Erótica y materna
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Erótica y materna

Mariolina Ceriotti Migliarese, Elena Álvarez

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Erótica y materna

Mariolina Ceriotti Migliarese, Elena Álvarez

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La reflexión sobre la condición femenina es urgente en nuestro tiempo.Nunca hasta hoy hemos estado más cerca de comprender la igualdad de valor entre los sexos. Y nunca nos hemos encontrado más alejados y confundidos, al convivir en una cultura que niega el valor de la diferencia.Precisamente en esto reside la paradoja de nuestro mundo.Nuestro tiempo acelerado, obsesionado en "hacer cosas útiles", mina la disposición femenina a la acogida y a la ternura, así como la natural empatía tan propia de la mujer, y su apertura a la vida.Asistimos a una preocupante escisión entre la dimensión erótica y la dimensión materna de la mujer, entre el amor a sí misma y el amor al otro.

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Information

Year
2018
ISBN
9788432149764
II.
¿EXISTE UNA ESPECIFICIDAD FEMENINA?
La complejidad femenina
Cada vez que lo pienso, me impresiona considerar que, en el desarrollo ordenado de su acto creador, Dios ha creado a la mujer en último lugar. Si en el orden de la creación han llegado a la vida primero las criaturas más sencillas, y solo poco a poco las más complejas, a veces me pregunto si al dejar a la mujer para el final Dios no habrá querido, por alguna razón, indicarnos que ha puesto en ella precisamente el máximo de complejidad.
La complejidad femenina resulta evidente desde la infancia, tanto que cualquier madre y cualquier padre reconocen que cuidar y educar a una hija exige estrategias y preocupaciones mucho más matizados y con frecuencia también más difíciles que ocuparse de un hijo varón. «Los varones son más simples que las niñas» es una frase que cualquier padre o madre (sobre todo las madres) ha dicho o ha pensado, por lo menos una vez.
Desde el cuerpo, la mujer se manifiesta como más compleja y misteriosa. En el hombre, el aparato genital es externo, fácil de ver y de conocer, a la vez que su funcionamiento es inmediatamente más intuitivo. Además, su función está unificada, por así decir: el órgano sexual está simultáneamente dotado de la capacidad de dar la vida y experimentar placer. Por eso, el acto sexual masculino está acompañado por la experiencia gratificante del orgasmo.
No sucede lo mismo en el caso de la mujer. Para ella, el acto sexual no está siempre necesariamente ligado a una experiencia de placer, y el aparato genital, situado en el interior del cuerpo, es complejo, misterioso, no se puede conocer de forma inmediata. Hay también una complejidad estructural ulterior: además de la apertura vaginal, destinada a acoger al hombre en el abrazo marital, las mujeres están dotadas de otro órgano sexual, el clítoris, situado precisamente en la entrada del aparato genital. Se trata de un órgano funcionalmente inútil, pero cuya característica específica es la gran reactividad a la experiencia del placer.
Por eso, como escribió Helene Deutsch, se puede decir que «el hombre puede remitir a un único órgano la totalidad de la función, mientras que la mujer está, por así decir, excesivamente dotada, y esta sobreabundancia es fuente de complicaciones» (Deutsch, vol. II, p. 80).
En cierto sentido, nosotras poseemos dos órganos sexuales, y, aun así, a pesar de eso, son muchas las mujeres que, aunque han traído hijos al mundo y aman a sus maridos, nunca han experimentado con ellos el placer bueno y unitivo que puede nacer de una sexualidad vivida en plenitud.
La función sexual y la función generativa en la mujer no se integran, entonces, de la misma forma espontánea y simple que se da en el hombre. Esta complejidad que nace del cuerpo se convierte en una dificultad nada infrecuente para integrar, también desde el punto de vista psicológico, la condición de mujer con la condición de madre. Por eso sucede que el deseo erótico y la función materna, que son las dos dimensiones principales de la feminidad, corren el riesgo de encontrarse peligrosamente separadas.
De este modo, la feminidad se manifiesta según dos modalidades diversas, contradictorias, y es fácil que entren en conflicto. Lo «materno» y lo «erótico» son expresiones de las dos almas de la mujer, que en cada una se expresan con intensidad diferente en los distintos momentos de la vida, según una lógica personal que deriva de la historia de cada mujer y su desarrollo. La prevalencia de un aspecto u otro depende de variables muy complejas y no está definida de una vez, sino que evoluciona continuamente en relación con una multiplicidad de eventos internos o externos.
Conviene aclarar que hablar de aspectos eróticos y maternos de la feminidad no significa hacer referencia simplemente por un lado a la sexualidad de la mujer y por otro a su capacidad de engendrar. Más bien, se trata de términos que se proponen englobar sintéticamente en una multiplicidad de características, positivas y negativas.
En la parte «erótica» quiero incluir todos los aspectos de la mujer relacionados con el deseo, la autonomía, el respeto a sí misma, o la capacidad de mantener una buena base narcisista. Esta dimensión (en sus matices positivos) incluye el deseo y la habilidad para ser bella, su poder de elegir por sí misma y de sacar adelante sus proyectos, su capacidad de revestir positivamente su cuerpo y su mente. Encierra el placer de cuidar de sí misma, pero también la capacidad de protegerse y establecer las justas distancias respecto a los demás, a fin de tutelar los espacios necesarios para el propio equilibrio. Por otra parte, en los matices negativos o no equilibrados de esta dimensión de la mujer, pueden encontrar espacio el egocentrismo, la vanidad o la autorreferencialidad infantil.
A la parte «materna» en positivo se refiere, en cambio, la capacidad de la mujer de aceptar y cuidar las relaciones, sin sentirse abrumada por los vínculos y por la generosidad que requieren. Aquí se incluye la capacidad femenina de cuidar de los demás, su sensibilidad ante la necesidad, la creatividad con que sabe nutrir con afecto a las personas que ama. Por el contrario, también en esta dimensión se encuentra el origen de esos aspectos destructivos que a veces están presentes en las mujeres, y que les llevan a tratar de tener bajo control a las personas que les están vinculadas, a negarles una verdadera libertad, someterlas a presión, induciendo a veces de manera disimulada pesados sentimientos de culpa.
Como se puede observar, ninguna de estas dos dimensiones de la feminidad es completamente positiva, ni suficiente en sí misma para dar plenitud a la mujer. Las dos son necesarias, pero el verdadero reto consiste en encontrar progresivamente una integración y un equilibrio entre ambas, ya que se trata de dos aspectos que solo dan lo mejor de sí cuando coexisten, de modo que cada uno modere los matices negativos del otro.
El recorrido no es fácil, porque las dos tendencias compiten claramente en la psique femenina. El origen de las diferentes fases del camino se encuentra en la infancia, para desglosarse después en el curso de toda la vida de la mujer, entre episodios alternos.
Fusionar ambos aspectos supone conseguir establecer una armonía entre la capacidad justa de tutela y de amor a sí misma con el desarrollo de competencias relacionales ricas, empáticas y generosas. El equilibrio entre el revestimiento narcisista y los revestimientos objetuales, que es tarea de cualquier ser humano maduro, exige a la mujer un recorrido específico y particular. Este no es fácil, pero aproximarse a él puede convertirnos en personas que saben estar bien consigo mismas y que proporcionan bienestar a aquellos que se les acercan.
La vida de las mujeres es un recorrido rico en contradicciones, en la búsqueda de la síntesis armónica entre los aspectos eróticos y los maternos: el hallazgo de esta armonía puede convertirse en el fruto maduro de una vida bien trabajada.
El descubrimiento del cuerpo
La psicoanalista de origen polaco Helene Deutsch, en su importante obra La psicología de la mujer, afirma: «La psique femenina contiene un elemento que le falta al hombre: el mundo psicológico de la maternidad» (Deutsch, vol. II, p. 23). Se trata de una afirmación fuerte, según la cual todas las mujeres, independientemente de la realización concreta de la maternidad e incluso de su deseo de ser madres, contienen en sí un «mundo psicológico materno» ineludible. La causa es la concreta y específica configuración anatómica de la mujer que, por el solo hecho de ser mujer, está dotada de un cuerpo pre-dispuesto a la acogida de otro dentro de sí: como hombre, al que acoge dentro de sí en el abrazo marital, o como hijo, al que hay que acoger, nutrir y hacer crecer dentro del propio cuerpo durante el embarazo. Debido a esto, la mujer percibe su espacio interior como un «espacio de acogida», un espacio cóncavo que, en cierto sentido, reclama ser colmado, y pide contener algo.
En este campo, la diferencia anatómica entre los sexos juega un papel clave desde los primeros años de vida, a partir del momento en que el niño y la niña, cuando han alcanzado la posición erguida y el dominio motriz, centran su atención en las diferencias sexuales. Se produce, aproximadamente, entre los 18 meses y los tres años.
Entonces, ante la mirada concreta y pragmática del niño se pone de manifiesto una evidencia indudable: el varón se encuentra con la posesión de un órgano genital bien visible, externo, con una reactividad clara a los estímulos de excitación. El niño se da cuenta de forma muy clara de que el pene es el órgano que recoge, concentra y sirve como salida de sus energías sexuales. La niña no tiene el mismo órgano y, para la mirada pragmática de la edad infantil, esto significa simplemente que la niña «no tiene», que le falta algo. Se hace consciente de ello, con algo de preocupación, el varón que la observa (Françoise Dolto habla a este propósito de la «inquietante desnudez de las niñas»). La niña adquiere conciencia de sí misma cuando se pregunta de forma más o menos consciente por los motivos de esta diferencia evidente, que percibe como injusta y castigadora.
Entre los tres y los cinco años, todos los niños tienen un interés fuerte en el cuerpo, sus funciones, las diferencias entre sexos, y las imaginaciones sobre el nacimiento. Las teorías infantiles sobre el embarazo y el parto son muy parecidas en todas las culturas, porque se relacionan con la forma de pensamiento del niño, para quien resulta completamente incomprensible el auténtico significado de la sexualidad adulta. Lo que el niño sabe y comprende del sexo, aunque los adultos le hablen de él, se limita a algunas constataciones simples, relacionadas con la modalidad concreta de su pensamiento: a las mamás les crece la barriga porque dentro hay un niño; el bebé solo puede haber entrado ahí por las aperturas que el niño conoce: la boca, el ano, el ombligo. Si el papá ha metido algo (la famosa semilla de la que hablan los adultos) solo puede haberlo hecho por ahí y habrá usado de algún modo su pene, que solo tienen los papás. Para que el bebé pueda salir, es probable que haya que abrir la barriga de la mamá, si no, tendrá que salir por la boca, el ano o el ombligo.
En este momento de su recorrido de observación y reflexión, el varón descubre que pertenece a la categoría masculina como papá, mientras la niña descubre que es una mujer como su mamá. Este descubrimiento y el modo como se elabora representan para ella un núcleo muy importante para su desarrollo posterior.
En efecto, para los ojos concretos de la niña, ser mujer como su mamá significa en primer lugar ser también «ausente» irremediablemente. Este descubrimiento incluye un sentimiento de desigualdad e injusticia, que lleva a la niña a observar con especial atención cómo percibe el ambiente esa feminidad a la que ella ha descubierto que pertenece. Le hace también muy sensible a esa percepción.
Cuando el ambiente de la niña no percibe la feminidad como una realidad bella e importante, o no le devuelve esa imagen, en la niña puede nacer una profunda sensación de incomodidad, unida a la percepción desagradable y mortificante de ser «solo» una chica. En este caso, se origina en ella la vivencia inconsciente de una falta irreparable, causa de vergüenza y sentimientos de inferioridad, alrededor de la que se puede estructurar una posición defensiva destinada a durar en el tiempo, y que deja una huella en la personalidad.
Para muchas mujeres, esta herida inconsciente se traduce en una especial dificultad y en incomodidad para aceptar, a partir de ese momento, todo lo que se refiere a la propia fragilidad o necesidad. Es como si tuviera que defender el núcleo más profundo de sí misma, manteniéndolo alejado de la mirada de los demás, porque lo percibe como irremediablemente herido y mortificado, y en consecuencia vulnerable y fuente de vergüenza.
Así, el descubrimiento de la diferencia sexual supone para la niña el descubrimiento de que la feminidad, que la hace igual a su madre, implica una falta. Al principio, conlleva una disminución de la imagen de la madre, pero también un sentimiento de hostilidad hacia ella, por haberla hecho igual.
No obstante, al mismo tiempo, las exploraciones infantiles llevan a los niños a encontrarse con otro tipo de evidencia: y es que la madre es la única que tiene seno y que puede llevar niños en la barriga, hacer que nazcan, y darles la leche.
El descubrimiento de la posibilidad que tiene la madre de «tener niños», llevándolos dentro de sí, es fuente de un interés muy fuerte de los varone...

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