Constelaciones familiares y bipolaridad
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Constelaciones familiares y bipolaridad

Eduardo H. Grecco

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Constelaciones familiares y bipolaridad

Eduardo H. Grecco

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Durante la última década, la historia del arte psicoterapéutico ha centrado su interés en el papel que juegan las memorias familiares en el surgimiento de los padeceres humanos de toda naturaleza. Pero, asimismo, en la búsqueda de respuestas para enfrentar uno de los sufrimientos que más estragos genera en la actualidad: el trastorno bipolar. El autor presenta en este libro, con lenguaje directo, una clara visión de cómo las redes y las relaciones familiares participan en su gestación, y cuáles son los conflictos interpersonales y transgeneracionales a partir de los que se hace presente este sufrimiento en la vida de las personas. Sin duda, un apasionante viaje que desnuda la realidad de un dolor afectivo, fruto de una disfunción familiar, y que sólo encontrará sanación plena gracias a la reconstrucción del tejido vincular básico de la vida: los ancestros.

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Information

Year
2020
ISBN
9789507546921
Edition
1

Capítulo quinto

Espectro y encendido bipolar

Con la palabra “mística” nos referimos, en términos todavía muy generales e imprecisos, a experiencias interiores, inmediatas, furtivas, que tienen lugar en un nivel de conciencia que supera la conciencia que rige en la experiencia ordinaria y objetiva, de la unión –cualquiera que sea la forma en que se viva– del fondo del sujeto con el todo, el universo, el absoluto, lo divino, Dios o el Espíritu.
Martín Velasco
En la medida en que se le quita dramatismo a la bipolaridad, deja de percibirse con temor y comienza a ser aceptada como un acontecer posible y reiterado de la vida, y quien la padece tiene la opción de contemplarla no ya como una dolencia irreparable, sino como un conflicto o disfunción que puede llegar a mitigarse y resolverse.
A esto ha contribuido, de un modo significativo, lo siguiente: poco a poco, ha dejado de ser sostenible el concepto que hacía de la bipolaridad parte de la psicosis, en tanto se reconoce que la mayoría de los pacientes bipolares son neuróticos, y a veces, incluso, apenas un poco.
Se desprende de esta observación que la terapéutica se vio obligada a considerar el carácter transversal de la bipolaridad en el universo del padecer psíquico, a repensar los problemas diagnósticos que originaba y a crear nuevos modelos para comprenderla.

1. ESPECTRO BIPOLAR

Este replanteo sobre la naturaleza de la condición clínica de la bipolaridad y su ubicación diagnóstica, generó en las dos últimas décadas un significativo debate entre los especialistas del tema, que hizo evidente la insuficiencia y limitación de las clasificaciones diagnósticas utilizadas hasta ese momento. No se trataba, entonces, de perfeccionar las categorías existentes, sino de imaginar un nuevo modo de pensar el problema, y hasta toda la psicopatología.
Dentro de este marco nace el concepto de espectro bipolar. Esto es, el reconocimiento de que existe una serie o rango de manifestaciones de conductas, afectos, síntomas (mentales y/o físicos) que, si bien son especies diferentes, están ligadas a la bipolaridad o son perfiles encubiertos de ella, tales como pánico, déficit atencional, adicción, hiperkinesis, epilepsia, relaciones tormentosas, TOC, entre otras.
Este concepto de zona o banda propone una mirada dimensional del trastorno bipolar y permite reunir, en un mismo grupo, formas diversas conectadas a un tronco común semejante y, al mismo tiempo, descubrir que ciertas manifestaciones de este grupo no son ni siquiera disfuncionales, tal como ocurre con la disposición particular al pensamiento en imágenes, creatividad y curiosidad.
Tal vez, el investigador que más ha aportado a esta noción de espectro bipolar sea el doctor Hagop Akiskal. Este concepto aparece en la literatura científica del tema por primera vez en 1977, en un estudio sobre el curso de pacientes ciclotímicos ambulatorios (Akiskal HS, Djenderedjian AH, Rosenthal RH, Khani MK. “Cyclothymic disorder: Validating criteria for inclusion in the bipolar affective group”. Am J Psychiatry 1977; 134); a lo largo del tiempo se ha ido enriqueciendo y dando lugar a matices conceptuales y clínicos importantes que trascienden el territorio específico de la bipolaridad.
Esta noción de espectro guarda relación con otras previas, como “posición”, que proviene del campo psicoanalítico, específicamente de la escuela de relaciones objetales. Si bien en ambas las finalidades y espacios explicativos son diversos, es bueno ver cómo la visión de ciertas miradas de este tipo aportan al concepto de espectro un contenido dinámico que lo enriquece.
Doy al término de espectro un uso diferente, en algunos aspectos, del habitual en el campo psiquiátrico. Uno de los puntos centrales de divergencia teórica radica en concebir a este concepto como una realidad que describe no sólo un modo de ser desdichado, sino una disposición natural (casi diría temperamental) que implica una modalidad de funcionamiento del organismo en su totalidad; incluye, entre otras cosas, disposiciones, recursos, vulnerabilidades, habilidades y potencialidades específicas que, por otra parte, establecen una serie de carriles por donde transitan las posibilidades de enfermar, aprender y desplegar talentos.
Esto supone que, como herramienta de pensamiento, espectro bipolar alude –además de a un conjunto de manifestaciones asociadas entre sí por marcadores clínicos y de neurotransmisores en común, junto a un mismo patrón informacional de huella traumática– a una estructura o configuración de formas vinculares, temples afectivos, pautas biográficas, defensas, fantasías, deseos, aptitudes, pericias, creencias, memorias familiares, fragilidades y fortalezas.
Uno de los resultados de este recorrido, que se está transitando en la actualidad, denota que los terapeutas advertimos que la bipolaridad es una modalidad normal de funcionamiento del organismo (tanto en su registro psíquico como en el biológico), funcionamiento que si bien puede despeñarse hacia un territorio patológico, también da cuenta de procesos y fenómenos tales como creatividad, intuición y éxtasis.

2. ENCENDIDO BIPOLAR

¿Cuáles son las implicaciones de esta propuesta? Que el encendido bipolar, en cualquiera de sus dos extremos, no es algo anómalo o malsano en sí mismo, ni patrimonio exclusivo de quienes se desvían de la salud.
Por el contrario, se trata de un molde –a la par fisiológico y emocional– gracias al cual determinados circuitos psiconeuronales se encienden de forma hipersincrónica, permitiendo la emergencia en la persona de una compleja manera de comprensión de la realidad, que refleja la presencia de un dinamismo cerebral específico, vinculado a los procesos típicos de la serotonina, dopamina y norepinefrina, y la forma de gestión del hemisferio derecho.
2.1 Neurotransmisores
El cuerpo necesita estar conectado entre sí, y también con la estructura que coordina su funcionamiento y su contacto con el mundo externo: el cerebro.
Este maravilloso pilar de ingeniería evolutiva que lidera el sistema nervioso posee una arquitectura compleja, que guarda singular semejanza con una nuez. Formado por miles de millones de neuronas interconectadas entre sí, que trasmiten información por medio de fibras conductoras o axones, este órgano, del cual ni siquiera sentimos el peso, se ocupa de gestionar el vaivén de nuestras emociones, de registrar todo lo que ocurre dentro y fuera de nuestro organismo, de regular la vida metabólica, endócrina, sensorial, afectiva y nerviosa de cada persona, de armonizar los procesos digestivos, respiratorios, motrices y sexuales. Además, acopia información como memoria, pensar, conceptualizar, razonar, intuir, percibir e imaginar. Y gran parte de todo esto logra hacerlo gracias a la cooperación de los neurotransmisores.
En el espacio interaxonal que se genera entre neurona y neurona, en ese territorio sináptico (punto de unión o enlace funcional interneuronal) es donde acontece la transmisión de señales nerviosas ayudadas por los neurotransmisores.
Estas conexiones no son constantes; la cantidad de lazos sinápticos es diferente en cada quien, y se modifica si en la etapa de los primeros tiempos de vida la persona sufre traumas significativos que se inscriben en la memoria como huellas o marcas.
La grabación de una huella de naturaleza traumática produce alteraciones en el número de conexiones sinápticas existentes, y el evento que la provocó queda instalado en ciertas zonas neuronales, que se conectan con otras hasta formar una vía de facilitación para la descarga de la tensión que el shock genera en el organismo. Es como si establecieran entre ellas una especie de cooperación o alianza, que las lleva a reaccionar en conjunto, con mayor facilidad que con otras regiones neuronales. La propagación de la energía de la huella hace que se genere, entre diferentes áreas neuronales, un código compartido, una clave de afinidad para responder aunadas. En suma, comparten un código, se comunican entre sí, y cuando ocurre una circunstancia que se asemeja a la huella original, reaccionan al unísonio produciendo expresiones afectivas acordes a la interpretación que en el cerebro evoca el estímulo: miedo, angustia, culpa…
De esta manera, los códigos se configuran como grafías interiores, que suscitan en el hoy afectos semejantes a los grabados en sus entrañas en el ayer, y su dinámica depende, en gran medida, de la actividad de los neurotransmisores.
Si no nos han amado durante este período (y esta alteración siempre tiene lugar en una etapa muy temprana antes de nacer y durante los primeros dieciocho meses de vida) en cierto modo “nos faltará un tornillo”, para afrontar la palestra de la vida en el futuro. “Nos faltará un tornillo”, entre otras cosas, se refiere a los espacios de enlace sinápticos. Es allí donde los mensajeros químicos se vierten para retener información o mejorar la capacidad de transmisión. (Arthur Janov)
Los neurotransmisores o neuromediadores son substancias químicas, cuya razón principal de existencia parece consistir en el hecho de transmitir información.
Inicialmente, esta transferencia de datos se concebía como un fenómeno que acontecía de una neurona a otra, cruzando el espacio sináptico que separaba neuronas consecutivas.
Sin embargo, hoy sabemos que los mensajes de los neurotransmisores también tienen el potencial de establecer conexión con otro tipo de células, como musculares y glandulares, de modo que estos mensajeros del cuerpo contienen patrones de información que afectan nuestras conductas y ponen en contacto a las diversas estructuras del cuerpo; Karl Pribran incluso les atribuía una cierta comunicación no local, es decir sincronística.
De esta manera, es admisible entender al sistema de neurotransmisores como una red de comunicación sofisticada y abierta, capaz de resonar tanto con el medio interno de un individuo como con la interacción de emociones y situaciones de la vida. Esto significa, en parte, que del mismo modo que el cerebro hace oír su voz a través a los órganos y vísceras, éstos a su vez envían sus reclamos, pedidos, quejas y sentires al cerebro.
Si dejamos ahora un poco de lado las consideraciones biológicas y pasamos a una lectura simbólica del cuerpo, es potencialmente realizable vincular a las hormonas como la base material de los afectos, y a los neurotransmisores con el sustento corpóreo de creencias y huellas traumáticas de la existencia, en especial de los primeros tiempos de vida. Entre unas y otros, la diferencia radica –entre otras cosas– en que las hormonas son transmisores que viajan a través de la sangre, mientras que los neurotransmisores conducen mensajes a distintas regiones del sistema nervioso.
En realidad, estos neuromoduladores son neurohormonas, es decir, hormonas producidas por neuronas que tienen, entre otras, la tarea de hacer funcionar órganos del cuerpo mediante el sistema nervioso autónomo, sin participación del control consciente. Cuestiones tales como tensión arterial, frecuencia cardíaca, sudoración, movimiento de los intestinos, llegada de sangre a los diferentes órganos, respiración, sueño, vigilia e inmunidad, entre otras funciones orgánicas, están bajo su mandato. Esto, al margen de su participación en la construcción de las reacciones y secuencias afectivas.
En cierto sentido, los seres humanos dependemos de estos mensajeros para lograr una adecuada modulación de todo el organismo. Y si bien la complejidad de este universo biológico no se consume en una frase, a efectos de lo que nos interesa, es dable considerar que el balance adecuado de los niveles de los diferentes neurotransmisores en el cuerpo permite que éste tenga equilibrio, aprendizaje y adaptación. En suma, que el organismo funcione de manera apropiada.
De ahí el gran valor de la investigación sobre los neurotransmisores desarrollado por las neurociencias en el campo del estudio de la enfermedad mental; los mismos neurotransmisores que brindan beneficios y bienestar a las personas, también están en la causa de su desequilibrio y malestar, por su considerable influencia sobre las funciones psíquicas, comportamiento, humor y vínculos.
Ya mencionamos que, entre los varios mensajeros cerebrales, la dopamina, la norepinefrina y la serotonina juegan un rol preponderante en el régimen de organización del orden bipolar, normal o patológico, por lo que vale echar una mirada rápida sobre ellos.
2.1.1 Dopamina: la molécula del bienestar
Neurotransmisor que se relaciona con funciones motrices, emociones y sentimientos de placer; es uno de los principales neurotransmisores ligado a la manifestación de los trastornos bipolares, en el área de las emociones.
Por ejemplo, se produce un aumento de la actividad de esta neuroh...

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