Mujeres de Bombay
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Mujeres de Bombay

La India de las más valientes

Jaume Sanllorente

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Mujeres de Bombay

La India de las más valientes

Jaume Sanllorente

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La India de las más valientes¿Sabías que en la India hay muchas niñas que no tienen acceso a la educación? ¿O que el 40 % de los matrimonios infantiles se celebran en este territorio? Incluso, con frecuencia, las familias con pocos recursos sienten desilusión y rechazo cuando nace una hija.Durante los más de trece años que Jaume Sanllorente se ha dedicado a la lucha pacífica contra la pobreza en Bombay, ha sido testigo de la discriminación que sufren las mujeres en la India. Sin embargo, también ha podido ver la enorme valentía y aplomo de una gran cantidad de mujeres que, cuando se les ha dado una oportunidad, han sido capaces de derribar muros y conseguir lo que se han propuesto en una sociedad que las relega a ser ciudadanas de tercera.Mujeres de Bombayes un relato tan sorprendente como inspirador, que nos descubre el verdadero significado de la entrega, el sacrificio, el valor, el trabajo y la esperanza.

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Prafullata 10 DE JULIO DE 2017

Me dirijo a la oficina con un año más. Ayer fue mi cumpleaños. Nada más ni nada menos que cuarenta y un años recién cumplidos. Llevo conmigo varios dulces –churma ladoo, mis favoritos– para ofrecérselos a todo el equipo. Es costumbre repartirlos entre los compañeros cada vez que uno tiene algo que celebrar.
Hace meses que hemos decidido marcar un protocolo interno para los cumpleaños. Son tantos los miembros del equipo que un simple olvido sería un agravio comparativo garrafal. Por lo tanto, para que no se nos pase ningún cumpleaños ni fecha importante, el departamento de recursos humanos ha desarrollado una agenda muy clara y varias pautas de lo que se debe hacer en todos los casos, lo que permite que todos se sientan igual de reconocidos y jamás haya diferencias entre el personal.
Cuando llego a la oficina, me encuentro sobre la mesa un tarjetón firmado por todos en el que me felicitan el cumpleaños. Es la misma postal que este año se utiliza para todos. Me hace especial ilusión, porque no han hecho diferencias, me han tratado como a uno más, y eso me alivia. Vinayak, que está observándome desde la cocina, sonríe. Le correspondo asintiendo con la cabeza en señal de gratitud.
Cuando los demás vengan, iré agradeciéndoles el detalle y les ofreceré dulces. Seguro que tardarán poco en agotarse. «Esta oficina está llena de golosos», les digo siempre en broma mientras me llevo varias pastas a la boca.
Ha ido transcurriendo la mañana y todos me han felicitado con mucho cariño. Samson, que es un poco batallitas, me ha traído fotografías de cuando cumplí… ¡treinta! Reconozco en las fotografías a muchos de los niños del orfanato con el que la organización empezó su andadura y que ahora es totalmente autosuficiente gracias a las matrículas de la escuela que se construyó a su lado. «Un día tendremos que reunirlos a todos y hacer una fiesta», digo siempre. Es precisamente ahora, pasados los años, cuando disfruto más que nunca los frutos del primer trabajo de la entidad. Muchos de ellos provenían de mendigar en las calles o de familias totalmente desestructuradas en las que el maltrato o el abuso sexual eran el pan de cada día. Ahora contemplo feliz en sus perfiles de Facebook o Instagram que son jóvenes con una vida absolutamente normal, reinsertados en un mundo que en su día los trató injustamente y en el que al final se han hecho un lugar merecido gracias a su tesón, a su esfuerzo y un poco, tan solo un poco, gracias al empujón que les ofrecimos con nuestro apoyo. Porque ellos mismos han hecho todo lo demás.
Poco antes de la comida, suena el teléfono de mi despacho. Es Samson, desde la recepción:
–Han venido dos policías que quieren verlo –anuncia con el tono de ultratumba que utiliza siempre, no sé por qué, cuando se comunica a través de la centralita interna.
Bajo apresurado a la sala de reuniones, en la que me espera el inspector de Marol con una mujer policía, de expresión muy amable. Cuando me ve, esta se pone en pie y, juntando las palmas de las manos y llevándoselas a la altura de la barbilla, me saluda con el tradicional «Namasté».1
Ha pasado ya un mes desde la desaparición de Priyanka e imagino rápidamente que la visita tendrá algo que ver con el suceso. Tardo poco en descubrir que, efectivamente, estoy en lo cierto.
–Buenos días, sir –me dice el inspector–. Quería presentarle a la oficial Urmila Prabhukar Tawde. Creemos que ella mejor de nadie puede seguir llevando el caso de Priyanka. Tiene una dilatada experiencia en este tipo de casos.
–¿Hay alguna novedad? –pregunto, dirigiendo la mirada a los dos, con un interés que ha ido creciendo en mí durante los últimos días.
–Hemos avanzado poco –responde ella con un tono de voz aún más agradable que su expresión–. Hemos interrogado a toda la familia, a conocidos y vecinos de la zona. ¿Vio usted alguna cosa extraña ese día?
–Verá –respondo preocupado–, hay una cosa que me extrañó y en la que he estado pensando mucho. Si la niña había desaparecido hacía una semana, ¿por qué tanto drama una semana después? Por otro lado, muchos miembros de este equipo viven en la misma zona y conocen de vista a su familia. Nadie supo nada de la desaparición hasta ese día en que decidí llamarlos. No lo sé, pero lo vi extraño, algo anormal. ¿Qué sucedió entre el día del derrumbe y la mañana en que los llamamos? ¿Por qué hasta entonces la familia no los avisó?
La oficial Tawde anota en una pequeña libreta mientras asiente con la cabeza para mostrar que está escuchando atenta cada palabra. Me fijo en que una vez que termina de escribir, relee lo que ha escrito y apunta con el bolígrafo al aire como si dirigiera una orquesta.
Me quedo callado, esperando que alguno de los dos diga algo, que se les escape algún dato que pueda suponer una pista, pero se limitan a mirarme sin pronunciar palabra.
–¿Y si se hubiera ido de casa voluntariamente por alguna pelea doméstica una semana antes y por eso no denunciaron? –prosigo–. Tal vez fue al comprobar que no venía, tras una espera prudencial a su modo de ver, cuando quisieron decirlo de forma notoria. Tal vez por vergüenza o por algún recato o pudor social, habituales en muchas familias de la zona, no quisieron decir nada públicamente hasta que sospecharon que aquella desaparición iba más allá de un simple enfado…
Los dos policías tienen la mirada fija hacia abajo. Ella, en su bloc de notas; él, en la taza de chai que les ha ofrecido Vinayak unos minutos antes, seguramente mientras esperaban. Por un momento, me avergüenza pensar que igual me he pasado de la raya haciendo conjeturas con ellos como una Jessica Fletcher de turno. Pero a la vez pienso que es importante pensar en voz alta cuando de la policía se trata. Igual algún dato puede ofrecerles un indicio valioso. Les explico la visita que hicimos a la casa y en la que no logramos esclarecer mucho más de lo que ya conocíamos.
–Sabemos que ella estuvo a punto de entrar en uno de los programas de Sonrisas de Bombay, el Life Skills Empowerment, pero que a última hora la familia decidió que no se apuntara –señala el inspector.
–Efectivamente –respondo–, el equipo me comentó que lo intentó hasta el último minuto, porque no sirve de nada si la familia no es partícipe de todo el proceso. No lo logramos. Al parecer, tanto la madre como la abuela decían que su sitio estaba en casa, ayudando a limpiar y cocinar hasta que le encontraran un marido.
–Hemos ahondado en la posibilidad de un matrimonio forzado –dice ahora ella–, pero no existen pistas que nos conduzcan de forma clara a esta hipótesis. Si la hubiesen casado, alguien de la familia habría soltado algo a estas alturas. Habríamos detectado algún movimiento, alguna señal. Pero no hemos encontrado nada que apunte hacia esa dirección.
Tras unos minutos más de conversación, los acompaño hasta el ascensor. Me dicen que la madre de Priyanka sigue a ratos en su estado catatónico, casi sin poder articular palabra.
–¡Qué duro debe de ser para ella! –les digo. Y Urmila Tawde asiente delicadamente–. Nos estamos encargando de que personas del equipo los visiten regularmente.
–Muchas gracias por su colaboración –me dicen–. Si hay alguna novedad o alguna cosa en la que pueda sernos útil, descuide que lo informaremos al momento.
Me viene a la cabeza el hermano y, cuando regreso a mi despacho, apunto de nuevo «hermano Priyanka» en mi libreta de jeroglíficos. Intentaremos como sea que el pequeño pueda iniciar la escuela el próximo año. Tiene muy pocos años para estar trabajando con su padre en una fábrica.
La hora de comer ha sido distendida. Como todos los días, cada uno se trae la comida de casa y la comparte con los compañeros. Los que no hemos tenido mucho tiempo de cocinar la noche anterior, pedimos una comida a domicilio preparada por una cooperativa de mujeres. El menú de hoy es arroz, dhal y bhaji (verduras) y han añadido de postre un gulab jamun, unas bolitas muy dulces y empalagosas que pongo en el centro de la mesa a disposición de quien quiera, porque a mí no me gustan. Hubo un tiempo en que se extendió la leyenda urbana de que eran mi postre favorito y, de repente, todos se empeñaron en traer gulab jamun cada vez que tenían una reunión conmigo o me recibían en alguna comunidad. No fallaba: acto al que iba, acto en el que terminaban por traerme una bandejita con gulab jamun y observar fijamente esperando a que los comiera. Lógicamente, por cortesía, no tenía otra opción que llevármelos a boca y probar bocado. ¡Ya no sabía qué hacer con tanto gulab jamun en el cuerpo! Un buen día, dije delicadamente que era de los pocos postres indios que no me gustaban, esperando que se corriera la voz. Me supo mal, pero si no hubiera hecho nada al respecto, habría estado recibiendo gulab jamun hasta la eternidad.
Me hace mucha ilusión acercarme esta tarde al centro donde las chicas del proyecto LSE (Life Skills Empowerment) están confeccionando unas preciosas mariposas de papel para enviárselas a los socios colaboradores de España, personas que aportan una pequeña cantidad al mes –entre diez y quince euros–, que nos permite asegurar la continuidad en los proyectos. Una vez al año pensamos junto a las comunidades en un detalle, un pequeño regalo, que ellos confeccionen y se les pueda enviar para reforzar un lazo de proximidad y ofrecer una muestra del enorme agradecimiento que sentimos hacia tantas personas que colaboran, desde la lejanía, a que puedan ir creándose futuros dignos.
Me han dicho que las chicas están disfrutando muchísimo haciendo las mariposas de papel que enviaremos este año. Tanto es así que han querido sumarse al carro las alumnas de otros años. Prafullata, la monitora del proyecto, que es muy lista y siempre tiene muy buenas ideas, ha creído oportuno que vengan y que se aproveche cada año para hacer una reunión de las antiguas con las nuevas generaciones. Me pareció una idea brillante. Con el pretexto de la actividad, reforzamos, además, la relación entre ellas.
El proyecto LSE, cuya traducción literal sería algo así como «empoderamiento de habilidades para la vida», es uno de los programas de la organización que está teniendo mejores resultados en toda la comunidad. Se centra en el desarrollo global de la personalidad de las adolescentes en las comunidades de los slums con el fin de prepararlas para enfrentarse a la vida de forma positiva y racional. Así, hacemos hincapié en enseñarles a desarrollar las habilidades psicosociales cruciales para la vida y que llevan a la autoconciencia, el pensamiento crítico, el crecimiento personal y la solución de problemas a fin de que puedan gozar de la libertad necesaria para decidir qué hacer y quién quieren ser.
Las sesiones de las niñas de LSE incluyen una gran cantidad de juegos sobre creación de equipos, creatividad, generación de confianza, etcétera. A lo largo del año, se llevan a cabo sesiones sobre organización del tiempo, gestión del estrés, habilidades de comunicación, fijación de objetivos y otros para generar confianza y ayudar a mejorar el desarrollo de la personalidad en estas chicas.
También se llevan a cabo, en el marco de este mismo programa, sesiones sobre salud menstrual, higiene y nutrición y se distribuye anualmente una gran cantidad de paquetes de compresas. Este es un módulo de gran importancia, ya que la mayoría de ellas no utilizan compresas, lo que provoca infecciones y también las obliga a faltar a la escuela durante cinco días o más al mes.
Por otro lado, se llevan a cabo de forma intensiva sesiones sobre salud reproductiva y ETS (enfermedades de transmisión sexual) para derribar mitos en las mentes de estas jóvenes e inculcarles la necesidad de un comportamiento responsable y seguro tanto en el ámbito social como en el personal.
Pero si algo es sumamente interesante en este proyecto, además de los campos sanitarios paralelos para monitorizar el estado de salud, son las numerosas visitas que realizan durante todo el curso a varias entidades de la ciudad: a un centro de formación profesional, a un hospital, a una comisaría de policía y a un banco, con el fin de que comprendan el funcionamiento cotidiano de estas instituciones y aprendan a dirigirse a las autoridades interesadas cuando lo necesiten.
Durante estos últimos años, ha sido increíble observar el enorme impacto que ha tenido el proyecto en estas chicas, en sus familias enteras y, por consiguiente, en sus comunidades.
El programa LSE ha evitado agresiones sexuales a tiempo, ha detectado casos de abuso en la misma familia, ha sacado a niñas de la calle, donde estaban trabajando en la venta ambulante forzadas por sus propias familias.
Incluso tres de ellas fueron seleccionadas hace unos años por el programa Change Agent («agente del cambio») del Sane Guruji National Memorial Trust y participaron en unos campamentos donde recibieron formación en liderazgo y habilidades organizativas y adquirieron capacidades para ayudar a sus compañeras y a los miembros de toda la comunidad en diversas situaciones y tareas, tanto personales como profesionales.
Desde luego, la mayor parte del mérito en el éxito del proyecto le corresponde a Prafullata, monitora de las chicas de LSE. Prafullata, menuda, algo rechoncha y pizpireta, es el positivismo personalizado y la encargada de proteger, cual gallinita, a las chicas que componen cada año el grupo de beneficiarias.
Cuando llego al centro, las chicas ya están inmersas en la actividad. No pueden disimular su entusiasmo. Unas recortan las alas y otras pegan encima papeles de colores para hacerlas vistosas y coloridas mientras ríen, cuchichean y alborotan la tarde con alegres carcajadas.
Está con ellas Lucía, una chica de Madrid, ahora amiga mía, que lleva tiempo viviendo en Bombay por el trabajo de su marido y que se ha unido recientemente al equipo de los maravillosos voluntarios que nos ayudan con las muchas tareas.
La actividad de las mariposas, que mandaremos a todas las personas que nos apoyan en esta hazaña de conseguir un Bombay mejor, forma parte de la campaña «GIRL» que impulsaremos en los próximos meses para recaudar fondos que se destinen a los proyectos dedicados a empoderar a las niñas y chicas de la comunidad no solo a través de su educación académica, sino también a través de la concienciación de toda la comunidad, algo indispensable para conseguir éxitos en este terreno.
Prafullata me m...

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