La novela del encanto de la interioridad
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La novela del encanto de la interioridad

Literatura, filosofía, psicoanálisis

Hélène Pouliquen

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Literatura, filosofía, psicoanálisis

Hélène Pouliquen

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En busca del tiempo perdido (y especialmente El tiempo recobrado), de Marcel Proust, El encanto de Lol V. Stein, de Marguerite Duras, El amor en los tiempos del cólera, de Gabriel García Márquez e, incluso, Los caballitos del diablo, de Tomás González, pueden ser leídas como novelas del encanto de la interioridad. Este es un concepto estético, cuya valoración del mundo —sin ser ingenua o complaciente con el malestar de nuestro presente— se caracteriza por la creencia en que el ser humano puede ser feliz, que es la promesa más ambiciosa de la modernidad. El héroe de esta clase de novela emerge triunfante, aunque sea por un momento, cuando halla en su interioridad verdades que le permiten gozar de la experiencia de la dicha y la plenitud. Fruto de su revuelta, de su lectura crítica de la sociología de la novela, Hélène Pouliquen considera en este ensayo teórico la existencia de un tipo novelesco menos escéptico que los planteados por Georg Lukács en su Teoría de la novela. Por eso, desde una perspectiva transdisciplinar en la que convergen la historia, la filosofía y el psicoanálisis, presenta una nueva visión de la novela, conectada con la experiencia positiva del ser humano, amenazada ciertamente por el dolor y la negatividad y, sin embargo, caracterizada por la posibilidad real que tiene cada persona de "asumir el fracaso, levantar cabeza, abrir nuevas vías", para "rehacer sin cesar su apuesta de amar-matar", como dice Julia Kristeva.

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III. EL CONCEPTO DE EDIPO-PRIMA DE JULIA KRISTEVA: ORIGEN DE LA PARTICULARIDAD, DE LA REVUELTA Y DEL ENCANTO DE LA INTERIORIDAD
En este tercer capítulo, me propongo definir un conjunto de novelas que el joven Lukács, en su famosa Teoría de la novela (escrita entre 1914 y 1915), descartaría como tales: para él son novelas solo aquellas obras narrativas caracterizadas “a la vez por la comunidad y el antagonismo radical entre el héroe y el mundo” (Goldmann 1963, 173; mi traducción). Goldmann indica ya que Lukács “limita él mismo [su análisis] a un sector de la literatura novelesca, eliminando lo que llama las formas degradadas, la ‘literatura de diversión’”, y en la cual trata, equivocadamente, nos parece, de incluir una de las formas novelescas más importantes, a saber, la obra de Balzac. Esto nos permite subrayar, con Goldmann, la ausencia de por lo menos un tipo de novela muy importante en la clasificación lukacsiana.
Los tres tipos de novela definidos por Lukács son: la novela del idealismo abstracto, cuyo ejemplo estaría dado por El Quijote, la novela de formación (el Bildungsroman), ejemplificado por Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, de Goethe, y la novela del romanticismo de la desilusión, cuyo modelo sería La educación sentimental, de Flaubert. Los tres tipos de novela tendrían el mismo desenlace, característico: el de la madurez viril del héroe, que, después de un recorrido (el recorrido mismo de la novela) que consiste en la pérdida de sus ilusiones, toma conciencia del carácter irreconciliable, total o parcial, de sus aspiraciones con la realidad del mundo. La ruptura insuperable entre el héroe y el mundo, por tanto, conlleva a un desencanto radical del hombre maduro, a un escepticismo moral radical (en mi sentido, más característico de la posición de Flaubert en Madame Bovary que en La educación sentimental, en donde la posición escéptica se tiñe de cierta jocosidad gauloise, de cierta posición carnavalesca cómico-seria, con la alusión a la expedición frustrada de los héroes adolescentes a la casa de citas, como “lo mejor que les ofreció la vida”, finalmente).
El tipo de novela ausente de la teoría de Lukács, según Goldmann, no es, sin embargo, el que quiero señalar y definir. En la propuesta de Lukács, la virilidad es una posición ética, que me propongo poner en relación con el desenlace catastrófico (según la expresión misma de Freud), aunque si bien deseable, del Edipo masculino, y que consiste en renunciar al deseo esencial, fundamental (tomar el lugar del padre y apoderarse de la madre), y renunciar así a lo real, así como a la jouissance, al goce (Lacan). El psicoanalista francés André Green ha sugerido que el sistema freudiano estaba esperando el concepto de goce, de jouissance, al cual Freud no llegó si bien lo presentía: está allí, como ausencia, como manque, necesaria, así como, creo, está allí el encanto de la interioridad, como posición novelesca que corresponde a cierto tipo de revuelta (Kristeva) ante el carácter irremediable de la catástrofe edípica, de la renuncia al deseo y al goce, revuelta propiamente femenil (en oposición a la madurez —aceptación— viril).
Lacan, en un primer tiempo de su reflexión, como Freud, opina que la aceptación de la renuncia, de la catástrofe es indispensable para propiciar la entrada en el mundo simbólico, el mundo de la ley social, de los códigos disyuntivos, garantía de obediencia a la palabra-del-padre, garantía de acceso al discurso social, “claro y distinto” (Descartes). Sin embargo, como lo señaló Jacques-Alain Miller, en 2002, habría dos fases en la obra de Lacan: en la primera “lo simbólico es primordial” y en la segunda “se atraviesa este fantasma y se restaura lo real en sus poderes igualmente causales” (citado en Stavrakakis 2010, 117). Ya en 1972, Gilles Deleuze y Félix Guattari, en El anti-Edipo, habían señalado que, en el psicoanálisis, desde Freud, “Edipo es el quiebre idealista. Pero no se puede decir que el psicoanálisis empezó a ignorar la producción del deseo […], la naturaleza no-edípica de la producción del deseo se mantiene, pero remitida a las coordenadas del Edipo y así traducida como ‘preedípica’, ‘paraedípica’ o ‘casi edípica’” (64-65).
Esta crítica de Deleuze y Guattari es una oposición, vanguardista en la época, al enfoque todavía plenamente estructuralista —de inspiración lingüística formal— del psicoanálisis lacaniano. Pero, como lo señala Jacques-Alain Miller, si bien Lacan, en una primera frase, dentro de una perspectiva (de época) lingüística formal, considera que en los humanos (a diferencia de los animales) “la jouissance (el goce) no puede reducirse a procesos naturales y, en consecuencia, solo es posible hablar de ella con propiedad una vez agotado el proceso lingüístico” (Lacan 1991, 53) y propone reducir todo al lenguaje, en un primer momento del análisis. Sin embargo, se dispone a una reversión radical, con la que da inicio a su segunda fase y en la que abandona esta prioridad del ser discursivo, de la identidad construida lingüísticamente, de los objetos y los seres, de esta realidad que las sociedades (y especialmente los seres supuestos saber, que detentan el poder simbólico por haber renunciado a su deseo, por haber aceptado la catástrofe edípica) construyen, empleando sus recursos simbólicos, cubriendo así lo real que, a diferencia de la realidad (lo real cubierto por un velo tranquilizante y neutralizante de su fuerza de angustia y de goce, humanizado, discursivizado), posee una existencia extradiscursiva y produce goce, a la vez que angustia, pero que es imposible de inscribir en su totalidad en articulaciones de la realidad (del discurso socializado).
Según Miller (citado en Stavrakakis 2010), en su segunda fase, después de su reversión radical, Lacan sugiere que los “residuos de lo real [después de una reducción radical del discurso al significante] deben ser interpretados con la mayor minuciosidad posible”. Miller presenta así la evolución de Lacan: “Lacan, que había echado incienso a la palabra, la califica ahora de parloteo, de blablabla, e incluso de parásito del ser humano […]. Rebajó de nivel su concepción del lenguaje y el de estructura que ya no situó en absoluto en el nivel de lo real”. Stavrakakis (2010), apoyando su análisis sobre el texto de Richard Brothby, Freud como filosofo, de 2001, establece enseguida la relación lacaniana esencial entre lo real, lo simbólico y el goce (la jouissance):
Lo real, en especial a través de las tipologías lacanianas de la jouissance, deviene el análogo lacaniano del impulso o Drang de la pulsión freudiana. Junto con el nivel significante, pero también más allá de él, ahora es importante ‘buscar lo real, el goce en todo’ […]. Ahora el goce adquiere cierta prioridad conceptual y causal sobre el significante […], la jouissance se teoriza como lo que relega lo simbólico al estatus de un semblant imaginario. (287)
En este momento, Lacan abandona la idea de la preeminencia del significante (en el sentido saussureano) en la producción de sentido y produce una serie de neologismos, como signifiance, que reconceptualiza el término de significación, o jouis-sens, goce-sentido y sobre todo la-langue, la-lengua; estos neologismos designan “campos paradójicos en donde se desdibujan los límites entre lenguaje y jouissance, que se contaminan en el nivel más profundo: indica la fuerza de un lenguaje no lingüístico, que está antes y después del lenguaje” (ibíd., 117). Kristeva (1974) designará como lo semiótico a ese sistema expresivo elaborado antes de la entrada más rotunda en lo simbólico (en la palabra-del-padre), y que está marcado por un kairós (un encuentro exultante entre poder y disfrute, dominio del lenguaje y goce de los múltiples placeres del mundo de la madre, cuando todavía no se ha dado la “castración simbólica”, la represión de los placeres “perversos polimorfos” preedípicos). Ya veremos cómo Kristeva (en su curso de 1994-1995, titulado Sentido y sinsentido de la revuelta) plantea un desarrollo de la particularidad del Edipo femenil (de la niña, pero también eventualmente del niño, pero no varonil, en el sentido axiológico), al cual Freud había renunciado a dar una forma, ya que para él la mujer y su “continente minomicénico” era un misterio.
Acabamos de ver que Lacan se va acercando hasta cierto punto a este continente marcado por lo que Kristeva llama la creencia en lo ilusorio del falo y el kairós de un Edipo-prima (entre los tres y los cinco años), al cual se puede volver, en un tránsito siempre posible, para no quedar en la posición de castración simbólica promovida por la angustia del temor a la castración que acompaña el Edipo “clásico”, freudiano, conceptualizado por Kristeva como Edipo-bis. Este tránsito siempre posible, tanto para la niña como para el niño (y luego para la mujer y para el hombre), posición femenil por excelencia, sería, según Kristeva, el origen de una revuelta que garantiza la vida psíquica, el goce siempre renovado, y que permite evitar la banalización y el tedio de la vida, así como la pérdida de la dimensión estética (en la vida y en el arte) en la sociedad espectáculo, la sociedad de consumo, de intercambio a nivel planetario, de la última modernidad, la modernidad tardía, llamada también posmodernidad.
Quisiera, a partir de la lectura de cierto número de novelas que llamo del encanto de la interioridad, proponer que la particularidad femenil del Edipo-prima, conceptualizado por Kristeva, puede ser vista como la base última de un tipo de novela del disfrute posible que vendría a sumarse a los tres tipos de novelas (todas escéptico-estoicas) propuestas por Lukács. Esto, obviamente, no reemplazaría a la dialéctica negativa de la novela crítica con las ideologías sociales, como simples emanaciones del poder simbólico, manto de realidad sobre lo real, sino que le permitiría al sujeto encontrar su lugar, modesto o flamboyant, en ciertas fallas de los discursos o modelos identificadores sociales en esta dialéctica irreductible entre lo social y lo individual, señalada por Adorno, pero (relativamente) vencida por grandes novelistas (George Eliot, Lev Tolstói, Henry James, Marcel Proust, Virginia Woolf, Marguerite Duras, Gabriel García Márquez, Tomás González).
Antes de analizar, con mayor precisión, en otro texto, la posición específica del encanto de la interioridad en un grupo de novelas, me propongo, entonces:
  1. Considerar de manera detallada la propuesta, en la obra de Kristeva, de una resolución del Edipo distinta de la que Freud propone y que llevaría a un “nuevo mundo amoroso” (Kristeva 2007, 200) y, en cuanto a lo que nos interesa aquí, a un nuevo mundo novelesco.
  2. Poner esta propuesta en relación con las preguntas que se hacen Freud y Lacan acerca de la feminidad y la posición femenil, sin encontrar respuesta, con elementos de respuesta en la obra de Marguerite Duras.
  3. Relacionar el señalamiento de Thomas Pavel (2003) de la emergencia de un grupo de novelas, en la segunda mitad del siglo XIX, que él concibe como la síntesis entre dos tendencias opuestas en la novela moderna, desde el siglo XVIII, entre un idealismo nacido de un proceso de interiorización del ideal, típicamente moderno, ya que la ontología moderna plantea que “la norma abandona el cielo trascendente para abrigarse en la interioridad de los personajes” (434), y un realismo fuertemente opuesto a este idealismo y heredero de una “concepción escéptica y cómica de la imperfección humana”, también ampliamente ilustrado en la novela del siglo XVIII y que culminará con la novela de Flaubert en el siglo XIX, novela radicalmente escéptica. Dentro del grupo de estas novelas de síntesis entre idealismo y realismo estarían novelas que situaré en una nueva categoría que llamo del encanto de la interioridad (Middlemarch, de George Eliot, y, parcialmente, las novelas de Tolstói La guerra y la paz y Anna Karenina).
Debo señalar aquí, desde ya, que el concepto central de Pavel en su Pensamiento de la novela, el encantamiento de la interioridad, es de carácter sociohistórico y fue elaborado para designar el fenómeno histórico que marca el principio de la modernidad, generalmente situado en el Renacimiento. La modernidad, en cuanto a Francia —según Marx, autor del modelo más claro y contundente en cuanto a las fases del desarrollo histórico desde la Edad Media (modelo cuestionado por Julia Kristeva, entre otros, como lo veremos)—, se consolidaría en el siglo XVII con el racionalismo cartesiano. Es necesario señalar, sin embargo, que Descartes renunció a racionalizar la totalidad de su experiencia y dejó fuera de su pensamiento racional toda su ética y su metafísica. En todo caso, el encantamiento de la interioridad de Pavel designa el movimiento del principio de la modernidad, cuando el hombre occidental empieza a pensar con sus propias categorías mentales y a juzgar con sus propias evaluaciones éticas (la moral colectiva empieza a ser remplazada por éticas individuales, particulares y múltiples, diría Gilles Lipovetsky [1996]): los pensamientos y los juicios, moldeados antes por sistemas trascendentes (como las religiones), emergen ahora de sistemas particulares inmanentes, nacidos en los individuos. Pavel se contenta, después de proponer su categoría histórica de encantamiento de la interioridad como marca de la modernidad y de haber señalado, en cuanto a la novela moderna, dos tendencias esenciales, las novelas idealistas y las novelas escépticas (o realistas), con buscar una categoría mixta, la novela de síntesis. La reflexión de Pavel, sin embargo, me estimuló para pensar en un nuevo tipo de novela, del encanto de la interioridad (categoría no histórica, sino axiológica), diferente de los tres tipos (escépticos, más o menos radicales) planteados por el joven Lukács en su Teoría de la novela.
De este modo, en mi reflexión, lo que era el corpus de la novela de síntesis, según Pavel, deviene, ampliado y revisado, un corpus de novelas del encanto de la interioridad: el corpus preliminar tentativo incluye la novela de Voltaire, de George Eliot, de Thomas Hardy, de Henry James, de Marcel Proust, de Virginia Woolf, de Marguerite Duras y un número apreciable de novelas colombianas cuya lista se establecerá más adelante.
Posible designación del origen íntimo de la novela del encanto de la interioridad en el Edipo-prima conceptualizado por Julia Kristeva
En Sentido y sinsentido de la revuelta, de Julia Kristeva, he encontrado una posible designación del origen íntimo de lo que resolví llamar una novela del encanto de la interioridad: el Edipo-prima. Kristeva ubica este Edipo-prima, que se da entre los tres y los cinco años, tanto en niñas como en niños, antes del Edipo-bis, descubierto por Freud, que se daría hacia los cinco años, en niños y niñas. El Edipo-prima está marcado por un kairós (un estallido de gozo), un sentimiento de plenitud y de poder, mitigado eventualmente por una decepción angustiante, característica también del estadio del espejo lacaniano, corazón de lo imaginario, y que es el origen de una ontología de la particularidad y de la revuelta que Julia Kristeva lee en la obra del monje medieval Duns Scoto, así como en la obra del teórico ruso Mijaíl Bajtín. Lo imaginario de Lacan, opuesto, en una triada, a lo simbólico y lo real, sería, según Kristeva, el origen de una nueva ontología que, me parece, genera un nuevo modelo antropológico del hombre moderno, de sus relaciones amorosas, de su ruptura con el mundo social (eventualmente, no insuperable), y que tiene dos orígenes que ella misma señala.
En primer lugar, el monje franciscano, filósofo, lógico, teólogo, Duns Scoto (1266-1308), llamado el Doctor Sutil, “no realmente políticamente correcto”, precisa Kristeva, en plena Edad Media, inventa el yo, afirma la anterioridad lógica de la particularidad, en relación con las ideas generales. El yo singular, limitado, social (el yo axiológico de Bajtín) está inclinado a creer en la existencia del alma del otro, igualmente limitado, social. Duns Scoto inventa así la intersubjetividad que hace posible el amor, con el reconocimiento de la existencia del otro singular, como afirma Kristeva en Solo una mujer (2007, 25-26). Así mismo, la intersubjetividad posibilita la posición del encanto de la interioridad, en la novela, puedo agregar.
Kristeva se declara “más scotista que feminista” e indica que la filosofía (la ontología) de Scoto se da en una época que se acompaña (a pesar de los lugares comunes de la historia intelectual y artística: estamos en la Edad Media) de una individualización creciente en el arte europeo. Recordemos también que Kristeva (1970) sitúa, en su análisis de la novela francesa El pequeño Jehan de Saintré, en El texto de la novela, el origen del régimen (moderno) del signo, disyuntivo, creador del tiempo (en oposición a la duración épica), y de la problemática de la temporalidad, es decir, de la ambigüedad, en esta obra del siglo XV, indicando así que al lado del régimen semiótico del símbolo, no-disyuntivo, el régimen de la epopeya premoderna, conectada con las ideologías de las civilizaciones “cerradas” (Lukács), ya nacía, en la Edad Media, el régimen semiótico del signo, que corresponde a los procesos de individualización modernos, origen de la novela como género dominante.
Recordemos también que Kristeva conoció y admiró tempranamente la obra de Bajtín (su texto “Bajtín, el enunciado, el diálogo, la novela” es de 1967). En La obra de François Rabelais y la cultura popular en la Edad Media y bajo el Renacimiento, Bajtín ([1936] 1970) señala enfáticamente como terreno ideológico gestor de la novela a los géneros cómico-serios medievales y a la forma cultural del carnaval, con su “mundo al revés” y su ideología de revuelta contra el mundo oficial (imperativo, disyuntivo), generador de los “grandes géneros” de la epopeya y la tragedia. Esta dualidad de la cultura medieval y el peso de la ideología popular durante el periodo escaparon a Lukács, que si bien vio el proceso de individualización y la confrontación con el mundo como la marca de la forma novelesca, “forma épica de la modernidad”, no sacó todas las conclusiones posibles, en cuanto al desenlace, de la confrontación: que la emergencia de la singularidad que la modernidad permite se daría, eventualmente, en la dicha (su habitus social y familiar húngaro seguramente no se lo permitió).
Kristeva subraya también cómo, en nuestra época, la banalización (moderna t...

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