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Crítica, psicoanálisis y emancipación
El pensamiento político de Herbert Marcuse
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El texto analiza la represión individual y social como fundamento de la civilización y explora cómo, a partir de un mayor grado de automatización de la producción, sería posible eliminar la represión excedente posibilitando que la existencia del hombre sea organizada por la gratificación vital. Finalmente, se analiza el problema del sujeto político, la sociedad del tiempo libre y la liberación de la naturaleza como propuestas emancipatorias. Así, la presente obra, más que un comentario a Marcuse, es una dilucidación de la vigencia y límites de su pensamiento.
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Philosophy History & TheoryCAPÍTULO I

Crítica: la civilización unidimensional

¿Qué es la sociedad unidimensional?
La SIA es una sociedad que empieza a perfilarse a partir de la Segunda Guerra Mundial, pero cuyos principios filosóficos pueden rastrearse desde los comienzos de la modernidad. A partir del siglo XVII pueden identificarse tres tendencias filosóficas. La primera es la inaugurada por Descartes, la cual lleva la razón a su pináculo, descubriendo la subjetividad y colocando los cimientos de la unidad de la ciencia a través de su método; esta tendencia tiene influencia en toda la filosofía continental, en la ciencia en ciernes de la época y alcanzaría su cima en la filosofía ultrarracionalista de Hegel. La segunda es la fundada en el Novum Organum por Francis Bacon, quien utilizará la experiencia como criterio de conocimiento. Esta tendencia es la que origina el empirismo inglés de Berkeley, Locke, Hume y crea un pragmatismo antimetafísico; es una tendencia que hace apología de la ratio romana y cuya manifestación se hacía evidente desde el siglo XVII en la obra de Thomas Hobbes. Respecto a Hobbes, dice Cassirer: “Todo pensar es para Hobbes un calcular y todo calcular es sumar y sustraer” (1997, p. 284). Esta concepción de la razón –como cálculo– será aplicada también al campo de la política. El pragmatismo inglés, su amor por lo palpable, medible, calculable, cuantificable y la exportación de estos principios a suelo norteamericano, han contribuido, en mayor grado, a crear la civilización unidimensional, si bien esta tiene aportes de la razón continental, la cual podría definirse mayormente como logos.
Francis Bacon es, realmente, quien prefigura el proyecto técnico-científico del cual no hemos salido aún. En ese sentido, somos plenamente modernos. Decía Bacon:
Nosotros queremos grabar en la inteligencia humana una fiel imagen del mundo, cual es en realidad, y no tal cual puede fingírsele a la imaginación de cada uno. Ahora bien, para llegar ahí no hay otro medio que hacer del mundo una disección y una anatomía muy exactas. (1984, p. 111)
Esa “anatomía” es el proyecto de dominio del mundo, de la naturaleza, de las cosas. En ese sentido aún estamos en la “era baconiana”. Dicen Horkheimer y Adorno: “el dominio de la naturaleza, interior y externa, fue convertido en fin absoluto de la vida” (2009, p. 85)1.
La tercera tendencia filosófica de la modernidad tiene su antecesor en Blaise Pascal. Según J. Llansó:
Su visión del mundo y del hombre encuentra eco en pensadores como Schopenhauer, Nietzsche, Unamuno, Kierkegaard o Barth. Si con Descartes se dice que se abre paso a la filosofía moderna, con Pascal se abre paso a una nueva dirección del espíritu: aquella que apunta al hombre y al mundo, conjugados ambos en el terreno ineludible de la existencia. (1993, p. 10)
La formación de la SIA obedece, principalmente, a los principios de la segunda tendencia filosófica enunciada arriba. Esta tendencia cimienta los principios de una sociedad totalmente tecnológica y unilateral. A esto haremos alusión posteriormente. Pero ¿qué es lo que Marcuse llama SIA? Marcuse hace equivalentes los conceptos de sociedad industrial avanzada (SIA) y sociedad opulenta (1981a, p. 128)2. La SIA es, en primer lugar, una sociedad capitalista, con una alta concentración de poder político y económico; donde día a día crece la automatización o automación, aumenta la productividad, disminuye el trabajo en la versión clásica; es una sociedad que coordina la distribución y utiliza los medios de comunicación para perpetuarse; donde el gobierno interviene fuertemente en la planificación de la producción, a pesar de existir apropiación privada de los mismos. La SIA satisface, como nunca antes se vio, las necesidades materiales y culturales de la población. Estas necesidades son programadas y dirigidas dentro de ella misma, a la vez que su satisfacción solo es posible dentro de su marco; es una sociedad en creciente ascenso, irracional, que promueve la explotación del hombre y de la naturaleza. La SIA exporta su lógica a países del Tercer Mundo, hace proliferar la pobreza de las clases menos favorecidas a escalas nunca antes vistas; es una sociedad irracional donde conviven la abundancia productiva y la miseria (Ibíd., p. 135). En Razón y revolución de 1941 Marcuse había sostenido:
La sociedad capitalista es una unión de contradicciones. Obtiene la libertad a través de la explotación, la riqueza a través del empobrecimiento […] El más alto desarrollo de las fuerzas productivas coincide con el más alto grado de opresión y de miseria. (1994, pp. 304-305)
La SIA es una sociedad contradictoria, totalitaria e irracional; en ella la irracionalidad aparece racional; es una sociedad “cerrada” que integra todas las dimensiones de la existencia humana al sistema; administra la vida de los hombres hasta el límite y hace compatible sus formas de existencia con los requerimientos de su funcionamiento. Es una sociedad que reprime los instintos vitales de las personas a la vez que los re-direcciona, reprograma, explota y manipula. La SIA crea relaciones libidinosas con las mercancías, en ella el fetichismo por la mercancía obnubila la conciencia de la población. Esta es la sociedad que ha creado el hombre unidimensional.
El hombre unidimensional es un hombre feliz, con una falsa conciencia, que piensa que la sociedad en la que vive logra satisfacer sus necesidades materiales e intelectuales, es decir, sus necesidades objetivas y subjetivas; el hombre unidimensional está atiborrado de productos, de mercancías y también tiene fácil acceso a ellos: los puede obtener, comprar e incorporar a su modus vivendi; es quien habita dentro de la SIA. Este tipo-hombre se siente tan cómodo con su forma de vida que no encuentra razones por las cuales rebelarse contra el sistema, pues si la sociedad en la que vive le otorga todo, ¿para qué cambiarla?3 El problema es que no tiene conciencia de que su libertad está siendo administrada, de que es una libertad organizada y toda “libertad organizada es libertad obligatoria” (Adorno, 2003, p. 57); no se percata de que su vida es dirigida, planificada, modelada, circunscrita a la ideología de la SIA, a sus requerimientos internos y externos. El tipo de hombre del común, el ciudadano normal que describe Marcuse, es fácilmente identificable con el ciudadano de hoy; éste que vive como autómata dentro del sistema capitalista y que actúa y se comporta de acuerdo a las exigencias operativas de la actual lógica del mercado.
El hombre unidimensional, nos dice Marcuse, oscilará continuamente entre dos hipótesis contradictorias: la primera, que la SIA es capaz de contener la posibilidad de un cambio cualitativo para el futuro previsible; la segunda, que existen fuerzas y tendencias dentro de la SIA que pueden romper esta contención y hacer estallar la sociedad (Marcuse, 1981d, p. 25). Es decir, la SIA es una sociedad que tiene las condiciones necesarias para producir un cambio radical, pero ella misma lucha contra estas posibilidades, o mejor, controla la posibilidad de su cambio; con este método, la SIA logra perpetuar la dominación y el statu quo.
Podemos decir que gran parte de la última obra de Marcuse se mueve entre esas dos contradicciones. Por un lado, busca describir la forma cómo la SIA reprime el cambio cualitativo, cómo está estructurada, cómo opera, cuáles son sus bases filosóficas, etc., y, por la otra, muestra las posibilidades y las potencialidades que dentro de esa misma sociedad podrían provocar el cambio. En este libro seguiré, en aras de la claridad, esta misma estructura.
La contención del cambio cualitativo
La gente goza de un considerable
ámbito de libertad al comprar y vender,
al buscar trabajos y escogerlos,
al expresar su opinión y al ir de un sitio al otro,
pero sus libertades no trascienden ni con mucho
el sistema social establecido que determina sus necesidades,
su elección y sus opiniones.
La libertad misma actúa como
vehículo de adaptación y limitación.
(Marcuse, 1981a, p. 107)
Se había dicho que la sociedad unidimensional ofrece las posibilidades de un cambio, pero ¿de qué cambio se trata? Se trata de un cambio fundamental y radical que subvierta la relación del hombre con sus condiciones de existencia establecidas. En síntesis, pasar de un estado cuantitativo a uno cualitativo. El cambio cualitativo como tal solo es posible en una SIA, mientras que el cambio cuantitativo opera en sociedades subdesarrolladas o en transición. Recordemos, igualmente, que ese cambio cualitativo es reprimido y contenido por la misma sociedad unidimensional. ¿Qué es el cambio cualitativo del que habla Marcuse? Es un paso hacia la verdadera realización del hombre e implica su liberación, la supresión de su falsa conciencia y la pacificación de la lucha por la existencia, la satisfacción de las necesidades materiales e intelectuales, pero donde estas no estén manipuladas por el sistema; en ése cambio el hombre alcanzará una vida erótica, artística, grata, es decir, la realización de su verdadera dimensión humana y de nuevas formas de existencia. En este punto, Marcuse –también sus compañeros de la Escuela– siguen a Hegel y a Marx. Dice Erich Fromm en su libro Marx y su concepto del hombre:
La potencialidad del hombre, para Marx, es una potencialidad dada […], No obstante, el hombre varía en el curso de la historia; se desarrolla; se transforma, es el producto de la historia; como hace la historia es su propio producto. La historia es la historia de la autorrealización del hombre. (2011, p. 37)
El cambio cualitativo implica, pues, transformaciones donde esas potencialidades del hombre se hagan realidad efectiva. Eso requiere crear instituciones diferentes a las establecidas en los sistemas productivos; el cambio cualitativo apunta, en últimas, a la confluencia de la libertad y la necesidad. Para Marcuse, la posibilidad del cambio cualitativo está dada, principalmente, por la posición que ocupa la ciencia y la tecnología en la producción y por las consecuencias que se derivan de su aplicación. Veamos, entonces, las posibilidades de liberación que la SIA trae consigo.
En Marx, el paso hacia el comunismo implicaba el desarrollo máximo de las fuerzas productivas. Marx tenía, como también la tuvo la filosofía de la Ilustración, una fuerte confianza en la ciencia y el progreso, él creía en la ciencia y pensaba que esta tenía un papel fundamental en el proceso hacia el comunismo. Es dentro de esta lógica que el desarrollo de la técnica estaba previsto en la filosofía marxista. Como lo afirma Marcuse: “casi un siglo antes de que la automatización llegara a ser una realidad, Marx vio sus posibilidades explosivas”. Esto es claro en La ideología alemana escrito entre 1845 y 1846, y publicado por primera vez en 1932, donde decía: “Vemos que, cuando por ejemplo, se inventa hoy una máquina en Inglaterra son lanzados a la calle incontables obreros en la India y en China y se estremece toda la forma de existencia de estos reinos” (Marx, 1976, p. 220). Lo que este pequeño párrafo quiere decir es que la tecnología aplicada a la producción genera desempleo. Pero quedarse ahí sería una interpretación superficial, porque también aparece como derivado, como consecuencia, el tiempo libre. Para Marx era obvio que la producción dependería más del nivel científico y tecnológico que del trabajo físico, es decir, dependería de las máquinas y el hombre aparecería en el proceso como un supervisor o un regulador; el obrero ya no sería el agente principal del proceso productivo. Esto traería como consecuencia una disminución del tiempo de trabajo humano y la posibilidad de utilizar ese tiempo en beneficio del hombre y de la potenciación de sus posibilidades de existencia. Este proceso llevaría a una transformación del modo de producción, donde el valor de cambio desaparecería gracias a que el trabajo vivo dejaba de ser la medida.
Desde Marx, gran parte de los epígonos del marxismo hicieron alusión a ese tiempo libre que se obtendría como resultado de la automatización y de la posibilidad de utilizarlo para crear una sociedad en la que se haría posible que:
Yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos. (Marx y Engels, 1976, pp. 32-33)
En los años sesenta, Lukács, uno de los pilares de la Escuela de Frankfurt y uno de sus críticos, sostenía que de hecho las luchas de los obreros ya no eran –especialmente– por un mayor salario, pues: “En la actualidad, con la semana de cinco días y un salario adecuado, pueden aparecer ya las primeras condiciones para una vida llena de sentido” además “no hay duda de que la cantidad de trabajo necesaria para la reproducción física del hombre ha de decrecer constantemente, con lo cual se posibilitaría para todos los hombres la consecución de un margen para una existencia humana y cultural” (Heinz et ál., 1971, p. 77).
Para Marcuse la automatización sería el catalizador de la SIA; sería el catalizador en la base material del proceso productivo. También representaría el paso de la cantidad a la cualidad. Esta mina la fuerza de trabajo y corta el enlace entre el individuo y la máquina, es decir, deshace la conexión que representa la esclavitud del hombre. “La completa automatización en el reino de la necesidad abrirá la dimensión del tiempo libre, como aquel en que la existencia privada y social del hombre se constituirá a sí misma. Esa será la trascendencia histórica hacia una nueva civilización” (Marcuse, 1981d, p. 67). Así las cosas, la automatización se pone al servicio de la libertad del hombre.
Si bien lo anterior es cierto, la SIA hace todo lo posible para seguir utilizando trabajo vivo en la producción, entrando en una clara contradicción: que la contención de la automación conspira contra una “utilización eficaz del capital”. Es decir, si el capitalismo no decide llevar hasta sus últimas consecuencias el proceso automatizador, es posible que disminuya su competitividad internacional. Este era un requisito impostergable en la era de la Guerra Fría debido a la competencia económica entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Si bien hoy el mundo no está dividido, como en la época de Marcuse, entre comunistas y capitalistas, es claro que estas afirmaciones sobre la automatización son totalmente actuales. La automatización tiene influencia directa hoy en el empleo: a mayor automatización, menor empleo a escala global; igualmente, a menor automatización, menos rendimiento productivo, menos competitividad y más atraso.
Es claro que en la automatización hay una riqueza explosiva que puede minar las bases de la sociedad establecida. Para alcanzar estas posibilidades el proceso de automatización debe elevarse al máximo, de tal forma que libere sus potencialidades y así permita obtener ese tiempo libre tan reivindicado y, a la vez, permita mantener unos niveles altos de producción que satisfagan las necesidades humanas. Esa automatización es lo que hace que la SIA sea una sociedad opulenta, rica, pero es la dirección política del proceso tecnológico la que impide sacar las consecuencias que se derivarían de una total automatización de la producción. Preguntémonos: ¿cuáles serían las consecuencias de una automatización total? La respuesta podría ser: “el proceso tecnológico de mecanización y normalización podría canalizar la energía individual hacia un reino virgen de libertad más allá de la necesidad. La misma estructura de la existencia humana se alteraría; el individuo se liberaría de las necesidades y posibilidades extrañas que le impone el mundo del trabajo. El individuo tendría libertad para ejercer la autonomía sobre una vida que sería la suya propia”.
La pregunta que sigue es: ¿cómo logra la SIA, que podría favorecer el paso desde la cantidad a la cualidad, contener esta posibilidad? La respuesta no es sencilla e implica desglosar la forma como opera esta sociedad; operación que incluye, por supuesto, la ideología.
El aparato productivo tiene una clara connotación política. La tecnología, por ejemplo, se vuelve política. El aparato productivo extiende el sistema, lo justifica y lo legitima. “En esta sociedad, el aparato productivo tiende a hacerse totalitario en el grado en que determina, no solo las ocupaciones, aptitudes y actitudes socialmente necesarias, sino también las necesidades y aspiraciones individuales” (Ibíd., p. 26). Según Marcuse, la dominación es un concepto que opera en la construcción de la técnica misma. Esta dominación se filtra en los proyectos históricos de transformación, experimentación y explotación de la naturaleza y el hombre, proyecto que se inicia en el siglo XVII. Esta es la forma como el uso político de la tecnología mina la subjetividad.
La productividad científica de la SIA tiene las bases objetiva...
Table of contents
- Cubierta
- Portadilla
- Página legal
- Contenido
- Prólogo a la segunda edición: de vuelta a Marcuse
- Introducción
- Capítulo 1. Crítica: la civilización unidimensional
- Capítulo 2. Psicoanálisis: la represión en la sociedad industrial avanzada
- Capítulo 3. La crítica del marxismo soviético
- Capítulo 4. El problema de la emancipación
- Conclusiones: vigencia del pensamiento de Herbert Marcuse
- Adenda. Marcuse, Heidegger y el nazismo
- Referencias
- Cubierta posterior