El síntoma comunitario: entre polis y mercado
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El síntoma comunitario: entre polis y mercado

José-Miguel Marinas

  1. 451 pages
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El síntoma comunitario: entre polis y mercado

José-Miguel Marinas

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Los tiempos de la globalización son momentos de intemperie. Lo comunitario y sus formas, que fueron expulsadas para lograr la modernización, vuelven ahora como un verdadero síntoma. El síntoma comunitario, solución de compromiso entre lo peculiar que no cede y lo universal imprescindible, pide ser comprendido en su doble escenario real: ?la polis y el mercado. Sus lógicas atraviesan y enajenan los vínculos sociales y piden una atención ética.?Este libro retoma y amplía los términos del debate de los ochenta y los noventa.?Relee los clásicos (Durkheim, Mauss), debate con los contemporáneos (Arendt, Esposito, Nancy, ?Lefort) para abrir una vía de interpretación y solución de los procesos contenidos en el síntoma. La comunidad no es un superviviente o un testigo de lo originario, sino que forma parte de la oferta posmoderna. Sea real o virtual, la comunidad nos enfrenta con la identidad, la violencia y el consumo.?Y nos invita a pensar de otro modo el sujeto y el vínculo social, el discernimiento como cualidad cívica y lo político como fundación.?Es decir, la communitas, que reúne a los protagonistas y los vincula en una ética del don (munus)?y no de la mera utilidad.

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Information

Year
2019
ISBN
9788491142638
3

COMUNITARISMOS

Una vez desplegadas las dimensiones principales del que llamo síntoma comunitario, otro nombre del desajuste fundamental, de la tensión irresoluble en el seno de la ética y de la filosofía política que se ocupa del vínculo social, una vez apuntadas las dimensiones de ese síntoma que equivale a la continuidad —amenazante según muchos— del vaciamiento tecno-consumista de lo político, podemos avanzar en la línea de los diagnósticos: qué formulaciones del problema se han venido haciendo en el campo de la filosofía moral y política.
Como la terapéutica nos enseña, el diagnóstico comienza por el nombre. Reunir, recortándolas de otras, las señales, implica ajustar el punto de vista en el que se piensa que radica tanto el problema, como su etiología y su vía de curación.
Comunitarismo es etiqueta que ha venido recibiendo numerosas acepciones muchas de ellas polisémicas, con significados difícilmente armonizables cuando no decididamente contradictorios.
Como indicamos en la introducción, esta investigación pretende recoger y analizar las formulaciones recientes, principalmente gestadas en el contexto de la filosofía continental (europea), de lo que el síntoma comunitario supone. Por ello, a la hora de revisar los modos del comunitarismo reduciré los antecedentes (no europeos) a sus posiciones más decantadas. Por dos razones: (a) el rebrote de la problemática comunitaristas en el contexto europeo contemporáneo —no por europeo (no existe eso desconectado) sino por más reciente— y (b) el alto grado de tratamiento crítico que los comunitarismos de raíz norteamericana (aunque tampoco existen desconectados) han venido recibiendo en nuestro contexto académico.
Henry Benedict Tam indica, en su trabajo sobre el estado de la cuestión comunitarista anglosajona [1], que la enorme difusión de este término y su problemática correspondiente no ha ido acompañado de una clarificación proporcional. Es mucha la polisemia en el tema, son muchos los sentidos e incluso los poderes a veces taumatúrgicos que se le atribuyen al comunitarismo, tantos como para detenerse un poco en la perplejidad de verlo surtir efecto en contextos conservadores, autoritarios, socialdemócratas y aun ácratas. En todos, diríamos de momento, menos en los estrictamente liberales (por lo que se ve sus adversarios irreconciliables... y eso habría que verlo porque también parece haber usos liberales y aun libertarios [2] del comunitarismo y usos comunitaristas de un cierto liberalismo). Estas paradojas e intricaciones ponen el debate en una necesaria clarificación de modos y corrientes. Clarificación que necesariamente está sometida a la ley de la estilización: para contrastar se destaca lo diferente. Trataremos de que eso, si ocurre, sea en beneficio de la legibilidad y no tanto de la simplificación de temas y posiciones.
Así pues, al recapitular en una tipología clara el momento en que esta intervención mía se hace cargo del tema, propongo la elaborada por Miguel Giusti en su sugerente trabajo sobre la raíces europeas, hegelianas, del comunitarismo [3]. En el retorno de Hegel, Giusti propone la siguiente división entre comunitarismos ónticos y comunitarismos prácticos. Esta división apunta a la preeminencia que se da al debate en torno a los fundamentos ontoantropológicos —la afirmación de un modelo de sujeto autónomo o vincular [4]— o bien la dimensión ética y política que entiende lo comunitario como proceso sometido a la praxis (en sentido arendtiano) y a las configuraciones de la polis concreta.
Creo que tal tipología puede ser muy útil precisamente porque introduce —no en vano la recuperación de Hegel nos devuelve al suelo europeo, a su influencia silenciosa, a lo que retorna de lo «reprimido» (simplemente dejado de lado) por la implantación de una main stream más en la saga del pragmatismo o el universalismo formalista.
Si comenzamos a organizar las variantes del síntoma que, como vemos, no sólo ocurre en la academia sino en la polis, se podría distinguir según los puntos de vista y las actitudes ante el debate entre comunitarismos defensivos (Taylor, Rorty), dialogantes (los comunitaristas antiindividualistas) y radical-metafísicos (Bataille, Nancy, Blanchot) que entroncan con las categorías de lo impolítico (Agamben, Esposito...) y con la herencia de examen radical de las relaciones ética y política (Arendt, Lefort)
Si desde estas categorías expresivas atendemos a las dimensiones del problema que acotan, la tipología puede organizarse en torno a cuatro planos:

• la comunidad como problema social y su fondo ético y político,
• el comunitarismo que analiza lo político desde sus raíces éticas, y su complementario, el comunitarismo que trabaja en la aplicación política del ideal comunitario,
• la comunidad como vía de fundamentación ética de lo político,
• la communitas y la inmunitas como exploración radical de la comunidad.

Así pues, nombrar los síntomas de lo comunitario, o la comunidad como problema ético y político, abre a cuatro dimensiones básicas

1. El primero de ellos y no desdeñable es el contexto ético-sociológico originario. Me refiero al momento en que en el momento fundacional de la teoría de la sociedad (Tönnies, Durkheim) lo comunitario aparece a la vez como ausente y como presente. Lo comunitario es un modo de articulación de los vínculos sociales —que son prima facie vínculos morales— que, según la tendencia evolucionista o desarrollista (spenceriana), ya está superado por la propia mutación estructural de las formas societarias, y lo comunitario es, al mismo tiempo un supérstite vivo del antiguo régimen en vías de potente e irreversible mutación.
Que se piense que (a) hipótesis rupturista (Tönnies, Durkheim): las formas elementales de la vida comunitaria se disuelven para reconstituirse en las complejas formas societarias, de modo que nada de ellas queda como tal (los sujetos adoptan nuevos roles, las moralidades vividas cambian traumáticamente en los procesos migratorios, en la industrialización), o bien que se piense (b) según la hipótesis evolucionista-sistémica, que aquellas, las comunitarias, se integran por incorporación en unidades mayores que son las societarias quedando activas aunque redefinidas funcionalmente en ellas, ambas líneas de figuración acotan el mismo problema: ya den, metafóricamente hablando, savia e ingredientes, o bien den células básicas, lo comunitario no desaparece.
No deja de ser llamativo este doble proceso: que lo comunitario aparece en la escena ético-política como problema social, y, además, que lo es precisamente cuando todo hace suponer que aquellas formas antiguas de vida ya no volverán, quedan, en todo caso como cada vez más endebles señales de lo que fue (el antiguo régimen).
Estos dos rasgos, aparecer como problema (y no como mero tema) y aparecer como síntoma no resuelto, se dan en otros muchos campos asociados en el proceso que va de la modernidad postulada a la modernización social incipiente. Es el caso del interés precisamente de todos los filósofos políticos y sociólogos por los fenómenos religiosos, precisamente en un tiempo en el que la secularización se tomaba por proceso irreversible. Es el caso del interés en el linaje, en un tiempo en que la figura patriarcal-patrilineal-patrilocal se veía contrastada con una clara fragmentación del clan como unidad de producción y de consumo, de transmisión y de creación de valores, para dar paso a los núcleos familiares, más fragmentarios y menos conexos, del presente. Pero más allá de la presencia de elementos «crepusculares» en el corazón mismo de la de la nueva teorización ética y política, la problemática comunitaria marca el origen de la reflexión del vínculo ético y político. Ilustraremos a continuación este comienzo.

2. El contexto estrictamente ético y político del debate comunitarista en su resurgimiento de las décadas del antimodernismo (Berger) nos permite detectar al menos el desplazamiento fundamental respecto del debate del primer comunitarismo (el que se da en el seno de la teoría de la sociedad), es precisamente su implantación ética y política. Ese es el contexto de los desarrollos y discusiones que formulan, más allá de la representación funcional o dinámica de lo comunitario en el sistema y la cultura de la sociedades complejas, su rango ético: la validez de defender y potenciar no sólo valores sino modos de vida (interacción, cooperación, participación).
Nos presenta dos tipos o líneas en los que podemos recapitular el estado de la cuestión en sus líneas centrales. Así podemos distinguir
El debate que subraya lo ético de lo político, se desplaza, a mi entender, en el presente, al debate que subraya las implicaciones políticas de lo ético. En ambos momentos se ha venido tratando no de meros ajustes maximizadores (pragmáticos, de eficiencia política) de sino de dos cuestionamientos de fondo:

1) la validez de principios que derivan de una concepción del sujeto ético como fundamentalmente individual, capaz de elecciones racionales maximizadoras, que es sujeto de derechos y deberes, y es sujeto de contrato o acuerdo en el contexto político y
2) frente a ella la necesidad de potenciar valores y prácticas que preserven, precisamente en nombre de ese sujeto moral y político autónomo o susceptible de llegar a serlo, los vínculos intersubjetivos, la pertenencia a una cultura comunitaria, la solidaridad como metaestabilizador de los demás valores democráticos.

La amplia literatura que en décadas anteriores ha generado este debate, nos sitúa en una oposición de dos líneas —irreducibles, según unos, complementarias críticamente, según posiciones más recientes— en las que se substancian dos pares de planos:

a) Un plano metodológico en que convergen dos líneas: La importancia del debate ético sobre el comunitarismo político (Rawls, Taylor, McIntyre...)...

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Marinas, J.-M. (2019). El síntoma comunitario: entre polis y mercado ([edition unavailable]). Antonio Machado Libros. Retrieved from https://www.perlego.com/book/1868967/el-sntoma-comunitario-entre-polis-y-mercado-pdf (Original work published 2019)

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Marinas, José-Miguel. (2019) 2019. El Síntoma Comunitario: Entre Polis y Mercado. [Edition unavailable]. Antonio Machado Libros. https://www.perlego.com/book/1868967/el-sntoma-comunitario-entre-polis-y-mercado-pdf.

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Marinas, J.-M. (2019) El síntoma comunitario: entre polis y mercado. [edition unavailable]. Antonio Machado Libros. Available at: https://www.perlego.com/book/1868967/el-sntoma-comunitario-entre-polis-y-mercado-pdf (Accessed: 15 October 2022).

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Marinas, José-Miguel. El Síntoma Comunitario: Entre Polis y Mercado. [edition unavailable]. Antonio Machado Libros, 2019. Web. 15 Oct. 2022.