Lo que dice la ciencia sobre el cuidado de la piel
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Lo que dice la ciencia sobre el cuidado de la piel

Dra. Lorea Bagazgoitia

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Lo que dice la ciencia sobre el cuidado de la piel

Dra. Lorea Bagazgoitia

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Descubre cómo mantener una piel sana. Protégete y protege a tu familia de malos hábitos y de creencias sin base científicaEn las redes sociales e internet abundan los consejos sin base científica y recomendaciones sobre cómo mantener una piel sana que solo sirven para desorientarnos.Con este libro aprenderás a protegerte de los malos hábitos y descubrirás que aún hay muchas cosas que no sabes sobre tu piel, y que algunas de las que crees saber no son ciertas. Basado en las últimas investigaciones científicas, Lo que dice la ciencia sobre el cuidado de la pielnos enseña cómo proteger el órgano más grande de nuestro cuerpo y de qué forma influyen la alimentación, las vitaminas, el sol, las cremas, los cosméticos, el paso de los años...Incluye además un test en el que la autora, creadora delBlog de dermatología, nos invita a evaluar nuestros conocimientos sobre nuestra piel y sus cuidados.

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Publisher
Plataforma
Year
2018
ISBN
9788417376512

1. La piel, ¿para qué sirve?

¿Alguna vez te has planteado cuál es el mayor órgano del cuerpo? Posiblemente, si no supieras que precisamente la piel es el objeto de este libro, habrías dudado si se trataba del hígado, los pulmones o tal vez el intestino. Eso mismo me ocurrió a mí antes de dedicarme a la dermatología.
El mayor órgano de tu cuerpo es tu piel: pesa unos cinco kilos. Quizá te sorprenda leer que es un órgano, pues parece que no es más que la cobertura del cuerpo, su capa externa, sin más. Sin embargo, la piel tiene vida y está en continua regeneración. Contiene muchos tipos de células con tareas muy diferentes entre sí: los queratinocitos y los fibroblastos, que dan soporte; los melanocitos, que proporcionan el color; los linfocitos y las células de Langerhans, que participan en la inmunidad; las células de Merkel, responsables del sentido del tacto; las células endoteliales, que forman los vasos sanguíneos; los sebocitos, que componen las glándulas sebáceas, y las células claras, oscuras y mioepiteliales, que forman parte de las glándulas del sudor.
Todas estas clases de células en conjunto facilitan que tu piel desarrolle las funciones que desgranaré a continuación. Pretendo, así, trasladarte el papel que desempeña la piel en tu vida. Puede que te llame la atención hasta qué punto está implicada en tu día a día. Este primer capítulo puede parecerte un poco técnico, pero creo que muchas de las ideas que tocaré en él serán útiles para comprender más adelante cómo funcionan ciertas cremas, por qué es necesario usar protección solar o la causa de las arrugas, por ejemplo.

Protección externa

La piel tiene una superficie aproximada de dos metros cuadrados. No te sorprenderá leer que es impermeable; sería raro que al estar bajo la ducha el agua penetrara en nuestro cuerpo y nos hincháramos como una esponja. Pero quizá no te habías planteado que tan importante como que el agua no entre es que no salga de nuestro cuerpo. Esto es clave para mantener su equilibrio interno. La capa más superficial de la piel, llamada epidermis, se encarga precisamente de esto: es la barrera entre tu cuerpo y el mundo exterior.
La necrolisis epidérmica tóxica (NET) ilustra perfectamente cómo la piel y su función protectora son vitales para nosotros. La NET es un tipo de reacción adversa a medicamentos. Esta, por un mecanismo que no está muy claro, causa que la epidermis se separe de sus capas inferiores. Las personas que la padecen ven cómo su piel se despega con un simple roce o fricción. Sin una piel que cubra el cuerpo y funcione adecuadamente, la NET causa una deshidratación grave que en muchos casos lleva a la muerte.
Para aclarar el concepto de impermeabilidad de la piel, te daré unas pinceladas sobre la biología de la epidermis. Espero que ilustren su funcionamiento sin abrumarte con términos técnicos.
Verás, la epidermis se asemeja a un muro, y los queratinocitos, las células que forman la epidermis, serían los ladrillos que lo forman. Los queratinocitos, llamados así porque contienen queratina (proteína que te sonará porque es también la que forma parte del pelo y las uñas), nacen en la parte más profunda de la epidermis y van ascendiendo hacia la superficie. Un queratinocito tarda entre dos y cuatro semanas en ascender desde la base de la epidermis a la superficie, a la cual llamamos capa córnea. Esta capa es una especie de cementerio de queratinocitos, donde mueren y se acumulan en forma de queratina, formando el recubrimiento más externo y sólido de nuestra piel. Esta capa córnea se renueva sin interrupción en forma de descamación: continuamente perdemos escamitas de capa córnea que van sustituyéndose por nuevos queratinocitos que vienen de la capa más profunda de la epidermis en su viaje de dos semanas.
Entre los queratinocitos de la capa córnea encontramos varios tipos de lípidos (ceramidas, ácidos grasos libres y colesterol) que corresponderían a la argamasa que ayuda a la unión de los ladrillos. A esta argamasa la llamamos manto lipídico y es muy importante para mantener la hidratación de la piel, pues la sella de tal manera que el agua no puede «fugarse».
La epidermis es, por tanto, la barrera más externa de nuestro cuerpo frente a diferentes agresiones físicas. Como no todas las agresiones son iguales, no todas las partes del cuerpo tienen el mismo grosor en la capa córnea. Como habrás observado, las palmas y las plantas, por ejemplo, tienen una superficie más firme que el resto de tu cuerpo. Esto es porque su capa córnea es mucho más gruesa y tiene una cantidad de queratina mucho mayor. La causa de esto es simple: en esas zonas necesitamos mayor protección frente a los golpes o roces, pues caminamos sobre nuestros pies y tocamos objetos continuamente con nuestras manos.
El roce y la presión estimulan la proliferación de los queratinocitos, lo que lleva a una acumulación mayor de queratina en la capa córnea. Si alguna vez has tenido un callo, sabrás de lo que te hablo. Un callo es una zona de piel con una capa córnea más gruesa de lo normal, con gran cantidad de queratina, que surge a modo de protección ante un roce continuo o una mayor presión.
Si nos rascáramos de forma continuada cualquier zona de nuestra piel, esa piel se asemejaría a la de un elefante hasta formarse una especie de callo. Quizá te haya pasado algo parecido tras rascarte durante días una picadura de mosquito. Si ya lo has hecho en alguna ocasión, sabrás que lo que inicialmente era un inocente granito se convirtió en un nódulo duro y rugoso. Esto no es porque se tratara de una «picadura maligna», sino porque la has rascado demasiado, estimulando así la proliferación de queratinocitos en la zona y generando una epidermis y una capa córnea más gruesas de lo normal.
La hipodermis es la capa más profunda de la piel y su papel como barrera externa del cuerpo también es importante. Se encuentra bajo la dermis (sobre la que hablaremos en el capítulo 4) y está formada fundamentalmente por grasa. Bajo tu piel hay una cantidad considerable de tejido graso; se calcula que en personas no obesas la grasa corporal ronda el ochenta por ciento. Esta, sin duda, además de ser un buen aislante y una reserva de calorías, funciona como amortiguador, evitando el daño de los tejidos que estén debajo (que pueden ser huesos, músculos, tendones…).

Barrera para las infecciones

¿Sabes que desde que naciste tienes toda la superficie de tu piel cubierta por bacterias, hongos y virus? El conjunto de todos ellos se llama microbioma. Sí, «bacterias, hongos y virus»; son palabras que inevitablemente asociamos al concepto de «enfermedad» o «infección». Sin embargo, en su gran mayoría son inofensivos para nosotros.
Se calcula que tenemos alrededor de un millón de bacterias por centímetro cuadrado de piel. Los científicos no han establecido claramente cuál es el número total de células que forman nuestro cuerpo. Pero, curiosamente, teniendo en cuenta que en el intestino tenemos otro montón de bacterias, hongos y virus, algunos autores plantean que nuestro cuerpo posiblemente tenga más células no humanas (las bacterias y los hongos que conforman el microbioma) que propiamente humanas.
Dada esta proporción, no es de extrañar la influencia que tienen estos microbios en nuestra salud. En los últimos años numerosos trabajos científicos han mostrado que la proporción y el tipo de bacterias u hongos de nuestra piel tiene un papel clave tanto en nuestra inmunidad como en varias enfermedades dermatológicas; por ejemplo, el acné o la dermatitis atópica. El equilibrio entre nuestro cuerpo y su microbioma, así como su distribución influyen en nuestra predisposición a padecerlas.
Sin embargo, algunas bacterias, hongos y virus sí pueden ser capaces de causar infecciones, y la piel es la primera barrera que se encuentran al intentar acceder al cuerpo. Existen distintos sistemas de defensa en la piel que reconocen aquellas bacterias o virus dañinos, contribuyendo a desencadenar una respuesta inmune que evite su entrada en tu cuerpo y, por tanto, que causen una enfermedad.
Pero ¿qué mecanismos tiene nuestra piel para defenderse? Simplificando, nuestra inmunidad funciona de dos modos: por un lado, contamos con la llamada inmunidad innata y, por otro, con la inmunidad adaptativa. La primera es la más grosera y simple; sus participantes (unas moléculas llamadas defensinas y catelicidinas que se producen en la epidermis) nos defienden de las agresiones externas de forma indiscriminada. No reconocen a quien nos ataca, pero en un primer momento lo combaten. Algo así como los campos de batalla en la Edad Media.
Por el contrario, la inmunidad adaptativa, de la cual se encargan fundamentalmente unas células llamadas células de Langerhans, es más lenta, pero tiene capacidad de aprendizaje. No es lo mismo neutralizar a una bacteria que a un hongo o un virus y, a su vez, entre estos puede haber grandes diferencias. Las células y mecanismos de la inmunidad adaptativa reconocen al agresor y utilizan la mejor estrategia para vencerlo en cada caso. La inmunidad adaptativa se asemejaría más a los servicios secretos. Así, primero se estudia, se espía y se conoce al enemigo, y después se toman las medidas más efectivas para combatirlo.

Reguladora de la temperatura corporal

Es verano, hace sol y calor, mucho calor. Sales a pasear y no pasan diez segundos antes de ponerte a sudar. Te suda la espalda, el pecho, la cara y no puedes evitar pensar: «¡Qué incomodidad!». Pero ¿te has planteado alguna vez qué ocurriría si no sudaras?
En ambientes calurosos, el cuerpo necesita perder calor para mantener sus treinta y siete grados. Para esto, el sudor es de vital importancia. La displasia ectodérmica hipohidrótica (DEH) es una rara enfermedad genética que ilustra perfectamente hasta qué punto el sudor es vital para nosotros. Las personas que la padecen carecen de la capacidad de sudar o sudan muy poco. Por esto, ante temperaturas ambientales altas o ejercicio físico, tiene especial riesgo de sufrir una hipertermia, que podría llevarlos incluso a la muerte. Para refrescarse pueden utilizar, entre otras medidas, agua vaporizada sobre su piel.
La evaporación de agua en la superficie de la piel es lo que contribuye a su enfriamiento y, por tanto, también del cuerpo en general. La fuente de esta agua en personas sanas es el sudor, producido en las glándulas sudoríparas distribuidas por toda nuestra piel. Se calcula que tenemos millones de ellas, hasta seiscientas por centímetro cuadrado.
Por el contrario, si la temperatura exterior baja, los vasos sanguíneos de la piel se estrechan. De esta manera circula menos sangre por ella que pueda contactar con las frías temperaturas del exterior, de modo que se evita que perdamos calor. Así, la sangre que fluye por los órganos internos del cuerpo conservará su temperatura.

El pelo y las uñas también tienen su función

Está claro que ni el pelo ni las uñas son de vital importancia para nosotros. ¿Qué ocurriría si no formaran parte de nuestro cuerpo?
Podemos vivir sin vello corporal; de hecho, lo deseamos. Los muchos negocios de depilación que vemos en nuestras calles atestiguan que la moda en los últimos años promueve superficies corporales lisas y lampiñas. Un trabajo publicado recientemente muestra que en Estados Unidos, entre el año 1991 y el 2014, aumentaron nueve veces las consultas de urgencia por técnicas de depilación.
Tampoco pasaría gran cosa si no tuviéramos uñas en las manos o los pies; nuestra vida probablemente seguiría igual.
Sin embargo, desde una perspectiva biológica, y como mamíferos que somos, tanto el pelo como las uñas tienen una razón de ser.
El pelo, a excepción de las palmas y las plantas, cubre todo nuestro cuerpo. Todos tenemos alrededor de cinco millones de pelos en total, de los cuales solo unos cien mil se ubican en nuestro cuero cabelludo.
De la misma manera que lo hace en otros mamíferos, el pelo nos protege de agresiones externas o picaduras; además, a quien más y a quien menos, nos ayuda a mantener el calor corporal cuando hace frío. Se piensa también que el vello genital tiene cierto efecto protector frente al contagio de enfermedades de transmisión sexual.
Las uñas, consideradas armas naturales rudimentarias, protegen el extremo de nuestros veinte dedos. Claro está que los seres humanos no las utilizamos como tales, pero estarás de acuerdo en lo extraño que sería realizar ciertas tareas cotidianas sin ellas: ¿cómo te rascarías si tienes picor?, ¿cómo abrirías ciertos envases?, ¿cómo despegarías una pegatina? Las necesitamos porque las uñas ayudan en la discriminación táctil fina de las manos.
Paradójicamente, en contraposición con esta aparente banalidad de pelo y uñas, nos encontramos con una realidad social y cultural muy distinta. ¿Quién no se ha preocupado por la caída del pelo? («¿Me quedaré calvo?») o ¿a quién no le inquieta el aspecto irregular de una uña? («¿será una infección?»).
La repercusión que tienen en la estética y las relaciones interpersonales es indiscutible. Ambas son partes del cuerpo que arreglamos y adornamos con el fin de sentirnos más elegantes y atractivos. La alteración de nuestro pelo o uñas nos genera un desconcierto y malestar no despreciable. Los dermatólogos trabajamos diariamente atendiendo a personas con enfermedades graves de la piel, pero gran parte de nuestra tarea diaria consiste en valorar consultas sobre el pelo y las uñas. Esto hace que no parezcan tan prescindibles, ¿no crees? Quizá por esto, a las funciones puramente biológicas que te he comentado anteriormente, debamos añadir la más importante: la de proporcionarnos bienestar desde un punto de vista estético, ayudándonos a mantener relaciones sociales con alta autoestima y confianza en nosotros mismos.
Por esto tanto el pelo como las uñas también recibirán su debida atención a lo ...

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