El lenguaje y los problemas del conocimiento
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El lenguaje y los problemas del conocimiento

Conferencias de Managua 1

Noam Chomsky, Claribel Alegría, D. J. Flakoll, Azucena Palacios Alcaine

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El lenguaje y los problemas del conocimiento

Conferencias de Managua 1

Noam Chomsky, Claribel Alegría, D. J. Flakoll, Azucena Palacios Alcaine

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La obra monumental de Noam Chomsky ha merecido en 1988 el premio Kyoto, el equivalente al Nobel para la "ciencia básica". Chomsky ha estudiado sobre todo dos temas: el "problema de Platón" (¿cómo sabemos tanto a partir de tan pocos datos?) y el "problema de Orwell" (¿cómo se logra que cerremos los ojos a datos obvios?). Publicadas aquí en dos volúmenes, que corresponden a estos dos problemas, estas conferencias para un público no especializado son ya una referencia clásica. A su riqueza temática se une el interés de unos coloquios sin prejuicios.

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Information

Year
2019
ISBN
9788491142775
Conferencia 1

Marco de discusión

Los temas que voy a tratar en estas cinco conferencias sobre el lenguaje y los problemas del conocimiento son enrevesados y complejos, a la vez que de gran alcance. Intentaré esbozar algunas ideas sobre los mismos de manera que no se necesite ningún conocimiento especial para entenderlos. Al mismo tiempo, me gustaría por lo menos dar una idea de algunos de los problemas técnicos con que se enfrenta la investigación hoy día y de la clase de respuestas que se les puede dar en estos momentos, e indicar también por qué creo que estas cuestiones más bien técnicas importan de cara a cuestiones de considerable interés general y planteadas desde antiguo.
No voy a intentar hacer un análisis del estado actual de la investigación del lenguaje; semejante tarea requeriría mucho más tiempo del que dispongo. Voy a tratar de presentar y aclarar más bien el tipo de preguntas con las que tiene que ver este estudio –o, por lo menos, una buena parte de él–, situándolas en un contexto más general. Hay dos aspectos a distinguir en este contexto: 1, la tradición de la filosofía y psicología occidentales, dedicadas a estudiar la naturaleza esencial de los seres humanos; 2, el intento dentro de la ciencia contemporánea de enfocar las preguntas tradicionales a la luz de lo que ahora sabemos o tenemos esperanza de saber sobre los organismos y sobre el cerebro.
De hecho, el estudio del lenguaje es central para ambas clases de investigación: para la filosofía y la psicología tradicionales, las cuales constituyen una parte significativa de la historia del pensa- miento occidental, y para la investigación científica contemporánea de la naturaleza humana. Existen varias razones por las cuales el lenguaje ha sido y continúa siendo de particular importancia para el estudio de la naturaleza humana. Una de ellas es que el lenguaje parece ser una verdadera propiedad de la especie, exclusiva de la especie humana en lo esencial y parte común de la herencia biológica que compartimos, con muy poca variación entre los humanos, a menos que intervengan trastornos patológicos más bien serios. Además, el lenguaje tiene que ver de una manera crucial con el pensamiento, la acción y las relaciones sociales. Finalmente, el lenguaje es relativamente accesible al estudio. En lo que hace a esto, el tema es bastante distinto de otros que quisiéramos poder abordar: la capacidad de resolver problemas, la creatividad artística y otros varios aspectos de la vida y la actividad humanas.
Al tratar de la tradición intelectual en la que creo que encaja sin dificultad el trabajo contemporáneo, no establezco una distinción marcada entre filosofía y ciencia. Dicha distinción, justificable o no, es de cuño muy reciente. Los pensadores tradicionales, cuando trataban los temas que aquí nos conciernen, no se consideraban a sí mismos «filósofos», por contraposición a «científicos». Descartes, por ejemplo, fue uno de los científicos más destacados de su tiempo. Lo que llamamos sus «trabajos filosóficos» no pueden separarse de su «trabajo científico», sino que forman un componente de éste que se ocupa de las bases conceptuales de la ciencia, de las fronteras de la especulación y (según él) de las inferencias científicas. David Hume, en sus investigaciones acerca del pensamiento humano, consideraba que su proyecto era semejante al de Newton: aspiraba a descubrir los elementos de la naturaleza humana y los principios que rigen nuestra vida mental. El término «filosofía» se utilizó para abarcar lo que nosotros llamaríamos «ciencia», de manera que la física se llamaba «filosofía natural» y la expresión «gramática filosófica» quería decir «gramática científica». Destacadas figuras del estudio del lenguaje y del pensamiento concebían la gramática filosófica (o gramática general, o gramática universal) como una ciencia deductiva que se ocupaba de «los principios inmutables y generales del lenguaje hablado o escrito», principios que forman parte de la naturaleza humana común y que «son iguales a los que dirigen el raciocinio en sus operaciones intelectuales» (Beauzée). Con bastante frecuencia, como en este caso, el estudio del lenguaje y del pensamiento se tenían por investigaciones estrechamente vinculadas, cuando no como una investigación única. Esta particular conclusión, muy difundida entre tradiciones por lo demás conflictivas, me parece bastante dudosa, por razones que expondré en mi última conferencia; pero la concepción general de la naturaleza de la Investigacion me parece correcta, y me voy a ceñir a ella.
Una persona que habla una lengua ha desarrollado cierto sistema de conocimiento, representado de alguna manera en la mente, y en última estancia en el cerebro en alguna suerte de configuración física. Al investigar estos temas, nos enfrentamos a una serie de preguntas, entre ellas las siguientes:

(1) (i) ¿Cuál es este sistema de conocimiento? ¿Qué hay en la mente/cerebro del hablante del inglés, español o japonés?
(ii) ¿Cómo surge este sistema de conocimiento en la men- te/cerebro?
(iii) ¿Cómo se utiliza este conocimiento en el habla (o en sistemas secundarios tales como la escritura)?
(iv) ¿Cuáles son los mecanismos físicos que sirven de base a este sistema de conocimiento y el uso de este conoci- miento?

Estas son preguntas clásicas, por más que tradicionalmente no se encuentren formuladas en los términos que voy a adoptar aquí. La primera de estas preguntas constituyó el tema principal de investigación de la gramática filosófica de los siglos XVII y XVIII. La segunda es un caso especial e importante de lo que podríamos llamar «el problema de Platón». Tal como lo plantea Bertrand Russell en los trabajos de su última época, el problema consiste básicamente en esto: ¿Cómo es que los seres humanos, cuyos contactos con el mundo son breves, personales y limitados, son capaces de saber tanto? Platón ilustró el problema en el primer experimento psicológico (por lo menos, «experimento mental») del que hay constancia. En el Menón, Sócrates demuestra que un muchacho esclavo sin formación escolar conoce los principios de la geometría, cuando, a través de una serie de preguntas, le guía a descubrir los teoremas de esta disciplina. Este experimento suscita un problema que todavía tenemos nosotros planteado: ¿Cómo es que el esclavo es capaz de descubrir las verdades de la geometría sin instrucción o información?
Platón, por supuesto, propuso una respuesta a este problema: el conocimiento, obtenido en una existencia previa, era simplemente evocado y surgía en la mente del muchacho esclavo por medio de las preguntas que Sócrates le hacía. Siglos después, Leibniz sostuvo que la respuesta de Platón era esencialmente correcta, pero que tenía que ser «purgada del error de la preexistencia». ¿Cómo podemos interpretar esta propuesta en términos modernos? Una variante actual de hoy consistiría en decir que ciertos aspectos de nuestro conocimiento y comprensión son innatos, parte de nuestra herencia biológica, genéticamente determinada, al igual que los elementos de nuestra naturaleza común que hace que nos crezcan brazos y piernas en vez de alas. Esta versión de la doctrina clásica es, creo, esencialmente correcta. Se aleja bastante de los planteamientos empiricistas que han dominado gran parte del pensamiento occidental en los últimos siglos, pese a que no haya sido totalmente ajena a las concepciones de importantes pensadores empiricistas como Hume, que habló de esas partes del conocimiento que derivan «de la mano primordial de la naturaleza» y que son «una especie de instinto».
El problema de Platón surge de manera llamativa en el estudio del lenguaje y algo parecido a la respuesta que acabo de sugerir parece ser lo correcto. Me explicaré más a medida que avancemos.
La tercera pregunta de la serie catalogada en (1) se divide en dos aspectos: el problema de la percepción y el problema de la producción. El primero tiene que ver con la forma en que interpretamos lo que oímos (o leemos; dejaré de lado este asunto obviamente secundario). El problema de la producción, que es considerablemente más confuso, tiene que ver con lo que decimos y con el por qué lo decimos. Podríamos llamar a este último problema «el problema de Descartes». Aquí reside precisamente la dificultad de dar cuenta de lo que podríamos llamar «el aspecto creativo del uso del lenguaje». Descartes y sus discípulos observaron que el uso normal del lenguaje es constantemente innovador, ilimitado, libre, al parecer, del control de estímulos externos o estados de ánimo internos, coherente y apropiado a las situaciones; evoca pensamientos en el oyente que él o ella podrían haber expresado de manera parecida en las mismas situaciones. Así, en el habla normal, uno no repite meramente lo que ha oído, sino que produce formas lingüísticas nuevas –a menudo nuevas en la experiencia de uno o incluso en la historia de la lengua– y no hay límites para dicha innovación. Además, tal discurso no constituye una serie de balbuceos al azar, sino que se adecúa a la situación que lo evoca, si bien no lo causa, distinción crucial aunque oscura. El uso normal de la lengua es por tanto libre e indeterminado, pero, no obstante, apropiado a las situaciones; y así lo reconocen los otros participantes en la situación del discurso, que pudieron haber reaccionado de maneras similares y cuyos pensamientos, suscitados por el discurso, corresponden a los del orador. Para los cartesianos, el aspecto creativo del uso del lenguaje suministraba la mejor prueba de que cualquier otro organismo que se parezca a nosotros tiene una mente como la nuestra.
El aspecto creativo del uso del lenguaje también fue usado como un argumento central para establecer la conclusión, central al pensamiento cartesiano, de que los humanos son fundamentalmente diferentes de cualquier otra cosa del mundo físico. Los demás organismos son máquinas. Cuando se ordenan sus partes en una cierta configuración, y se las coloca en un cierto medio externo, lo que hacen está totalmente determinado (o, quizá, es aleatorio). Pero los seres humanos en estas condiciones no están «obligados» a actuar de determinada manera, sino solamente «incitados e inclinados» a hacerlo, tal como se dice en una destacada presentación del pensamiento cartesiano. Su comportamiento puede ser predecible, en el sentido de que se inclinarían a hacer aquello a lo cual se sintieran incitados e inclinados, pero serían sin embargo libres, y de esta forma únicos en el mundo físico, en cuanto que no necesitan hacer lo que están incitados e inclinados a hacer. Si, por ejemplo, sacara yo una ametralladora, les apuntara con aire amenazador y les mandara gritar «Heil Hitler», tal vez todos aquí me siguieran si tuvieran razones para pensar que yo era un maniático homicida, pero tendrían la opción de no hacerlo, incluso si no ejercieran tal opción. La situación no está lejos de darse en la realidad; bajo la ocupación nazi, por ejemplo, hubo mucha gente –en algunos países, la gran mayoría– que llegó a colaborar activa o pasivamente, pero hubo algunos que se resistieron a hacerlo. Una máquina, por el contrario, funciona de acuerdo con la configuración interna que tiene y el medio ambiente externo, sin ninguna opción. El aspecto creativo del uso del lenguaje a menudo se presentaba como el ejemplo más notable de este aspecto fundamental de la naturaleza humana.
La cuarta pregunta de (1) es relativamente nueva, ...

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