Formación de nación y educación
eBook - ePub

Formación de nación y educación

  1. English
  2. ePUB (mobile friendly)
  3. Available on iOS & Android
eBook - ePub

Formación de nación y educación

About this book

-El mérito del enfoque de este libro es el de ir más allá para observar cómo los intentos por generar una idea secularizada de la nacionalidad colombiana dieron lugar a la creación de nuevas disciplinas científicas que se instalaron en el currículo escola

Frequently asked questions

Yes, you can cancel anytime from the Subscription tab in your account settings on the Perlego website. Your subscription will stay active until the end of your current billing period. Learn how to cancel your subscription.
At the moment all of our mobile-responsive ePub books are available to download via the app. Most of our PDFs are also available to download and we're working on making the final remaining ones downloadable now. Learn more here.
Perlego offers two plans: Essential and Complete
  • Essential is ideal for learners and professionals who enjoy exploring a wide range of subjects. Access the Essential Library with 800,000+ trusted titles and best-sellers across business, personal growth, and the humanities. Includes unlimited reading time and Standard Read Aloud voice.
  • Complete: Perfect for advanced learners and researchers needing full, unrestricted access. Unlock 1.4M+ books across hundreds of subjects, including academic and specialized titles. The Complete Plan also includes advanced features like Premium Read Aloud and Research Assistant.
Both plans are available with monthly, semester, or annual billing cycles.
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Yes! You can use the Perlego app on both iOS or Android devices to read anytime, anywhere — even offline. Perfect for commutes or when you’re on the go.
Please note we cannot support devices running on iOS 13 and Android 7 or earlier. Learn more about using the app.
Yes, you can access Formación de nación y educación by Alejandro, Álvarez Gallego in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Pedagogía & Historia de la educación. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.
Capítulo VI
LOS ARTÍFICES DE UNA MEMORIA SOCIAL:
LAS DOCTRINAS NACIONALISTAS EN COLOMBIA
Durante el período de estudio nos encontramos con un escenario en el que se cruzaron diferentes intereses y, por tanto, formas distintas de representarse el ideal de nación, de ese nosotros que cada tendencia imaginaba. La función social del nacionalismo sería la de ir configurando una memoria que garantizara la sensación de una certeza, la certeza de que éramos así, de que pertenecíamos a una estirpe, o a una tradición. Para eso sería necesario configurar una memoria social (Lechner, 2000: 68-69). Pero el nacionalismo tuvo distintas expresiones, según la coyuntura histórica. Por eso no es tan sencillo hablar del nacionalismo en forma general, es indispensable analizar en profundidad sus matices y sus diferencias en cada tendencia ideológica, en cuyo seno será posible descubrir una manera distinta de configurar una memoria social. En torno a esos matices se generaron las disputas por el poder más enconadas que atravesaron toda la primera mitad del siglo XX.
EL PENSAMIENTO MODERNO
LOS MODERNISTAS
Uno de los primeros movimientos de intelectuales críticos de la tradición colonial que surgió en Latinoamérica fue el de los denominados modernistas, encabezados por Rubén Darío en Nicaragua, José Martí en Cuba y Amado Nervo en México. En Colombia, los más distinguidos fueron Diego Mendoza Pérez, José Asunción Silva, Julio Flórez, Guillermo Valencia, Carlos Arturo Torres y Baldomero Sanín Cano. Estos personajes estuvieron influenciados por teóricos críticos y escépticos de la cultura occidental, como Baudelaire, Rimbaud, Rabindranath Tagore, Mallarmé y Nietzsche, entre otros (Ocampo, 1999: 959-960).
El debate en torno a las ideas de finales del siglo XIX se movía, además de la academia, entre las librerías bogotanas, donde se organizaban tertulias y se encontraban los intelectuales para intercambiar ideas y actualizar bibliografías. Las más conocidas eran la Librería Americana, de Miguel Antonio Caro, especializada en los clásicos; la Torres Caicedo, de José Joaquín Pérez, quien difundía autores de la América Española; la Librería Nueva, de Jorge Roa, especializada en literatura contemporánea, y la Librería Colombiana de Camacho Roldán, difusor de autores como Comte, Spencer, Fustel de Coulanges y Michelet, entre otros (Cataño, 1999: 282).
Algunos de estos intelectuales se agruparon políticamente en el Movimiento Republicano que se creó después de la guerra de los Mil Días (1899-1901). Allí confluyeron antiguos liberales radicales cansados de la guerra y defensores de la institucionalidad democrática. Desde la literatura y la poesía, desde la prensa escrita, desde la cátedra universitaria o desde los cargos públicos, impulsaron la renovación de las ideas pugnando por un pensamiento propio, renovado, que superara la tradición hispanista y se protegiera de la penetración cultural que veían llegar con la expansión imperialista norteamericana. Fueron importantes en la creación de condiciones para renovar el pensamiento social vigente hasta entonces.
Diego Mendoza, por ejemplo, fue crítico de la historiografía nacional por no dar cuenta de los procesos sociales y económicos. En su obra sociológica más importante Ensayo sobre la evolución de la propiedad en Colombia —basada en una conferencia que dictara en 1897— no solamente propuso la renovación de la historia, sino que registró la aparición de una nueva clase social: la clase obrera, y reivindicó sus luchas en contra de la explotación laboral de las compañías norteamericanas (como la Standard Oil Company).
Esta corriente de intelectuales tenía en común una doble condición: al tiempo que se ocupaban de los asuntos más sensibles de la vida cotidiana, muy cercanos a las preocupaciones concretas de la población, estaban conectados con las disquisiciones más elaboradas del mundo de las letras en Europa y Estados Unidos. Las ideas modernistas estuvieron comprometidas con la lucha antialcohólica y contra el trabajo infantil, defensores de la inmigración, y críticos de la raza, entendida esta última como en decadencia y en proceso de degeneración. Influenciados por la corriente de la sociología anglosajona de los social problems, se ocuparon de esos temas con el propósito de aportar desde la investigación soluciones a lo que consideraban problemas que amenazaban el equilibrio social (Cataño, 1999: 69-70). En la poesía y la literatura buscaron un estilo en el que se reconociera la gente del común, se propusieron escribir prescindiendo de un lenguaje forzado, y utilizaron palabras del hablar cotidiano para reconocer la estética de la vida corriente.
Por su cosmopolitismo y sus miradas escépticas, este grupo de modernistas se opuso a los costumbristas del siglo XIX y a los hispanistas clásicos, defensores del humanismo greco latino, como Miguel Antonio Caro, Jaime Balmes y Tomás Carrasquilla, quienes a su vez los tachaban de bárbaros, extranjerizantes y desinteresados de la realidad nacional. De hecho, eran simpatizantes del anarquismo y de las causas obreras, y muchos de ellos explicitaron su simpatía con el socialismo internacional. Marco Fidel Suárez, en defensa de los ideales clásicos, consideraba que la poesía de Guillermo Valencia representaba la decadencia del esteticismo. Despreciaban a Rubén Darío, y en polémica con la Gruta Simbólica,1 planteaban que no había nada nuevo en su postura intelectual, más bien un resentimiento heredado de la guerra de los Mil Días. Tomás Carrasquilla, aferrado a la tradición y al costumbrismo, refutaba a Baldomero Sanín Cano por no valorar lo autóctono, regional y nacional, y por interesarse en cambio por lo exótico y cosmopolita.
El nacionalismo que pretendía justificar la existencia histórica del país en un pasado autóctono, era para los modernistas una entelequia. Antes que otra cosa, reivindicaban la presencia del país en la cultura occidental.2
Su aporte como intelectuales lo hicieron, en la mayoría de los casos, ligados estrechamente a labores de docencia universitaria, e incluso primaria y secundaria. Hablaban desde una perspectiva no disciplinaria, integrando saberes diferentes provenientes de la lingüística, las ciencias naturales, la historia, la geografía, las matemáticas, la filología, la sociología, la filosofía y la antropología, entre otros. En la perspectiva de lo que se viene planteando en este trabajo, esta generación de intelectuales, al igual que sus sucesores, pensaron el país desde una matriz pedagógica, como lo confirman sus biografías intelectuales.
Baldomero Sanín Cano estudió pedagogía y se graduó como maestro de escuela en 1880. Dirigió la escuela de Titiribí, y fue trasladado posteriormente a Medellín, donde dictó un curso de pedagogía en la Escuela Normal de Señoritas.
A su vez, Diego Mendoza fue rector del colegio Boyacá y de la Universidad Republicana. En 1913 publicó el Manual de instrucción cívica para la enseñanza primaria, como un aporte a la socialización política de los futuros ciudadanos. Su trabajo de más largo aliento estuvo dedicado a la historia de la educación y la pedagogía. Investigó sobre los colegios de fines de la Colonia, la reforma educativa de Moreno y Escandón, sobre la Expedición Botánica, sobre el método lancasteriano y los planes de estudio posteriores a la Independencia (Cataño, 1999: 44). En esa búsqueda estaba tratando de identificar aquellos valores que se consideraban dignos de una cultura moderna, defensora de la identidad nacional.
LOS CENTENARISTAS
La generación que formó Diego Mendoza en la Universidad Republicana apareció poco tiempo después en la vida pública conocida como los Centenaristas, o generación del novecientos. Con muchos de ellos tuvo estrechas relaciones y publicó en muchos de sus periódicos y revistas: Enrique Olaya Herrera (presidente), Eduardo Santos (presidente, director del periódico El Tiempo) y su hermano Enrique Santos (periodista conocido en el medio como Calibán, director del periódico La Linterna), Armando Solano (director del periódico La Patria, político e intelectual de la izquierda liberal), Ricardo Hinestrosa (cofundador de la Universidad Externado de Colombia), Luis Eduardo y Agustín Nieto Caballero (Revista Cultura), Luis Cano (director de El Espectador), Laureano Gómez (presidente), Miguel Jiménez López, Tomás Rueda Vargas, Luis López de Mesa (Revista Cultura), Germán Arciniegas (revista Universidad).
Dentro de los Centenaristas estarían además incluidos Alfonso López Pumarejo, Mariano Ospina Pérez, Fabio Lozano y Lozano, Félix Restrepo, S. J., José Eustasio Rivera, Porfirio Barba Jacob, Tomás Cadavid y Miguel Jiménez López.
En la segunda década del siglo XX esta generación se identificó por la mesura y su posición ecuánime en la política, inspirada en el proyecto republicano de la administración del Presidente Carlos E. Restrepo (1910-1914). Enrique Olaya Herrera, quien había colaborado con esa administración, fue aceptado por los conservadores durante su gobierno (1930-1934) porque, igual que Carlos E. Restrepo, prometía gobernar sin hacer caso de los colores rojo y azul del liberalismo y el conservatismo, respectivamente.
A pesar de las diferencias ideológicas, todos ellos estaban al tanto de las discusiones provenientes de España, donde se estaba produciendo un movimiento de renovación. Ortega y Gasset representó una generación inquieta por incorporar nuevos elementos de la cultura científica, en particular del pensamiento alemán. Los migrantes españoles que llegaron en la década de los treinta huyendo de la guerra civil trajeron estos aportes novedosos, pues hasta entonces el país había sido más influenciado por la tradición inglesa y francesa. Ortega y Gasset había fundado la Revista de Occidente, donde se tradujeron las principales obras de la filosofía alemana. A través de esa editorial se dieron a conocer muchas de las obras clásicas y modernas de la filosofía y la economía: Husserl, Max Weber, Karl Manheim, Ranke, Mommsen, Pirenne, Jäger, Cassirer, Dilthey, entre otros (Müller, 1992: 154).
Los Centenaristas se llamaron así por haber nacido con el cambio de siglo, en el momento en que se celebraban cien años de la Independencia. Este hecho marcó a esta generación, pues al mirar hacia atrás se impuso la necesidad de replantear el camino seguido hasta entonces, máxime cuando acababa de pasar la guerra de los Mil Días, uno de los más cruentos enfrentamientos entre liberales y conservadores, y que dejó devastación, enfermedades y pobreza. Se planteó entonces la necesidad de dar un salto cualitativo hacia el progreso, tal como lo veían en Estados Unidos y en algunos países europeos. La modernización para los Centenaristas estaría dada por la tecnificación de la producción nacional, por la industrialización y el urbanismo. Se comprometieron con la construcción de vías y aeropuertos para reemplazar los caminos de herradura, la inversión en la industria para suplantar los talleres artesanales, la educación activa para superar el verbalismo y la férula escolar, el nacionalismo para enfrentar las modas extranjerizantes, en particular el hispanismo y los estilos afrancesados y anglosajones. En general, los Centenaristas respiraban un espíritu más optimista sobre las posibilidades del país y creían profundamente en la fuerza del progreso económico.
Miguel Jiménez López fue un buen representante de este pensamiento. Cercano a las ideas conservadoras y amigo personal y político de Laureano Gómez, Jiménez López estuvo al tanto de los más renovados planteamientos que se hacían en la época sobre psicología y pedagogía. Su concepción sobre el proble-ma del nacionalismo estaba marcada por sus análisis acerca de la decadencia de la raza. La civilización y el progreso serían posibles sólo si se propiciaba una agresiva migración de población blanca, europea. Fue protagonista de primera línea en el famoso debate sobre la raza que por iniciativa de los estudiantes se realizó durante varias semanas en el Teatro Municipal de Bogotá, junto con López de Mesa, Simón Araújo, Carlos Alberto Lleras, Calixto Torres Umaña, Jorge Bejarano, Lucas Caballero, Rafael Escallón. Allá expuso sus tesis sobre la degeneración colectiva de la raza, sustentada en sus estudios anatómicos, fisiológicos, patológicos y psíquicos de la población colombiana, ubicando la causa en los factores climáticos, alimenticios, higiénicos, patológicos y sociales. Sus planteamientos promovían la idea de fundar sobre nuevas bases la nación, una renovación total de las costumbres y de la cultura, e impulsar la patria hacia el progreso. En ese sentido era hijo de aquella generación que quiso olvidar la tradición heredada del siglo XIX, pues consideraba que se había iniciado una nueva época que obligaba comenzar de nuevo.
Sus planteamientos, como se ha venido mostrando en el caso de las generaciones estudiadas, estaban animados por la profunda convicción de que la transformación cultural que anhelaban dependía de una reforma de la escuela y la enseñanza. Sus trabajos en esa dirección estaban inspirados en un juicioso análisis de las corrientes pedagógicas europeas que impulsaban en su momento pedagogos como Kerschesteiner, Claparede, John Dewey, Blume, Reddí, Elsenor, entre otros.
López Pumarejo, quizás el Centenarista más destacado por haber alcanzado la presidencia en dos ocasiones, planteaba al respecto:
[…] antes que pretender la formación de una cultura debemos adaptarnos rápidamente a las exigencias de una civilización importada, que desconocemos y que nos está colocando en una lamentable inferioridad. No podemos pensar en que la ciencia reciba nuestra contribución con sorpresa y pasmo ni destinar nuestras energías a producir cada veinte años un sabio que figure en las revistas científicas del mundo. Nos corresponde una tarea de dominio del país, de hegemonía sobre nuestro territorio, de conformación del pueblo y sus circunstancias a la civilización que nos llega todos los días de ultramar. No creo que necesitemos ahora los recursos de una ciencia profunda, sino la generalización de los conocimientos experimentales y la creación de técnicos. Cuando hayamos conquistado y reducido el territorio a nuestra voluntad, con los universitarios que se están formando y van a formarse en estos primeros tiempos, es seguro que el espíritu colombiano, y la mezcla de razas y quién sabe qué otros imponderables vayan labrando una cultura que se diferencia de las que ahora nos corresponde absorber y aplicar (López, 1935: 57-58).
LOS NUEVOS
En los años veinte se configuró un grupo de intelectuales que buscaban su propia identidad tomando distancia de su generación anterior. Los Nuevos fue el nombre de la revista (1925) que les dio su identidad y a través de la cual difundieron su pensamiento. Al frente de la revista estaban Felipe Lleras Camargo, su hermano Alberto Lleras y Jorge Zalamea Borda. Haciendo alusión de manera explícita a su condición de nueva generación, quisieron distanciarse de algunos planteamientos esbozados por los Modernistas y los Centenaristas, por considerarlos todavía muy ligados a los enfoques decimonónicos. Se opusieron abiertamente a la creencia de que Bogotá era la Atenas Suramericana, pues lo consideraban un mito proveniente del siglo XIX alimentado por una retórica que despreciaban. Quisieron representar el inconformismo de la época. En las tertulias de los cafés donde se fueron seleccionando los miembros del grupo, se ocupaban de criticar la generación anterior por ejercer el monopolio de la palabra en los medios de comunicación y pretenderse la única autoridad intelectual del país; no sin sentir, en algunos casos, profunda admiración por su obra. Como representante de esa generación, Rafael Bernal decía:
Es preciso no ocultar cobardemente las dolencias sociales, sino sacarlas a la luz para aplicarles sin piedad el hierro y el fuego, que son el remedio de los grandes males […] Para la generación que hoy declina es un deber de lealtad hacia la juventud revelarle sin ambages las dolencias que afligen a nuestra sociedad; esos males de que nosotros no somos en todo responsables, pero que tampoco hemos sido capaces de conjurar. Que venga otra generación con fuerzas frescas y acometa, sin vacilaciones ni prejuicios, la obra renovadora (1964: 76).
Era un sentimiento de marginación y de desesperanza el que los llevaba a desear sublevarse contra la hegemonía de las letras dirigidas por Calibán desde las “Lecturas Dominicales” del periódico El Tiempo, donde prevalecía, según los Nuevos, la escuela parnasiana y la lírica. Ese sentimiento se extendía también al plano de la política.
La pregunta por la identidad y la unidad nacional también fue uno de los motivos que los llevó a distanciarse de las generaciones precedentes. A su juicio, la larga historia de guerras civiles debía llegar a su fin y con ella la mitificación de la acción militar como parte de la misión heroica en la que los hombres se realizaban como individuos, a la vez que se justificaba la patria. Ya era tiempo, juzgaban ellos, de buscar otros referentes que le dieran sentido a la unidad nacional, la guerra no podía seguir siendo lo único que justificara la lucha por la identidad y el único espacio en el que se traspasaban las marcadas fronteras entre departamentos, provincias y ciudades. La fractura política en la que se había caído, había hecho que la pugna fuera la razón misma de la existencia de los dos partidos, liberal y conservador, hasta configurar en torno a ellos las alianzas identitarias que le daban existencia a la nación. Había llegado el momento de buscar otros caminos para ese proyecto de nación unitaria que se convertía en un imperativo cultural y, sobre todo, económico.
Dentro de los Nuevos estaban: Alberto Lleras Camargo, Jorge Zalamea Borda, José Francisco Socarrás, Eliseo Arango, Guillermo Nanneti, Rafael Maya, Jorge Enrique Gaviria, Abel Botero, León de Greiff, Francisco Umaña Bernal, José Mar, Mario García Herreros, Luis Vidales, Gregorio Hernández de Alba, Enrique Otero D’Costa, Luis Ospina Vázquez, Guillermo Hernández Rodríguez, Luis Eduardo Nieto Arteta, Antonio García, Rafael Bernal Jiménez, Abel Naranjo Villegas, Eduardo Zuleta Ángel, Gerardo Molina, Germán Arciniegas, Eduardo Caballero Calderón, Aurelio Arturo, Alfonso López Michelsen, Carlos Lleras Restrepo (Socarrás, 1987: 8). Aunque este grupo de personajes pertenecían a una misma generación, tenían entre sí diferencias ideológicas muy marcadas. Salta a la vista la predominancia masculina dentro de los miembros de estas generaciones, por supuesto, como expresión de aquella época en la que las mujeres estaban excluidas de la vida pública. Sin embargo, durante esta primera mitad del siglo se dieron las más importantes luchas feministas que harían que cambiara significativamente el cuadro que se dibujó en la segunda mitad del siglo XX.
En sus memorias, Alberto Lleras describe así el ambiente de los cafés en donde iban a adquirir conciencia generacional.
Jorge [Zalamea] había establecido relaciones cordiales —mezcladas con feroces disputas—, con poetas y escritores y él fue quien me llevó por primera vez a la mesa que él mismo presidía con arrogancia apenas tolerable en el Café Windsor, en donde se discutían todos los valores estéticos que estaban a nuestro alcance. Allí abordaban, ocasionalmente, aparte de los habituados —León de Greiff, Rendón, Francisco Umaña Bernal, Tejada, Vidales— […] Allí oí hablar por primera vez de Freud, que era una de las pasiones recónditas y casi exclusivas de Vidales, el poeta más revolucionario del grupo, que después habría de ser marxista, como toda una generación de rebeldes que encontraban en los dos judíos, o en cada uno de ellos, explicaciones satisfactorias para la totalidad del universo, duras, esquemáticas y agudas, como piedras. […] alrededor principalmente de Zalamea, con su espíritu de jefe de grupo, que imponía discriminación contra todos los que no recibían su aprobación, siempre concedida por motivos estéticos, se iba conformando el que después se llamó e...

Table of contents

  1. Portada
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. PRÓLOGO
  5. INTRODUCCIÓN
  6. CAPÍTULO I. EL NACIONALISMO COMO ESTRATEGIA DEL PODER
  7. CAPÍTULO II. SISTEMAS REFLEXIVOS Y METÓDICOS DE EDUCACIÓN ELABORAN EL PORVENIR: EL PAPEL DE LA ESCUELA EN LA FORMACIÓN DE LA NACIÓN
  8. CAPÍTULO III. UN PUEBLO QUE SE CONOCE A SÍ MISMO: EL PAPEL DE LAS CIENCIAS SOCIALES
  9. CAPÍTULO IV. LA COMPLETA LIBERACIÓN DE LAS NACIONALIDADES Y PUEBLOS OPRIMIDOS: PRINCIPALES TENDENCIAS EN LATINOAMÉRICA
  10. CAPÍTULO V. FUNDIR EN UN AMPLIO MOLDE EL ALMA NACIONAL: MOVIMIENTOS SOCIALES Y NACIONALISMO EN COLOMBIA
  11. CAPÍTULO VI. LOS ARTÍFICES DE UNA MEMORIA SOCIAL: LAS DOCTRINAS NACIONALISTAS EN COLOMBIA
  12. CAPÍTULO VII. EL NACIONALISMO ES COMPETENCIA IMPERIALISTA EN CONTRA DE LA CONDICIÓN HUMANA: LA DECADENCIA DEL NACIONALISMO
  13. CONCLUSIONES: APORTES A LA HISTORIA DEL NACIONALISMO
  14. BIBLIOGRAFÍA