Sociología de la empresa
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Sociología de la empresa

Del marco histórico a las dinámicas internas

Sébastien, Arcand

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Del marco histórico a las dinámicas internas

Sébastien, Arcand

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El objetivo de esta obra colectiva es permitir que los estudiantes de administración se familiaricen con la sociología como ciencia de la comprensión de las dinámicas inherentes a la empresa contemporánea. En general, esta obra invita al lector a ver la empresa y su relación con la sociedad bajo el prisma de la noción de responsabilidad y permite evaluar el impacto en la sociedad de las decisiones que toman las empresas. Coedición con la Universidad EAFIT y la Universidad del Valle, Colombia.

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Information

Year
2010
ISBN
9789586653169
CAPÍTULO 1
EL CAPITALISMO: ORIGEN, ESENCIA Y VARIEDAD
Jean-Pierre Dupuis1
EL CAPITALISMO COMO MODELO DE SOCIEDAD
Para hacernos una idea clara del trabajo y su organización, así como de la empresa y su funcionamiento, es esencial comprender bien la sociedad en la que vivimos, ya que el trabajo y la empresa son tanto productos de esta sociedad, como instrumentos que intervienen en su transformación. Por consiguiente, de acuerdo con los tipos de sociedad, los vínculos existentes entre el trabajo y ésta adquieren formas diferentes, cuya comprensión se hace necesaria. ¿Cuál es la naturaleza de estos vínculos en nuestras sociedades capitalistas? Para responder a esta pregunta, partiremos de un examen de la naturaleza de la sociedad capitalista y de sus orígenes. Enseguida veremos que las sociedades capitalistas, aunque compartan algunas características generales, presentan diferencias importantes, tanto en lo que tiene que ver con la organización del trabajo y de la empresa, como en lo referente a la economía en general.
EL NACIMIENTO DEL CAPITALISMO: EL TRIUNFO DE LA CLASE DE LOS COMERCIANTES
A menudo el mercado es presentado como la institución que revolucionó el mundo, ya que dio origen a la sociedad capitalista. La definición del capitalismo que da el sociólogo estadounidense Peter L. Berger, en La revolución capitalista, va en este sentido:
La definición más útil del capitalismo es […] la que se enfoca en lo que la mayoría de la gente entiende cuando utiliza el término —la producción para un mercado por individuos o por grupos de individuos emprendedores con el objetivo de lograr algún beneficio. (1992, pp. 5-6)
Ahora bien, según el sociólogo francés Jean Baechler (1971, p. 69), el mercado es una institución tan vieja como el mundo, y los capitalistas —a quienes define como personas “cuya actividad se fundamenta en la esperanza de un beneficio con la explotación de las posibilidades de intercambio”— han existido en todos los imperios que la historia ha conocido, con muy pocas excepciones, como el Perú de los incas. En su opinión, lo nuevo de la sociedad capitalista consiste en que por primera vez en la historia, este grupo de actores logra imponer a toda la sociedad, gracias a sus prácticas comerciales, sus valores y su modo de organización. Los capitalistas occidentales lograron explotar al máximo la idea de la eficiencia económica del mercado, lo que significa que las relaciones sociales de intercambio (el cuidado de los niños, por ejemplo) se enmarcan cada vez más en una lógica mercantil (intercambio que genera un beneficio).
Pero, ¿cómo lograron imponerse los poseedores del capital a los actores políticos o religiosos que dominaban las sociedades hasta entonces? Y, ¿por qué nació el capitalismo en Europa y no en otra parte? Surge entonces la pregunta acerca de los orígenes del capitalismo como modelo de sociedad, que es importante, porque está ligada al interrogante respecto a las condiciones que favorecieron el surgimiento y el avance de la sociedad capitalista que muchas sociedades actuales pretenden reproducir. Comprender los orígenes del capitalismo es, de alguna manera, indicar a estas sociedades el camino que deben seguir para que se desarrolle el capitalismo, si ese es su deseo. Miremos pues, con mayor detalle, los orígenes del capitalismo.
Primero que todo, es necesario anotar que la mayoría de los autores considera mucho más difícil explicar los orígenes del capitalismo que describir sur características principales. Para el historiador francés Paul Mantoux (1959, p. 380), los orígenes del capitalismo “retroceden cada vez más en el tiempo a medida que los estudiamos”. Según el filósofo y sociólogo griego Cornelius Castoriadis (1975), el estudio de los orígenes del capitalismo sería insignificante debido al excesivo número de factores y de interrelaciones que se establecen entre ellos. Castoriadis presenta estos orígenes de la siguiente manera:
Cientos de burgueses, inspirados o no por el espíritu de Calvino y por la idea de la ascesis intramundana, se dedican a acumular. Miles de artesanos arruinados y agricultores hambrientos están disponibles para trabajar en las fábricas. Alguien inventa una máquina de vapor, otra persona un nuevo telar. Los filósofos y los físicos tratan de pensar el universo como una gran máquina y tratan de encontrar las leyes que lo rigen. Los reyes que siguen subordinándose y emasculando la nobleza crean instituciones nacionales. Todas las personas y los grupos sociales persiguen sus propios objetivos, nadie piensa en la sociedad en general. Con todo, el resultado es de una naturaleza completamente distinta: el capitalismo. En este contexto, no tiene ninguna importancia que este resultado haya sido perfectamente determinado por el conjunto de causas y de condiciones […]. Lo importante es que este resultado tiene una coherencia que nada ni nadie esperaba y que nada ni nadie garantizaba ni en sus inicios ni en su continuación, y que además posee un significado (o más bien parece encarnar un sistema cuyos significados son virtualmente inagotables) que hace que exista realmente un tipo de entidad histórica como lo es el capitalismo. (Castoriadis, 1975, p. 62)
Castoriadis tiene razón en lo que se refiere al origen accidental del sistema social que es el “capitalismo”. También la tiene al afirmar que el capitalismo tiene coherencia y significado. Es desde el momento en que un grupo de actores reconocen esta coherencia y la denominan (dándole un significado) que estos mismos actores u otros pueden dedicarse conscientemente a promover el fenómeno en cuestión —o en todo caso, lo que constituye, según ellos, la fuerza y la originalidad del fenómeno— o a condenarlo, a transformarlo, etcétera. Es propio de los seres humanos nombrar las cosas, darles un sentido y actuar en función de este sentido. Aclaremos de entrada que este significado del capitalismo ha cambiado a través del tiempo y el espacio, y que siempre está cambiando porque, aún en nuestros días, los diferentes actores no se ponen de acuerdo sobre su sentido.
Dicho esto, ¿debemos entonces renunciar a la búsqueda de una respuesta sobre los orígenes del capitalismo, como parece sugerir Castoriadis? Creemos que no, en la medida en que las diferentes respuestas a esta pregunta contribuyen a dar un sentido al capitalismo moderno y, de esta manera, a orientar las acciones de los diferentes actores sociales.
En efecto, la mayoría de los actores contemporáneos, en las esferas política y económica, al igual que los del mundo de las ciencias sociales, tienen cada uno su propia opinión, implícita o explícita, sobre el tema. Como es de esperarse, esta opinión influye en sus decisiones de todos los días, así como en la vida económica, política y social. Por nuestra parte, para seguir esta misma lógica, quisiéramos presentar nuestra propia interpretación de los orígenes del capitalismo y de su evolución, basándonos en la historia (selección e interpretación de hechos históricos) y en la sociología (comparación de hechos de las sociedades en el espacio y en el tiempo), aunque resulta obvio que tal interpretación no puede ser completa e imparcial, en la medida en que la selección y la comparación de los hechos dejan un gran margen a nuestra subjetividad. Dicho de otra manera, la utilización de disciplinas como la historia y la sociología, aunque permita tomar una relativa distancia objetiva, no elimina de ninguna manera todos los prejuicios ligados a la subjetividad.
La mayoría de los autores coinciden en que los orígenes más remotos del capitalismo datan de la caída del Imperio romano en Occidente. La caída de un poder central fuerte en el área cultural europea fue, según Baechler (1971), el fenómeno que más influyó en el ascenso de la clase de los capitalistas. En efecto, durante varios siglos, Europa fue una entidad cultural sin un poder político fuerte, dividida en una gran cantidad de dominios feudales, en la que ninguna autoridad logró organizar, planificar o controlar los intercambios comerciales y la economía. Aprovechando esta anarquía política, los comerciantes multiplicaron sus intercambios económicos negociando entre ellos mismos, lo cual dio origen a los burgos, y luego a las ciudades europeas, que establecieron entre ellas y con otras regiones del mundo un comercio floreciente. Este capitalismo urbano empezó en Italia, en especial en Venecia, Florencia, Milán y Génova. Más adelante, su centro se desplazó hacia el norte, a Amberes y Brujas. En esta época, es decir, a comienzos del siglo XVI, Europa tenía todavía más de 500 unidades políticas autónomas, y el ciclo de centralización y recentralización de este capitalismo urbano continuó entre el norte y el sur hasta que los capitalistas ingleses lograron crear por primera vez un vasto mercado interno —un mercado nacional— que condujo a la famosa revolución industrial.
Así, para Baechler,
[…] la mejor explicación de la extensión de las actividades económicas en Occidente es la diferencia entre la homogeneidad del espacio cultural y la pluralidad de las unidades políticas que compartían este espacio. La expansión del capitalismo tiene sus orígenes y su razón de ser en la anarquía política. (1971, p. 126)
La combinación de la homogeneidad cultural —el cristianismo heredado del mundo romano— y de la pluralidad de las unidades políticas favoreció el arraigo de la idea de mercado, que la clase de los comerciantes pudo poner en práctica sin ningún obstáculo político considerable. La idea de mercado circuló en Europa, de sur a norte, donde todas las regiones rivalizaban en imaginación y astucia en el arte del comercio, así como en los medios para producir un beneficio con el intercambio. En efecto, después de los inicios del capitalismo, todos los intentos de las potencias políticas emergentes de convertirse en los amos de Europa fracasaron, desde la España de los Habsburgo hasta la Alemania de Hitler, pasando por la Francia de Luis XIV o de Napoleón. En cada uno de estos casos, se constituyó una coalición de países europeos para impedir los proyectos de la potencia política del momento (Kennedy, 1989).
De hecho, ningún poder político estaba en capacidad de oponerse a esta clase de comerciantes en Europa, ya que los reyes dependían de ellos para implantar y ampliar su poder. Los reyes necesitaban a los comerciantes —su dinero— para conformar sus ejércitos y combatir a la nobleza. Además, es acertado decir que, gracias al papel que jugaron los reyes y los príncipes, los comerciantes adquirieron progresivamente cierto poder político, que fue aumentando a medida que se constituyeron sus fortunas y aumentaba el territorio de los reyes. El nuevo poder político que se organizó en torno a los Estados-naciones emergentes se vio desde un comienzo sitiado por la clase capitalista, que participó de forma activa en su desarrollo. Estos Estados-naciones, con Inglaterra a la cabeza, favorecieron el desarrollo del comercio, obligando a la apertura de los mercados interior y exterior. Incluso, en el siglo XIX, provocaron guerras imperialistas con países que se oponían a abrir sus mercados a los productos occidentales —en especial India y China.2
Lo nuevo de la sociedad capitalista consiste en el dominio de lo económico y sus principales agentes —los comerciantes, los productores o los financistas—, contrariamente a lo que sucedía en las sociedades precedentes, que fueron dominadas sobre todo por la política, la religión, el parentesco, etcétera. Como lo señala el economista estadounidense Robert L. Heilbroner (1986, p. 66), el principio de la organización central del régimen capitalista “es el capital con su naturaleza autoexpansiva”. Su tesis es similar a la de Baechler (1971, p. 30), quien sostiene que “la razón constitutiva del capitalismo es […] el empleo de la riqueza en diferentes formas concretas, no como un fin en sí mismo, sino como un medio de adquirir más riqueza”. Se trata de hacer crecer los capitales, no para adquirir bienes materiales y disfrutarlos, sino para aumentar el capital propio, para constituir fortunas colosales que se convertirían, después de la transformación de las mentalidades en el siglo XVIII, en una fuente importante de poder y de prestigio social. No se puede olvidar que, hasta ese momento, y como en la mayoría de las sociedades precapitalistas, “las actividades que buscaban el lucro eran mal vistas o desvalorizadas” (Heilbroner, 1986, p. 89). Por consiguiente, los comerciantes necesitaron tiempo y dinero para que su cultura económica fuera aceptada en la sociedad occidental. Al final, más que ser aceptada, esta cultura será literalmente impuesta como principio central de organización.
EL CAPITALISMO INDUSTRIAL: EL NACIMIENTO DE LAS NUEVAS CLASES SOCIALES
La revolución industrial es la consagración del capitalismo. No engendra el capitalismo, más bien, como lo afirma Berger (1992, p. 25), es “un logro histórico”. Fue en ese momento que el capitalismo tomó la forma que conocemos hoy. El capitalismo se industrializa, es decir que el capital se utiliza para la producción de mercancías, y los beneficios capitalistas provienen de esta producción, así como de la venta de las mercancías que producen los trabajadores asalariados en la empresa industrial. Los comerciantes ya habían acumulado muchos capitales, pero el emprendedor industrial, el que utilizaba esos capitales, los hacía rendir aún más. Apareció entonces una nueva manera de lograr un beneficio y de aumentar el capital. Su novedad radica en que, como afirma Heilbroner (1986, p. 57), “ninguna sociedad pasada había empleado la relación salarial como el principal medio para obtener un excedente”.
Según Mantoux (1959, p. 383), la revolución industrial generó una verdadera avalancha humana. Todo el mundo se apresuró a hacer fortuna con la industria. Personas de todas las condiciones y de todos los sectores se transformaron en emprendedores industriales: tenderos, mesoneros, carreteros, agricultores, tejedores, herreros, fabricantes y vendedores de clavos, entre otros. No todos tuvieron éxito, pero muchos hicieron el intento. No era necesario ser rico o inventor, bastaba con poseer las cualidades de organizador. Como lo afirma Mantoux (1959, pp. 390-394), estos nuevos hombres de negocios debían ser capaces de:
• Reunir los capitales necesarios para la creación de una fábrica y encontrar los socios capitalistas.
• Capacitar la mano de obra que trabajaba en la fábrica.
• Organizar eficazmente el trabajo en la fábrica.
• Encontrar los mercados para las mercancías producidas en la fábrica.
Se trata de un nuevo estado, que combina varios roles, entre los cuales algunos ya existían: “A la vez capitalista, organizador del trabajo en la fábrica, comerciante y gran comerciante, el industrial es el nuevo y consumado tipo del hombre de negocios” (Mantoux, 1959, p. 394); se asiste así a la creación de una nueva clase de industriales que vienen a engrosar la clase de los capitalistas. De manera paralela, como consecuencia de la industrialización, nace la clase de los obreros, constituida por los trabajadores asalariados que poblaban los nuevos proyectos industriales. De esta manera, toda la sociedad va a reorganizarse en torno a estas dos clases sociales, convertidas, en el transcurso de un siglo, en las dos clases más importantes de la sociedad capitalista industrial.
En un principio, los obreros vivían en condiciones de vida y laborales muy difíciles. Los salarios eran muy bajos, y en muchos casos no eran su...

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