Con rumbo propio
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Con rumbo propio

Andrés Martín Asuero

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Con rumbo propio

Andrés Martín Asuero

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Este libro aborda la reducción del estrés desde una perspectiva accesible, aportando ejemplos y aplicaciones de la vida cotidiana. Además de las explicaciones sobre el estrés, sus causas y consecuencias, el entrenamiento MBSR proporciona ejercicios para aprender a "parar y ver antes de actuar", relajarse y desconectar, desarrollar flexibilidad o desprenderse de esas emociones negativas que acumulamos en los "días negros" de la vida. Con rumbo propio es un libro para reflexionar sobre la vida y sobre cómo vivirla con mayor plenitud. Un libro que anima a tomar el timón para marcar ese rumbo que nos permita recuperar el equilibrio personal y la soberanía sobre la propia vida.

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Information

Publisher
Plataforma
Year
2008
ISBN
9788415577256
Capítulo 1
La extraordinaria decisión de sir Gawain
Reinar en Camelot se había vuelto demasiado complicado, pensaba Arturo, mientras revisaba documentos para una audiencia relativa a otro conflicto entre nobles. Estaba cansado de tanta mezquindad, especialmente desde que sir Gromer Somer fue expulsado de Camelot. Ese caso le había dejado asqueado. «¿Cómo es posible que una persona inteligente, compañero de cruzadas —pensaba— pueda dejarse llevar por ambiciones desmedidas que lleguen al punto de amenazar la estabilidad del reino que dice servir?»
«Quizá me tomo las cosas de manera demasiado personal, como dice Merlín el mago —pensó Arturo—. En cualquier caso, ya está bien de peleas de gallitos. Creo que me vendría bien irme de caza a ver si me vuelve la inspiración y recupero las ganas de reinar.» Así que, vestido de incógnito, salió por la puerta de atrás del castillo, al galope hacia el campo, sin que nadie pudiera evitarlo.
La mañana de otoño rebosaba de vida, los árboles daban ese ambiente multicolor al bosque con sus tonos rojos, amarillos y ocres entre los que resaltaban algunos abetos con su verde oscuro, casi negro. Después de varios días de lluvia, la actividad bullía en el bosque y los animales aprovechaban para comer, mientras el sol empezaba a calentar el aire. Entre todos ellos destacaba un magnífico venado de catorce puntas en el que Arturo puso enseguida sus ojos. Después de dar un amplio rodeo para coger el viento de cara, desde unos matorrales el rey disparó su ballesta, pero un súbito movimiento del animal hizo que la flecha se le clavara en el cuarto trasero y, asustado, saliera huyendo malherido.
—¡Rayos! —murmuró Arturo—, no puedo dejar que un animal así se escape herido.
Montó su caballo y empezó a seguir el rastro de sangre por el valle y luego una colina, un bosque profundo, cruzó un arroyo o dos, y otro valle hasta que, dos horas más tarde, Arturo vagamente sabía ya dónde estaba. Así y todo, siguió tras los restos de sangre del venado.
Al rato, Arturo divisó un claro en la espesura donde los rayos del sol iluminaban a su pieza rendida en la hierba. «¡Por fin!», pensó, dejando su caballo, pero cuando Arturo se acercó al venado, se encontró con que no estaba solo: un enorme caballero en su armadura le miraba desafiante.
Éste no era otro que sir Gromer Somer, precisamente a quien menos ganas tenía Arturo de ver.
—Arturo, ¿cómo tienes la osadía de venir a cazar a mis tierras? ¿Crees que, después de humillarme, puedes quitarme también mi caza? Sabes bien que este bosque no te pertenece.
—Gromer, te pido disculpas, no sabía dónde estaba, pero te puedo asegurar que ese venado lo alcancé hace dos horas en mi bosque y que lo vengo siguiendo para cobrar la pieza. No obstante, si crees que te pertenece, quédatelo, no voy a discutir por ello.
—No es tan sencillo, tu historia no me convence y sabes bien que cazar en tierras ajenas se resuelve con la espada, así que déjate de excusas y pelea como un hombre.
Arturo no estaba con ánimos para luchar. Había salido del castillo para evitar los problemas y no portaba ninguna armadura. Además, sir Gromer era un individuo grande como un oso y estaba protegido con su coraza. Además, estaba furioso.
Después de varios golpes de espada, Arturo cayó al suelo, Gromer le colocó la espada en el cuello y dijo mientras se levantaba la visera del yelmo:
—Como eres el rey, debo darte una oportunidad, si deseas aceptarla, o, si lo prefieres, acabo contigo ahora mismo.
—Acepto la oportunidad, Gromer —replicó Arturo pensando que volver a tomar la espada no le sería de mucha ayuda en combate tan desigual.
—Entonces ponte de pie y fíjate bien en lo que te digo, Arturo. Has de volver a este lugar al mediodía dentro de siete días y decirme qué es lo que toda mujer desea tener sobre todo lo demás que se le pueda dar. Una respuesta falsa, Arturo, será tu muerte, ya sea que llueva o brille el sol. Una respuesta verdadera será tu perdón por cazar en tierra ajena.
—De acuerdo, Gromer, aquí estaré —replicó Arturo, y recobrando su espada se dirigió hacia su caballo.
«¿Qué es lo que toda mujer desea tener?, y supongo que debe de ser algo, claro», pensó Arturo. Sin embargo, no se le ocurría nada que resolviera el acertijo. Tampoco sabía a quién pedir ayuda, ni podía volver a Camelot porque eso trasladaría al reino el problema y podrían llegar a la guerra contra Gromer y su milicia, algo que quería evitar a toda costa. «Debo resolverlo por mí mismo —decidió—. Ya encontraré la forma.»
Así que Arturo empezó a caminar por valles y aldeas preguntando a toda persona que se encontraba en el camino qué es lo que más deseaba tener. Vestido de caza, le tomaban por algún noble forastero, y le respondían con amabilidad sin reconocerle. No obstante, las respuestas que Arturo iba anotando en su libreta distaban mucho de converger en una idea o cosa común, como él había esperado.
Las más jóvenes pedían dinero, un marido, hijos, ropas nuevas, una casa o joyas; las mayores hablaban de salud, de ver casar a sus hijos, de tener comida para el invierno, ganado o conocer a sus nietos. Los hombres que encontraba se mostraban de lo más desconcertados; algunos no sabían qué responder y los que así lo hacían tampoco mostraban mucho conocimiento de la psicología femenina, ya que sus respuestas poco o nada se parecían a las de las mujeres.
Así pasaron los días, y Arturo vio llegar el final del plazo sin tener certeza de haber dado con la respuesta. Mientras se acercaba cabizbajo al lugar convenido, oyó una voz femenina que le llamaba desde el bosque.
—¡Arturo! ¡Rey Arturo!
Giró la vista y al pie de un inmenso roble creyó ver una forma humana sentada encima de una roca negra, en un lugar muy sombrío. A medida que se acercaba distinguió una mujer de edad indefinida, vestida con harapos de color oscuro. Su pelo largo y sucio rodeaba una enorme nariz sobre una boca poblada de dientes negros y apiñados. Sin embargo, su voz era dulce y se expresaba con claridad y amabilidad.
—Arturo, mi rey, yo soy Ragnelle, la dama del bosque, y conozco la situación en la que os encontráis. Os he llamado porque puedo ayudaros, si vos me ayudáis a mí también.
Arturo se quedó pasmado. «¿Quién puede ser esa mujer tan abominable y cómo puede saber la solución al acertijo? —pensó—. ¿Qué puede querer a cambio un ser tan miserable?» Pero como su situación era bastante desesperada y no tenía mucha confianza en sus averiguaciones hasta el momento, pensó que nada perdía por aceptar el trato.
—Magnífico, Ragnelle —contestó—, acepto vuestra ayuda y, si me resulta útil, os juro que os daré lo que pidáis, si está en mi mano.
—De acuerdo. Entonces, acercaos para que os diga la respuesta y partid a vuestra cita. A la vuelta ya os diré cuáles son mis deseos.
Arturo pensó que era un buen trato. Desmontó y se acercó a ella venciendo la repulsión ante semejante dama abominable. La mujer le murmuró al oído unas palabras que inmediatamente cambiaron su semblante.
—¡Gracias! —replicó—, me parece muy sabia vuestra respuesta. Volveré enseguida, dama Ragnelle —dijo Arturo despidiéndose mientras montaba a su caballo y, con un trote más alegre, se encaminaba al claro del bosque.
...

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