El olor de las almendras amargas
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El olor de las almendras amargas

Nelson Ricardo Téllez Rodríguez

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El olor de las almendras amargas

Nelson Ricardo Téllez Rodríguez

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En El olor dé las almendras amargas una buena parte de la obra de Gabriel García Márquez ha sido sometida a una mirada escrutadora desde la medicina forense y la criminalística para extraer con precisión quirúrgica cada fragmento que el autor colombiano ha narrado en relación con muertes violentas, lesiones físicas no letales, transgresiones éticas o las profundas motivaciones de las conductas delictivas que se exploran y las investigaciones judiciales (o su ausencia) a las que estas son sometidas en uno y otro libro, Al proponer una mirada fuera de lo común en la que convergen la literatura y la medicina legal, sin duda, esta obra es una novedosa invitación a releer (con otros ojos) la obra del Nobel de literatura.

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Information

Year
2018
ISBN
9789587834420

CAPÍTULO 1

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Los suicidios que se trenzan con palabras

“El Belga ya no volverá a jugar ajedrez”1

“Hoy me doy cuenta, sin embargo, de que aquella frase tan simple fue mi primer éxito literario”2, dice García Márquez en sus memorias, en relación con las palabras que se ponen aquí como título para este acápite; en Vivir para contarla, lo que narra sobre el asunto da explicación tácita a la forma en que empiezan dos de sus novelas, La hojarasca y El amor en los tiempos del cólera:
Por primera vez he visto un cadáver. Es miércoles, pero siento como si fuera domingo porque no he ido a la escuela y me han puesto este vestido de pana verde que me aprieta en alguna parte. De la mano de mamá, siguiendo a mi abuelo que tantea con el bastón a cada paso para no tropezar con las cosas (no ve bien en la penumbra, y cojea) he pasado frente al espejo de la sala y me he visto de cuerpo entero, vestido de verde y con este blanco lazo almidonado que me aprieta a un lado del cuello. Me he visto en la redonda luna manchada y he pensado: Ése soy yo, como si hoy fuera domingo. Hemos venido a la casa donde está el muerto3.
En La hojarasca, el comienzo del libro muestra la primera impresión de un niño frente al cadáver de un ahorcado, pero en realidad es la narración autobiográfica, filtrada por la ficción de la novela, de la propia impresión de Gabriel García Márquez ante el suicidio del Belga, amigo de su abuelo y cuyo cuerpo sin vida tuvo que ir a ver una mañana de domingo antes de la misa. El veterano de la Gran Guerra, inválido por ella, había puesto fin a sus días, y los de su perro, con inhalación de vapores de cianuro. En esta novela, el muerto no es el mismo Belga ni la causa es el tóxico, y el motivo de uno, la gerontofobia de Jeremiah de Saint-Amour, no es el mismo del otro, el doctor, pero el recuerdo se retomará treinta años después por el autor para deshilvanar otra historia, sin duda mejor contada, con lo que la evolución literaria queda plenamente comprobada, como ya se demostró antes en este ensayo.
Una pregunta, “¿Por qué tanto tiempo?”4, fue respondida a Plinio Apuleyo Mendoza en otro contexto, para otro libro, El olor de la guayaba, sobre otro libro, Crónica de una muerte anunciada, cabe en este punto porque la respuesta puede ser la misma en cada caso: no estaba alcanzada la madurez del texto y, por supuesto, tampoco la del escritor:
—Cuando ocurrieron los hechos, en 1951, no me interesaron como material de novela sino como reportaje. Pero aquél era un género poco desarrollado en Colombia en esa época, y yo era un periodista de provincia en un periódico local al que tal vez le hubiera interesado el asunto. Empecé a pensar el caso en términos literarios varios años después, pero siempre tuve en cuenta la contrariedad que le causaba a mi madre la sola idea de ver a tanta gente amiga, e inclusive a algunos parientes, metidos en un libro escrito por un hijo suyo. Sin embargo, la verdad de fondo es que el tema no me arrastró de veras sino cuando descubrí, después de pensarlo muchos años, lo que me pareció el elemento esencial: que los dos homicidas no querían cometer el crimen y habían hecho todo lo posible para que alguien se lo impidiera, y no lo consiguieron5.
El tiempo tiende los puentes necesarios para convertir en oro las palabras. El justo momento había llegado para mostrar una noticia en forma de novela o para demostrar que la perfección es posible con el entrenamiento de la pluma en cada nuevo día, con el robustecimiento de los hilos neuronales precisos para plasmar la estética a través del ensayo y el error, antigua técnica del ser humano, tan útil para todo, incluso para la buena literatura.
En uno u otro caso, ya con la maduración para contar una noticia como una novela policiaca o ya por el entrenamiento del escritor, la pregunta de Mendoza vuelve al sitio que le corresponde al haber sido respondida y, por lo tanto, ahora es claro que sus verdades, la de tantos libros y cómo fueron creados, se han unido para contar esta historia. Solo ha sido una mirada distraída a la vera del camino para encontrar en el paisaje algo que nos atrae como la luna al agua en las mareas, algo que nos dice a gritos que el tiempo sí cuenta en la literatura porque es el tonel donde madura el alma. En sus propias palabras, eso es exactamente lo que ocurrió no solo en la Crónica de una muerte anunciada, sino en toda su obra, y presiento que es lo que pasa con toda la literatura, como se muestra en la respuesta que da García Márquez sobre la novela que no fue terminada nunca pero que intentó a sus 18 años, La casa, y con la cual queda claro el papel que juega el tiempo en la construcción literaria:
—¿Es cierto que a los dieciocho años de edad intentaste escribir esta misma novela?
—Sí, se llamaba La casa, porque pensé que toda la historia debía transcurrir dentro de la casa de los Buendía.
—¿Hasta dónde llegó aquel esbozo? ¿Era desde entonces una historia que se proponía abarcar un lapso de cien años?
—Nunca logré armar una estructura continua, sino trozos sueltos, de los cuales quedaron algunos publicados en los periódicos donde trabajaba entonces. El número de años no fue nunca nada que me preocupara. Más aún: no estoy muy seguro de que la historia de Cien años de soledad dure en realidad cien años.
—¿Por qué la interrumpiste?
—Porque no tenía en aquel momento la experiencia, el aliento ni los recursos técnicos para escribir una obra así6.
De cualquier forma, las historias de los suicidios debieron ser las que prestaron los hilos para trenzar la cuerda y ofrecer las respuestas aunque estas no sean las de la vida, sino las de la memoria de la vida y aunque estrictamente no sean siempre suicidios sino en la literatura, que les da la forma y hasta les cambia la causa y la manera de la muerte7.
La realidad sobre el primer avistamiento de un muerto, al parecer un hecho tan determinante en la creación de dos de sus obras, no es la que cuenta Gabriel García Márquez en La hojarasca ni es tampoco la que confiesa como inspiración en el suicidio del Belga para mostrar a Jeremiah, porque, según lo dice el autor en su libro autobiográfico Vivir para contarla, el primer cadáver que vio sería el del ladrón al que María Consuegra había dado muerte de un certero disparo en la cabeza:
A las tres de la madrugada la había despertado el ruido de alguien que trataba de forzar desde fuera la puerta de la calle. Se levantó sin encender la luz, buscó a tientas en el ropero un revólver arcaico que nadie había disparado desde la guerra de los Mil Días y localizó en la oscuridad no sólo el sitio donde estaba la puerta sino la altura exacta de la cerradura. Entonces apuntó el arma con las dos manos, cerró los ojos y apretó el gatillo. Nunca antes había disparado, pero el tiro dio en el blanco a través de la puerta.
Fue el primer muerto que vi. Cuando pasé para la escuela a las siete de la mañana estaba todavía el cuerpo tendido en el andén sobre una mancha de sangre seca, con el rostro desbaratado por el plomo que le deshizo la nariz y le salió por una oreja. Tenía una franela de marinero con rayas de colores, un pantalón ordinario con una cabuya en lugar de cinturón, y estaba descalzo. A su lado, en el suelo, encontraron la ganzúa artesanal con que había tratado de forzar la cerradura8.
En la literatura, el pasaje quedó retratado para la eternidad primero en “La siesta del martes”, cuento de Los funerales de la Mama Grande, en donde además aparecen dos personajes que luego harían trashumancia hacia Cien años de soledad, Aureliano y Rebeca. El mismo episodio también aparece en esta última novela, y el personaje, el coronel Aureliano Buendía, es nombrado también en El coronel no tiene quien le escriba:
Todo había empezado el lunes de la semana anterior, a las tres de la madrugada y a pocas cuadras de allí. La señora Rebeca, una viuda solitaria que vivía en una casa llena de cachivaches, sintió a través del rumor de la llovizna que alguien trataba de forzar desde afuera la puerta de la calle. Se levantó, buscó a tientas en el ropero un revólver arcaico que nadie había disparado desde los tiempos del coronel Aureliano Buendía, y fue a la sala sin encender las luces. Orientándose no tanto por el ruido de la cerradura como por un terror desarrollado en ella por veintiocho años de soledad, localizó en la imaginación no sólo el sitio donde estaba la puerta sino la altura exacta de la cerradura. Agarró el arma con las dos manos, cerró los ojos y apretó el gatillo. Era la primera vez en su vida que disparaba un revólver. Inmediatamente después de la detonación no sintió nada más que el murmullo de la llovizna en el techo de cinc. Después percibió un golpecito metálico en el andén de cemento y una voz muy baja, apacible, pero terriblemente fatigada: “Ay, mi madre”9. El hombre que amaneció muerto frente a la casa, con la nariz despedazada, vestía una franela a rayas de colores, un pantalón ordinario con una soga en lugar de cinturón, y estaba descalzo. Nadie lo conocía en el pueblo10.
Sobre el caso de Rebeca, su aparición posterior en Cien años de soledad es evidente cuando se narra el mismo episodio, aunque esta vez sin mayores detalles, como sí los cuenta el autor colombiano en sus memorias, Vivir para contarla, y en el cuento “La siesta del martes”: “La última vez que alguien la vio con vida fue cuando mató de un tiro certero a un ladrón que trató de forzar la puerta de su casa. Salvo Argénida, su criada y confidente, nadie volvió a tener contacto con ella desde entonces”11.
En La hojarasca, las pinceladas narrativas muestran, con mucha precisión y con riqueza de detalles que no le son extraños a un forense pero que sí deberán considerarse de notable erudición para un extraño de esta profesión, los cambios provocados por la anoxia cerebral en los ahorcados. Sin embargo, es en El amor en los tiempos del cólera en donde los aspectos médicos forenses toman más cuerpo narrativo desde el primer párrafo, desde la primera frase: “Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siembre el destino de los amores contrariados”12.
Ambos libros empiezan con la narración de sendos suicidios con el denominador común de la hipoxia.
En los suicidios que se trenzan con palabras, el escenario muestra, en un caso, la anoxia cerebral causada por la compresión vascular cervical por la suspensi...

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Rodríguez, T., & Ricardo, N. (2018). El olor de las almendras amargas ([edition unavailable]). Universidad Nacional de Colombia. Retrieved from https://www.perlego.com/book/1595375/el-olor-de-las-almendras-amargas-pdf (Original work published 2018)

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Rodríguez, Téllez, and Nelson Ricardo. (2018) 2018. El Olor de Las Almendras Amargas. [Edition unavailable]. Universidad Nacional de Colombia. https://www.perlego.com/book/1595375/el-olor-de-las-almendras-amargas-pdf.

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Rodríguez, T. and Ricardo, N. (2018) El olor de las almendras amargas. [edition unavailable]. Universidad Nacional de Colombia. Available at: https://www.perlego.com/book/1595375/el-olor-de-las-almendras-amargas-pdf (Accessed: 14 October 2022).

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Rodríguez, Téllez, and Nelson Ricardo. El Olor de Las Almendras Amargas. [edition unavailable]. Universidad Nacional de Colombia, 2018. Web. 14 Oct. 2022.