PRÓLOGO
He deals the cards to find the answer
The sacred geometry of chance
The hidden law of a probable outcome
The numbers lead a dance
I know that the spades are the swords of a soldier
I know that the clubs are weapons of war
I know that diamonds mean money for this art
But that’s not the shape of my heart
“The shape of my heart” (Sting).
En estos versos magistrales de uno de lo más grandes talentos musicales y poéticos de nuestra época, un jugador busca en las cartas la sagrada geometría del azar, la ley escondida tras un probable resultado. Los números marcan el paso del baile, pero su corazón tiene otra forma. Siempre borgiano, Sting canta a la humanidad doliente, y él, como muchos otros artistas, constituye un foco de resistencia a lo que Lierni Irizar –siguiendo el hilo de una investigación que recorre su obra– denomina en este nuevo libro banalizaciones contemporáneas. Un libro en el que con su acostumbrado estilo formula en un lenguaje claro, bello y riguroso, lo que podríamos denominar la forma del corazón que el paradigma reinante pretende imponer.
Tomando como fuente inspiradora el célebre ensayo de Hanna Arendt, Eichmann en Jerusalem (que en su versión original en lengua inglesa lleva el subtítulo de Informe sobre la banalidad del mal), Lierni Irizar nos propone una extensión del concepto, una pluralización de las banalidades que colonizan vertiginosamente la era contemporánea. Adelantemos su tesis, de acuerdo con nuestra lectura: si empleamos el esquema del discurso universitario tal como Lacan lo formula, el saber tecnocientífico se aplica a los seres hablantes para fabricar un nuevo prototipo de sujeto, el yo cuantificado, el self que responde a la estandarización que resulta funcional al sistema político, económico y social de nuestra era. El yo cuantificado está cuidadosamente diseñado para servir a los intereses de una política de vida al servicio de la gestión industrial y mercantil de los lazos sociales humanos. Para ello, el objetivo primordial es despojar al sujeto de todo aquello que constituya un obstáculo en la construcción del mundo feliz, cimentado sobre los desperdicios y desechos que el Proceso genera a medida que la idea de progreso se impone en todos los registros de la existencia. Progreso entendido como intento de reducción de la incómoda condición del sujeto hablante a una nueva entidad, que habrá de responder a la objetivación algorítmica. El nuevo corazón del hombre ya no requiere de palabras, ni de significados, ni de pensamiento. Es un corazón preparado para triunfar, para ingresar en el conjunto de los conquistadores, de los que ganan en el la lucha social, puesto que han aceptado las condiciones y los retos que la ingeniería industrial y financiera propugnan. La política de vida ya no es asunto de los políticos, ni de los sociólogos, ni de los filósofos. Son los ingenieros quienes marcan el paso, y de un modo que ha sucedido casi sin darnos cuenta, los ciudadanos depositan su confianza en las grandes compañías tecnológicas (Google, Facebook, Twiter) para orientarse en sus derroteros. Grandes compañías que asumen un liderazgo y un papel que de manera insidiosa supera en importancia al de los Estados. Lo hacen porque su promesa es arrolladora, y supera con creces todo aquello que la política podía ofrecer como gestión de los asuntos humanos: la promesa de que trabajan en pos del objetivo de suprimir lo que se opone al principio del placer. La técnica conduce así a una banalización de la vida, al promover el espejismo de un presente perpetuo, un acceso inmediato a los deseos, una eliminación del pensamiento reflexivo, una supresión de cualquier posibilidad de interrogación. En definitiva: la Memoria Absoluta de la acumulación infinita de datos, que desconoce la posibilidad del olvido, es paradójicamente un instrumento que nos prepara para la eliminación progresiva del lenguaje. El lenguaje humano es un grave problema que la técnica necesita resolver. El paradigma de la ingeniería rechaza violentamente las complicaciones que dicho lenguaje supone para la inteligencia artificial, que a consecuencia del malentendido intrínseco al habla humana se resiste a ser asimilado por la codificación algorítmica. Si el algoritmo no logra reproducir los misterios de la metáfora, los retorcimientos de la poesía, los enigmáticos enlaces entre la palabra y el cuerpo gozante, entonces habrá que proceder drásticamente: modificar el habla humana, adaptar el lenguaje del parlêtre a las exigencias de la objetivación matemática. Esta nueva obra de Lierni Irizar nos traza un recorrido que conduce a una advertencia: los reduccionismos del discurso tecnocientífico operan mediante una banalización de los grandes asuntos humanos: el sufrimiento, la enfermedad, la muerte, la imposibilidad, el deseo. Resulta decisivo señalar en este punto que ciencia y técnica se van separando progresivamente. Los ingenieros y los científicos divergen en un punto esencial. Mientras la ciencia reconoce lo imposible como límite que actúa como causa de su progreso, la técnica propugna la ideología de que todo límite puede ser superado, y que solo se necesita tiempo para encontrar una solución técnica a cualquiera de los problemas que afectan al ser hablante. Más aún: la técnica convierte en problemas a resolver todo aquello que forma parte ineludible de la condición humana. Si como afirma Lierni, citando a Kundera, el hombre no sabe ser mortal, la ingeniería propone la solución perfecta: en lugar de enseñarle al hombre a reconciliarse con su ser para la muerte, pongámonos a la tarea de conquistar la inmortalidad. Poco importa que los avances en este sentido sean es...