El ADN psicológico
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El ADN psicológico

Pep Marí

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El ADN psicológico

Pep Marí

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Los seres humanos nos pasamos la vida persiguiendo objetivos y planteándonos retos. Entre todas estas metas, existen algunas que no podemos dejar de buscar, anhelar, querer, que forman parte de nuestro ADN psicológico y vienen incorporadas de serie. ¿Sabes cuáles son las tuyas?Abraham Maslow se ocupó hace años de clasificar las necesidades más comunes de los seres humanos en su célebre "pirámide", que luego completaría Viktor Frankl, otro de los psicólogos de referencia para el autor de este libro, con su estudio sobre la búsqueda de sentido.En estas páginas, Pep Marí nos ayuda a descubrir nuestras necesidades psicológicas, nos propone algunos juegos para valorar si están cubiertas y nos ofrece herramientas psicológicas para satisfacerlas. De manera tan amena como en sus anteriores libros, nos guía en el camino para desarrollar todas las potencialidades contenidas en nuestro ADN psicológico, es decir, para convertirnos en el pino más alto y frondosoque dadas las circunstancias podemos llegar a ser.Un ensayo dirigido a estudiantes y a profesionales de la psicología y la educación, así como a todos aquellos lectores que estén recorriendo el camino del autoconocimiento y el desarrollo personal.

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Information

Publisher
Plataforma
Year
2020
ISBN
9788418285141

1. ¿Qué regula el comportamiento de las personas?

Creo que responder a esta pregunta me conducirá a resumirte la historia de mi vida; por lo menos, de mi vida profesional. Estoy convencido de que estudié Psicología para descifrar este misterio. Es más, escribo este libro con la misma intención. Ya me dirás, cuando termines su lectura, si estás más cerca de la respuesta.

La etapa del conductismo

En el año 1984 inicié mis estudios de Psicología en la Universidad de Gerona. Por aquel entonces no era posible terminar la carrera en mi ciudad natal. Allí realicé los tres primeros cursos y los dos últimos los completé en la Universidad Autónoma de Barcelona, en Bellaterra. Me especialicé en psicología experimental, pues me fascina la investigación, y mi prácticum no lo desarrollé con personas, sino con ratas, en el Laboratorio de Psicología Básica. De mis profesores aprendí teorías psicológicas; de mi maestro, Ramón Bayés, aprendí a apasionarme con la psicología, y de las ratas, metodología. Siempre les estaré eternamente agradecido. Lo que más me ha ayudado a abrirme camino en la vida ha sido, precisamente, cuanto me enseñaron. La mezcla de la metodología y de la pasión ha marcado mi forma de interpretar la psicología.
Te cuento mis antecedentes para que entiendas mi primera respuesta a la pregunta que da nombre a este capítulo: la conducta de las personas está regulada por sus consecuencias. El condicionamiento operante de Burrhus Frederic Skinner hizo mella en mis convicciones.
Durante mi época de estudiante me gustaba ir al cine. En especial, me gustaban las comedias. Procuraba ver todas las películas de este género que había en la cartelera. Si soy sincero, debo confesarte que la mayoría me decepcionaban. A pesar de los desengaños, seguía acudiendo a las salas cada vez que se estrenaba una comedia. Y es que, muy de tanto en tanto, una de las comedietas que veía me fascinaba. No había una regla fija (de cada cuatro películas que veía, una me encantaba), sino que era aleatorio. Tanto podía ver siete bodrios consecutivos como dos obras maestras seguidas. Estaba enganchado a las comedias porque la industria cinematográfica me había sometido a un programa de reforzamiento intermitente, idóneo para el mantenimiento de una conducta. Skinner, de nuevo, tenía razón. Era así de sencillo.
Mientras estudiaba Psicología en Gerona, jugaba a tenis de mesa. Mi objetivo era probar la élite de este deporte. Pronto advertí que esa meta no era realista: no estaba dotado para el ping-pong. Y, por más que entrenaba, mi progresión no alcanzaba a llamarse élite. Entonces tuve una idea: puesto que yo no llegaría, ayudaría, con la psicología que estaba aprendiendo, a que otros deportistas llegaran por mí. Esta fue la razón por la que cursé asignaturas de psicología del deporte durante el segundo ciclo de la carrera en Bellaterra.
El modelo cognitivo-conductual que se proponía para aplicar la psicología al deporte fue el responsable de mi evolución, pues este modelo cuestionaba el conductismo y me introdujo en el apasionante mundo de las creencias. Te presento mi segunda respuesta a la pregunta del millón.

La etapa de las creencias

Mi padre tiene noventa y dos años. Vive con mi hermano en Gerona, pero ocasionalmente pasa el fin de semana conmigo, en Barcelona. Convivir con él es complicado, por lo menos para mí. Su debut en la demencia, sus manías, acentuadas por la senectud, y las limitaciones físicas propias de la edad lo convierten en una persona con escaso margen para la adaptación al entorno. Es entrañable, pero muy cascarrabias. Cuidarlo no es una obligación para nosotros, sino una magnífica oportunidad para devolverle con creces todo el amor que generosamente nos ha regalado a lo largo de su vida.
Cada vez que me visita me propongo no enfadarme, ni una sola vez, con él. Jamás lo consigo. Cuanto más tardo en cabrearme, más fuerte me enfado. Cuando mi padre regresa a Gerona, me arrepiento profundamente de haberme mosqueado con él. Si bastara con Skinner para explicar la conducta, ¿por qué sigo enfadándome, si las consecuencias de estos cabreos son tan negativas para mí?
Me sometí a un programa de entrenamiento en autocontrol para tener más paciencia con mi padre. No funcionó: solo retrasó los cabreos y moderó su intensidad. Fue entonces cuando acudí a las creencias. La salud de mi padre, como era de esperar, empeoraba lentamente. Tanto es así que me planteé, por primera vez en mi vida, que no nos quedaban muchos fines de semana por compartir. Es más, aunque nunca antes lo había pensado, comencé a creer que, a partir de entonces, cada fin de semana que pasaba con él en Barcelona podía ser el último. Desde entonces no he vuelto a enfadarme con mi padre. Ya son tres los fines de semanas seguidos sin mosqueos ni dramones.
Quizás, más que las consecuencias, son las creencias las responsables de nuestros comportamientos. De hecho, estoy convencido de que la labor de un profesional de la psicología consiste en detectar y cambiar aquellas creencias que originan conductas desadaptativas, conductas que causan problemas al individuo o que no le permiten acercarse a su mejor versión.
Ninguna de las personas que ha solicitado mi ayuda me ha dicho: «¡Pep, he descubierto una puñetera creencia que me está arruinando la vida!». Como mucho, me han relatado una serie de síntomas de los que puede deducirse falta de normalidad, percepción de problema e interferencia objetiva de los síntomas en sus actividades habituales. He tenido que ser yo quien ha hecho explícitas las conductas que causan tales interferencias y de nuevo yo, con la ayuda de mi cliente y de su equipo, he traducido esas conductas en creencias. A continuación, se ha tratado de poner a prueba esas creencias rígidas y limitantes. La psicología las cuestiona y el sujeto las cambia. Las creencias no se cambian con la cabeza, sino con el corazón. Es decir, a través de una emoción. Aprendes cuando repites y cuando te emocionas.

La etapa de los valores

En mi biografía profesional, la etapa de las creencias significó un cuestionamiento de la etapa del conductismo. La etapa de los valores, en cambio, más que poner en duda las creencias, las reafirmó. Es más, sin temor a exagerar, podría postular que los valores se corresponden con las creencias más básicas del individuo.
Por ejemplo, si uno de mis valores preferidos es la autonomía, entenderé que mi trabajo consiste en quedarme sin trabajo y trataré, por todos los medios, de fomentar la autogestión de mis clientes.
Para integrar las tres etapas y ordenarlas en el tiempo, me atrevería a proponer lo siguiente:
1 valor = 100 creencias = 1.000 objetivos = 1.000.000 de consecuencias
Los valores son las reglas del juego de la vida. Sirven para tomar decisiones, para ser quienes somos y para adaptarnos al entorno.
¿Qué regula el comportamiento de las personas? Mi tercera respuesta son los valores.
Tomo un café y pago con un billete de diez euros. El camarero me devuelve el cambio de veinte euros. Me doy cuenta de su error y debo tomar una decisión: callo para siempre y gano diez euros o le advierto de su error.
Si le ocurriera lo mismo a Skinner, ganaría diez euros.
Si creyera que el camarero me ha tratado muy mal, callaría para siempre.
Si mis padres me han educado en el valor de la sinceridad, advierto al camarero de que me ha devuelto de más. No por ser la mejor persona del mundo, no por mi empatía, por nada parecido al altruismo, simplemente para poder dormir tranquilo. La salud mental se basa en la percepción de coherencia entre tus valores, tus objetivos y tus acciones.

La etapa de las necesidades

Y, cuando pensaba que ya lo tenía, aparecieron las necesidades. Quizás aparecieron al final de mi recorrido para integrar todas las etapas.
¿Qué puede condicionar más la conducta que una consecuencia? Una creencia. Más aún, una creencia troncal, cristalizada en forma de valor. ¿Y más que un valor? Una necesidad. Una necesidad incrustada en el ADN psíquico de las personas. Esto es, una necesidad que tienes, aunque no quieras tenerla. Una necesidad común en todas las personas, en todas las civilizaciones y a lo largo de toda la historia. Una necesidad, en definitiva, que tienes por tu condición de ser humano.
En 1943 Abraham Harold Maslow formuló su pirámide de las necesidades de las personas y se sacó de la manga una de las verdades más grandes, a mi juicio, que se han dicho en el ámbito de la psicología: motivar es cubrir necesidades (se refería a las necesidades contenidas en su teoría).
Lo que quiso dar a entender Maslow fue que las personas hacemos cuanto hacemos para satisfacer nuestras necesidades (primero fisiológicas y después psicológicas).
Independientemente de las consecuencias de nuestras acciones, de nuestras creencias y de nuestros valores, los individuos tenemos (insisto, lo queramos o no) una serie de necesidades psicológicas por cubrir. En ello se nos irá la vida.
Estoy en condiciones de compartir contigo mi cuarta respuesta a la pregunta del millón: todo lo que hacemos en este mundo lo hacemos con la finalidad de satisfacer nuestras necesidades de seguridad, de aceptación y de sentido.
En una ocasión escribí estos versos:
Todos tenemos las mismas necesidades, por eso todos somos iguales.
Otra cosa es cómo las cubrimos, por eso todos somos singulares.
Nos acercan los destinos y nos alejan los caminos.
Trataré de integrar ahora, a modo de síntesis final del capítulo, las cuatro etapas y las cuatro respuestas que te he ofrecido. Mi viaje ha comenzado en el conductismo, ha evolucionado por los modelos cognitivo-conductuales y se ha instalado en el humanismo. Ha sido mi particular viaje.
Nos mueve (motiva) satisfacer nuestras necesidades psicológicas básicas (seguridad, aceptación y sentido) y las conductas que llevamos a cabo para cubrirlas dependen de nuestras creencias y valores, que se van modulando en función de nuestra percepción de éxito y de fracaso (consecuencias). Tendemos a repetir aquellos comportamientos que interpretamos que se han mostrado efectivos para cubrir un determinado fin y nos olvidamos de aquellos otros que creemos que no lo han logrado.
Volviendo al final del verso, y ahora sí que para concluir, cuando digo que nos acercan los destinos, me refiero a los objetivos con los que vivimos, esto es, a las tres necesidades. Y, cuando escribo que nos alejan los caminos, aludo a los medios que utilizamos para satisfacerlas, es decir, a todas aquellas conductas compatibles con nuestros valores y sometidas a la corrección del ensayo-error.

2. Actualizando a Maslow

Aportaciones

Antes de actualizar a Abe, recordemos los aspectos centrales de su aportación a la psicología.

Una teoría sobre las necesidades

Maslow no creía que actuemos en función de unos deseos inconscientes e incontrolados (psicoanálisis), ni tampoco influidos por premios y reforzamientos externos (conductismo), sino más bien condicionados por unas necesidades internas.
Dividía estos requerimientos en dos grupos: las necesidades deficitarias (referidas a una carencia que habrá que cubrir para sacar un suficiente) y las necesidades de desarrollo (relacionadas con una cualidad que habrá que optimizar para aspirar al notable o al excelente).
Dentro de las primeras, y por este orden, están las siguientes:
  1. Necesidades fisiológicas: donde también incluía las sexuales.
  2. Necesidades de seguridad: tener las necesidades fisiológicas cubiertas hoy y también mañana, y disponer de un lugar donde guarecerse de los medios necesarios ...

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