Tareas no hechas
eBook - ePub

Tareas no hechas

Luis Miguel Rivas

Share book
  1. 230 pages
  2. Spanish
  3. ePUB (mobile friendly)
  4. Available on iOS & Android
eBook - ePub

Tareas no hechas

Luis Miguel Rivas

Book details
Book preview
Table of contents
Citations

About This Book

Puedo hacer fácilmente una lista de las cualidades de la prosa de Rivas: la austeridad y limpieza, la profundidad que no necesita ponerse un disfraz solemne, el humor, la ternura, la hijueputez en su justa medida… Pero, más allá de todo, achaco a solidez universal de sus escritos a un fenómeno concreto. Las crónicas, cuentos y textos híbridos que componen Tareas no hechas son noticias del abismo, "inminencias del barranco", traídas por un explorador que visitó el fondo y supo encontrar allí, además de lo obvio, también risa y poesía. Eso no tiene nacionalidad. Estamos ante un método de extracción minera que solamente se consigue con mucha sensibilidad y un talento fuera de lo común.

Frequently asked questions

How do I cancel my subscription?
Simply head over to the account section in settings and click on “Cancel Subscription” - it’s as simple as that. After you cancel, your membership will stay active for the remainder of the time you’ve paid for. Learn more here.
Can/how do I download books?
At the moment all of our mobile-responsive ePub books are available to download via the app. Most of our PDFs are also available to download and we're working on making the final remaining ones downloadable now. Learn more here.
What is the difference between the pricing plans?
Both plans give you full access to the library and all of Perlego’s features. The only differences are the price and subscription period: With the annual plan you’ll save around 30% compared to 12 months on the monthly plan.
What is Perlego?
We are an online textbook subscription service, where you can get access to an entire online library for less than the price of a single book per month. With over 1 million books across 1000+ topics, we’ve got you covered! Learn more here.
Do you support text-to-speech?
Look out for the read-aloud symbol on your next book to see if you can listen to it. The read-aloud tool reads text aloud for you, highlighting the text as it is being read. You can pause it, speed it up and slow it down. Learn more here.
Is Tareas no hechas an online PDF/ePUB?
Yes, you can access Tareas no hechas by Luis Miguel Rivas in PDF and/or ePUB format, as well as other popular books in Literatura & Colecciones literarias. We have over one million books available in our catalogue for you to explore.

Information

Year
2020
ISBN
9789587202281
tareas no hechas
image
De donde uno no puede dejar de ser
image
¡Mañana o nunca!
Antes de empezar a escribir un trabajo por encargo, que debía haber entregado la semana pasada, voy a hacer una pausa (sí, es posible hacer una pausa en el trabajo sin haber comenzado a trabajar) para discurrir alrededor de una palabra que escuché hace poco: “procrastinación”. La mencionó un amigo que padece el doble síndrome de “la tarea no hecha” y “el propósito no cumplido”. Me dijo que se trataba de una enfermedad que los científicos estudian hoy en día. Según la wikipedia (fuente de sabiduría para los que siempre pospusimos el estudio riguroso de cualquier materia), procrastinación es la “acción o hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes y agradables”.
Es una enfermedad. Cuando leí eso quise llamar a varios conocidos para restregar en sus pujantes oídos los argumentos que hoy la ciencia esgrime dignificando lo que todos ellos (familiares, jefes, mundo en general) me endilgaron durante tantos años (pero solo hasta hoy) como simple pereza.
Dice además la más conocida enciclopedia en Internet (según los estudios, Internet es a los procrastinadores lo que las historietas del llanero solitario a Felipito, ¡ese santo patrono!) que “el término se aplica comúnmente al sentido de ansiedad generado ante una tarea pendiente de concluir” y que “el acto que se pospone puede ser percibido como abrumador, desafiante, inquietante, peligroso, difícil, tedioso o aburrido…”. ¡Qué sabias palabras! ¡Qué reflejo fidedigno de la más honda realidad que embarga el alma de un incumplido!
Yo por ejemplo recuerdo el tiempo en que tuve por oficio escribir guiones para videos institucionales, en los que decía mil veces que “su empresa es la mejor del mundo” y que “avanza al ritmo de los nuevos tiempos con altos niveles de competitividad (sigo pensando que a la palabra competitividad le sobra una “ti”) en un mundo cada vez más globalizado”. Y todas esas cosas. Fórmulas que uno interioriza después de años de escribir lo mismo. Pero, irónicamente, las fórmulas nunca facilitaron mi trabajo sino que lo hacían cada vez más angustioso. Cuando me entregaban los materiales con los que debía hacer un nuevo guión, sentía en mis manos la misma opresión que debe sentir el bulteador de la Mayorista cuando el peso del costal se abandona sobre su espalda. Esos libros, esas revistas, esos DVD, que constituían la materia prima de mi trabajo, pasaban entonces a reposar en mi escritorio durante días, desde donde me observaban desafiantes, inquietantes, peligrosos, difíciles, tediosos, y yo agregaría a la lista de wikipedia: acuciantes y diabólicos.
Me sentaba frente al computador (cuando me sentaba), hojeaba las publicaciones de la empresa, reflexionaba sobre esas maravillosas ediciones derrochadas en tan fútiles contenidos, preparaba un café, tomaba una novela de mi biblioteca para leer una historia que me diera ideas, buscaba una vieja canción, hacía una llamada y después recibía otra en la que un amigo largamente ausente me citaba para esa misma tarde. No podía negarme dado el carácter contingente de la circunstancia y posponía la escritura del guión para el día siguiente. Al otro día una amiga estaba mal y quería hablar con alguien. Y al posterior, cuando iba directo a mi casa para sentarme a escribir, me encontraba con unos truhanes con los que siempre terminaba emborrachándome. A la mañana siguiente no tenía capacidad para concentrarme y necesitaba la jornada entera para convalecer. Pero siempre esos libros, esas revistas, esos DVD, estaban en mi cabeza; el guión no hecho era la música de fondo, el imperceptible y constante sonido ambiente de todos los días en los que no lo estaba haciendo.
Ese trabajo era una especie de castigo que me imponía la vida como contraprestación para poder vivirla. Y yo me dedicaba a vivir antes de pagarle el precio, pero sin poderme despojar de una consciencia de existir al fiado, que no me permitía disfrutar lo que vivía. Así somos. Recuerdo que por esa época era un hombre triste. Aun mientras me reía bebiendo con los truhanes o disfrutaba la agradable charla con mi amiga triste, una inquietud insoslayable subyacía en la base de todo: la punzante y sutil presencia de la tarea no hecha. Una sombra que al parecer solo me cubría a mí. Todos, a su manera, me parecían felices: el mendigo de la calle, el tendero de la esquina, los truhanes, mi amiga (incluida su tristeza). Me sentía deambulando en un mundo de seres satisfechos e indolentes a los que no les había tocado en suerte la trágica condición, la angustia dostoievskiana que se empoza en el alma de quien tiene que escribir un guión institucional.
Pero siempre había un momento en el que la “realidad” empezaba a desbordarme, en que mi permanencia en el medio laboral bailaba en la cuerda floja y mi supervivencia económica prendía alarmas. Tenía que hacerlo ya. Entonces, un impulso primario, una especie de instinto de conservación me arrastraba hasta mi habitación a última hora. Me enclavaba en la tarea: jornadas frenéticas, tensas, extenuantes, sintiendo encima de mí la opresión de una fecha y una hora definitivas e impostergables, que aparecían en mi imaginación como la llegada del fin del mundo. Largas noches en vela pegado al teclado, en cuyas pausas miraba en el espejo mi rostro ojeroso y demacrado y me recriminaba por no haber hecho a tiempo una cosa que al fin y al cabo era más dispendiosa que difícil.
Y al fin entregaba el guión, que luego era grabado por un director y un camarógrafo apáticos, quienes a su vez le pasaban las imágenes a un editor desdeñoso para que armara un video que sería mostrado en salones llenos de gente somnolienta. Pero al cliente le gustaba y era él quien le pagaba a la empresa productora de video que me había contratado. Solo faltaba que quienes me habían acosado para cumplir con la fecha cumplieran su tarea de pagarme en la fecha que les correspondía. Pero el afán había terminado para ellos y mis contratantes se aplicaban, a su vez y literalmente, al “hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras situaciones más irrelevantes y agradables”. Lo que siempre me pareció curioso es que ellos no se angustiaban como yo por no cumplir su tarea a tiempo. En su caso no se podía hablar de “irresponsables” o de “procrastinadores”, porque parece que ese lenguaje está hecho para nombrar solo a algunas personas.
Lo cierto del caso es que ninguno de los que habíamos participado en todo ese proceso habíamos hecho nada importante para nuestras vidas, ni para el mundo. El video se olvidaba al día siguiente y continuábamos con otro, una nueva angustia igualmente olvidable. Solo habíamos cumplido con el trabajo, que era lo esencial.
Un día no aguanté más y huí cuando me estaban exigiendo rehacer un guión que me había llevado valiosos días sacrificados a mi vida, debido a los caprichos de una muchachita con ínfulas de ejecutiva. No volví a ejercer ese oficio y desde ese momento dejé de ser procrastinador, por lo menos en el sentido culpabilizante que conlleva la “enfermedad”. Todavía tengo que hacer las mismas maromas económicas (y hasta más) que tenía que hacer cuando trabajaba para esas empresas. Pero ahora no tengo angustia. Sigo escribiendo cosas por encargo y no siempre sobre temas que me apasionan. Tampoco es que exija que cada trabajo que haga modifique la base de mi personalidad. Pero por lo menos cuido de que no me envilezca. Todavía pospongo las cosas, como el trabajo que iba a empezar cuando me dio por escribir esto que les cuento. Pero ya sé que siempre termino haciendo lo que tengo que hacer, así me demore.
Sigo teniendo un problema: todo lo que pase a ocupar en mi cerebro la categoría de “deber” empieza a requerir de mi parte un esfuerzo extra, por más que me guste. Hace días, por ejemplo, iba a releerme Cien años de soledad, pero en una clase a la que asisto pusieron como tarea leer la novela y desde ese día le he venido sacando el cuerpo. Sé que la releeré. Pero a lo mejor no alcance a hacerlo para ese curso. Es un problema mío, pero no una razón para sufrir.
No creo en la disciplina. La mayoría de personas disciplinadas que conozco son perezosas que con fuerza de voluntad logran controlar su natural tendencia a la molicie. Sufren en ese esfuerzo y luego quieren cobrárselo a los demás imponiendo su ejemplo y sus discursos sobre la pujanza. He visto muchas estupideces e iniquidades cometidas al impulso de la disciplina. No creo en la eficiencia por la eficiencia. No creo que los procrastinadores sean enfermos que haya que curar. Me sorprende ver en los informes sobre el tema testimonios de gente que se lamenta de su tendencia a posponer las cosas como si se tratara de un pecado mortal. Me asombra que las víctimas de la disciplina sean quienes más la mitifican. Hablan de la panacea que fue para ellos haber encontrado tratamientos que los ayudan a cambiar, a esforzarse en hacer lo que no les gusta ni saben en el fondo para qué sirve y que a lo sumo les permite una precaria supervivencia y una eventual palmada en la espalda por parte de su jefe.
Algunos estudios hechos en Estados Unidos dicen que tres de cada veinte personas están “afectadas” por la procrastinación crónica y que el 70% de los estudiantes universitarios padecen de este “mal”. Y ya existen grupos de hombres y mujeres que se reúnen semanalmente para hacer terapia de grupo con respecto a este “problema”. Cuando no posponen la reunión, supongo.
Conozco muchas más personas desmotivadas que realmente perezosas. Lo cierto es que quienes postergamos las tareas somos mayoría. Por fin creo cierta la frase de “los buenos somos más”. Eso debería darnos una consciencia de grupo. No estamos solos y no necesitamos tratamientos. Debemos unirnos para estimular nuestra vagarosa actividad y de esa manera seguir construyendo el camino irresponsable que nos lleve por fin a ser nosotros mismos. Tal vez así, unidos, podamos contemplar esa radiante mañana en que, de tanto aplazar y de tanto robarle el tiempo a quienes nos lo roban, las tareas no hechas de millones de seres humanos se acumulen y obstruyan por un momento el trajín frenético y sin sentido de este mundo atareado con tantas inutilidades importantes que no nos dejan darnos cuenta para dónde vamos ni por qué ni qué sentido tiene seguir siendo tan cumplidores de un deber que hasta ahora no nos ha llevado a ninguna parte.
Agosto de 2010
Preeminencia del buñuelo
A finales del año pasado encontré en el periódico Universo Centro de Medellín una pequeña nota que denuncia de modo valiente el concepto generalizado e injusto de la inseparabilidad de la natilla y el buñuelo en la cultura antioqueña durante la época decembrina. El texto confrontaba una de esas creencias difundidas que, sin pasar por el cedazo de la razón, se han convertido en axioma y por tanto en retorcida y celebrada práctica cotidiana paisa. Como tantas otras: la costumbre de solucionar discusiones suprimiendo al otro, la práctica de utilizar el ingenio para tumbar a los demás, la imposición del punto de vista propio etiquetando al oponente, etc.
En el caso específico de la natilla y el buñuelo, me adhiero sin reservas a la posición de los redactores de Universo Centro. También creo que este dúo alimenticio no es producto de una unión esencial. No podemos hablar de ellos como si hubieran estado juntos desde el comienzo de los tiempos, a la manera de otras parejas como Batman y Robin, Garzón y Collazos o Uribe y José Obdulio.
No señores: la natilla y el buñuelo no están en el mismo nivel. La primera es un adminículo, una rémora, un complemento. Pero el buñuelo es autosuficiente, autónomo. Creo que la natilla solo existe en función del buñuelo y prueba de ello es que su preeminencia en la vida cotidiana se circunscribe a un mes en el año (pocas veces sola, siempre bajo la sombra del buñuelo) mientras que la masa redonda y frita sostiene su reinado independientemente de la época. En enero todo el universo antioqueño está hastiado de natilla. Hasta tal punto que a comienzos de 2009 un hombre que hacía su ronda por mi barrio pidiendo un poco de alimento me dijo apenas le abrí la puerta:
—¿Me puede hacer la caridad de regalarme algo de comer?… Pero por favor que no sea natilla.
Basta que cualquiera de ustedes en cualquier momento (por ejemplo en este mes de octubre en el que apenas está empezando diciembre) recorra cafeterías del Valle de Aburrá o de cualquier parte del país. Juro que encontrará buñuelos. Pero ¿se topará al menos con un pedazo de natilla? No.
El buñuelo además de autosuficiente es noble. Su condición de “parte de un combo” nunca le fue consultada y sin embargo nunca ha protestado. Asume esa imposición con el estoicismo de un sabio o con la humildad y docilidad de un ciudadano colombiano. En ese sentido, el buñuelo nos representa como pueblo.
Y estas no son simples disquisiciones. La realidad a veces nos envía sus mensajes como metáforas aclaradoras. Hace dos años me desplazaba por el lugar donde calcina el sol más asesino del mundo, a la hora más cancerígena: Avenida Oriental, doce del día, 23 de diciembre. En el cordón vial que divide las rutas norte y sur, en toda la Oriental con La Playa, estaban parados repartiendo volantes dos de esos dumis o muñecos publicitarios que llevan en su interior una acalorada y oprimida persona. Primero vi un gran buñuelo hecho de espuma, de aproximadamente 1,90 de altura y 1,50 de diámetro, con las dos manitos del cristiano saliendo del espacio donde un ser humano tendría la cintura. A su lado, imponente y amarillenta, una tajada de natilla también en espuma, de la misma altura pero en forma de triángulo invertido. La empresa Mi buñuelo ofrecía así su “combo navideño” a precios especiales.
Al pasar al lado de la natilla vi que esta se tambaleaba un poco. Seguí de largo y pensé en el calor y el sofoco de la persona que se escondía adentro. Me detuve, inquieto, al otro lado de la calle, junto a la clínica Soma y di vuelta para mirar. El buñuelo se movía incómodo y aparentemente feliz mientras extendía volantes a los transeúntes. La natilla seguía inclinándose a los lados de modo inusual y ahora la parte superior de la tajada daba vueltas haciendo círculos cada vez más anchos e imperfectos. De un momento a otro no hubo más vueltas, porque acto seguido la natilla se acogió sin reservas a la fuerza de gravedad y cayó como cae un costal de papas de un bus de escalera.
El buñuelo no se percató inicialmente, pero al dar vuelta vio a la tajada de natilla en decúbito dorsal sobre el pavimento. Se quedó impávido unos segundos y no atinó más que a llevar sus manos buscando una cabeza que no tenía. La gente, de afán para su almuerzo o su casa, pasaba de largo. No hubo ningún buen samaritano en este pueblo tan supuestamente adorador de la natilla. El buñuelo miró a todos lados, soltó los volantes y trató de inclinarse. Apoyó la parte de la bola donde deberían ir los oídos sobre la parte donde debería estar el pecho de la natilla. Se puso de pie y no sé cómo saltó a la calle.
Desde mi esquina vi al buñuelo estirando la mano derecha con desespero, tratando de parar un taxi. Se detuvo un taxi amarillo con forma de sacapuntas. El buñuelo abrió la puerta trasera y arrastró a la natilla hasta ella. Empezó por introducir el vértice de la tajada, pero la parte superior, más gruesa, no entraba. El sol picaba más, el semáforo cambió y el tráfico se empezó a congestionar. Entonces mi espíritu solidario reaccionó con pujanza paisa y corrí para ayudar. Entre el buñuelo, un lustrabotas, un corbatudo y yo bregamos, presionamos y empujamos, hasta que la natilla entró al taxi contradiciendo todas las leyes de la física.
Solucionado el asunto, el buñuelo (confirmando la nobleza, la solidaridad y la lealtad de su género) expresó la necesidad de acompañar a la tajada de natilla como acudiente en el hospital. Por cuenta propia trató de meterse en el taxi. Para ese momento un grupo conformado por altruistas espontáneos y choferes irritados se había acercado al taxi y todos juntos, dadas las circunstancias, nos unimos en la tarea de meter al buñuelo en el sacapuntas. Forcejeamos, presionamos, empujamos, hicimos palancas con manos, pies, cabezas, maletines y bolsos, hasta que luego de diez minutos y bañados en sudor, logramos embutir al buñuelo, volviendo a contradecir las leyes físicas y haciendo una demostración fáctica del concepto “empacado al vacío”. El taxi por fin partió voleando un pañuelo blanco y pitando sin misericordia.
Yo volví a mis asuntos y al calor asesino de la Avenida Oriental. El buñuelo y la natilla debieron haber llegado juntos a algún hospital. A pesar del dramático momento que acaba de vivir, un pensamiento me hizo sonreír: “Mis ideas no son simples especulaciones: la realidad comprueba que el buñuelo es fuerte, independiente y acepta la compañía de la natilla como quien acepta ser el protector de un hermano débil y dependiente”. Es claro: tenemos que empezar a cambiar nuestros valores. Buñuelos del mundo: ¡uníos!
Universo Centro, Medellín, núm. 8, diciembre de 2009
Con mi platica no
Conocí a un señor al que de verdad se le apareció “la Virgen del Carmen en ropa de trabajo”. La expresión es un piropo antioqueño. La dice un hombre cuando ve pasar por la acera a una de esas beldades (que parecen mentilas) que cruzan relumbrando y dejan un punzante sentimiento de tristeza, incompletud y añoranza de algo espiritual. Pero a don José de verdad se le apareció la Virgen del Carmen en ropa de trabajo. Una de las de yeso, de las que lloran sangre o hablan sin mover la boca y esas cosas. Tanto que ahora trabaja para ella. Es una Virgen paisa: María Santificadora o la Virgen de Guarne, como la conoce todo el mundo.
Yo a la Virgen ya la conocía. Me refiero a la de Guarne en específico, porque antes también había tenido contactos esporádicos, de vista, de oídas o en fotos con muchas otras: la Virgen de los Dolores, la Virgen María a secas, la Virgen de Guadalupe, la Virgen del Carmen (la original), la Virgen de Fátima, la Virgen de los Sicarios, la Virgen de la Candelaria, la Virgen de las Mercedes y la Virgen del Agarradero, solo por mencionar algunas. Ahora que lo pienso, creo que conozco más vírgenes que mujeres promiscuas, desafortunadamente.
El caso es que Darío González y yo habíamos escrito el guión para un largometraje, y una de las secuencias de la película transcurría en el santuario de la Virgen de Guarne, adonde el perso...

Table of contents