La angustia en la realización del individuo
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La angustia en la realización del individuo

Una lectura kierkegaardiana

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La angustia en la realización del individuo

Una lectura kierkegaardiana

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El esfuerzo por resolver la problemática del sentido de la existencia ha sido asumido por múltiples pensadores, entre los que cabe destacar a Soren Kierkegaard, uno de los primeros filósofos que buscaba dar respuesta a su propia existencia desde una posición de reflexión subjetiva, entendida esta como posibilidad, preguntándose por su mismidad y encontrándose con una problemática que lo embargaba en lo más profundo de su ser: la angustia. Con la finalidad de acercarse al pensamiento de este filósofo, se analizan algunas de sus obras, concentrando la atención en el concepto de angustia, dado que a partir de este se considera la existencia humana como signo que debe ser interpretado para encontrar su sentido y de esta manera poder comprender el papel de la angustia en el proceso de realización del individuo.

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Superación de la angustia. El salto a la fe

En los capítulos precedentes se llegó a la conclusión de que el pecado es una cualidad interior que sucede en el individuo, en el existente, debido a un “salto” cualitativo. De igual manera, se analizó que la angustia es la aparición de la libertad en cuanto posibilidad frente a la posibilidad y que esta se corresponde con la nada. Por otra parte, se indagó la relación de angustia y pecado, y se infirió que la angustia se da en el primer hombre como predisposición al pecado y luego de cometerse se presenta como huella en todo existente; por lo tanto, todo individuo tiene una existencia de pecado y angustia.
Siendo entonces la angustia un fenómeno que se hace presente en todo hombre en relación dialéctica con el pecado, es la culpa la que permite al individuo superarla, ya que por esta el individuo se siente alejado de la síntesis que constituye el espíritu y busca volver a ser lo que debe ser, es decir, síntesis (como se exponía en el anterior capítulo). Así pues, una vez cometida la culpa y traducida en acto la sexualidad, satisfecha la curiosidad de la inocencia, restablecida la libertad de su colapso, pasado el ensueño del espíritu y adquirido un conocimiento vivo del bien y del mal, es posible una superación de la sexualidad por la integración del espíritu en la síntesis.
Para lograr dicha síntesis, Kierkegaard plantea la superación de esta en la existencia espiritual. Entonces, es necesario ampliar en un primer plano y definir qué es la existencia para el autor danés y analizar grosso modo su apropiación.

LA EXISTENCIA EN EL PENSAMIENTO KIERKERGAARDIANO

Aquí, la existencia cobra una particular significación que entra en oposición con su antigua concepción. Por eso, para Kierkegaard la existencia no será la sustancia como entidad y no se podrá definir como “lo que está ahí”, equiparándola con la realidad. Sin embargo, para este filósofo la existencia no es algo que pueda expresarse objetivamente, y para entender esta concepción es necesario referirse a la oposición filosófica que este mantiene con el idealismo de Hegel, el cual se propone en su sistema explicar de manera global la realidad. Hegel establece la identidad del sujeto y el objeto, entre el pensamiento y el ser: “He aquí que lo que existe está dado por la relación con un todo. Pero para Kierkegaard este pensamiento es abstracto ya que habla idealmente del ser y al hablar así, ya no habla del ser sino de la esencia” (Cf. Wahl, 1956, p. 52).
Ahora bien, la existencia es lo que separa, lo que es diferente a la idea absoluta, entendiendo esta como la unidad de la totalidad de lo real en la cual todo está dispuesto para su desenvolvimiento.
La existencia en Kierkegaard se refiere al hombre existente, por eso se afirma que para él la existencia es ante todo un existente, el existente humano. Por lo tanto, existir es ser individuo porque la existencia se refiere a la realidad concreta y la viviente; el hombre, luego, debe dirigir su atención a su existir, a los problemas de su existencia.
Es, pues, un hombre, y es, por tanto, un hombre viviente, es decir, existente […] ¿Es un hombre o es una especulación? Más si es un hombre, existe. En suma, para la existencia hay presentes dos caminos: O bien puede hacer todo para olvidad su existencia, lo que resulta cómico, porque existencia es esa propiedad particular de que el existente existe, quiéralo o no […] O bien puede dirigir su atención sobre el hecho de que existe. (Kierkegaard, 1941, pp. 78-80)
El existente tiene conciencia de su existencia, se conoce a sí mismo; pero hay que tener en cuenta que no hay existencia auténtica sino hasta que ella misma esté vuelta hacia un porvenir real, el cual debe consistir en la elección.
No se trata todavía de la elección de una cosa cualquiera, ni de la realidad de lo que se haya elegido, sino de la realidad de la elección […] En una carta anterior te decía que el hecho de haber amado produce en la naturaleza de un hombre una armonía que jamás se llega a perder del todo, ahora te diré que el hecho de elegir confiere una solemnidad a la naturaleza del hombre, una serena dignidad que no se llega a perder nunca […] Cuando todo está en calma en su contorno, solemne como una noche estrellada, cuando el alma está sola en el mundo entero, entonces se le aparece no un ser superior, sino la potencia eterna en sí misma, el cielo como que se abre y el yo se elige a sí mismo o, más bien, se recibe a sí mismo. Entonces el alma ha contemplado el bien supremo, lo que no puede ver ningún ojo mortal y que jamás puede ser olvidado. Entonces la personalidad recibe el espaldarazo que lo ennoblece para toda la eternidad. Se convierte en lo que ya había sido, se hace a sí misma. Como un heredero, aunque lo fuera de los tesoros de todo el mundo, no posee una herencia hasta que alcanza la mayoría de edad, así tampoco la personalidad, incluso la más rica, no es nada antes de haberse elegido a sí misma, y la más pobre que pueda imaginarse lo es todo en cuanto se elige a sí misma porque la grandeza no consiste en esto o aquello, sino que radica en el hecho de ser uno mismo, y ello está en el poder de cualquier hombre serio, si él lo quiere. (Kierkegaard, 1901, p. 231)
En la anterior cita se hace evidente que existir es elegir, pese a que todos los hombres nacen y en este sentido existen; la auténtica existencia es aquella en la que el individuo se elige, esta es la posibilidad de la existencia humana. Kierkegaard ha interpretado el ser posible como un modo de ser del existente por el cual este se proyecta a sí mismo en su ser, es decir, se elige. Ser existente es elegir y elegirse; es estar en relación con su mismidad, esto es, consigo mismo, lo cual constituye la libertad. “Mientras que la naturaleza es creada de la nada y yo mismo en cuanto personalidad inmediata soy creado de la nada, en cuanto espíritu libre o nazco del principio de contradicción o nazco del acto de haberme elegido a mí mismo” (Kierkegaard, 1901, pp. 232 y 233).
La existencia reclama al existente, al sujeto que no es abstracto sino determinado, concreto y único. Esta es la categoría de subjetividad que maneja nuestro autor, no abstrayendo al hombre en el género, sino concretizándolo en el “sujeto de carne y hueso” y convirtiéndolo en un ser único e irremplazable. Por otro lado, la existencia humana incluye el pensamiento, ya que el hombre que elige piensa y si elige está existiendo auténticamente. Pero el pensamiento del hombre que ha elegido es un pensamiento sobre su propia subjetividad, es un pensamiento subjetivo en último término, es un pensamiento sobre su existencia.
Kierkegaard denominará pensador subjetivo al hombre que vive su existencia auténticamente; pero vale la pena aclarar que al referirse el autor a la subjetividad no lo está haciendo con un carácter gnoseológico, sino con un carácter ético-religioso, en el cual el individuo por sí mismo reconoce su culpa y su estado de angustia en el que se encuentra, y busca una “cura”, es decir, un remedio para su estado, para alcanzar la salvación personal. El pensador subjetivo tiende de esta manera a lo infinito:
Que el pensador subjetivo existente se esfuerce sin cesar no significa que tenga en el sentido finito del término, un fin al cual tiende […]; no se esfuerza de una manera infinita, no cesa de ser en el devenir […] El devenir es la existencia del pensador […] Y todo el tiempo que existe está en el devenir. La existencia misma, el existir es un esfuerzo tan patético como cómico; patético porque el esfuerzo es infinito, es decir, dirigido hacia el infinito porque es realización del infinito; cómico porque el esfuerzo es una contradicción interna. (Kierkegaard, 1941, pp. 60 y 61)
La existencia es una inmensa contradicción de finito e infinito que ocasiona en el individuo una pasión que consiste en tratar de unir el tiempo y la eternidad, lo infinito y lo finito. El pensador subjetivo centra su atención en la tarea de comprenderse a sí mismo en la existencia, lo que constituye en él un interés apasionado, en el cual él, entero, se entrega a esta única labor y olvida todos los demás intereses y labores que pueda tener; además, se fija en la auto-comprensión con todos los esfuerzos de su voluntad, y de esta manera concreta todo lo que él es (Cf. Kierkegaard, 1941, p. 237).
Existir es, entonces, ser apasionado procurando el cuidado de su existir en una eterna beatitud, esto es, una felicidad o bienaventuranza eterna.
La consideración objetiva consiste justamente... en que los individuos devienen cada vez más objetivos. Cada vez menos interesados en una pasión infinita... Cuanto más el observador se hace objetivo, menos edifica una beatitud eterna [...], pues no hay cuestión de beatitud eterna sino para la subjetividad apasionada infinitamente interesada [...] El cristiano es espíritu, es interioridad, la interioridad es subjetividad, la subjetividad es esencialmente pasión, y en su grado máximo experimenta un interés personalmente infinito por su beatitud eterna [...] Toda decisión, esencial reside en la subjetividad [...] Desde el punto de vista objetivo hay sin duda bastantes resultados, pero de ningún modo un resultado decisivo... Justamente porque la decisión nos lanza en la subjetividad esencialmente en la pasión, máxime en la pasión personal que siente un interés infinito por su beatitud eterna. (Kierkegaard, 1941, pp. 19-21)
El existente se halla apasionado en cuanto está sumergido por la pasión de dominio sobre su propia existencia. La existencia será auténtica en la medida en que sea religiosa, y esta consiste en ponerse personalmente en relación con Dios como lo absoluto y referirse todo a Él (Kierkegaard, 1948, pp. 654 y 655).
Ahora bien, en la concepción cristiana de la existencia la fe es la realidad primera del existente y todo está determinado por ella; así pues, el individuo tiene su referencia espiritual en Dios.
Por otro lado, se presenta la angustia en el individuo desde el mismo momento de su origen. Este fenómeno es el posibilitador de la historia dentro del género en compañía del pecado y la sexualidad, y esto lo siente con toda su alma el existencial, el individuo de la interioridad. Es pertinente de paso expresar que la concepción de la libertad frente a la posibilidad de pecado, como angustia, está muy cerca de la concepción de Sartre de que la libertad del hombre es la terrible esclavitud de tener que elegir. La libertad es una angustia para el existente rico en aspiraciones, indeciso y temeroso del fracaso en sumo grado. La filosofía de la existencia muestra lo que es la existencia, distinguiendo el ser del hombre y el ser de las cosas. Solo el hombre puede existir.
Existir es estar en la posibilidad de decidirse aquí y ahora frente a una inter-pretación y de ser responsable de ello. “Existir es, por tanto, estar abierto al futuro, el cual, estimulado continuamente a la decisión le descubre siempre al hombre la autenticidad de su existencia” (Florkowski, 1973, p. 96).
La libertad es, entonces, una condición del hombre para ser hombre plenamente, al entrar en relación con la angustia. Se puede dilucidar desde ahora que esta va a ser la vía que posibilitará resolver el problema que nos acosa respecto a cuál es la incidencia de la religión (estado religioso) y la existencia en el proceso de realización auténtica y el desarrollo existencial del individuo.

La fe en la existencia

Para exponer la fe en el pensamiento cristiano de Kierkegaard es necesario tener previo conocimiento sobre el concepto que tiene de razón. La razón va a ser una noción relativa a la existencia y además será la negación del concepto de razón abstracta, o sea, la razón absoluta de Hegel. De esta manera, rechazará la razón pura que suscribe al pensador en lo objetivo alejado de su propia existencia. Antes de la razón está la existencia y la labor de esta última será preguntarse por el existir, como anteriormente se planteaba.
La tarea de la razón consiste en profundizar sobre el autoconocimiento (Kierkegaard, 1941, p. 61); en consecuencia, esta, en vez de remontarse a las alturas de la abstracción, se sumerge progresivamente en el autoconocimiento que es la dimensión del existir y así se introduce la razón en el existente, objeto de nuestro análisis en este aparte. Esta faena de la razón, como lo analizábamos antes, apasiona y “la razón considerada como pasión, ya no es propiamente razón, sino algo que está sobre la razón, que rompe sus barreras” (Collado, 1962, p. 264).
De esta manera, la razón se transforma en algo vital para el hombre y esto resulta paradójico, o sea, ultra real; de ahí que la razón de la existencia no se pueda sostener en un supuesto racional ya que esta es su supuesto. Esta paradoja constituye la pasión del pensamiento, y esta pasión (hablando meta-fóricamente) es como un fuego que se devora devorando. Lo anterior constituye el destino de la razón que, al apasionarse, termina chocando consigo misma, porque por sí misma no le es posible explicar su existencia, su ser en el mundo. “La suprema paradoja del pensamiento es querer descubrir algo que por sí mismo no puede pensar” (Collado, 1962, p. 264); es cuando el pensador subjetivo da el “salto” a la fe, que es la única capaz de descubrir lo desconocido. Asimismo, es donde se da otro tipo de razón que no es ya la especulativa, sino que es una “razón de fe”, lo cual es de por sí absurdo, pues la fe es una realidad paradójica porque trasciende la barrera del pensamiento. “Porque la fe comienza precisamente donde acaba el pensamiento” (Kierkegaard, 1992, p. 93).
La fe es determinación de la existencia en el sentido de que en ella la existencia se restablece, se recrea. La existencia, en cuanto real, pasa a ser existencia de la fe. Esta esencial vinculación de la existencia a la fe hace que todo cuanto a la existencia se refiera, o afecte por necesidad a la fe, y viceversa. (Collado, 1962, p. 284)
La fe, vista como determinación de la existencia, nos hace pensar que ella posibilita el conocimiento de la condición natural del individuo, porque traspasando los límites de la razón encuentra su finitud y la necesidad de trascendencia. Es en la fe donde el hombre se descubre procedente de Dios y se refiere “teológicamente” a Él. Por lo tanto, su existencia estará referida a Dios y en este sentido la fe sí afecta los diferentes momentos del existente. La fe en el pensamiento kierkegaardiano es una realidad interna del sujeto; sin embargo, el hombre tiene conocimiento objetivo de la fe.
¿Cómo entender este conocimiento? Para tal tarea es preciso partir del supuesto de la revelación como conocimiento objetivo que encierra hechos y verdades que son objeto de la fe que es vivida por cada sujeto en particular, esto es, individualmente. De esta manera, presenta Kierkegaard la revelación trascendente y objetiva: es la manifestación de la verdad de Dios en las Sagradas Escrituras. El individuo, por su parte, deberá tener conocimiento de su fe, pero, ¿cómo logra este conocimiento? Para esto deberá interiorizar la trascendencia y objetividad de la revelación en su inmanencia y subjetividad. “El verdadero caballero de la fe sabe, sin embargo, cuán magnífico es pertenecer a lo general; sabe cuán hermoso y benéfico es ser individuo que traduce en sí mismo lo general” (Kierkegaard, 1958, p. 103).
Conocer algo realmente consiste en subjetivizarlo por entero, es decir, constituir una relación en la que el sujeto cognoscente aprehende el objeto de conocimiento. Así es como el existente debe hacer objeto de su conocimiento a la revelación y llevarla a formar parte de su existencia y cotidianidad. Esta es la tarea que, según Kierkegaard, debe hacer el individuo que pretenda una realización de su existencia.
El hombre, por la revelación, se apropiará del conocimiento de la fe; para esto es preciso lo que anteriormente se exponía como conocimiento de su interioridad, que permite al individuo descubrir sus propios límites existenciales. Si el hombre, en el conocimiento de su subjetividad, descubre su propia naturaleza interior y se da cuenta de que es una síntesis —esto es, una relación— descubre a su vez que esta ha sido puesta por otro. No obstante, al autoconocerse, al autorrelacionarse consigo mismo se relaciona con otro que es el que posibilita tal relación en la síntesis; este otro tendrá que ser vinculante y religante.
En el autoconocimiento el individuo descubre lo infinito de la trascendencia de su ser, pues él es una síntesis que se da en relación con el absoluto. “O se da la paradoja de que el individuo en cuanto individuo se relaciona absolutamente con lo absoluto, o […] se está perdido” (Kierkegaard, 1958, p. 159). El hombre, en cuanto individuo, al conocer su propio límite es consciente de su ignorancia y en la trascendencia de lo absoluto reconoce la posibilidad de un conocimiento infinito que es el trascendente; de esta manera, el individuo se ve inevitablemente abocado a dar el “salto a la fe”.
La existencia auténtica e...

Table of contents

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Contenido
  5. Presentación
  6. Introducción
  7. El existencialismo y los antecedentes del pensamiento de Sören Kierkegaard
  8. Sören Kierkegaard y las etapas de realización
  9. La angustia en la posibilidad de realización del individuo
  10. El fenómeno de la angustia
  11. Superación de la angustia. El salto a la fe
  12. Conclusiones
  13. Bibliografía
  14. Notas al pie