Complejo materno
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Complejo materno

Sombras y máscaras del patriarcado

Eduardo H. Grecco

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Complejo materno

Sombras y máscaras del patriarcado

Eduardo H. Grecco

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El Complejo Materno, tal cual funciona en la actualidad, como una estructura arquetípica del espíritu humano, ha sido construido por el patriarcado como una fuerza de la cual se vale para reproducir su ideología y mantener la lealtad de las personas, al orden que impone. De esta manera, el complejo materno es una máscara del orden patriarcal y la disolución de su protagonismo, en la vida de cada quien, supone la posibilidad de liberarse de modos de ser y relaciones que no hacen más que reproducir modelos de desdicha y represión del placer. En ese sentido, las relaciones clandestinas, todas aquellas ajenas a la moral del Complejo Materno, representan oportunidades de recorrer caminos de individuación. Configuran momentos iniciáticos de la vida, nuevos comienzos que posibilitan alcanzar la realización en amor y libertad. Este libro habla del Complejo Materno, de las relaciones clandestinas, de la ideología patriarcal, de la historia de los vínculos en la vida de cada uno de nosotros, de la represión del deseo, de la interdicción de la sexualidad, el placer y el goce, de la memoria del cuerpo, de la devastación de la mujer, del desamparo del hombre, de los modelos de identidad y de elección de pareja y del paso arquetípico de Luna a Afrodita, en la mujer, y de Apolo a Dionisio, en el varón. Y lo hace con un estilo que atrapa al lector entre sus páginas, a la par que va cuestionando sus creencias.

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Information

Year
2020
ISBN
9789507546938

Adenda

Addenda, para los romanos, era lo añadido al terminar un escrito. Usamos aquí esta palabra en su modo castellanizado. Desde hace un tiempo he tomado el hábito de hacer llegar a un grupo de amigos, interesados en los temas sobre los cuales escribo, mis nuevos textos y generar, a partir de ellos, un diálogo. Aquí se exponen las reflexiones que generaron, y que poseen una riqueza conceptual a la par que belleza discursiva.

Eduardo Grecco y una renovadora teoría
Elsa Levy

Si las relaciones hacen pervivir la infelicidad en lugar de la dicha, si representan la presencia del pasado en lugar de permitirnos abrirnos a la experiencia de lo nuevo, si nos imponen un modelo del amor en vez de empujarnos a descubrirlo en la experiencia, entonces seguimos prisioneros del complejo materno.
Eduardo Grecco
Este comentario al nuevo libro de Eduardo Grecco, Complejo materno. Sombra y máscaras del patriarcado, está muy lejos de ser un análisis literario o un ensayo, géneros que cultivo. Al leer el título, yo —que sólo soy una lectora sin conocimientos de la filosofía y los temas sobre los que Eduardo engarza sus textos y conferencias—, adelantándome a su lectura pensé en el significado que usualmente se da al concepto de “relaciones clandestinas” y sospeché que se tornaría interesante, ya que el autor tiene la particularidad de hablar sin tapujos, un poco “atrevido”, sobre la sexualidad humana. Lo de “complejo materno” me remitió de inmediato a la mitología griega y a la historia de Edipo, magistralmente dramatizada por el poeta Sófocles. Lo mismo que, ya en épocas más cercanas, abordó el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, que estudió el complejo de Edipo inspirándose para denominarlo en el mito griego. No quise continuar con mis particulares conjeturas y me di a la tarea de leer el libro.
Al sumergirme en la lectura, hasta el final, un nuevo y versátil panorama se desplegó en mi mente, cuestionando mis creencias ancestrales.
Eduardo Grecco abre la Introducción con un epígrafe de Wilhelm Reich, que ilumina el camino a la comprensión del contenido del libro: “Para salir de la prisión hay que saber que estamos en ella”. Entonces deduje: si soy consciente de que estoy atrapada por el complejo materno, instaurado por el patriarcado en su beneficio, al tomar la decisión de tener relaciones clandestinas, lo cual implica la emancipación de las “reglas” impuestas por el complejo materno, y ubicarme en un arquetipo vincular, salgo de la prisión. y éste es, en mi concepto, el propósito de Eduardo: llevarnos a descubrir, a reconocer este cautiverio involuntario.
La nueva obra de Eduardo Grecco sí que provocará una revolución, un cambio de paradigmas, una liberación y tal vez, para otros, un escándalo. ¿Cómo es que debemos liberarnos del lazo para algunos indestructible del “dominio” materno? ¿De las reglas impuestas desde que el nacimiento? ¡Es una blasfemia! A nuestra madre le debemos lealtad y ésta es una obligación de fidelidad ¿Cómo Eduardo nos sugiere practicar las relaciones clandestinas, si van en contra de la sumisión que nuestras madres nos inculcaron? No dudo que muchos piensen así. Pero estoy segura de que la mayoría, si lee con la mente abierta, descubrirá y aceptará que esas relaciones prohibidas no son otras que las que escapan del reglamento del complejo materno y que incluso, dice Eduardo, lo cuestionan.
Como madre, me sentí reconciliada conmigo misma al leer la siguiente frase: “No es que las madres sean culpables, son las primeras víctimas. Ellas representan los canales de una transmisión, el primer modelo de relación, y las que instalan en cada uno de nosotros el primer sistema de creencias, las que nos señalan como debemos ser y a quienes tenemos que elegir”. Desde la instauración del patriarcado, así fueron educados nuestros antepasados, y nosotros lo transmitimos a nuestros hijos.
Por eso la importancia de esta renovadora teoría que lanza Eduardo Grecco. y repito: si llegamos a la comprensión de que estamos prisioneros, es nuestra responsabilidad salir de ella, y la información que encontramos en este texto nos hace conscientes de ello.
Olvidémonos entonces de culpar a nuestras madres por nuestras desdichas y asumamos la responsabilidad de nuestra felicidad. No por liberarnos del cordón psíquico que nos une a nuestra progenitora somos desleales; ella cumplió con darnos la vida y ser nuestra guía durante los primeros años, pero nuestras alas crecen y ella debe permitir dejarnos volar, y nosotros emprender el vuelo sin remordimientos. Nunca dejaremos de amar a nuestra madre y ni ella a nosotros, todo lo contrario, se creará un lazo de complicidad amorosa.
En cuanto a las “otras” relaciones clandestinas, que nuestra cultura nos ha inculcado un significado de oscuras, escondidas, fuera de la moral, en este nuevo concepto Eduardo habla de que cuando una persona construye una identidad o una relación diversa a lo que el complejo materno estipula, está generando una identidad y un vínculo (el tejido que nos sostiene) clandestino, una opción distinta al mandato materno. Estoy de acuerdo en que si desde que tuvimos uso de razón se nos habla de la fidelidad conyugal, y en algún momento de nuestra vida la violamos, podemos sentirnos culpables; pero queda a criterio de cada persona, y en su libertad de pensamiento, aceptar la culpabilidad y ser desdichado, o no hacerlo y aprender que estas relaciones clandestinas son liberadoras, ser felices y comprender que ellas nos dejan enseñanzas que van disolviendo los “atrapamientos del complejo materno”.
Porque como cita Eduardo, “lo importante de las relaciones es el encuentro, no las circunstancias donde se producen. Eso es lo que quiso el alma; hay que honrar y bendecir todas las relaciones de la vida porque fueron elecciones del alma”. Al elegir un vínculo iniciamos un nuevo camino liberador, en donde cada quien reencuentra su auténtica misión en la vida. Sin olvidar, claro, que las relaciones terminan pero los vínculos permanecen.

Hacer alma
Bruno A. Díaz Bonifaz

En la medida en que uno llega a la experiencia numinosa, se libra del temor a la enfermedad.
Carl G. Jung
¿Dónde empieza el fenómeno del patriarcado entendido como idea de que el hombre es superior a la mujer? ¿Cuándo comienza en el tiempo, hacia dónde va? ¿Cómo se perfila también en algún momento de la historia de cada uno, no como un hecho natural, sino como una vivencia inseparable del centro gravitacional de nuestra cultura actual?
Vivimos una cultura egocéntrica, heroica, materialista y mecánica, que ha olvidado el alma (sin embargo la va recordando), donde lo masculino se privilegia y lo femenino tiende a ser desestimado, escondido o relegado.
Permita el lector una pequeña digresión para imaginar cómo esta ideología matiza nuestra percepción y nuestros sentidos.
Vivimos una monarquía de la vista por sobre los otros sentidos y esa monarquía está enferma de objetos… El sentido de la vista tiende a quedarse en la superficie, a yacer en la forma y a perderse en los contornos y en el aspecto material de las cosas: “ver para creer” hemos dicho alguna vez, y luego empezamos a creer que lo único que hay es lo que uno ve. Así pasamos por alto que “lo esencial es invisible a los ojos”, como nos recuerda Saint-Exupéry. Nuestro sentido de la vista ha olvidado la psique y la imaginación, rayo de sol que apenas entra en las oquedades de las grutas del alma o en la piel del mar de lo ignoto.
El oído quiere escuchar cosas claras, concretas, lógicas, con el ritmo y la melodía de lo digerible, predecible y tangible. Es un oído que tiende a interpretar demasiado rápido y demasiado a la ligera; un oído que en su afán de entender de armonía, ha olvidado el silencio. y sin un momento de silencio, de receptividad, no es posible la escucha. Es un arte olvidado (¿o no imaginado?) escuchar el rumor del río o el crepitar de los grillos que en cada pulsación sonora construyen la capa invisible que envuelve la noche; esos mismos grillos que repiten la voz que escuchan desde las estrellas…
El olfato ha aprendido a gustar de los olores prefabricados y a “limpio”, a frutas o de algunas esencias de moda. Hemos empobrecido la percepción en el afán de quitar lo “desagradable”, “extraño” y, curiosamente, lo natural. Podríamos detectar más fácilmente estados físicos y emocionales por medio de un olfato sin respingos, reconoceríamos más fácilmente a los otros por medio de su olor. Algunos maestros de la Ayurveda, por ejemplo, dicen reconocer los hábitos alimenticios de las personas por medio del olfato; incluso si se ha dejado de fumar por algún tiempo, ellos mencionan que esta afición de antaño resulta perceptible. Si abrimos los sentidos por medio de la percepción y la percepción por medio de los sentidos, tal vez se nos haga más clara la apreciación de Hamlet con respecto al olor a podredumbre en Dinamarca. ¿No es verdad, acaso, que cada lugar, cada ciudad, tiene para el olfato extranjero unas notas más tangibles que para el que ahí vive inmerso?
Volvemos una y otra vez sobre los mismos sabores, y en general no es fácil abrirnos a explorar gamas más amplias de los mismos. Basta ver cómo en nuestra cultura occidental se privilegia lo dulce (un dulzor sintetizado) y lo salado (un salobre “refinado”) sobre todo. Pocas veces nos adentramos en las sutilezas de los sabores como para encontrar una experiencia nueva cada vez que comemos o probamos algo. La comida rápida y prefabricada, así como la ideología que tras ella subyace tiene mucho que ver en esto. ¿Alguna vez hemos sentido la vinculación completa entre el gusto y olfato cuando un mango se abre como un misterio de dulzor, acidez, pulposidad, fibras, espesura y vaporosidad dentro de la boca? ¿O tal vez cómo un sabor en la comida invita a otros diferentes, y así ir imaginando nuevos ingredientes que amplíen la gama de gustos, texturas, concordancias, equilibrios y matizaciones de los sabores?
El tacto se halla proscrito de muchas partes de la orografía del cuerpo, y estamos tan seguros de ser nosotros los que tocamos a las cosas o a la gente, que olvidamos —o nunca nos hemos enterado— de que la mesa también nos toca a nosotros y de que es en la frontera entre “piel” y “piel” donde nace la parte material de la relación; así como en el mezclarse de las subjetividades surge la parte intangible e invisible (pero sí perceptible), lo mismo ocurre en la relación. ¿Qué tantos universos y dimensiones puede haber en un tacto pleno de consciencia?
Continúo con la adenda y con esta estela que deja en mí la digresión.
Pero quien habita los sentidos es la mente, y la mente pertenece a la historia, así como el cuerpo pertenece a la naturaleza.
Se trata de una “historia” (historias) narrada y sostenida por todos, y es en esa historia donde se fragua la identidad y personalidad… Eduardo Grecco nos invita a imaginar esa fragua construida del hierro de lo patriarcal que contiene la materia (mater-madre) con la cual somos constituidos… Así, un cuerpo material y una mente inmaterial nacen a un tiempo con la marca de lo patriarcal.
La unidad-dual del ser humano es escindida desde la ideología que pone al hombre en un nivel superior al de la mujer, y es esta misma ideología la que privilegia lo masculino por sobre lo femenino, sin importar que estas características estén revestidas de cuerpo de hombre o de mujer… vivimos en una cultura donde los valores heroicos —luchar, competir, ganar, triunfar, éxito, poder— se convierten en tasa de valuación y moneda de cambio en nuestras relaciones.
El sentir, la profundidad, la imaginación, la paradoja, la polisemia y lo ignoto son colocados en el otro bando, en el de lo no práctico, tangible o provechoso… (Es desde este otro bando, precisamente, desde donde están reimaginados los sentidos y las percepciones en la presente Adenda).
De ahí a privilegiar resultados (claro está, de los “provechosos”) y de olvidar el sentir y la sensualidad que trasciende (pero incluye) lo genital, ya no hay mucho trecho.
En este libro se encuentran algunas insinuaciones interesantes o seductoras a cuyo otro lado el lector es invitado una y otra vez a llegar por su propio pie. Para salir del atolladero vale la pena sentir, relacionarnos, estar presentes y seguir la propia senda. ¿Qué es lo que uno ama? ¿Hacia dónde entrega uno su lealtad de manera natural, armónica y no impuesta? ¿En la relación con qué otro es uno fiel? No imposición, sino convicción; no mandato, sino congruencia. En la relación con lo diferente, con lo diverso, se encuentra la creación.
Hacer lo mismo una y otra vez es repetición, dogma, y sepulta la imaginación como actividad creativa de la psique. Ni la lucha encarnizada contra los designios, ni la sumisión que nos borra; más bien aguzar el oído, limpiar los ojos y el olfato, desencadenar el tacto y el gusto para reconocer el camino que uno quiere recorrer, aquello que resuena con uno y poderlo vivir en momento presente.
Un presente en el cual se viven las relaciones es un presente que está ahí, más allá del pasado, lleno de vida; ahí, justo ahí. Lo que se abre al ahora y deja de lado el deber o el dogma es el alma.
Estar presentes desde el alma en la vida tiene que ver, por una parte, con salirnos de lo literal, brincar el surco del tiempo para encontrar sentido; dejar que los sucesos se maceren en el trasfondo del notiempo para que cobren sentido como experiencias. Brotar de nuevo, nacer a la existencia (exsistere) para insistir y viceversa.
Ser en el mundo de uno y de los otros, en relación, donde lo nuevo se genere y las lealtades que vayamos construyendo tengan su centro de gravedad, ya no en la personalidad heroica sino en una “transpersonalidad” que esté en contacto con las diferentes energías que la trascienden, la inspiran, la roban, la esconden, la engañan, la embellecen, la esclarecen, la cuidan, la hieren, la matan, la hacen renacer, para regresar e ir de la inspiración a la concreción, del rapto a la libertad y de los escondites a la pradera abierta…
Tal vez el primer paso, o el impulso anterior al primer paso, esté relacionado con poder transparentar los temas que subyacen ahí dormidos en los sucesos, para que la experiencia sobrevenga y entonces la manera en que nos relacionamos con lo visible y lo invisible cambie, no para volver a crear una ley o teoría, sino para volver una y otra vez a través de lo aparente para “hacer alma”…

El placer es la mitad del camino
Dinorah Ramos Levy

Se puede gozar de las cosas, pero solamente en cuanto al goce mismo que ellas transmiten, y no por la sensación o el placer de ser su dueño.
S. Raynaud de la Ferrière
Todo es doble, todo tiene dos polos; todo, su par de opuestos: los semejantes y los antagónicos son lo mismo; los opuestos son idénticos en naturaleza pero diferentes en grado. Los extremos se tocan. Todas las verdades son semiverdades. Todas las paradojas pueden reconciliarse.
El Kybalión
En el desarrollo de la historia de la humanidad surgen grandes pensadores y maestros que marcan pautas en el camino de la conciencia, a través de lograr transformaciones sociales, individuales, y colectivas. La historia nos muestra un constante aprendizaje en dualidad: ciclos de luz, otros de obscuridad, tiempos de transición por épocas matriarcales y épocas patriarcales. Tal es el destino del hombre, hasta lograr la síntesis en la unidad. Destino que se refleja en nuestro cuerpo: sístole y diástole, contracción y dilatación, inspiración y exhalación, hemisferios cerebrales, sistema motor y sistema sensitivo.
La historia registra un sistema de dominación masculina ...

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