En cinco sets
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En cinco sets

Vida y carrera de Luis Ayala

Juan Carlos Cappello

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En cinco sets

Vida y carrera de Luis Ayala

Juan Carlos Cappello

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Nicola Pietrangeli, actor protagónico del tenis en la década de los cincuenta y sesenta, dijo que, para él, "el sinónimo de tenis de Chile es Luis Ayala, un amigo y colega que está en la historia grande del tenis y de mi vida". Donald Dell, jugador de la misma época y capitán del equipo de Copa Davis de Estados Unidos en varias oportunidades, dijo que Ayala "fue un rapidísimo estratega, un gran competidor y, lo más importante, un caballero". Este libro intenta fijar en la historia la figura de uno de los grandes deportistas de Chile que no ha sido reconocido como se merece. Su carrera competitiva, que lo llevó a ganar Roland Garros en dobles mixtos y a disputar la final de varones del mismo campeonato, está jalonada por el éxito y el afecto y respeto de sus pares, los tenistas que deslumbraban con talento, velocidad y resistencia las canchas de tenis de todo el mundo. En estas páginas están esos hitos y el testimonio en primera persona de un jugador ejemplar que desde la Avenida Viel en Santiago logró llegar a los grandes escenarios del tenis mundial y convertirse en un personaje esencial de la historia del deporte chileno.

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Information

Publisher
Ediciones UC
Year
2019
ISBN
9789561424128
Foto p. 37: Luis Ayala, María Tort y sus hijos, 1966, Foto Ed Fernberger/International Tennis Hall of Fame (ITHF).
En la vida todo toma tiempo. Hay momentos cumbre y de los otros. Esos altibajos son normales y se resumen en una palabra; experiencia. Los deportes reflejan eso. Hacer bien las cosas requiere de esfuerzos prolongados y acarrea frustraciones momentáneas que se superan solo con mayor empuje y más dedicación y —no hay que olvidarlo— también con suerte y con el apoyo de otros.
Los éxitos iniciales de Lucho Ayala —sus victorias en 1949 con títulos en singles, doble y mixtos, su ascenso a la categoría máxima del tenis chileno en un par de meses y otros similares— marcaron el comienzo de una carrera muy prometedora. Pero luego vinieron las inevitables desilusiones. Surgieron las dudas tan comunes durante la adolescencia. Todas fueron superadas por su dedicación, confianza en sí mismo y con el apoyo que recibiera el futuro campeón de personas e instituciones que él recuerda con gratitud. Lo encomiable es que Lucho prevaleció en esa etapa difícil sin perder un sentido de humildad ejemplar que persiste hasta hoy. No es pose. Es algo genuino y así lo recuerdan muchos de sus colegas de antaño seis décadas después.
En Houston, Texas, Lucho nos recibe a la entrada del club. Saluda cordialmente mientras nos muestra el camino de ingreso. “¿Entonces, usted vino desde Nueva York para hablar conmigo? Ese es un viaje largo. Muchas gracias por querer conversar. Tengo que dar clases de tenis en una hora. Pero tenemos tiempo de sobra; después de todo, no hay tanto que contar”.
Así comienza la primera de varias entrevistas con el octogenario campeón chileno en el Forest Club, prestigiosa entidad social y deportiva ubicada en una de las zonas más exclusivas de Houston. Ahí es donde Lucho Ayala —a su avanzada edad— todavía practica y enseña su oficio como parte de los programas en el centro tenístico que dirige uno de sus tres hijos. La lista de sus discípulos es larga e impresionante, incluyendo, en un momento, hasta un ex Primer Mandatario de Estados Unidos, George Bush padre.
Mientras nos preparábamos para la entrevista, al contactar instituciones o figuras tenísticas relevantes del pasado en este deporte, confirmamos algo que creíamos. Cuando uno menciona Chile en el tenis mundial, el nombre de Lucho Ayala aparece de inmediato junto a Fernando González, Nicolás Massú, Marcelo Ríos, Jaime Fillol y otros campeones de figuración internacional mucho más reciente. Esto es interesante. Indica que Lucho dejó una marca que se respeta en el tenis decenas de años más tarde, con el aporte adicional que esto significó para la imagen de Chile y los chilenos.
Esto se le mencionó. Cuando Lucho oyó el comentario, reaccionó con risotadas que se alternaron con silencios prolongados. “Sí. Es cierto que mi nombre ha reaparecido en los últimos años. Lo que pasa es que hay un dirigente sindical chileno muy destacado. Vive en Europa y tiene mi mismo nombre. ¡Yo aprovecho la coyuntura!”.
El tennis center del Forest Club en Houston está circundado por jardines de estilo inglés, prados hermosos que rodean nueve pistas de tenis y la piscina.
Pese a la reacción semihumorística citada, la oficina que ocupa Lucho no tiene fotos del aludido sindicalista. En cambio, está decorada con fotografías que recuerdan momentos especiales de Luis Ayala, el tenista; de su carrera, aquellas de sus hijos y de su esposa, la campeona chilena y sudamericana que participó con éxito en torneos Grand Slam, María Tort. “Entre paréntesis, esta no es mi oficina. Me la presta mi hijo, Juan Carlos, para que su padre se vea bien en ocasiones como esta. ¡Tengo que devolverla apenas terminemos!”.
En 1993, la familia Ayala Tort se estableció en Houston, donde en su momento estudiaban y trabajaban sus hijos. Juan Carlos, exitoso jugador en el circuito ATP, es el director de tenis en el Forest Club. Luis Alberto, el hijo mayor y también jugador ATP, por desgracia falleció prematuramente, pero alcanzó a registrar triunfos importantes en su breve carrera profesional. La hija, María Isabel, luego de una gestión larga con American Airlines, ha retornado al deporte familiar favorito en años recientes. Los nietos abundan.
La entrevista tiene lugar en un día veraniego “a la Houston”. Los chilenos no calificarían este día como “engorroso”. El adjetivo “desagradable” sonaría más apropiado.
A las tres de la tarde incluso los socios y sus familias ignoran las canchas. Optan por la piscina y desfilan en esa dirección. Al pasar, saludan: “Hi, Don Lucho”, con esa entonación tejana tan singular. “See you next week. Too hot today”. “Not too hot for me, my friend,” responde sonriente Lucho Ayala, en el mismo idioma que tantos problemas le creara en sus primeros viajes a Estados Unidos y que ahora habla con fluidez y con acento tejano.
“Sí. Con 86 años a cuestas, soy bilingüe, tengo dos caderas artificiales, tres hijos y seis nietos. Ahora soy ‘Don Lucho’. Sé que suena como un personaje en esas películas acerca de los años de la mafia, pero lo que yo sigo haciendo es funcionar como tenista. No lo digo para vanagloriarme; es una bendición. Gracias al apoyo de mi familia y de los médicos, es un privilegio poder seguir haciendo, a mi edad, lo que me gusta y lo que he hecho siempre”. Y agrega mientras ríe: “Más encima me pagan. ¡Me ayudan a cubrir el costo de tanta cirugía!”.
Los años no pasan en vano, pero el campeón de tantos torneos en su patria y en el extranjero se ve muy bien. Luego de 60 años de matrimonio con su compañera en dobles mixtos, ambos parecen listos para un partido de dobles mientras comparten anécdotas sobre tantos años de momentos especiales, captados en fotografías y recortes de prensa de antaño que están en las paredes de la oficina.
Incluso antes de conversar formalmente, queda claro que Lucho Ayala es el mismo de siempre. Afable. Amistoso. Reservado. Con ese sentido del humor muy chileno. Prefiere hacer chistes cuando se le recuerdan algunos de sus logros. Levanta sus hombros como diciendo: “¿Y qué más podía hacer? Tenía que echarle para adelante”.
Además, el campeón chileno denota una sensibilidad que no trata de esconder. Agradece a quienes le ayudaron en momentos álgidos o difíciles en su carrera. Felicita a otros, incluso a sus rivales, abiertamente, cuando confiesa que en tal o cual partido o campeonato “me ganaron bien. Jugaron mejor que yo”. Todo eso con nombres, apellidos y detalles que, en algunos casos, solo él recuerda.
Tampoco esconde lo que significan, para él, Maruja y los hijos y nietos de ambos, así como su vida familiar mientras crecía en Chile. Cuando María (Maruja o Marita) se excusa de la reunión por unos minutos, Lucho dice: “Sin ella, con todo lo que pasé especialmente cuando se cuestionaba mi capacidad en Chile, o cuando me hice profesional —lo que me eliminaba, de hecho, de competencias internacionales como Copa Davis— muchos me dieron la espalda. Y ahí estaba María. Siempre apoyando. Siempre dándome buenos consejos y cuidando de nuestros hijos”.
“Hace más de 60 años, cuando fui a hablar con sus padres para informarles de nuestro deseo de casarnos, hubo preguntas muy razonables. En esos días su madre, otra de mis mujeres favoritas, habló con Marita y le preguntó si estaba segura de su decisión. ‘Mira, chiquilla, Lucho tiene que viajar por meses cada año para ganarse la vida. Es duro. Es solitario. ¿Estás segura?’. Y María le respondió: ‘Mamá, si no me caso con Lucho, ¡yo me hago monja! ¡Monja de claustro!’. Sin prometer transformarme en párroco de iglesia chica, yo sentía exactamente lo mismo por ella”.
Pese a la cordialidad del momento, es obvio que hay un tema tabú para ambos. El fallecimiento del hijo mayor es algo cuyo dolor se palpa al conversar con Lucho y María. Cuando habla de su familia original —especialmente de Calei, su hermano y mentor—, cuando recuerda la vida en la zona poniente de Santiago, es otra cosa. Muestra toques de añoranza que no intenta esconder.
Sobre su hermano, Carlos, Lucho menciona, con emoción, los últimos contactos entre ambos. Había visitado Chile, estuvieron juntos y lo pasaron bien. Se despidieron hasta una próxima visita. Lucho ya tenía problemas con sus caderas, que se agudizaron en el vuelo de regreso a Houston. Luego de aterrizar en Estados Unidos, ya en camino a la clínica por el intenso dolor que sufría, se encontró con la mala noticia de que una súbita trombosis le costó la vida a Carlos. La familia en Chile había trasladado a su hermano a la ciudad de Chillán, para asegurar un mejor cuidado domiciliario, y fue imposible para Lucho comunicarse con ellos en la emergencia por una serie de circunstancias imprevistas, incluida su propia dolencia física.
Todavía se le nota afectado por no haber podido conversar una vez más, vivir una última experiencia con su hermano mayor —sin duda, el más cercano a él— y por la forma en que todo sucedió.
“Mire, cuando uno vive lejos de su tierra natal por largo tiempo, se pierde el contacto diario. Si se es joven todavía siempre se piensa que hay tiempo en el futuro para conversar, para reunirse. Y, a veces, pasa lo que nos ocurrió a Carlos y a mí. Lo imprevisto viene. Uno no está preparado y lo único que quedan son los recuerdos. Calei no solo fue mi hermano. Fue mi maestro y mi mejor amigo”.
—Lucho, cuando usted entrenaba con Calei, ¿quién ganaba?
Ayala suelta otra carcajada. “Esta es una pregunta que viene desde que Calei y yo comenzamos a ser conocidos por los hinchas y por la prensa. Lo decepciono, estoy seguro, porque la respuesta no ha cambiado; Carlos y yo no jugábamos sets o partidos. Practicá...

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