Viktor E. Frankl. El sentido de la vida
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Viktor E. Frankl. El sentido de la vida

Elisabeth Lukas

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Viktor E. Frankl. El sentido de la vida

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Esta obra constituye todo un muestrario del pensamiento y la vida de Viktor E. Frankl. En ella no sólo se recogen los principales aspectos de la logoterapia, sino que, además, los complementa con ejemplos reales y apuntes biográficos. Fruto de su experiencia en los campos de concentración alemanes, Viktor Frankl funda la logoterapia, doctrina que expone que, incluso en las condiciones más extremas de sufrimiento, el hombre debe encontrar una razón para vivir. Frankl es uno de los neurólogos y psiquiatras más reconocidos y laureados del planeta, autor del best seller mundial El hombre en busca de sentido, que está considerado por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos, uno de los 10 libros más leídos de la actualidad. Ha sido traducido a 29 idiomas en 32 países. Poseedor de 29 Doctorados Honoris Causa.

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Information

Publisher
Plataforma
Year
2013
ISBN
9788415880035

Viktor Frankl. Médico y filósofo

Elisabeth Lukas
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BREVE REPASO A LA VIDA Y OBRA DE VIKTOR E. FRANKL

Nuestro modo de proceder

Para entender bien la Logoterapia, conviene recordar que la palabra griega logos significa simplemente sentido; así, la Logoterapia es una psicoterapia que gira en torno al sentido. Fundada por el neurólogo y psiquiatra vienés Viktor E. Frankl (1905–1997), fue ulteriormente desarrollada por sus alumnos.
La teoría de la motivación que está en la base de la Logoterapia parte del presupuesto según el cual, el ser humano es un ser en busca de sentido. Si su innata «voluntad de sentido» se ve frustrada, diversos trastornos anímicos, como, por ejemplo, depresiones, agresiones o adicciones manifestarán esa sensación de pérdida de sentido. Naturalmente, la Logoterapia no puede ni quiere «crear» sentido por decreto, sino que se limita a preguntarse cómo se puede encontrar sentido incluso en las situaciones más difíciles de la vida. De este modo numerosas investigaciones internacionales en el ámbito logoterapéutico han demostrado que, por mucho que exista una sensación de pérdida de sentido, ninguna situación es tan dramática que carezca, a pesar de todo, de alguna posibilidad de sentido.
Pero la Logoterapia no se ocupa sólo de detectar el «dolor causado por una vida sin sentido aparente», sino que además propone para los distintos trastornos anímicos diversos métodos de curación.

Aspectos históricos

En sus orígenes, la Logoterapia surgió en clara oposición a las corrientes del psicologismo y el reduccionismo que se abrían paso a principios del siglo XX. Según dichas tendencias, se analizaban de una manera impulsiva y dinámica contenidos espirituales tales como la amistad, el sacrificio y el altruismo, la sed de saber, la esperanza, la fe y el amor, y se interpretaban como síntomas patológicos sustitutivos de la libido excedente, como sus sublimaciones. Semejante búsqueda de significación degeneraba en una permanente tendencia al desenmascaramiento, que a la postre no permitía ningún tipo de nuevos valores, pues cualquier ideal se entendía como expresión de una consumación enfermiza de cualquier acción. Así, por ejemplo, a Goethe se le consideraba un neurótico sexual extremo, empeñado en compensar –mediante la sistemática composición de poemas– un miedo, supuestamente oculto, a la eyaculación precoz. En prolijas disertaciones, sus manifestaciones creativas eran interpretadas como derivaciones, hacia el subconsciente, de complejos reprimidos. De manera parecida, a Jesucristo se le describía, entre otras cosas, como un esquizofrénico alucinado.
El joven Frankl se opuso vehementemente a todo esto afirmando que existen fenómenos humanos que no son psicológicamente explicables por cuanto son precisamente auténticos. En concreto, la cuestión del sentido y los proyectos artísticos, filosóficos o ideológicos se sustraen a patrones teóricos de índole psicologizante. En tal línea, se propuso como meta en su vida superar el psicologismo de la psicoterapia y completar y ampliar la psicoterapia al uso, abriéndola a la dimensión de lo espiritual.

¿Hubo precursores?

Hacia finales del siglo XIX, el ser humano en Occidente se comprendía a sí mismo como un individuo no libre. La determinación biológica, psicológica y sociológica se había vuelto más transparente que en épocas anteriores, y en consecuencia, los múltiples e ingobernables factores de dependencia casuales en la vida pasaron a ser objeto de estudio científico. La pregunta crucial sobre la esencia del ser humano dio paso a las respuestas más extremas: «Un producto de la evolución surgido de mutaciones genéticas y procesos de selección», «Un producto social marcado por los genes de los progenitores y por influjos medioambientales»… En una palabra, el ser humano quedaba reducido a una máquina programada desde fuera. El desvalimiento y la impotencia del individuo en el piélago del devenir general ocupaban el centro del pensamiento naturalista a la sazón dominante.
Como reacción a todo ello, surgió la filosofía existencial. Citemos sólo dos nombres famosos. Por una parte, Karl Jaspers proclamó la necesidad de considerar el hecho de que «nuestra condición de seres humanos significa el ser responsables en cuanto que somos libres respecto de las ataduras naturales». Por otra, Martin Heidegger insistió en el valor de la acción humana, que sólo puede darse donde existan espacios libres para la acción.
Algo parecido existió en el ámbito de la psicología. También aquí, importantes investigaciones derivaron al principio hacia planteamientos unilaterales. La importancia que cobró repentinamente la fase infantil de la vida tuvo como resultado un ser humano devaluado y encadenado sin remedio a determinadas deficiencias. El misterioso automatismo del inconsciente parecía enseñorearse de cualquier acontecer voluntario y libre. El ser humano se convertía así en una víctima de las circunstancias que le determinaban.
A ello le siguió, a su vez, una reacción a cargo de la Logoterapia. Con Frankl, volvió a ponerse de relieve un modelo de delineación del espíritu humano completamente abierto a pesar de todos los condicionamientos psíquicos, un modelo que posibilitaba una personal «participación en el modelado del mundo» desde la propia responsabilidad. Así, al igual que la filosofía existencial oponía al realismo materialista de su tiempo la dimensión existencial del ser humano, la Logoterapia oponía al concepto del «inconsciente instintivo» de la psicología el «inconsciente espiritual» como fuente de la autogestión humana.
En cierto modo, pues, se puede considerar precursora de la Logoterapia a la filosofía existencial, pero no a la joven disciplina de la psicología que surgió en paralelo con ella.

Los primeros pasos

El interés de Frankl por la psicoterapia comenzó ya a fraguarse durante su carrera universitaria, en la que mantuvo una animada correspondencia con Sigmund Freud. Fascinado por lo que oía y leía, se manifestó enseguida en él su gran capacidad creativa en el plano científico. En el marco de una «comunidad del trabajo filosófica» en la universidad de Viena, cuyo director era Edgar Zilsel, Frankl redactó su primera disertación sobre el sentido de la vida a los dieciséis años. En ella se encuentran ya en germen dos tesis que, varios decenios después, se convertirían en los pilares básicos de su Logoterapia, a saber: la tesis de la «necesidad-de-dar-respuesta a las preguntas-sobre-la-vida» y la tesis del «suprasentido».
En la primera se afirmaba que, propiamente hablando, el ser humano no tiene que preguntarse por el sentido de los avatares de la vida, sino que debe entenderse como un ser preguntado por la propia vida y desde ella, es decir, como alguien que, en vez de preguntar, tiene que contestar a la vida misma, la cual debe percibirse simbólicamente como «preguntadora». Pero el ser humano sólo puede contestar a las preguntas acerca de la vida mediante su acción responsable, por lo que todo acontecer que él suscita consciente y libremente en el mundo ya es en cierto modo una respuesta a la «cuestión» de su vida.
La segunda estaba relacionada con la existencia de un «suprasentido» que no tiene nada que ver con lo trascendental, sino que debe entenderse como ese «último sentido» que «está al principio» y que va infinitamente más allá de la capacidad de percepción humana.
Cuando, tras redactar un trabajo titulado «Para una psicología del pensamiento filosófico», Frankl abandonó el instituto, ya había empezado a sonar el leitmotiv de su obra posterior, a saber, la necesidad de crear y cultivar sin cesar un terreno fronterizo entre la psicología y la filosofía.
Otto Pötzl, sucesor de Julius Wagner-Jauregg, permitió a Frankl (que todavía no había alcanzado el doctorado) trabajar autónomamente en el ambulatorio psicoterapéutico del Departamento de Psiquiatría de la Clínica Universitaria de Viena. Con esta oportunidad, Frankl se lanzó a la búsqueda de un modo de operar psicoterapéutico manejable sobre la base de una imagen del ser humano influida por la filosofía existencial, movida por su resistencia al psicologismo y guarnecida con ideas propias, modo de operar éste que luego verificaría en la práctica profesional. Así, no tardó en llegar la hora del nacimiento de una técnica que ya se había vuelto famosa entre tanto: la técnica de la «intención paradójica» que superó, con un éxito inesperado, la prueba de la verificación empírica en la práctica clínica cotidiana.

El desarrollo de su modo de proceder

W. Soucek ha llamado a la Logoterapia «la tercera escuela de psicoterapia de Viena», formulación ésta bastante acertada si se tiene en cuenta que las tres corrientes vienesas –el psicoanálisis de Freud, la psicología individual de Adler y la Logoterapia de Frankl– son, a pesar de su proximidad en el tiempo, sendos edificios de pensamiento autónomos que no pueden derivarse los unos de los otros. Más aún, cada una de estas corrientes, surgidas sucesivamente, posee un carácter corrector (a la sazón no deseado) respecto de la anterior, lo que se puede ver asimismo en el hecho de que Frankl, a causa de su falta de ortodoxia, fuera finalmente excluido de la Sociedad para la Psicología Individual, como ya antes Adler se viera también excluido del Círculo de los Psicoanalistas.
En 1924 Frankl publicó un artículo en la Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse. Su segundo trabajo, publicado en 1925, apareció ya en la Internationale Zeitschrift für Individualpsychologie. En 1926 afloraron sus diferencias de opinión con Adler. Éste insistía en que los síntomas de la neurosis detectados en pacientes eran constantemente medios para la consecución de alguna ventaja egoísta, mientras que Frankl sostenía que un trastorno anímico podía tener también una función expresiva (sobre esto se da hoy día la más completa unanimidad). Por su parte, Oswald Schwarz, fundador de la medicina psicosomática, y Rudolf Allers, director de un laboratorio sensorio-fisiológico, respaldaron la postura de Frankl, al tiempo que la obra de Max Scheler El formalismo en la ética le convencía plenamente de que estaba siguiendo el camino correcto.
Tras su exclusión del círculo de Adler, Frankl fundó, junto con Fritz Wittels, autor de la primera biografía de Freud, y con Maximilien Silbermann, la Asociación Académica para la Psicología Médica (Akademischer Verein für Medizinische Psychologie), en cuyo programa de formación continua aparecía por primera vez la palabra «logoterapia». La Escuela de Viena dejaba así de analizar (psicoanálisis) y psicologizar (psicología individual) y pasaba a terapeutizar (logoterapia), y a este respecto no deja de ser curioso que el primer manual sobre Logoterapia, que Frankl redactó en borrador antes de la Segunda Guerra Mundial, lleve un título que no se propone una explicación ni una interpretación de los fenómenos psíquicos, sino la curación y la voluntad de ayudar en situaciones anímicas extremas; a saber, el «cuidado médico del alma».

La personalidad del fundador

¿Quién fue Viktor E. Frankl? Ilustraremos su evolución con la ayuda de algunas instantáneas. Tenemos al adolescente que no dejaba de preguntarse por el sentido de la vida, un espíritu sumamente inteligente, despierto y crítico. Tenemos al Frankl adulto que se comprometió con muchos avatares humanos, entre otros, con la Juventud Obrera Socialista de Viena. Frankl es quien, de manera paralela a su estudio, abrió en numerosas ciudades centros especiales de asesoramiento para la juventud. Quien en 1930 ideó una manera especial de entregar las calificaciones académicas, con el maravilloso resultado de que, por primera vez desde hacía muchos años, no se produjo ningún suicidio entre los estudiantes. Tenemos al flamante médico Frankl, quien, después de doctorarse, trabajó intensamente durante cuatro años en el Hospital Psiquiátrico de Viena Am Steinhof, época en la que pasaron por su consulta unos doce mil pacientes aquejados de depresiones profundas. Una persona que no se dejaba «contagiar» por dudas y angustias existenciales, pues poseía el potencial inquebrantable de un pensamiento positivo. Que quería establecerse como médico especialista, sin sospechar que la peor prueba de su capacidad de aguante estaba aún por llegar.
Tenemos al judío Frankl que, en el año aciago de 1940, se vio enfrentado a una terrible disyuntiva. Habría podido salir del país sin ningún riesgo –ya tenía en la mano el ansiado visado estadounidense–, pero a costa de abandonar a sus ancianos padres a un destino incierto. El cargo de médico jefe del Hospital Rothschild, de titularidad judía, que desempeñaba en aquellos momentos les aseguraba a sus padres una protección temporal contra la deportación. Frankl siguió la voz de su conciencia, aguantó bajo el régimen nazi y no aprovechó la oportunidad que le brindaba el visado. Incluso corrió riesgos suplementarios al proteger de la eutanasia a numerosos pacientes minusválidos e incurables.
A riesgo de su propia vida, Frankl defendió la idea de que la conciencia, en cuanto «órgano del sentido» del ser humano, permite rastrear el propio sentido de toda situación, y entonces el ser humano tiene el deber de seguirlo. Su postura parece hoy particularmente heroica si se tiene en cuenta que, al final y a pesar de su sacrificio, no pudo salvar a su parentela (sólo una hermana salió ilesa); pero cabe suponer que aquélla fue para él una decisión perfectamente «obvia». Frankl nunca se apartó de esta línea espiritual.
Logró salir vivo tras pasar por cuatro campos de concentración distintos. Sin embargo, el Frankl liberado en 1945 por soldados americanos parece más sosegado que el joven médico desbordante de iniciativas de antes de la guerra. ¡A cuántas penalidades tuvo que sobreponerse! Sus amigos le convencieron entonces para que solicitara el puesto de director del Departamento de Neurología del Policlínico de Viena, cargo que iba a desempeñar a lo largo de veinticinco años. Tuvieron que convencerle también de que publicara el emotivo documento «Un psicólogo en el campo de concentración» [en El hombre en busca de sentido]. No es de extrañar que necesitara el espaldarazo de los amigos. Sus cuatro primeros libros están dedicados a seres queridos muertos: su mujer, sus padres y su hermano.
Pero también estaba el Frankl conciliador, ejemplo y modelo para toda una generación de seguidores, que rechazó cualquier tipo de odio, así como el reproche de una supuesta culpa colectiva del pueblo alemán: para él, sólo valía la responsabilidad de cada persona individual. Enriquecido por su dolorosa experiencia, completó el aspecto humano de la Logoterapia (de la que Giambattista Torello iba después a afirmar que era «el último sistema completo de la historia de la psicoterapia»), consiguió una cátedra con ella y realizó un segundo doctorado, esta vez en filosofía. Su energía vital había rebrotado. Además de su actividad en la clínica y de las clases regulares en la Universidad de Viena, fundó una nueva familia e inició una serie de conferencias por varios países, sobre todo por América del Norte y del Sur. Sus manuales aparecieron en unas treinta lenguas distintas y en incontables ediciones; algunas de sus obras se convirtieron en best seller. En 1970 se creó en Estados Unidos la primera Cátedra de Logoterapia. A partir de entonces, el reconocimiento por p...

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