Educar en el asombro
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Educar en el asombro

Catherine L'Ecuyer

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Educar en el asombro

Catherine L'Ecuyer

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¿Cómo educar en un mundo frenético e hiperexigente? ¿Cómo conseguir que un niño, y luego un adolescente, actúe con ilusión, sea capaz de estar quieto observando con calma lo que le rodea, piense antes de actuar y esté motivado para aprender sin miedo al esfuerzo? Los niños de los últimos veinte años viven en un entorno cada vez más frenético y exigente, que por un lado ha hecho la tarea de educar más compleja, y por otro, los ha alejado de lo esencial. Vemos necesario para su futuro éxito programarlos para un sinfín de actividades que, poco a poco, les están apartando del ocio de siempre, del juego libre, de la naturaleza, del silencio, de la belleza. Su vida se ha convertido en una verdadera carrera para quemar etapas, lo que les aleja cada vez más de su propia naturaleza, de su inocencia, de sus ritmos, de su sentido del misterio. Muchos niños se están perdiendo lo mejor de la vida: descubrir el mundo, adentrarse en la realidad. Un ruido ensordecedor acalla sus preguntas, las estridentes pantallas interrumpen el aprendizaje lento de todo lo maravilloso que hay que descubrir por primera vez.

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Information

Publisher
Plataforma
Year
2013
ISBN
9788415750840

II. ¿Cómo educar en el asombro?

6. Libertad interior: el caos
controlado del juego libre

«Pasamos el primer año de la vida de un niño enseñándole a caminar y a hablar, y el resto de su vida a guardar silencio y sentarse. Algo no funciona bien.»
NEIL DEGRASSE TYSON
«La correspondiente misión del educador es permitir que el niño desarrolle su propio modo de ser y animarle incluso a que se acostumbre a obrar por propia iniciativa.»
ROMANO GUARDINI, Las etapas de la vida: su importancia para la ética y la pedagogía
Hemos dicho que el proceso de aprendizaje nace desde dentro. El asombro es el deseo para el conocimiento. Para que uno se pueda asombrar, precisa ser libre interiormente. Cuantos menos filtros y prejuicios haya, más libre se es, porque uno no está «condicionado» para pensar de una forma determinada. Por ejemplo, a los niños pequeños les condicionan poco los «qué dirán» del vecino, el mantener las apariencias de que «todo va bien» y la reputación. Los niños tienen muy pocas ataduras. Su creatividad es mayor que la del adulto. Pero enseguida, y con razón, nos surge la siguiente duda: ¿no hace falta estructurar mínimamente esta creatividad? ¿Qué bien puede salir del descubrimiento en el caos?
Invención y disciplina parecen ser conceptos contradictorios. Pero no lo son. Pablo Picasso decía: «La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando». Y Einstein, a quien nunca le faltaba el humor, proponía la siguiente fórmula para el éxito:
A (éxito) = X (trabajo) + Y (juego) + Z (callar la boca)
Si no hay una libertad interior en la realización del trabajo, es difícil conseguir el éxito. Aquí, el juego no se entiende como la diversión de aquel que va al cine o enciende la televisión pensando «a ver lo que me echan para pasármelo bien», o de aquel niño que coge la Play, tirado en el sofá, como primer y último recurso para matar el aburrimiento. El juego se entiende en el sentido de disfrutar realizando una tarea porque uno la hace con el corazón, le pone imaginación, creatividad, la interioriza, la hace suya. Este tipo de juego es perfectamente compatible con el esfuerzo, porque es un juego activo, no pasivo. Es un juego en el que el niño se deja medir por la realidad, que conoce a través del asombro. Como aquel niño que se pasa horas en silencio, concentrado, haciendo pasteles con arena fina, agua y piedrecitas en la orilla del mar. O como aquel niño que construye cabañas con sábanas alrededor de los muebles del comedor.
El mismo filósofo que relacionó asombro con conocimiento, Tomás de Aquino, también escribió sobre las dos maneras en que se adquirieren conocimientos: 1) por invención o descubrimiento y 2) por disciplina y aprendizaje, cuando otra persona asiste a la razón del que aprende.
Según él, la primera es el modo más «elevado» y la otra viene en segundo lugar, puesto que todo aprendizaje, siempre que sea a través de la disciplina o el juego, se hace a partir de un conocimiento previamente adquirido y con el que ha de conjugar activamente el aprendiz. Por lo tanto, el niño se ha de poner en marcha por sí mismo, para encajar ese conocimiento dentro de la estructura de lo que ya conoce. Y nadie puede hacer ese trabajo de «descubrimiento» o de «asimilación» por él, por muy buen maestro que sea. Como dice Tomas de Aquino: «Toda enseñanza viene de un conocimiento preexistente».
En definitiva, no somos completamente dependientes de la experiencia, dice el neurocientífico Dan Siegel, sino que estamos a la expectativa de ella. Existe en el niño un movimiento natural de proactividad para el conocimiento y de búsquedas de sentido que consiste, entre otras cosas, en encajar algo nuevo dentro de lo que ya se sabe, que, hoy en día, no solo subestimamos, sino que ignoramos y que cancelamos con bombardeos continuos de estímulos externos. El aprendizaje se origina desde dentro, y el mecanismo a través del cual deseamos conocer es el asombro.
Vemos enseguida que descubrimiento y disciplina no son conceptos opuestos, sino complementarios. Pero el orden secuencial no es irrelevante. Primero, hay que acompañar al niño, protagonista de su educación, creando las condiciones favorables para que pueda descubrir por sí mismo. No es preciso motivar al niño a priori, presentándole cosas extraordinarias y espectaculares, sustituyendo su imaginación para moverle a actuar de forma determinada. En segundo lugar, y solo en segundo lugar, hay que estructurar la transmisión de conocimiento contando con los conocimientos preexistentes y la motivación del niño, palanca que procede del proceso de descubrimiento iniciado por él mismo. En la etapa infantil, la estructura tiene que ser mínima y debe servir para facilitar la invención y el descubrimiento.
Más adelante, en la etapa de educación formal, a partir de los 6 o 7 años, es lógico que la estructura y la disciplina tengan cada vez más peso. Pero en un niño con motor interno, esa estructura no coartará, sino que presentará las condiciones para que el asombro pueda ponerse en marcha de forma ordenada. Por ejemplo, un joven se asombrará ante la belleza de un teorema si antes sabe matemáticas. El asombro no es incompatible con la educación basada en el conocimiento; de hecho, el asombro es «desear conocer».
Sería un error sacar este consejo de contexto para concluir que a los niños no se les debe poner límites. De hecho, Montessori lo resume bien cuando dice: «Nuestros hijos no hacen lo que quieren, pero quieren hacer todo lo que hacen». Menudo matiz. El niño no se educa solo, y por supuesto que hay que ponerle límites. Debemos preparar el entorno de tal forma que queden claros estos límites. Pero hay que distinguir, por un lado, lo que sería ceder al capricho y, por otro, dejar que el niño sea protagonista de su educación. Por ejemplo, preguntar a un niño «¿qué quieres cenar, cariño?» es una cosa. Otra muy distinta es preguntarle qué le apetece construir con los bloques de Lego. En este último caso, le dejamos que se posicione, que se ponga en marcha por sí solo, que sea creativo, que interiorice el aprendizaje. Muy probablemente, a este niño le será más fácil escoger la carrera sin que sus padres le tengan que empujar cuando acabe el colegio y le será fácil motivarse por sí solo para estudiar con el objetivo de aprobar la selectividad para así asegurar su entrada en la carrera universitaria que haya escogido previamente. El niño al que le hemos respetado el movimiento interior de proponerse metas y actuar para alcanzarlas lo hará con mayor facilidad en la adolescencia. Y no necesitará que sus padres o profesores le motiven.
Una forma concreta de respetar el orden propuesto anteriormente en la educación infantil se encuentra en el caos controlado del juego libre, puesto que existe una estructura mínima (el espacio en el que se encuentra el niño, con los objetos que se habrá puesto a su disposición, con unas cuantas normas básicas de convivencia y de orden y rodeado de los educadores preparados para acompañarle), al tiempo que se le permite al niño descubrir libremente.
El Ministerio de Educación de Finlandia, un país conocido por encabezar repetitivamente los rankings de los informes PISA, describe un enfoque parecido al del juego libre en sus parvularios:
El niño es capaz de disfrutar de la compañía de los demás, a través de su experiencia de la alegría y de la libertad de acción en un entorno seguro y sin prisas […]. El niño es protagonista activo de su aprendizaje, el cual está motivado por su curiosidad, la voluntad de explorar y la alegría de su autorrealización. […] Mientras los educadores interactúan, intercambian con los niños y observan sus actividades, consiguen adentrarse en el mundo y en la forma de pensar del niño. Y todavía más importante, los niños sienten que sus exploraciones, sus preguntas, pensamientos y actividades tienen sentido.34
Según este enfoque, el educador es facilitador, no dirige. Lleva su trabajo con discreción y con humildad.
Es importante que los juegos que escojamos, en la medida de lo posible, no tengan ni pilas, ni botones. Las pilas tienen que nacer desde dentro del niño. No es el juego el que tiene que funcionar, sino que es el niño el que se tiene que poner en marcha a través del juego. El niño debe tener espacio para pensar, sin recibirlo siempre todo masticado. Contrariamente a lo que argumenta el modelo mecanicista, es bueno que las preguntas que nos hacen nuestros hijos, a veces, se queden sin respuestas.
–¿Y tú qué crees? –le respondía una madre a su hijo.
Si el niño se incomoda y se pone nervioso con esta respuesta, es que ha perdido la capacidad de imaginar, de pensar por sí solo, de soñar. En cambio, si sonríe serenamente y se pierde en la «luna de Valencia», podemos estar tranquilos y contentos de haber acompañado al niño en un proceso de pensamiento autónomo.
–Papá, ¿ese (el zapato) va aquí?
–No.
–¿Y aquí? (enseñando el otro pie).
–No.
El niño se quedó pensando, confuso. Tras unos segundos, mira a su padre con una dulce sonrisa de complicidad.
–Vale, gracias, papá.
–De nada, cariño.
La invención a través del juego es especialmente importante en el buen desarrollo del niño. La disciplina –las reglas, los métodos y el material educativo– es un mero soporte, no un fin en sí, nos recuerda Víctor García Hoz, primer catedrático de pedagogía en España:
El proceso educativo mismo se realiza en esta edad principalmente a través del juego, que es «más viejo que la cultura». El uso eficaz del material, la comunicación con los pequeños protagonistas de la educación, la realización de las tareas de cada día son cosas desesperanzadas y aún muertas, a menos que sean vivificadas por la imaginación, la capacidad creadora y el aliento personal de unas maestras que tengan inteligencia para entender de evidencias científicas y tengan sensibilidad para intuir tras los ojos abiertos de un niño todo el misterio de la vida y todas las posibilidades de la existencia personal de un ser humano.35
El juego es la actividad por excelencia a través de la cual aprenden los niños, movidos por el asombro. Los niños pequeños son naturalmente inventivos. Tan solo hay que darles unas mantas y enseguida se harán una cabaña con los muebles del comedor. Si se les da un poco de agua y de tierra, se hacen unos pastelitos y unos flanes exquisitos para compartir con uno de sus padres. Algunos estudios confirman que el tiempo de juego sin demasiadas estructuras es fundamental para que el niño pueda desarrollar la capacidad de resolución de problemas, para fomentar la creatividad36 y para desarrollar su capacidad de mantener la atención.37 Algunos expertos asocian el juego imaginativo del niño a un mejor control de su impulsividad,38 porque su capacidad de imaginar les hace capaces de desear una cosa imaginándola mientras la consiguen. En el juego, actúan, aprenden a ejercer su libertad, se hacen personitas. En un artículo muy reciente de la prestigiosa Harvard Educational Review, se argumenta que la curiosidad de los niños es el motor por excelencia de su desarrollo intelectual, un mecanismo que sostiene un aprendizaje auténtico.39 El juego es el contexto por excelencia en el que los niños pueden dar rienda suelta a su curiosidad. En definitiva, aprender desde dentro hacia fuera.
En un estudio realizado en los Estados Unidos, se constató que la creatividad de los niños en edad de parvulario hasta tercero de primaria había bajado de forma significativa en los últimos 20 años.40 Muchos son los que hablan de una crisis de creatividad en el sistema educativo y en la sociedad en general. Csikszentmihalyi, un experto en creatividad, dice que el disfrute de una tarea y el florecimiento de la creatividad mientras uno la ejecuta ocurren a mitad de camino entre los estados de aburrimiento y de ansiedad.41 El aburrimiento ocurre cuando la tarea es demasiado fácil para las competencias de la persona que la realiza. No hay reto, no hay motivación. Esa es la razón por la que un 40 % de las eminencias creativas, como Einstein por ejemplo, eran malos estudiantes.42 La ansiedad, en cambio, ocurre cuando la tarea es demasiado difícil para las competencias de la persona que la realiza. Uno se siente incapaz y frustrado, todo ello bloquea el aprendizaje.
Las actividades demasiado estructuradas o en las que la disciplina tiene prioridad sobre la invención y el descubrimiento encasillan a los niños pequeños en uno de ambos estados: el aburrimiento o la ansiedad.
Por otro lado, el entretenimiento y la diversión –películas, videojuegos, pantalla de ordenador, etc.–, aunque sea con fines educativos, hacen que el niño se vuelva más pasivo, apalancado, distraído, puesto que se le exige poco esfuerzo mental, por lo que la mente se vuelve vaga y se acostumbra a no pensar.43 Esa es la razón por la cual constatamos que hay cada vez más niños aburridos a edades cada vez más tempranas.
En el juego libre, en cambio, el niño busca naturalmente por sí mismo el equilibrio entre los estados de aburrimiento y de ansiedad. Su deseo innato por el conocimiento, hace que busque retos que se ajusten a sus capacidades, que aprenda y que desarrolle su pensamiento creativo. Jugar no es perder el tiempo.
Para averiguar en qué situación se encuentran nuestros hijos al respecto, podemos hacer lo que llamo la «prueba del aburr...

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