1 Leonor López de Córdoba
Contexto histórico
La sucesión al trono de Castilla, hizo de la segunda mitad del siglo XIV uno de los periodos más turbulentos de la historia de España: la guerra civil entre Pedro I, el Cruel, y Enrique II de Trastámara, hijos legítimo e ilegítimo, respectivamente, de Alfonso XI, tuvo como consecuencia inmediata el asesinato del monarca legítimo y el establecimiento de una nueva monarquía, los Trastámara.1 Como resultado de este conflicto militar, la sociedad castellana quedó dividida entre perdedores y ganadores; es decir, entre los nobles que, por su lealtad a Pedro I, perdieron poder político, patrimonio y privilegios y los que se beneficiaron económica y políticamente de la victoria de Enrique II y que, por su fidelidad a éste, recibieron las propiedades confiscadas a los anteriores, convirtiéndose, así, en la nueva nobleza dominante. La familia de Leonor López de Córdoba (1362–1430) sufrió las consecuencias de esta división social por apoyar al monarca derrotado.2 Los enfrentamientos bélicos entre ambos bandos llegarían a su fin en 1388 con la firma del Tratado de Bayona, en el que se acordó el matrimonio entre Enrique III de Trastámara, nieto de Enrique II y príncipe de Asturias, con Catalina de Lancaster, nieta del monarca asesinado (Arturo Firpo 26–27).
El género autobiográfico en la Edad Media
Las tres características que definen el género autobiográfico son la reflexión, la presencia de la primera persona en la narración y la superposición de autor-narrador-sujeto (Katheleen Amanda Curry 103). Firpo añade que la autora o el autor necesita realizar una “self-interpretation of life experience” (21) y, por su parte, Piedad Calderón considera la subjetividad uno de los principales elementos de este género, ya que “[l]o más importante no es la fidelidad de la narración autobiográfica a la realidad, sino la necesidad que tiene el autor de organizar su existencia, de recordar ciertos momentos y dar coherencia y significación a su vida” (464). La mayoría de los estudiosos coinciden con Price Zimmermann en que la presencia de la reflexión es también un aspecto fundamental del texto autobiográfico: “[t]hrough the process of reflection there emerges an interpretation of past experience which attempts to clarify the development of the self” (121). El énfasis de la cultura cristiana en el examen de conciencia y la meditación propiciaría el desarrollo de este elemento en la autobiografía.3 Las vidas de santos y los manuales de confesión son considerados, por este motivo, el principal precedente del género autobiográfico. Reflexionar era (y es) un aspecto normal de la vida del cristiano y, como tal, se vio reflejado en las primeras autobiografías que surgieron en esta comunidad. No obstante, para Firpo, además de la reflexión del autor-narrador, deben existir otros elementos para que un texto pueda ser considerado autobiográfico. Para él es importante que el yo sea “el narrador y el tema de la narración,” que lo que el narrador nos comunique no sea ficción y que haya distancia temporal con respecto al episodio de la vida que se presenta (20–21).
En la autobiografía de la Baja Edad Media, sin embargo, la introspección no era un aspecto esencial de las memorias. Como explica Curry, en una sociedad tan estructurada como la de ese periodo y en la que las personas vivían según las normas establecidas por el cristianismo y por su estamento, el individuo no tenía la necesidad de llevar a cabo una reflexión o un análisis de su conducta. En las Memorias de Leonor López de Córdoba, considerada por Reinaldo Ayerbe-Chaux la primera manifestación autobiográfica en España por la presencia del “point of view [and] the analysis of the past in relation to the present” (24), vemos cómo la autora-narradora-protagonista no considera necesario evaluar su comportamiento, pues su conducta y su forma de entender la maternidad, las relaciones familiares y sociales y la religión se ajustaban a los valores de su estamento, a la mentalidad y a los principios de su época (93). Firpo observa, sin embargo, que en las Memorias, el yo no es arquetípico ya que, a pesar de que la imagen que la autora crea de sí misma encaja con la de la noble medieval, en su texto se puede leer la compleja psicología de una mujer desahuciada que tuvo que superar los vaivenes, los retos y las trágicas situaciones que se le presentaron en la vida: “el yo [. . .] no se presenta como una entidad abstracta y ejemplar tal como ocurría en la típica autobiografía medieval, sino que adopta los signos de lo concreto (se trata de la vida de un personaje de una clase determinada, en un momento particular de la historia española)” (25).
Las Memorias de López de Córdoba nos interesa porque es el primer ejemplo de género autobiográfico escrito en castellano y dictado por una mujer que decidió no ocultar su identidad y porque es la historia de una noble castellana que, después de nueve años en prisión, tuvo que reinventarse para sobrevivir en una sociedad muy interesada en mantenerla en los márgenes de la misma por ser mujer y por haber pertenecido a una familia que se opuso a la nueva monarquía.4
La voz de mujer en las Memorias de Leonor López de Córdoba
López de Córdoba establece desde un principio los objetivos que persigue con sus Memorias: limpiar el honor de su padre; narrar desde su perspectiva los hechos que ocurrieron durante la guerra civil; hacer pública la historia de su familia y la suya; y reclamar justicia para ella tras haber sido despojada de sus seres queridos y de sus bienes. Ayerbe-Chaux, Juan Lovera y Curry, entre otros, sospechan que, quizás, la autora tuviera otro objetivo más ambicioso: ganarse el favor de Catalina de Lancaster,5 nieta de Pedro I y reina consorte de Castilla, para recuperar su patrimonio y el lugar en la sociedad que le correspondía como hija de nobles.6 La rebeldía que se oye en sus palabras nace del resentimiento acumulado durante los años que estuvo socialmente desplazada y de su deseo de “reincorporarse a su clase”:
Ella compuso su obra para sostener una imagen amenazada por una sociedad que le negaba el renombre y la posición que deberían haberle pertenecido. El mero hecho de que tuviera la audacia de reclamar su derecho a hablar demuestra que se consideró digna de ser recordada por la humanidad como dama noble e hija del Maestre Martín López.
(Curry 96–97)
Las Memorias cubre un periodo específico de la vida de Leonor: desde su niñez hasta 1400, año en el que fue expulsada de la casa de su tía después de morir su hijo. El texto se puede dividir en cuatro partes:
En la introducción la autora está interesada en contextualizar históricamente su texto. Leonor se presenta a los lectores como testigo de los hechos que ocurrieron en un dramático momento de la historia de Castilla. Vemos que para darle validez a sus palabras, cree importante anunciar que dicta a un escribano y jura que todo lo que narra es verdad. Que considere necesario hacer referencia a la figura del escribano y al acto del juramento no es, ni mucho menos, casual, ya que con ello la autora equipara su texto a un “documento oficial” con el propósito de darle credibilidad a su historia (Lauzardo 5). Según Philippe Lejeune, el interés de Leonor es el de presentar sus Memorias como si fuera un “contrato” (citado en Louise Mirrer 13) entre ella y los lectores, un contrato con el que se compromete a contar la verdad. La veracidad de su historia también la refuerza ofreciendo de sí misma la imagen de una persona devota, víctima de agravios (como la Virgen) y compasiva. La idea de presentarse como una mujer ejemplarizante, además de ser una “una hábil táctica defensiva” (Curry 201), le ayudó a mejorar el concepto que los ganadores de la guerra habían creado de ella y a darle autoridad a su voz, la cual estaba desacreditada por ser la hija del Maestre Martín López de Córdoba.
Presentarse a sí misma como miembro de una de las mejores familias nobles de Castilla forma parte del proyecto personal de fortalecer su identidad y recuperar su espacio social: Como mujer medieval, Leonor era consciente de que el linaje y la riqueza eran los dos pilares fundamentales de la identidad del noble. En este sentido, ella fue una mujer de su tiempo y sabía que su identidad sólo la podía construir a través del género masculino. Para ella era importante, por tanto, elaborarla sobre la alcurnia, los títulos y la posesiones de los miembros masculinos de su familia y enorgullecerse de la valentía y honorabilidad de unos personajes que pertenecieron a la historia reciente de Castilla.
La parte que abarca desde los años en la corte de Pedro I hasta su encarcelamiento en las Atarazanas de Sevilla es su testimonio sobre los hechos —históricos— que acaecieron en su infancia: Perder a su familia y su posición en la sociedad tuvieron que ser una experiencia traumática para la niña que ella era. En estas páginas de sus Memorias, la narradora recuerda su vida privilegiada en la Corte, espacio en el que creció y se relacionó con las hijas de Pedro I, su matrimonio con Ruy Gutiérrez de Hinestrosa a la edad de siete años, el inicio del conflicto político, la decisión de su padre de mudar a su familia (hijo, hijas y esposos de éstas) ...