Historia de la gubernamentalidad II
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Historia de la gubernamentalidad II

Filosofía, cristianismo y sexualidad en Michel Foucault

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Historia de la gubernamentalidad II

Filosofía, cristianismo y sexualidad en Michel Foucault

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El libro completa el proyecto iniciado en el volumen anterior, que estaba orientado hacia el estudio de las tecnologías políticas en el pensamiento tardío del filósofo francés Michel Foucaut; estudia en detalle el problema de las -artes de la existencia- en el mundo griego, romano y cristiano, al que Foucault dedicó sus cinco últimos cursos en el Collège de France, y examina las consecuencias del abandono del -modelo bélico- de análisis para comprender las luchas políticas contra el neoliberalismo contemporáneo. Según Foucault, estas luchas deberían dirigirse exclusivamente hacia el ámbito de la subjetividad, última trinchera de resistencia frente a la -gubernamentalización-.

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CAPÍTULO III SEXUALIDAD Y VERDAD
EN BUSCA DEL ESLABÓN PERDIDO
En el capítulo anterior mencionamos que Foucault comparaba sus investigaciones con el movimiento del cangrejo, refiriéndose no solo a la lentitud de las mismas, sino al hecho de que cronológicamente se mueven “hacia atrás”. Ya vimos cómo el interés de nuestro filósofo se desplazó de los regímenes de verdad de la economía moderna entre los siglos XVIII-XX, a los regímenes de verdad manifestados en el cristianismo de los siglos III-V. Sin embargo, el viaje de Foucault hacia la antigüedad no terminaría en este punto. Si en el curso de 1980 (Del gobierno de los vivos) se había interesado por las técnicas a través de las cuales un cristiano enuncia la verdad sobre sí mismo y se reconoce en ella, en el curso de 1981 (Subjetividad y verdad) el foco de interés se dirigirá hacia las “técnicas de sí” en un período anterior al cristianismo: el del mundo helenístico-romano. Ya vemos que el hilo conductor de estas investigaciones es el problema del “gobierno”, iniciado con los cursos de 1978 y 1979. Solo que si en aquellos cursos el énfasis se había puesto en el arte de gobernar a otros por medio de técnicas estatales y/o económicas (razón de Estado, liberalismo y neoliberalismo), ahora el énfasis se desplaza hacia el arte de gobernarse a sí mismo. El estudio de las formas modernas de gobierno derivará, por tanto, en un análisis de las técnicas de sí en la antigüedad, de tal modo que la historia de las tecnologías políticas (razón de Estado, liberalismo y neoliberalismo) se transformará poco a poco en una historia de la subjetividad. Tal pudiera ser el arco trazado por los cursos de Foucault entre 1978 y 1984.
Sin embargo, no debemos perder de vista que con este largo recorrido por el mundo antiguo, Foucault está tratando de encontrar el “eslabón perdido” que le permita retomar su malogrado proyecto de la historia de la sexualidad. Recordemos lo ya dicho en el capítulo uno: cuando en 1976 se publicó el primer tomo de Historia de la sexualidad, Foucault anunció a sus lectores la publicación de seis volúmenes más que, sin embargo, jamás vieron la luz. Con la publicación de estos siete libros, Foucault pretendía trazar una compleja historia del modo en que los discursos científicos sobre la sexualidad (scientia sexualis), las instituciones disciplinarias (escuelas, colegios, hospitales) y las técnicas de control sobre la población (biopolítica), se articulan en un único entramado de poder (el “dispositivo de sexualidad”) para producir una experiencia del placer ligada a la verbalización (“decirlo todo”) y a la genitalización del deseo (el “sexo”). El problema que buscaba resaltar esta historia es que la sexualidad moderna conlleva la codificación y jerarquización de los placeres, así como la deserotización de los cuerpos. Al final de La voluntad de saber Foucault decía que “contra el dispositivo de sexualidad, el punto de apoyo del contraataque no debe ser el sexo-deseo, sino los cuerpos y los placeres” (Foucault, 2009a: 191). El filósofo propugna, entonces, por la creación de una nueva economía de los placeres que ya no esté inscrita en el dispositivo de sexualidad, a la que llama ars erotica, en contraposición a la scientia sexualis. Foucault dice que el Occidente moderno no posee ninguna ars erotica, pero hubo civilizaciones del mundo antiguo (China, Japón, India, Roma) que sí la tuvieron, e incluso algunas culturas orientales y musulmanas del presente que todavía la poseen.1 En la ars erotica, nos dice, la verdad es extraída del placer mismo, es decir que no existe una ley absoluta que defina de antemano cuáles son los placeres prohibidos y cuáles los permitidos, sino que el criterio único del placer es “su intensidad, su calidad específica, su duración, sus reverberaciones en el cuerpo y en el alma” (ibíd., 72). Y añade que en casi todas esas civilizaciones antiguas, el arte del placer debía permanecer en secreto y solamente podía ser transmitido por un maestro. Se trataba, por tanto, de una techné que se aprendía y en la cual uno se ejercitaba.
Todas estas intuiciones, que sonaban ya bastante misteriosas en 1976, quedaron sin desarrollar en el momento en que Foucault decidió interrumpir su proyecto.2 No obstante, una vez recompuesta su analítica del poder sobre la base del nuevo concepto “gubernamentalidad”, el filósofo decide volver a la carga, y comienza una serie de investigaciones sobre el mundo antiguo en las que busca esa otra “economía de los placeres” anunciada en el libro de 1976. Recordemos que allí había mencionado a “Roma” como una de las civilizaciones que desarrolló un arte del placer en la antigüedad. Su viaje hacia el mundo helenístico-romano en el curso de 1981 estará motivado, entonces, por la búsqueda de esa ars erotica que desapareció de Occidente para ser sustituida en la modernidad por la scientia sexualis. Pero, ¿fue esto lo que en realidad encontró? ¿Tuvieron los romanos una ars erotica? En la entrevista con Dreyfus y Rabinow de 1983, al ser preguntado sobre los alcances de su primer volumen de Historia de la sexualidad, Foucault dice lo siguiente:
Uno de los numerosos puntos en los que he estado equivocado en ese libro era en lo que decía sobre esta ars erotica. Yo había contrapuesto nuestra ciencia del sexo a una práctica constrictiva de nuestra propia cultura. Los griegos y los romanos nunca tuvieron un ars erotica que pudiera ser comparada con el ars erotica china (o al menos no fue algo verdaderamente importante en su cultura). Contaban con una techné tou biou en la que la economía del placer desempeñaba un papel muy amplio. En este arte de la vida, la noción del ejercicio de un perfecto dominio sobre sí mismo se volvió pronto un tema principal […]. La ética griega está centrada en el problema de la elección personal, de una estética de la existencia. La idea del bios como un material para una obra de arte es algo que me fascina. También la idea de que la ética puede ser una estructura muy vigorosa de la existencia, sin ninguna relación con lo jurídico per se, con un sistema autoritario, con una estructura disciplinaria. Todo esto es muy interesante. (Dreyfus & Rabinow, 2001: 267-268)
No fue, por tanto, una ars erotica lo que Foucault encontró en su exploración del mundo helenístico-romano, sino una techné tou biou, un arte de la vida que, como veremos luego, nuestro filósofo apresuradamente interpretó como “estética de la existencia”.3 Pero no nos adelantemos mucho y preguntemos por ahora: ¿en qué consistían estas “artes de la vida”? En alcanzar un “perfecto dominio sobre sí mismo”, en el que el sujeto conseguiría sustraerse a los excesos en la comida, en la bebida y en el sexo, como era común en los círculos sociales romanos. Se trataba, pues, de hacer un uso moderado de los placeres corporales. No se prohíbe la ingestión de ciertos alimentos o bebidas y tampoco la relación sexual con hombres o con mujeres, sino que se condenan los excesos.4 Es decir que la preocupación de una techné tou biou no es separar lo prohibido de lo permitido, sino desarrollar la sabiduría necesaria para que un sujeto consiga “gobernarse a sí mismo”. El problema, pues, no es el acto sexual como tal, sino la relación con uno mismo. Pues para los filósofos del período helenístico-romano que Foucault investiga, el placer no se circunscribía de ningún modo a las relaciones sexuales. Los aphrodisia —como también veremos luego— no eran vistos como un fin en sí mismos, sino que se hallaban integrados en una “problemática” mucho más grande, en la que lo básico era el modo en que un sujeto debía relacionarse con los placeres del cuerpo: la comida, la bebida y la sexualidad.
Tenemos entonces que en lugar de una ars erotica, Foucault encuentra en los romanos una techné tou biou en la que los placeres sexuales no tienen centralidad alguna. No hay aquí maestros especializados en el arte de enseñar un placer sexual liberado de las prohibiciones, como se esperaba todavía en el libro de 1976. Lo importante era el modo en que el sabio podía entablar una relación “libre” con sus propios placeres, vale decir, una relación en la que estos no lograran enseñorearse de él.5 Una relación que no conllevara la servidumbre sino el “dominio propio”, aquello que Foucault denominará luego el “cuidado de sí”. Aquí se encuentra la clave, el “eslabón perdido” que permitirá a nuestro filósofo repensar su proyecto fallido de una Historia de la sexualidad, leído ahora como una genealogía de las “técnicas de sí” a través de las cuales el sujeto entabla una relación autónoma con sus placeres.6 Una genealogía, en suma, del modo en que los sujetos pueden “gobernarse a sí mismos”.
Con este descubrimiento, el proyecto de historia de la sexualidad tomará una dirección completamente diferente a la que se anunció en 1976 con La voluntad de saber. Allí, recordemos, la cuestión era desentrañar las formaciones de poder que nos han constituido como sujetos de deseo. La tesis era que la experiencia del “placer sexual” en la modernidad es resultado histórico de unos discursos expertos (médicos, psicológicos, psicoanalíticos) y de unas prácticas institucionales (judiciales, pedagógicas, estatales) que han definido lo que la sexualidad significa. Tales significaciones han quedado inscritas en los cuerpos (a través de mecanismos de normalización disciplinaria), y se materializan en la medida en que adoptamos los modos de hablar y desear que impone sobre nosotros el “dispositivo de sexualidad”. La experiencia del placer viene ligada, entonces, al problema de la verdad (enunciada por la scientia sexualis), de tal modo que la sexualidad se vuelve la clave para el desciframiento de lo que en realidad “somos”, de la verdad profunda sobre nosotros mismos. No obstante, a partir del viaje de Foucault hacia el mundo antiguo, este proyecto se va modificando paulatinamente. Primero, en el curso de 1980 (El gobierno de los vivos), Foucault intentará retomar el problema de las técnicas cristianas de confesión y penitencia como antecedente genealógico del “decir la verdad sobre sí mismo”, que desembocaría muchos siglos después en la scientia sexualis. Pero en el curso de 1982 (Subjetividad y verdad) se dará cuenta que estas técnicas cristianas no eran otra cosa que la transformación de unas “técnicas de sí” desarrolladas antes por escuelas filosóficas paganas, lo cual le llevará a desarrollar una genealogía del “uso de los placeres” en los siglos I-III d.C. Pero atención: no es que en el mundo romano Foucault quiera encontrar un modelo subyacente (una ars erotica sepultada bajo el peso de la scientia sexualis) que pueda retornar y ofrecerse como “alternativa” para el modo en que hoy día experimentamos la sexualidad. Más bien, lo que busca Foucault con su genealogía de las técnicas de sí es generar un efecto de “contraluz”. La genealogía que propone el curso de 1981 se mueve hacia un momento en el que lo que hoy somos no había emergido aún, de modo que su estrategia es colocar nuestra experiencia de la sexualidad frente a un momento histórico en el que esa experiencia no existía. ¿Con qué objetivo? Para desnaturalizarla, para entender que eso que hoy somos no es otra cosa que una diferencia histórica, una reverberación más en el devenir ciego de la historia.
En este capítulo quiero centrarme en el curso de 1981, Subjetividad y verdad. Sin embargo, antes de entrar en materia, valdría la pena revisar el modo en que Foucault entiende las “modificaciones” que hizo a su proyecto de historia de la sexualidad en la Introducción a su libro El uso de los placeres (1984). La más importante de ellas —como ya vimos en el volumen I de Historia de la gubernamentalidad— tiene que ver con la noción de sujeto. No se trata del sujeto “sujetado” por las relaciones entre el poder y el saber, del sujeto enteramente producido por el “dispositivo de sexualidad”, sino de un sujeto capaz de entablar una relación autónoma consigo mismo. El sujeto ya no es constituido como “sujeto de deseo” a partir de tecnologías políticas que disciplinan y normalizan su cuerpo, tal como se decía en el libro de 1976, sino que ahora es libre para autoconstituirse como sujeto moral. Lo cual significa que puede darse una “vida buena” mediante la aplicación de diversos ejercicios, procedimientos, técnicas y discursos que acoge de forma voluntaria. Un sujeto, en suma, capaz de “problematizar” sus placeres sexuales a través de las “artes de la existencia”:7
Por ellas hay que entender las prácticas sensatas y voluntarias por las que los hombres no solo se fijan reglas de conducta, sino que buscan transformarse a sí mismos, modificarse en su ser singular y hacer de su vida una obra que presenta ciertos valores estéticos y responde a ciertos criterios de estilo. Estas “artes de la existencia”, estas “técnicas de sí”, sin duda han perdido una parte de su importancia y de su autonomía, una vez integradas, con el cristianismo, al ejercicio de un poder pastoral, y más tarde a prácticas de tipo educativo, médico o psicológico. No por ello es menos cierto que sería necesario hacer o retomar la larga historia de estas estéticas de la existencia y de estas tecnologías de sí […]. En todo caso, me parece que el estudio de la problematización del comportamiento sexual en la Antigüedad podría considerarse como un capítulo —uno de los primeros capítulos— de esa historia general de las “técnicas de sí”. (Foucault, 2007a: 14)
Sin entrar todavía en la discusión alrededor de la “estética de la existencia”, digamos por lo pronto que la noción “técnicas de sí” le ofrece un enfoque diferente al proyecto de historia de la sexualidad, pues lo coloca en un nivel de análisis que no se centra ya en los procesos de normalización de la conducta, sino en los de autoconstitución de la subjetividad. Es decir que el énfasis no está en la norma, sino en el modo en que el sujeto acepta o rechaza la norma. Por eso, en la introducción a El uso de ...

Table of contents

  1. Portada
  2. Título
  3. Derechos de autor
  4. INTRODUCCIÓN
  5. CAPÍTULO I. El últi mo Foucault
  6. CAPÍTULO II. La singularidad del cristianismo
  7. CAPÍTULO III. Sexualidad y verdad
  8. CAPÍTULO IV. Art es filosóficas de vivir
  9. CAPÍTULO V. Estética de la existencia
  10. EPÍLOGO. El “efecto Foucault ” de la política
  11. BIBLIOGRAFÍA