrosamente sus cascos en los picos salientes y vacilaban en el espacio, a enorme altura.

En breve las montañas se coronaron de indios. Los caballeros se

Indians left the courtyard, running swiftly to a nearby hill, which they climbed with the rapidity and surefootedness of a vicuña; when they reached the top they looked all around.

Pedro Quispe put to his lips the horn he carried hanging down his back, and drew from it a long, deep sound. He stopped a moment and then continued with rapid, strident notes.

The travelers were beginning to ascend the mountainside; their guide, with sure, firm steps, was walking nonchalantly, devouring his corn kernels. When the horn sounded, the Indian halted, looked at the two horsemen in agitation, and set out at an extremely fast run down a path leading to the hills. A few moments later he had vanished in the distance.

Córdova, addressing his companion, exclaimed:

“Álvarez, those vagabonds have taken away our guide!”

Álvarez reined in his horse and looked all around anxiously.

“The guide . . . What do we need him for? I’m afraid of something worse.”

The horn kept blowing, and at the top of the hill the figure of Pedro Quispe was outlined against the blue background, over the reddish nakedness of the summits.

You’d have thought that a magic spell was affecting the ridges and crossroads; behind the big clumps of grazing grass, among the wild stretches of coarse grass and rough brambles; below the wide canvas awnings of the encampments, in the doorways of the huts and on the peaks of the distant mountains, human figures could be seen looming up and vanishing rapidly. They’d halt for an instant, direct their gaze at the hill where Pedro Quispe was drawing ceaseless tones from his horn, and then they’d creep across the hills, climbing cautiously.

Álvarez and Córdova kept ascending the mountain; their horses panted amid the jagged rocks, on the very narrow path, and the two horsemen, gravely worried, let themselves be carried in silence.

Suddenly a huge stone, detached from the summit of the mountains, passed near them, with a lengthy roar; then another . . . another . . .

Álvarez spurred his mount to a fast gallop, compelling it to follow the mountainside. Córdova did the same at once, but the hunks of rock pursued them. The entire range seemed to be crumbling. The...