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Intersticios de la guerra
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Este libro se erige sobre los pliegues corporales de la guerra y de la muerte para ofrecer una mirada a la Seguridad Democrática como política subcutánea, que fija múltiples violencias en los cuerpos de los actores armados y que fueron narradas por los noticieros de televisión nacional RCN y Noticias Uno durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Este libro analiza un conjunto de relatos informativos que aluden a los cadáveres como elementos de poder político y simbólico en el complejo campo de las fuerzas que estructuran el conflicto armado interno, y desde ahí, se pregunta por los modos en que las corporalidades de los líderes guerrilleros se nombran, se exiben o se ocultan.
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Information
Capítulo 1
Poder simbólico y representación: pistas para una lectura del cuerpo
Esta franja del texto funciona como antesala de las narrativas de corporeidad expuestas en los capítulos siguientes, y tiene la intención de mostrar algunas conexiones entre el poder, el lenguaje y la representación, que dan consistencia a la reflexión en torno a los cuerpos de la guerra. Aquí resultan fundamentales los planteamientos de Stuart Hall sobre las prácticas y el poder de la representación, y los aportes de Pierre Bourdieu sobre dos aspectos: las pugnas que tienen lugar en el lenguaje y lo concerniente a la estructuración del espacio social, temáticas que convergen en la categoría de poder simbólico como pieza fundamental del análisis que articula corporeidades7 y conflicto armado.
En estas páginas busco situar teóricamente el cuerpo en un espacio de poder, y para tal efecto, privilegio las lecturas que enlazan las reflexiones sobre la muerte y el cadáver con la dimensión subjetiva de la violencia política en Colombia y su deriva en el simbolismo de las prácticas bélicas. En esta línea, destaco algunos postulados de Elsa Blair sobre el sentido de la muerte corporal como expresión límite de la violencia, y dialogo con las reflexiones de María Victoria Uribe y Luisa Fernanda Duque Garzón acerca de las técnicas empleadas por los actores sociales de la guerra para desaparecer los cuerpos de sus víctimas, de cara al problema de su ocultamiento, exhibición y manipulación en contextos de violencia8.
Mi pregunta por las representaciones de los cuerpos en las narrativas informativas de los noticieros nacionales posiciona este trabajo en un complejo campo de fuerzas que atraviesa las corporeidades desde lo simbólico y lo político. Al respecto, son ilustrativas las ideas de Stuart Hall (2010) sobre el poder de la representación9 como fuente de producción del conocimiento social, conectado de modo más íntimo con asuntos de poder y prácticas sociales, y por lo tanto, irreductible a un problema de coerción, o restricción física, o simbólica directa. De ahí que sea posible considerar que a través de las prácticas de representación, de alguien o de algo, se produce una forma de conocimiento del otro profundamente implicado en las operaciones de poder.
Ese poder, al decir de Foucault (2002), no solo constriñe, también produce nuevos discursos, prácticas e instituciones, y siempre está circulando en la sociedad, de modo que no se encuentra en un solo actor o lugar. No cabe duda de que el discurso sobre los cuerpos puede llegar a construir una imagen del conflicto y una imagen del otro, del guerrillero, del paramilitar, del miembro de la población civil o del Gobierno.
Al hablar de la producción de sentido social, a partir de las narrativas mediáticas de la guerra, me remito a la construcción de Pierre Bourdieu sobre el poder simbólico. Los símbolos, en términos de Bourdieu (1990), son instrumentos de conocimiento y comunicación que hacen posible el consenso sobre el sentido del mundo. Dichas relaciones de comunicación y conocimientos son también relaciones de poder. En consecuencia, el poder simbólico se refiere a un poder de construcción de la realidad relativo a un grupo particular y socialmente determinado.
Al traducir estas ideas a mi trabajo, creo que la televisión, como industria cultural que produce significados sociales, propone relaciones de poder en torno al conflicto interno y a sus actores, en la medida en que provoca una comunicación entre los miembros de una sociedad y alienta formas de conocimiento de la guerra.
Afirma Bourdieu que los esquemas de percepción sobre la realidad social depositados en el lenguaje son producto de luchas simbólicas y expresan el estado de relaciones de fuerza de tipo simbólico (1990, p. 273). Es por ello que en adelante concibo la guerra no solo como fenómeno político y social, sino también como una pugna simbólica por los modos de significar el conflicto y sus órdenes corporales en el campo del lenguaje. Me refiero a un tipo de poder simbólico que se expresa, por ejemplo, en los modos en que la guerrilla está presente en los relatos cotidianos de la gente, y en las narrativas de los medios, operando como fuente de sentido y emociones colectivas, o como instancia evocadora de imágenes de nuestro pasado común y de nuestro presente. En últimas, se trata de afirmar que los conflictos se presentan también en el terreno intangible del lenguaje, pero lo desbordan al traducirse en prácticas socioculturales diversas. Las luchas simbólicas, afirma Bourdieu,
[…] son por la producción e imposición de la visión del mundo legítima, y más precisamente, con todas las estrategias cognitivas de llenado que producen el sentido de los objetos del mundo social, más allá de los atributos directamente visibles por la referencia al futuro o al pasado. (1990, p. 288).
En la perspectiva de este autor, una de las formas elementales de poder político es nombrar y hacer existir gracias a la nominación, de modo que el lenguaje es una pieza clave en el juego estratégico de la lucha simbólica. ¿Qué pasa entonces con el poder cuando el silenciamiento es una práctica habitual de la guerra? ¿O cuando solo los periodistas o las fuentes gubernamentales narran la cotidianidad de las prácticas bélicas? En este caso, ¿son los cuerpos los que hablan?, ¿es la violencia el artificio parlante del conflicto? Bajo esta premisa, me pregunto por los modos de ocultamiento del cuerpo que operan en el lenguaje y que pueden articularse a la anulación de la identidad, del nombre, de la historia personal y de la muerte de todos los vínculos sociales de los sujetos.
Aunque Bourdieu no habla de la corporeidad como tal, tomo en préstamo sus planteamientos sobre el espacio social para concebir el conflicto colombiano como un campo de fuerzas, en el que los actores involucrados en las confrontaciones armadas ocupan posiciones diferenciales y mantienen un tipo particular de poder, a partir de un conjunto disímil de capitales. Las posiciones de los actores como agentes podrían variar según las coordenadas cambiantes de la guerra, en atención a las transformaciones que se presenten en las políticas diseñadas por el gobierno de turno, en materia de lucha contra la subversión, o de interacción con los actores del conflicto.
¿Podríamos pensar el cuerpo como elemento esencial en ese campo de fuerzas? En el contexto del conflicto armado, ¿sería posible asumir el cuerpo-cadáver como un capital? Y si así fuera, ¿de qué tipo de capital se trata? Será necesario complejizar esa reflexión a lo largo de los siguientes capítulos. Lo cierto es que el cuerpo constituye un elemento de poder, y en torno a su desaparición, tortura, confinamiento, o mediante la aplicación de diferentes tecnologías de la guerra sobre su materialidad, los actores sociales sustentan una posición política dentro del conflicto, susceptible de mejorar o de empeorar, según se trate de cuerpos de guerrilleros, integrantes de las Fuerzas Armadas, o de miembros de la población civil.
Si el cuerpo es susceptible de ser considerado un capital determinante del juego de poder que sustenta el conflicto armado, y este se define, de algún modo, como una disputa simbólica y militar entre distintos actores, pero también como una experiencia corporal, debo plantear otras precisiones sobre lo corpóreo como eje central de la reflexión.
El cuerpo es, ante todo, una categoría evasiva, mas no etérea, irreductible a sus componentes biológicos y naturales, entelequia discursiva y texto abierto, constructo cultural, intersección del poder y la mirada, espacio sin igual para el dominio del otro, pero también materialidad y despojo10. A la luz de la violencia, multiplicidad de discursos se tienden sobre cuerpos desgarrados, cadáveres de incierta presencia o evocaciones que subsisten al olvido, pero cuerpos que se definen y redefinen en el lenguaje y en el espacio de las prácticas socioculturales de poder.
Al tratar de entender cuál es la importancia cultural y política del cadáver como entramado de múltiples formas de poder, vehículo de significados, prueba y vestigio de la guerra, límite entre la vida y la muerte, intersticio de lo político y lo simbólico, y, ante todo, como una presencia que nos habla de la significación de las violencias que encarna el conflicto armado colombiano, en este libro me pregunto ¿qué pasa con los procesos de construcción de sentido sobre la guerra y la muerte, si no hay cuerpo? ¿Qué formas de ocultamiento y exhibición del cadáver11 se presentan en las narrativas mediáticas sobre eventos puntuales de la guerra, que tuvieron lugar en la seguridad democrática? ¿Cuál es la relevancia cultural de ponerse en presencia de los despojos humanos o de tener certeza sobre la suerte que corrieron los cuerpos inertes?
Sobre la trascendencia cultural de los cadáveres, María Soledad García habla de la extrema condición de la muerte sin cuerpo y sin reconocimiento. Sus palabras hacen eco de mis intuiciones acerca de la urgencia de los cuerpos muertos por reclamar su identificación, para perdurar en la vida de los otros a través del recuerdo. “Organizar la muerte, fetichizar a quien fue, a través de símbolos y representaciones, posibilita un anclaje en la historia individual y colectiva […] el rito final sobre el cadáver, como evidencia instrumental, nos permite finalizar el extenso rito de la vida” (2002, p. 12).
Entre tanto, Julia Kristeva se refiere a los cadáveres como abyección pura, materia biológica y simbólica que perturba el orden en tanto desecho indeseable y transgresor, cuya presencia escandaliza, asquea y conmueve porque recuerda el desvanecimiento de un mundo vital, de una identidad que debe ser anulada. El cadáver “es la muerte infestando la vida. Abyecto. Extrañeza imaginaria y amenaza real, [que] nos llama y termina por sumergirnos” (1989, p. 11).
Ahora bien, mi pregunta por las representaciones del cuerpo en las narrativas del conflicto armado me conduce a las investigaciones que se han realizado en Colombia sobre la dimensión subjetiva de la violencia, como un fenómeno que se nutre de lo imaginario y lo simbólico. En esta línea se encuentran los trabajos de Elsa Blair (1999 y 2005) y la depurada reflexión de María Victoria Uribe (2004) sobre las masacres. Con énfasis distintos, que exploraré a continuación, los dos textos resaltan la importancia de lo simbólico en las prácticas bélicas del conflicto armado.
Blair explica el problema de la muerte corporal como expresión extrema de la violencia política en Colombia y fuente de sentido social. Al respecto, la autora considera que en la violencia colombiana no solo existe “un cruce de balas, sino un cruce de sentidos y redes dentro de un sistema de significados” (2005, p. 12).
Una idea clave para esta investigación es la propuesta de Elsa Blair sobre la muerte violenta como un fenómeno excesivo, no solo por el número de muertos que produce, sino también por la carga simbólica inscrita en las maneras utilizadas para ejecutarla y en las formas para nombrarla y normalizarla a través del lenguaje o de la imagen. El exceso simbólico de la muerte también se vincula a los ritos funerarios para tratarla.
En su libro sobre las muertes violentas en Colombia, esta investigadora antioqueña aborda modalidades de la muerte relacionadas con la política, o muertes violentas de las guerras, y se detiene en la masacre fruto del conflicto armado. Explica Blair que en estas masacres, entendidas desde lo simbólico, se puede leer que el acto de morir se expresa en gran medida en la violencia ejercida sobre los cuerpos, “cuerpos que a su vez son vehículos de representación y de significación” (2005, p. 21). En otra parte del libro afirma, en alusión directa a los trabajos académicos sobre los ritos de sacrificio en el ejercicio de la violencia política, emprendidos por María Victoria Uribe, que en el escenario de la guerra es preciso mirar el cuerpo como un texto: “Las formas de muerte son en última instancia formas de silenciar a una persona, que como tal es portadora de algún sentido” (2005 p. 43).
El trabajo de Blair me interesa por su referencia a las muertes anónimas y a las desapariciones, que se pueden considerar otra forma de muerte. Al referirse a la institucionalización de la violencia, afirma que el poder no se puede establecer solo sobre la fuerza, y que el desgaste de poder se relaciona más con el debilitamiento de los símbolos, que con la capacidad de imponer la fuerza. El poder simbólico, entonces, trata de una dominación que se logra a través de la configuración de relaciones de sentido y de la apropiación de símbolos que, en el contexto del conflicto armado, se refieren al culto a las armas; a los rituales de la muerte, vinculados al tratamiento del cadáver; a las ceremonias de duelo, en todos los bandos de la guerra, o a los procesos de consolidación de la memoria colectiva. Un aspecto que se articula en mi investigación a la relevancia cultural del cuerpo como dispositivo necesario para construir una idea del pasado y del presente. De ahí que al considerar la naturaleza simbólica de la violencia derivada del conflicto, me pregunte por los símbolos a los que aparecen asociados los cuerpos de los diferentes actores sociales de la guerra en Colombia y por rituales que se organizan en torno al cuerpo en las prácticas bélicas que se presentan en los noticieros nacionales.
Ahora bien, la pregunta por las tramas de sentido que se despliegan como trasfondo de la violencia propia del conflicto armado se vincula a las técnicas empleadas por los actores sociales de la guerra para desaparecer los cuerpos de sus víctimas, y a los significados que se desprenden de esos hechos. Esta inquietud encuentra eco en las investigaciones de María Victoria Uribe sobre el simbolismo de las masacres a lo largo de la violencia política, que experimenta el país desde la década de los cincuenta del siglo xx. Uribe analiza las masacres como asesinatos colectivos de personas indefensas a manos de grupos armados, y los actos sacrificiales, a los que llega a denominar “modos de carnicería física y simbólica”. La autora busca perfilar la inhumanidad que circunda la masacre como tecnología del terror, para lo cual hace audible el silencio que rodea a las víctimas de este flagelo, y que define como “un terror que ha marcado con tinta indeleble el cuerpo y la conciencia de miles de ciudadanos a lo largo de más de medio siglo” (Uribe, 2004, p. 14).
Afirma Uribe que en las masacres cometidas por los bandoleros durante el periodo conocido como La Violencia, se recurre a un repertorio de técnicas de manipulación del cuerpo del otro, relacionadas con la forma en que los campesinos concebían su propia corporeidad como estructura en la que se combinaban órganos y rasgos de diferentes animales domésticos, y señala que estos difusos límites entre lo animal y lo humano se expresaban en los nombres otorgados a las partes del cuerpo, o en la elección de una denominación animal para referir cualidades propias o denigrar al enemigo. Se trata de una operación simbólica de mimetismo lingüístico, que se conserva entre los actores del conflicto armado para ocultar sus identidades reales a través de alias como ‘Mono Jojoy’, ‘Guacharaco’, ‘Águilas negras’, ‘El iguano’, o ‘Tigre 7’.
María Victoria Uribe explica que durante la violencia de mediados del siglo pasado, el campesino de la Región Andina, la más azotada por las masacres “concebía su propio cuerpo como si tratara de una estructura similar a la de los cerdos, las vacas y las gallinas” (2004, p. 98). Entretanto, los términos para referirse a las partes del cuerpo provienen de la cacería o la carnicería.
Entre los referentes que exploran el problema del ocultamiento o exhibición de los cuerpos en la guerra, figura una tesis de la Facultad de Psicología de la Universidad Javeriana, cuyo título indica una proximidad innegable a mi investigación: Expresión simbólica de la práctica paramilitar, de violencia y destrucción del cuerpo de sus víctimas, en el marco del conflicto armado colombiano, de Luisa Fernanda Duque Garzón. En el texto se habla de los procesos de adiestramiento y adoctrinamiento paramilitar, que operan bajo una lógica del poder impuesta por la implantación de prácticas de terror sobre el cuerpo, en el que se manifiesta la sanción, el castigo, la deshumanización y el exceso. Aquí, el cuerpo es entendido como un texto, pues: “el muerto no dice nada, es puesto a hablar a partir de su descuartizamiento” (Castillejo, citado en Duque, 2009, p. 10).
Uribe y Duque intentan explicar el fenómeno de la muerte violenta en Colombia a partir de la destrucción del cuerpo, desde prácticas siniestras que degradan y desdibujan la identidad de las víctimas y conforman redes de sentido sobre la guerra como experiencia corporal. Si la exhibición de los cuerpos mutilados, o violentados de diferentes formas, por los paramilitares o por los bandoleros de La Violencia se disponen como parte de una escena de horror para generar poder sobre las víctimas y sus sobrevivientes, ¿qué pasa con las prácticas de dominación de los actores sociales del conflicto cuando no hay cuerpo? Intuyo que en la evolución reciente de la guerra que se libra en Colombia hubo un tránsito, inadvertido quizá, de la destrucción del cuerpo y su exhibición pública a la desaparición y el ocultamiento de los cadáveres12, que hoy son el centro de mi exploración. Habrá que ver cómo funciona esta lógica de la exhibición del cadáver en las narrativas de los noticieros de televisión en alusión a las muertes de Raúl Reyes, Iván Ríos y Julián Guevara, que se presentaron en el marco de la seguridad democrática.
Capítulo 2
Orgía visual y narración televisiva. Exceso y escarnio en la exhibición mediática del cuerpo
Quiero comunicarle al país, que en una operación co...
Table of contents
- Cubierta
- Portadilla
- Página legal
- Tabla de contenido
- Dedicación
- INTRODUCCIÓN
- CAPÍTULO 1 PODER SIMBÓLICO Y REPRESENTACIÓN: PISTAS PARA UNA LECTURA DEL CUERPO
- CAPÍTULO 2 ORGÍA VISUAL Y NARRACIÓN TELEVISIVA: EXCESO Y ESCARNIO EN LA EXHIBICIÓN MEDIÁTICA DEL CUERPO
- CAPÍTULO 3 CORPOREIDADES CAUTIVAS Y RESTITUCIÓN SIMBÓLICA
- CONCLUSIONES
- REFERENCIAS
- ANEXOS: IMÁGENES DE CORPOREIDAD
- Cubierta posterior