¿Ha enterrado la ciencia a Dios?
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¿Ha enterrado la ciencia a Dios?

John C. Lennox, Marciano Escutia López

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¿Ha enterrado la ciencia a Dios?

John C. Lennox, Marciano Escutia López

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¿Por qué existe algo en vez de nada? Más en concreto, ¿por qué existe el universo? ¿De dónde vino y hacia dónde va, si es que se encamina a algún sitio? ¿Constituye la realidad última o hay un más allá? ¿Se puede preguntar por el significado de toda la realidad, o tenía razón Bertrand cuando dijo que "el universo está ahí y no hay más"?Aunque la ciencia con todo su poder no puede lidiar con algunas de las preguntas fundamentales que hemos hecho, el universo contiene ciertas pistas sobre nuestra relación con él, pistas que son accesibles científicamente. La inteligibilidad racional del universo, por ejemplo, apunta a la existencia de una Mente responsable tanto del universo como de nuestras mentes.

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Information

Year
2020
ISBN
9788432152139
1.
LA GUERRA DE LAS COSMOVISIONES
«La ciencia y la religión son irreconciliables».
PETER ATKINS
«Todos mis estudios… han confirmado mi fe».
SIR GHILLEAN PRANCE, F(ellow)R(oyal)S(ociety)
«La próxima vez que alguien te diga que algo es cierto, pregúntale: “¿Qué tipo de pruebas lo justifican?”. Y si no recibes una buena respuesta, espero que te lo pienses muy bien antes de creerle».
RICHARD DAWKINS FRS
¿EL ÚLTIMO CLAVO EN EL ATAÚD DE DIOS?
Existe la impresión popular generalizada de que cada nuevo avance científico es otro clavo en el ataúd de Dios, impresión alentada por algunos científicos influyentes.
El profesor de Química de Oxford Peter Atkins escribe: «La humanidad debería aceptar que la ciencia ha eliminado la justificación para creer en un fin cósmico, y que cualquier intento de mantener tal fin está inspirado únicamente por el sentimiento»[1]. Lo que no queda claro es cómo la ciencia que, como siempre se ha pensado, no está para tratar temas de cosmovisión, podría hacerlo, como se verá más adelante. Lo que sí está claro es que Atkins reduce de un plumazo la fe en Dios no simplemente a un sentimiento sino a un sentimiento enemigo de la ciencia. Atkins no es el único. Para no ser menos, Richard Dawkins da un paso más allá. Piensa que la fe en Dios es un mal que hay que eliminar:
Está de moda ponerse apocalíptico ante la amenaza para la humanidad del virus del SIDA, la enfermedad de las “vacas locas” y muchas otras, pero creo que se puede argumentar que la fe es uno de los grandes males del mundo, comparable al virus de la viruela, pero más difícil de erradicar. La fe, al ser una creencia no basada en evidencia empírica, es el vicio principal de cualquier religión[2].
Más recientemente ha expresado Dawkins que la fe no es simplemente un vicio sino, además, un engaño. En su libro The God Delusion[3] copia la siguiente cita de Robert Pirsig, autor de Zen and the Art of Motorcycle: «Cuando una persona tiene alucinaciones, se habla de locura. Cuando son muchas las personas, se llama Religión». Para Dawkins, Dios no es solo una ilusión, sino un engaño pernicioso.
Estas opiniones son el extremo de un amplio espectro de posturas, y sería un error pensar que constituyen el término medio. Muchos ateos se mantienen lejos de tal militancia, además de sentir repulsa por las connotaciones represivas y totalitarias de tales puntos de vista. Sin embargo, como siempre, son los puntos de vista extremos los que reciben más atención pública y más exposición por parte de los medios, y llegan a muchas personas en quienes acaban influyendo. Por eso no se los puede ignorar. Hay que tomarlos en serio.
Por lo que él mismo manifiesta, parece claro que una de las razones de la hostilidad de Dawkins a la fe en Dios procede de su errónea percepción de que, mientras que «la creencia científica se basa en pruebas verificables públicamente, la fe religiosa no solo carece de evidencia: su independencia de las pruebas empíricas es su orgullo, proclamada desde los tejados»[4]. Es decir, considera fe ciega a toda creencia religiosa. Si eso fuera así, tal fe merecería ser clasificada con la viruela. Sin embargo, siguiendo al mismo Dawkins, habría que preguntarse: ¿Qué prueba hay de que la fe religiosa no se base en pruebas? Por otro lado, a decir verdad, desgraciadamente, hay gente que profesa fe en Dios y que adoptan una actitud abiertamente anticientífica y oscurantista. Su deplorable disposición hace que la fe en Dios caiga en descrédito. Quizás Richard Dawkins haya tenido la desgracia de encontrarse con mucha gente así.
Pero eso no altera el hecho de que la mayoría cristiana insista en que fe y evidencia razonada son inseparables. De hecho, la fe responde a la evidencia, no es una especie de experiencia injustificada. El apóstol cristiano Juan escribe en su biografía de Jesús: «Estas cosas están escritas para que creáis...»[5]. Es decir, entiende que lo que escribe ha de ser tomado como parte de la evidencia en la que se basa la fe. El apóstol Pablo declara lo mismo que muchos pioneros de la ciencia moderna creían, es decir, que la naturaleza en sí constituye evidencia de la existencia de Dios: «Pues lo invisible de Dios puede llegar a conocerse si se reflexiona en sus hechos. En efecto, desde que el mundo fue creado, se ha podido ver claramente que él es Dios y que su poder nunca tendrá fin. Por eso los malvados no tienen disculpa»[6]. No es coherente con la visión bíblica que se deba creer algo sin pruebas. Al igual que en la ciencia, la fe, la razón y la evidencia van juntas. La restricción de Dawkins de la fe a “fe ciega” es todo lo contrario a la fe bíblica. Llama la atención que no se dé cuenta de la discrepancia. ¿No será que la ve con su propia óptica?
La definición idiosincrásica de Dawkins sobre la fe es paradigmática del tipo de pensamiento que él dice aborrecer, pues no la basa en la evidencia. Y es que, paradójica e incoherentemente, Dawkins carece de evidencia para justificar que el gozo de la fe es la falta de evidencia. Y la razón de no proporcionar prueba alguna es que no la hay, claro. No hace falta esforzarse mucho para darse cuenta de que ningún erudito o pensador bíblico serio apoyaría tal definición. Francis Collins escribe sobre la definición de Dawkins, diciendo que «ciertamente no describe la fe de los creyentes más profundos de la historia, ni la de la mayoría de los que conozco personalmente»[7]. Alister McGrath[8] apunta en su accesible crítica de la postura de Dawkins, que este ha fracasado en su intento de enganchar a cualquier pensador cristiano serio. ¿Qué habría pues de pensar sobre su excelente máxima: «La próxima vez que alguien te diga que algo es cierto, pregúntale: “¿Qué tipo de pruebas lo justifican?”. Y si no recibes una buena respuesta, espero que te lo pienses muy bien antes de creerle»[9]. Se nos podría perdonar ceder a la tentación de aplicarle su propia máxima y no creer una palabra de lo que dice.
Pero Dawkins no es el único en mantener esa noción errónea de que la fe en Dios no se basa en ningún tipo de evidencia. La experiencia muestra que es una postura relativamente común entre los miembros de la comunidad científica, aunque se formule de modo ligeramente distinto. Se nos dice frecuentemente que la fe en Dios “pertenece al ámbito privado, mientras que el compromiso científico pertenece al dominio público”, y que “la fe en Dios es un tipo diferente de fe de la que actúa en la ciencia”; en resumen, es “fe ciega”. Tendremos ocasión de analizar este tema más en detalle en el Capítulo 4, en la sección sobre la inteligibilidad racional del universo.
Pero antes hagámonos una idea del estado de creencia o incredulidad en Dios en la comunidad científica. Una de las encuestas más interesantes en este sentido es la realizada en 1996 por Edward Larsen y Larry Witham y publicada en Nature[10]. Fue una repetición de otra encuesta realizada en 1916 por el profesor Leuba, en la que se preguntó a mil científicos (elegidos al azar de la edición de 1910 del American Men of Science) si creían tanto en un Dios que respondía a la oración como en la inmortalidad personal, lo que es, téngase en cuenta, mucho más específico que creer en algún tipo de ser divino. La proporción resultante de las respuestas fue la siguiente: del 70 % que respondieron, el 41,8 % dijo que sí, el 41,5 % que no, y el 16,7 % se declaró agnóstico. En 1996, la respuesta fue del 60 %, de los cuales el 39,6 % dijo que sí, el 45,5 % no, y el 14,9 %[11] se declaró agnóstico. Estas estadísticas recibieron diferentes interpretaciones en la prensa de acuerdo con el principio medio lleno/medio vacío: algunos las usaron como prueba de la supervivencia de la fe, otros de la constancia de la incredulidad. Quizás lo más sorprendente es que ha habido un cambio relativamente pequeño en la proporción de creyentes e incrédulos durante esos ochenta años de enorme crecimiento del conocimiento científico, lo que contrasta fuertemente con la percepción pública predominante.
Una encuesta similar demostró que el porcentaje de ateos es más alto en los niveles superiores de la ciencia. Larsen y Witham mostraron en 1998[12] que, de los científicos más sobresalientes de la Academia Nacional de las Ciencias de los Estados Unidos que respondieron, el 72,2 % eran ateos, el 7 % creían en Dios y el 20,8 % eran agnósticos. Desafortunadamente, no tenemos estadísticas similares de 1916 para comprobar si esas proporciones han cambiado desde entonces o no, aunque sí se sabe que más del 90 % de los fundadores de la Real Academia de Inglaterra eran teístas.
Ahora bien, cómo se interpreten esas estadísticas es un asunto complejo. Larsen, por ejemplo, también descubrió que para niveles de ingresos superiores a 150 000$ al año, la creencia en Dios desciende significativamente, tendencia no claramente limitada a los miembros de la comunidad científica.
Cualesquiera que sean las implicaciones de tales estadísticas, seguramente esas encuestas proporcionan pruebas suficientes de que Dawkins bien pueda tener razón sobre la dificultad de llevar a cabo su ominosa y totalitaria tarea de intentar erradicar la fe en Dios entre los científicos. Porque, además del casi 40 % de científicos creyentes de la encuesta general, ha habido y hay científicos muy emin...

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