Vivir y trabajar con entusiasmo
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Vivir y trabajar con entusiasmo

Vivir con alegría en una sociedad de tarados

Victor Küppers

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Vivir y trabajar con entusiasmo

Vivir con alegría en una sociedad de tarados

Victor Küppers

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¿Por qué hay personas que van por la vida como bombillas con patas y otras que siempre están enredadas en un bucle de negatividad? La psicología positiva tiene la explicación y Victor Küppers nos la acerca de la manera más amena y divertida. En este nuevo libro, el autor recoge las 10 ideas para vivir con alegría de una de las conferencias más inspiradoras de los últimos años.La mayoría de quienes vivimos en la sociedad occidental estamos cansados, agobiados, estresados, presionados o, como sintetiza Küppers de manera tan clara, tarados. No hay más que ver la cantidad de psicofármacos que consumimos. Hemos confundido lo habitual con lo normal: el desánimo es lo habitual; sin embargo, no debería ser así. Y para sacarnos de esta confusión, nos hace falta reaccionar y realizar algunos pequeños pero significativos cambios en nuestro día a día.Como lo hiciera un buen amigo que nos dice las cosas sin rodeos pero con cariño, el autor nos acompaña a lo largo de estas páginas para demostrarnos que cambiar nuestra vida y la de las personas que nos rodean está en nuestras manos, y solo en las nuestras.Con su particular estilo fresco y directo, Küppers ha conseguido darnos la inyección de ánimo y entusiasmo que todos necesitamos en estos tiempos.

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Information

Publisher
Plataforma
Year
2020
ISBN
9788418285363

SEGUNDA PARTE:
(TRATAMIENTO)
CÓMO VIVIR CON ALEGRÍA

Ideas simples, porque no hace falta complicarnos la vida

¿Y qué hace la gente que va con esta alegría de vivir? Hay ciencias que estudian con ratones, pues la psicología positiva estudia con personas, analiza a esas personas que son vitalmente alegres y analiza qué es lo que hacen. ¿Y qué han descubierto? No ha descubierto que hagan cosas raras o extrañas. Imagina que te dijera que se ha comprobado que la gente que va con alegría se levanta cada día a las dos y cuarto de la mañana y que a continuación hace media maratón. Pues, ya sabes, es fácil: a partir de mañana, a las dos y cuarto en pie y si vives en Madrid, te vas a Getafe y vuelves… Probablemente pensarías: «Pues, la verdad, qué quieres que te diga, yo casi que prefiero ser mustio, porque a esa hora ni que venga una grúa, a mí no hay quien me saque de la cama». Pero es que no son personas que hagan cosas extrañas, y mira que hay gente que se empeña en hacer cosas raras. Los expertos tampoco nos proponen ideas que digas: «¡Uau! Por fin, he encontrado la gran idea que me va a cambiar la vida». No. Las ideas que proponen son muy sencillas, todos las hemos escuchado muchas veces, nadie las discutiría, todos estamos de acuerdo. Entonces, ¿por qué no las aplicamos? Pues muy sencillo, porque nos ha tocado vivir una época en la que vamos todo el día corriendo, vamos acelerados, estresados, como pollos sin cabeza. Nos despertamos con prisas y nos acostamos estresados, nos levantamos con problemas y nos vamos a dormir con más preocupaciones. Piensa cuándo ha sido la última vez que has pensado: «Vaya, no tengo nada que hacer». No existen momentos así, todo el día rápido de un lado a otro, el trabajo, la vida personal, una locura. Y cuando corremos no pensamos que ese es el problema. Si todos lográramos cinco minutos al día solo para pensar, para ver las cosas desde fuera, para respirar, entonces estaríamos salvados. Pero no tenemos esos cinco minutos porque tenemos muchas cosas que hacer y cuando vamos rápido entonces no pensamos, olvidamos lo más obvio. Porque las seis ideas que proponen los expertos son obvias.

IDEA 1: decide vivir con alegría

Las personas que viven con alegría no son personas que no tienen problemas, ni personas que viven en el norte, o en el sur, o casados, o solteros, o con perro. No. Son personas iguales que las demás pero que han decidido que quieren vivir con alegría. Ser alegre no es una consecuencia de algo, ser alegre no es una suerte, no es un don, ser alegre no es no tener problemas, ser alegre es una decisión, es una elección. Hay mucha gente que se empeña en que es genético, pero no lo es, la alegría de vivir no es genética. Cuando nacimos, a nuestros padres no les dijeron: «Enhorabuena, es niño, dos kilos ochocientos y, lástima, pinta cenizo». No, nadie nace cenizo. Todos conocemos a personas que van por la vida dando botes de alegría como si hubieran ganado la Champions cada día y todos conocemos a personas que van por la vida arrastrando los pies, y uno tendría que preguntarse: ¿y yo cómo voy por la vida? ¿Voy dando botes de alegría o voy arrastrando los pies? O ¿cómo me gustaría ir? Porque vayas como vayas es tu decisión y, si eres consciente de que yendo de una manera u otra vas a obtener unos resultados mejores o peores, tienes que ser responsable e intentar luchar para elegir vivir con ánimo y con alegría.
Las personas alegres siguen teniendo los mismos problemas y preocupaciones que tienen las demás, lo que pasa es que han decidido que quieren vivir con alegría. Sin embargo, nos hemos acostumbrado a vivir en una sociedad en la que las personas no sonríen. Piensa en tu pareja (si está a tu lado no la mires ); piensa en ella cuando erais novios, cuando empezabais a salir. ¿Cómo era? Piénsalo. Sí, ¿eh?, sonreía, era agradable, todo le parecía bien. ¿Y cómo es ahora? No nació así, hubo un momento en que era alegre . Las preocupaciones, la responsabilidad, el día a día nos vuelven mustios. A ti también, quizá. Haz este otro experimento, si quieres, para darte cuenta de la sociedad en la que vivimos. Observa a las personas que van por la calle, pero no cuando van en grupo, porque cuando vamos con otras personas intentamos ser agradables y educados. Observa a las que caminan solas, que son aquellas que van pensando en sus cosas. Ya lo verás, la mayoría de las personas que caminan solas, sobre todo en las grandes ciudades, transmiten inquietud, prisa, enfado, preocupación, estrés o tristeza. Cuesta mucho encontrar a alguien que sonría. Cuesta encontrar a alguien que parezca alegre; es más, nos sorprendería o incluso nos asustaría. «Mira a aquel de allá, ¿se le ve alegre, ¿eh?, mira cómo sonríe», «Sí, sí, es verdad, sonríe. Viene hacia aquí, ¿no? Sí, sí, ojo, ¡ojo!, que viene para acá»… Es una pena, pero esta es una sociedad cada vez más triste, en la que lo normal ya ha pasado a ser lo anormal.
A mis alumnos de la facultad no los echo de clase ni porque coman ni porque beban ni porque hablen; a mí eso me parece irrelevante. Creo que se puede comer o beber y aprender, es compatible, mientras no manchen y no salpiquen, no tengo problema. Ahora bien, lo que no les perdono es una cara seria. Y lo explico el primer día de clase, les digo: «Señores, sepan que en esta asignatura el que tenga cara seria será expulsado». Pues no hay día en la facultad que no eche a dos o tres. Ya me he acostumbrado a gestionar cien caras y a veces estoy dando clase y de repente le digo a un alumno: «Usted, el de verde, fuera, a la calle», y te contesta: «Profe, pero ¿qué he hecho?», porque además se indignan; «Hombre, pues que está usted mustio», «Pero ¿cómo que mustio? ¿Esto es una broma o qué? Son las ocho de la mañana, estoy aquí escuchando y tomando notas…», «Pues eso, a escuchar y tomar notas a la calle». Porque ese es el poder que aún tenemos los profesores, podemos echar a los alumnos , aunque, por supuesto, se van enfadados. Hay días en que me animo y digo: «Venga, toda la fila, a tomar por saco, a la calle», y salen de catorce en catorce. Se enfadan, claro, imagínate el que se ha pegado el madrugón para estar en clase a las ocho y a las ocho y cinco lo expulso porque está serio, me dicen de todo: «A la mierda, pues no vengo más, ¡que le den!». Hace dos años recuerdo que un alumno salía expulsado y antes de cerrar la puerta asomó la cabeza y me dijo: «Le espero fuera», y ya di la clase con tensión. Recuerdo que me asomaba a la ventana que tiene la puerta del aula y pensaba: «Coño, que está sentado esperándome, ¡este me pela!». Y a veces me encontraba por el pasillo al decano, que es el que manda en la facultad, y me decía: «¡Hombre, profesor Küppers! Venga para acá, que con usted quería hablar. Sus alumnos vuelven a quejarse de que usted los echa de clase porque no sonríen», «Pues sí señor decano», «Hombre, nos parece un criterio como mínimo caprichoso». Y le decía con todo el respeto: «Pues mire, disculpe, con todo el cariño, pero mi asignatura, por la que me pagan, se llama Gestión Comercial, Gestión Comercial, no se llama Inspección Fiscal, porque si fuera profesor de Inspección Fiscal, entendería que sonreír es un hándicap, no lo sé, no me imagino a un inspector fiscal que vaya partiéndose de risa de los sujetos que inspecciona, pero en el mundo de las relaciones humanas, que es el nuestro, las cosas van según lo que transmites. Y lo que transmites empieza por tu cara. Yo a mis alumnos los quiero mucho, de verdad. A mí dar la clase de las ocho en Barcelona me supone levantarme a las cinco y cuarto en mi casa, yo vivo en el Pirineo, y también me gusta dormir, de hecho, me encanta dormir, no voy a tocarles las narices, pero vienen a aprender. Es verdad que puede que yo me haya obsesionado un poco leyendo tanta psicología positiva, es posible, pero también es verdad que todas las personas que he conocido en mi vida y que me han gustado, todas las personas que he admirado, no ha sido por su cargo o por su currículum, ha sido por su manera de ser. Pues yo quiero eso para mis alumnos, quiero que cuando vayan por la vida y se crucen con alguien, ese alguien piense: «¡Ole, ole y ole! Me encanta esta persona!». ¿Y por qué hay personas que nos gustan y otras que no tanto? No es un problema de la ropa ni de gafas, ni de pelo o falta de pelo, es la sonrisa. Hay personas agradables y personas desagradables, personas que sonríen y personas que tiran pa tras. Es fabuloso encontrarse con alguien sonriente, alguien amable, agradable.
Es verdad que hay gente a la que la biología la ha ayudado y ya tiene de nacimiento una cara alegre, pero no todo el mundo tiene esa suerte. Hay alumnos que se me enfadan y me dicen: «Pues es mi cara, profe, no tengo otra». Y no es verdad, uno no es responsable de la cara que tiene, pero sí de la que pone. Se puede ser feo, claro que sí, pero feo y desagradable, no. Es penosa la gente que dice: «Yo soy así». ¡Pues cambia!, los demás no tenemos la culpa. La vida se divide entre «los que son como son» y los que soportamos a «los que son como son». Hace años nos explicaban que nuestra manera de ser se formaba de los cero a los cinco años y luego, ¡luego habías pringado! Ahora se sabe que no es verdad, las personas cambian, la neuroplasticidad del cerebro es un concepto más que demostrado por los investigadores. Tú eres casi casi como quieres ser, puedes mejorarte. Quizá yo no seré nunca la persona más paciente del mundo porque la genética, mi temperamento, me condiciona, pero puedo aspirar a ser la persona más paciente que yo puedo ser. Pues igual con la alegría.
Ya sé que estamos tratando un tema muy simple, el de sonreír, pero no es banal. Hay personas que no han entendido que su principal problema lo tienen en su cara. Hay un proverbio chino que dice: «El hombre cuya cara no sonríe no debería abrir una tienda». Es de cajón, ¿no?, el hombre cuya cara no sonríe no debería abrir una tienda, por prudencia, que haga otra cosa. Pues piénsalo, ¿cuántas tiendas cerrarían en este país si aplicáramos este criterio?, ¡empezando por las de los chinos!, porque ni ellos han pillado su propio proverbio. Pues hay que aplicárselo. Una persona que no sonríe no debería trabajar con otras personas; no debería trabajar, de hecho. Ni tener familia. Porque una persona que no sonríe genera tensión, mucha tensión y mal ambiente. ¿Conoces a alguien que huela mal? Sería un hándicap, ¿verdad? Imagínate un médico que huela mal. «Sí, sí, pero sabe mucho», «Ya, pero es que huele muy mal», «Cierto, pero tiene mucha experiencia», «Jo, pero es que huele fatal, ¿no ves que entra en la habitación y el paciente palma?». Sería un hándicap importante. Pues esto es lo mismo: «Es que no sonríe», «Ya, pero sabe mucho», «Sí, pero no sonríe», «Pero tiene mucha experiencia», «Pues que trabaje en el sótano, coño, sin tener contacto con nadie». Las personas que no sonríen no nos gustan, así de sencillo, qué quieres que te diga, seremos raros, pero nos generan tensión, mal rollo. No nos gusta la gente que es seria, antipática, chula, borde, prepotente o arrogante, el que siempre está enfadado, el que se queja por todo, el que siempre le parece mal hagas lo que hagas, vamos, el típico cuñado que tenemos casi todos, ¡no nos gusta! Nos gusta más el otro, el que no va de crack ni falta que le hace, el que se equivoca, como todos, el que es agradable, el que sonríe, el que tiene un punto de humor. Nos gustan las personas normales, las personas agradables y alegres. Hay gente que sonríe, gente que es fácil, es un concepto que me cuesta mucho explicar, pero nos gusta la gente fácil, no nos gustan las personas complicadas, que lo discuten todo, que siempre están enfadadas… A la gente fácil, en la vida todo le es mucho más fácil también, porque, como consecuencia de su carácter, las cosas son mucho más fáciles. Es una consecuencia de su manera de ser alegre y positiva. Porque la vida va de relaciones humanas, y en las relaciones humanas cuentan mucho las sensaciones, cuenta mucho esta conexión que hay cuando una persona es agradable, nos gustan esas personas.
Pues tú puedes decidir ser así, porque lo que hacen las personas que son alegres es lo mismo que puedes hacer tú si quieres, porque son personas como las demás, con los mismos problemas y preocupaciones, pero que han decidido que quieren vivir así. No somos conscientes del poder que tienen nuestras decisiones. Puedes cambiar toda tu vida con una decisión. Cuando vamos «anestesiados» no controlamos nuestras vidas, no tomamos decisiones importantes. Hay personas que simplemente pasan por la vida sin enterarse: nacen, crecen, se reproducen, discuten y mueren. Como una acelga. Tenemos un poder enorme tomando decisiones. Eso nos distingue de los animales. Stephen Covey lo explicaba de manera muy clara: entre un estímulo y una reacción hay un espacio que tenemos los humanos, que es nuestra decisión. Entre una circunstancia y nuestra reacción a ella podemos elegir. Esa es la libertad y la gran responsabilidad que tenemos los humanos: podemos elegir cómo reaccionar a lo que nos pasa, el entorno, las circunstancias nos afectan, nos condicionan, es cierto, pero al final tú decides, solo tú, cómo reaccionas. ¡El poder de nuestras decisiones es fantástico! Pues así se cambia y así se mejora. Una acción repetida muchas veces se convierte en un hábito y nosotros somos la suma de nuestros hábitos, ya lo decía Aristóteles, si es que está todo inventado. ¿Qué es lo que no te gusta en tu vida? Hay personas que un día decidieron dejar de fumar y llevan ocho años, y todo empezó con una decisión y luego mucho empeño. Hay personas que deciden correr por las mañanas, muchas, mira por la ventana y verás que este es un país de Forrest Gump. Muchas cosas empiezan con una decisión y luego el esfuerzo por mantenerla; pues hay personas que han decidido que les da la gana vivir con alegría. Así de simple. Y ¿por qué lo deciden? Pues lo deciden básicamente por tres motivos.
Primero, porque la sensación de ir alegre es fantástica. No me creo que alguien prefiera la sensación de estar enfadado, cabreado, no es verdad. Nos gusta la sensación de alegría y, como podemos elegir, porque podemos, yo prefiero elegir una sensación de alegría por lo que hablábamos antes: la vida es brutal cuando uno va alegre.
El segundo motivo es porque evitas muchos conflictos, porque la mayoría de los problemas que tenemos con otras personas son porque estamos de mal humor. Cuando entro por la puerta de mi casa sé si me toca cocinar o no, porque nos repartimos los días. Cuando no me toca cocinar reconozco que entro relajado, ligero, a veces demasiado desconcentrado, y la lío. A lo mejor entro y le digo a mi mujer: «Buenas noches, ¿qué hay para cenar?», «¿Para cenar?, pero ¿tú qué te piensas que es esto, un restaurante, un hotel? A ver si me entero, ¿tú te sientas y yo te sirvo?, porque no lo he pillado». Eso nos ha pasado a todos, y cuando uno está de mal humor, esta pequeña circunstancia es suficiente para convertirse en una batalla campal, en esas cenas silenciosas que todos hemos vivido, cenas de cuchillos… «¿Te pasa algo?», «No, ¿y a ti?», «Tampoco»… Hasta que después de cinco días uno de los dos, normalmente el mejor de los dos, se acerca y dice: «Oye, perdona, eh, que igual fui yo», «No, no, discúlpame, que quizá fui yo», «No, no, no, insisto»… ¿Cómo que insisto, merluzo? Has estado cinco días de mal humor con una persona a la que quieres mucho por una chorrada.
Pero cuando estás de buen humor y te encuentras con esta misma circunstancia, relativizas la situación, sabes que eso no es un problema gordo, que no vale la pena discutir por una tontería. Y, segundo, el buen humor te ayuda a reaccionar mejor. La de veces que he metido la pata de esta manera, pero entonces miro a mi mujer y le digo: «Eh, alto, que esta era la toma falsa, era una prueba para ver cómo reaccionabas, que era broma». Cuántas veces he tenido que recoger la mochila, volver a salir de casa y entrar de nuevo, y entonces entrar como Dios manda, concentrado: «Voy para allá, ¡toma buena!». Y entonces entro: «Hombre, cariñín, ¿cómo estás?, a mis brazos. Hoy te he echado mucho de menos, cada día, pero hoy especialmente. Bueno, voy a poner la mesa. ¿Hay alguna expectativa de cena prevista?». «Hombre, eso es otra cosa». «Pero ¿cómo que otra cosa? ¡Si he preguntado qué había para cenar y te has puesto como una loca!», «Es que lo has dicho con un tono…», «¿Cómo que un “tono”?, yo qué sé, el tono que he puesto, he entrado, he colgado la chaqueta y no lo sé, quizá el pulmón se ha subido y ha salido el tono que ha salido». A veces nos enfadamos y es que el tono, es que el retintín… Pero el problema de fondo es que estamos de mal humor. Y el tono es aquello que te pincha y saltas. Por eso las personas que viven con alegría deciden que quieren vivir así. Primero, porque la sensación es fantástica. Segundo, porque evitas muchos conflictos.
Tercer motivo, interpretas las cosas de manera más positiva. Cuando estás enfadada o enfadado ves lo peor de las situaciones y de las personas, no eres objetivo.
Y, cuarto, porque cuando vas alegre, como decíamos antes, sacas lo mejor que llevas dentro: como padre, como pareja, como amigo, como profesional; como persona, y cuando sacas lo mejor que llevas dentro, las cosas suelen ir mejor en todos los ámbitos.
Lo voy a explicar con una cosa que me pasó hace un tiempo. A mí, me imagino que como a todo el mundo, me gusta mucho dormir en mi casa siempre que puedo. Por eso prefiero madrugar y viajar en tren o en avión a primera hora a dormir la noche anterior fuera de casa. Recuerdo una ocasión en la que el cliente me mandó un billete de avión con el asiento 2C. El asiento 2C en Vueling no es ni primera clase ni business porque no existe, pero es verdad que es un asiento que te permite entrar antes al avión y salir antes del avión y ahora que los aviones son muy modernos te encuentras un enchufe en las primeras filas, lo cual es muy práctico. Ahora, el asiento 2C tiene otra ventaja. Hay un momento en que los azafatos o las azafatas salen a explicar las normativas de seguridad: «En este avión hay ocho puertas de emergencia, cuatro a la derecha, cuarto a la izquierda…». Pues ese asiento te permite ver a la azafata en vivo y en directo, está a tu lado, casi casi la puedes tocar, y cuando empiezan a dar estas explicaciones yo siempre les pregunto: «¿Te mira alguien?». Porque es muy triste, están explicando con todo el cariño las instrucciones de seguridad y miras al resto del avión y la mitad están durmiendo y la otra mitad está leyendo el periódico. Aquel día, una azafata muy simpática empezó a explicar lo de las salidas de emergencia, le pregunté si la miraba alguien, como siempre, y me miró y me dijo: «Pues hoy he contado cinco caras», «Vaya, pues me extraña, porque me parece muy importante lo que estás explicando y, además, eres un espectáculo explicando, yo estoy por sacar la libreta y empezar a tomar notas», «Menos bromas, caballero, menos bromas, que le veo a usted muy suelto, usted escuche, y muy atento, porque un día pasará lo que tiene que pasar por estadística, simple estadística; el avión entrará en una tormenta que no tocaba y habrá un aterrizaje complejo». Yo la miraba muy serio y le pregunté: «¿Cómo de complejo?». «No se preocupe, si hoy no será el día, hoy no hay ninguna nube, pero ¿usted viaja mucho?, pues le tocará, solo es cuestión de tiempo, ¿y qué pasará ese día?, pues lo que pasa en este país, que somos un país de última hora; todas las personas que ahora van durmiendo tranquilamente a pierna suelta, cuando noten que la cosa se mueve empezarán a venir, ya lo verá. “Perdone, azafata, a mí qué puerta me tocaba, que estaba durmiendo”, “A mí este chaleco me va estrecho, ¿no tiene usted una XL?”. Pues yo no...

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