Introducción
A diferencia de las décadas pasadas, actualmente ya no llama la atención que un número cada día más creciente de miembros, líderes y pastores de las iglesias evangélicas manifiesten un mayor interés en los asuntos públicos e incursionen en los procesos electorales como candidatos de partidos confesionales o de otros partidos políticos. Sin embargo, pese a que se trata de una novedad en la conducta pública de los evangélicos, si se la compara con la conducta habitual de abstencionismo o de «apoliticismo» de años anteriores, todavía les queda un largo camino por recorrer en el campo de la política. Las razones son varias.
En primer lugar, porque un balance apretado de la incursión de los evangélicos latinoamericanos en la política en años recientes demuestra que ellos siguieron casi la misma ruta que la de los políticos tradicionales. Es decir, no estuvieron libres de problemas endémicos como los casos de corrupción, nepotismo, clientelismo, favoritismo, ambición, entre otros; una conducta indeseable que para nada contribuyó a dibujar un rostro público completamente distinto al de la mayoría de los políticos no evangélicos.
En segundo lugar, debido a que, siendo mayormente personajes desconocidos fuera de la comunidad evangélica y no teniendo otra base social sobre la cual orientar su campaña electoral, no les quedó otro camino que el de utilizar el púlpito de las iglesias evangélicas como espacios de propaganda política partidaria, los templos como locales partidarios y a los creyentes como masa de maniobra en sus campañas electorales. Instrumentaron así la religión en beneficio propio, manipularon la fe de los miembros de las iglesias evangélicas, y utilizaron los lugares de culto como centros de captación de electores y de propaganda de su discurso político-religioso.
En tercer lugar, porque necesitan entender que el campo de la política es una frontera misionera que tiene sus propias reglas de juego, en las cuales el lenguaje religioso y las buenas intenciones son insuficientes si se desconoce que se trata de un terreno en el que los acuerdos y consensos son el pan de cada día. En otras palabras, la política no es un terreno en el que deben transitar los novatos e improvisados, como tampoco los arribistas y ambiciosos. Entre otras razones, porque el juego del poder exige, además de una cultura política mínima y de experiencia previa de gestión ciudadana, competencia profesional y solidez ética.
En cuarto lugar, porque la experiencia de los últimos años indica que buena parte de los evangélicos que estuvieron en el espacio público o se presentaron como candidatos, carecían de un discurso público basado en los principios del reino de Dios. Lo más que tenían era un lenguaje religioso adornado con citas bíblicas casi siempre sacadas de su contexto o manipuladas para legitimar sus acciones sociales y políticas, pero demasiado lejos de una teología bíblica que refleje una reflexión crítica sobre el tema del poder y de la política como servicio al prójimo.
Teniendo en cuenta todas estas limitaciones y vacíos, y como una forma de coadyuvar a un mejor desempeño de los evangélicos con vocación de servicio al prójimo cuando incursionen en los distintos espacios de la vida pública, los estudios bíblicos reunidos en este pequeño volumen buscan proporcionar un insumo teológico básico para la acción misionera en un terreno relativamente nuevo todavía para la mayoría de evangélicos. Particularmente, intentan articular la propuesta política del reino de Dios, relacionándola con la naturaleza de la iglesia como una sociedad alternativa y con la presencia misionera de los creyentes en los movimientos sociales y en la comunidad política.
Capítulo 1
La política de Jesús
La perspectiva lucana del poder
Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor. Pero Él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad son llamados bienhechores; mas no así vosotros, sino sea el mayor entre vosotros como el más joven, y el que dirige, como el que sirve. Porque, ¿cuál es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Mas yo estoy entre vosotros como el que sirve.
—Lucas 22.24–27
Uno de los asuntos críticos que ha generado una amplia discusión teológica y política al interior de la comunidad evangélica es el tema de la incursión de un número cada día más creciente de ciudadanos de confesión evangélica en la plaza pública. Sin embargo, la experiencia reciente de estos nuevos actores sociales y políticos, da cuenta de que su gestión no ha sido ni distinta ni mejor que la de la mayoría de los políticos tradicionales. A pesar de ese déficit ético, un déficit que ha puesto en tela de juicio el testimonio público de todos los ciudadanos evangélicos, no se puede negar que la comunidad evangélica ya no pasa desapercibida en las sociedades latinoamericanas.
Teniendo en cuenta todos estos datos de la historia reciente de los evangélicos, varias preguntas se pueden formular con respecto a la incursión de ciudadanos de confesión evangélica en la plaza pública. ¿Sobre qué bases teológicas y éticas se tiene que articular el ejercicio ciudadano de los evangélicos cuando participan en los movimientos sociales y en los partidos políticos? ¿Qué fundamentos bíblicos deben modelar la práctica política de los ciudadanos evangélicos cuando estos se encuentren en los espacios de poder?
Uno de los documentos claves del Nuevo Testamento, sumamente valioso para responder a estas preguntas, es el evangelio según San Lucas. De entre los textos de este evangelio que se pueden examinar para conocer la perspectiva lucana del poder, destaca notoriamente Lucas 22.24–27. Precisamente en este capítulo, a la luz de todo el testimonio lucano, se examinará con cierto detalle este texto tratando de captar la propuesta teológica relacionada con el tema del poder político que allí subyace, y conectándola con los desafíos sociales y políticos del entorno de misión.
El testimonio lucano
El tema del poder político es uno de los ejes transversales del evangelio según San Lucas. Al respecto, un examen panorámico de los relatos del evangelio de la infancia, registrados únicamente por San Lucas en su evangelio, ilustra ampliamente esta afirmación. El Magnificat o Canto de María (Lc 1.46–55), El Benedictus o Canto de Zacarías (Lc 1.67–79) y El Nunc Dimittis o Canto del anciano Simeón (Lc 2.29–32) dan cuenta de ello.
Así, por ejemplo, el contenido innegablemente político del Magnificat insinúa que para la doncella María, la esperanza mesiánica tenía como horizonte una completa transformación de las relaciones sociales y una inversión radical de la pirámide del poder:
Quitó de los tronos a los poderosos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes, y a los ricos envió vacíos (Lc 1.52–53). Las palabras de María pueden explicar por qué para Carlos Escudero en este canto se presenta a Dios como el Dios intrahistórico, cercano, inmediato, el acompañante, guía y defensor del pueblo. Es el Dios de Israel, de su experiencia y liberación histórica, el Dios del éxodo, que se convierte en el paradigma de las demás liberaciones históricas (Escudero 1978: 200–201).
Además, el contenido de las palabras del anciano Simeón (Lc 2.25) y de la profetisa Ana (Lc 2.38) indica que para ellos la presencia del Mesías en el escenario de la historia humana estaría conectada con la liberación de Israel. Lucas subraya que Simeón esperaba la consolación de Israel (Lc 2.25) y Ana la redención en Jerusalén (Lc 2.38). En ambos casos, como lo puntualiza Lucas en su evangelio (Lc 2.25, 37), no se puede negar la connotación política que subyace en la esperanza mesiánica de estos dos ancianos, justos y piadosos. En palabras de Howard Yoder:
Cualquiera sea la «verdadera forma histórica» de los eventos subyacentes detrás de la historia, podemos estar seguros de que, en la atmósfera de alta sensibilidad apocalíptica en la que vino Jesús, al menos era posible, sino normal para aquellos que esperaban la «consolación de Israel», ver en estas liberaciones milagrosas de la historia del Antiguo Testamento un paradigma del modo en que Dios salvaría a su pueblo en ese momento (Yoder 1985: 65).
Lucas en su evangelio no elude, entonces, el tema del poder político. Él presenta a Jesús de Nazaret como el Mesías prometido por los profetas del Antiguo Testamento, cuya plataforma programática expuesta en la sinagoga de Nazaret constituye un claro indicativo tanto del contenido como del alcance de su misión liberadora (Lc 4.16–30). De acuerdo con el testimonio lucano, su misión liberadora tenía como horizonte revertir el destino de los pobres y de los sectores condenados al ostracismo social, como las mujeres, los cobradores de impuestos, los niños, los samaritanos y los leprosos. Dos temas clave del tercer evangelio son suficientemente explícitos sobre este asunto. Por un lado, el amor especial de Dios por los pobres y los excluidos del mundo; por otro, la naturaleza y el alcance universal de la misión (López 2004a: 17–47).
Parece claro, entonces, que para Lucas la proclamación de Jesús relativa al reino de Dios tenía una dimensión política incuestionable Todo el evangelio de Lucas da testimonio de ello. Sin embargo, pasajes exclusivamente lucanos como Lucas 13.32, un texto en el que Jesús llama a Herodes Antipas la autoridad temporal de ese tiempo, aquella zorra o un gobernante astuto, son especialmente notables para captar la textura teológica del tercer evangelio con respecto al tema del poder político. Lo mismo se puede afirmar sobre el carácter claramente político de la predicación de Juan el Bautista (Lc 3.1–18), un profeta que criticó públicamente incluso al propio Herodes Antipas, el gobernante temporal de ese tiempo (Lc 3.19); crítica pública que lo condujo primero a la prisión (Lc 3.20) y, posteriormente, a la muerte (Lc 9.9).
Particularmente, en Lucas 22.1–71 el tema del poder político tiene detalles singulares relacionados con el contraste entre los valores del reino de Dios y los valores sobre los que se sostienen los reinos de este mundo instrumentados por la potestad (exousía) de las tinieblas (Lc 22.53). Todo el capítulo 22 del tercer evangelio registra lo que bien podría llamarse la hora de la potestad de las tinieblas (Lc 22.53).
En este capítulo se registra el complot para matar a Jesús de Nazaret, un complot en el que uno de sus discípulos, Judas Iscariote —cuyo apelativo Iscariote probablemente significa sicarius o sicario (Cullmann 1980: 21)— participó activamente (Lc 22.1–6). Se registran también los relatos de la institución de la cena del Señor (Lc 22.7–23), el anuncio de las negaciones de Pedro (Lc 22.31–34), la oración de Jesús en el huerto de Getsemaní (Lc 22.39–46), el arresto de Jesús (Lc 22.47–53), las negaciones de Pedro (Lc 22.54–62) y el remedo de juicio que le hicieron a Jesús las autoridades religiosas judías (Lc 22.63–71).
Resulta interesante notar, además, que en este capítulo se hace referencia en varios momentos a la espada (Lc 22.36, 38, 49, 52), un instrumento para matar o un arma de guerra cuyo matiz político no necesita mayor explicación, particularmente, si se lo asocia con la existencia de grupos de resistencia a la ocupación militar romana como los zelotes y los sicarii.
Precisamente, teniendo como trasfondo todos estos datos registrados por Lucas en su evangelio y durante la institución de la Cena del Señor en el aposento alto, se ubica el relato de la discusión de los discípulos de Jesús acerca de quién de ellos iba a ser el más importante o el más grande en el reino de Dios. ¿Por qué? ¿Qué intentó comunicar Lucas a sus primeros lectores?
Un dato significativo puede ayudarnos a entender la intención particular del autor del tercer ...