Cursillo de mitología. Argos
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Cursillo de mitología. Argos

Segunda edición

Roberto Cadavid

  1. 272 pages
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Cursillo de mitología. Argos

Segunda edición

Roberto Cadavid

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Los mitos clásicos; las grandes hazañas de dioses, héroes, monstruos y mortales; y el encuentro entre estos y el destino, no siempre afortunado, están en este Cursillo de Mitologia, publicado originalmente en El Espectador. Argos, igual a aquel gigante de cien ojos, resuelve, como un oráculo gracioso y sabio a la vez, todos los misterios sobre la antigüedad greco-romana, sin dejar atrás la pícara descripción de las pasiones, los vicios y las virtudes de los dioses, creados a semejanza de los humanos. De esta manera trae a nuestros días las historias de aquella época con un humor inigualable, demostrándonos una vez más que podemos aprender divirtiéndonos.

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Odisea

Al único que no le fue tan mal fue a Ulises, al que se le había ocurrido lo del caballo de palo. Y eso porque a ése lo quería casi todo el mundo, hasta los mismos dioses. Y aunque no le pasó nada grave, siempre le tocó andareguear diez años por el mar antes de llegar a su tierra, que era una isla que se llamaba Ítaca (no digan itáca sino ítaca). Allá había dejado, hacía diez años —que fue lo que duró la guerra de Troya— a Penélope, que era la mujer de él, con el único muchachito que habían tenido, que se llamaba Telémaco.
Penélope era un lapo de hembra, muy alentada, y desde que Ulises salió pa su guerra se le había llenado la casa de pretendientes, a echarle cada uno el cuento más reforzado y a llenarle la cabeza con noticias inventadas de que a Ulises lo habían matado y que no fuera boba: que no perdiera el tiempo y que se resolviera por alguno de ellos. Ojalá por el que estaba hablando.
Pero ella tenía su malicia de que su maridito debía estar vivo, y juró que lo iba a esperar hasta que San Juan agachara el dedo. Y ahora caigo en cuenta de que San Juan era uno de esos santos de dedo parado. Sigamos, y no nos distraigamos. Penélope, pa embolatar a los pretendientes, se inventó una perradita, que será el domingo que se las cuento, porque lo que es aquella puercada de campana ya nos mochó la clasecita.
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LES IBA A CONTAR YO LA PERRADITA que se había inventado misiá Penélope pa embolatar a esa parranda de sinvergüenzas que eran los pretendientes, que se la pasaban todo el día sin mover paja, jugando dominó, comiéndose lo mejorcito que encontraban en la despensa y tomándose el vino de las bodegas, hasta que acababan caídos de la rasca, tirados en el suelo en un tendal. Y eso era un día sí y otro también.
Y Penélope y el hijo de ella, Telémaco, que ya estaba crecidito, no los podían echar, porque eran ejecutivos importantes, de unos reinos vecinos, y la ley de hospitalidad en Grecia era cosa seria.
Entonces ella, pa quitárselos de encima y que no la estuvieran jeringando, les dijo que no los podía atender hasta que no acabara de tejer una mortaja muy trabajosa de hacer, de puro croché, pa Laertes, el suegro de ella, el taita de Ulises, que ya estaba muy viejito y muy chocho y a punto de parar los tarros.
Y así se la pasaba ella todo el santo día, tejiendo y tejiendo, y por la noche al escondido, desbarataba todo lo que había tejido, y al otro día volvía a empezar. Y ellos desde lejos la veían muy atareada voleando aguja sin descansar, y no les quedaba modo de protestar. Y así se la pasaron un montón de años; pero nada que se iban. Hasta que una sirvienta de esas lengüilargas, fue y les contó, y entonces fueron ellos a pistearla una noche y la encontraron con las manos en la masa, desbaratando lo que había tejido, y ahí sí fue cierto que empezaron a acosarla pa que se definiera por alguno de ellos, pero que fuera ligero, porque tenían mucho afán. ¿Y saben cuánto hacía que estaban ahí aplastados tagarniando? Ya iban pa los diez años, y Ulises ya estaba a punto de llegar.
Pero en esos diez años le habían pasado muchos cachos al pobre, y ésos son los que cuenta este libro de aventuras, que es uno de los mejorcitos que yo me he leído. Se llama la Odisea, porque los griegos, al amigo Ulises le decían Odiseo. Pongan cuidado y verán.
Cuando se embarcó en Troya con toda su gente, ya de vuelta pa las casas de ellos, los agarró qué tempestad tan espantosa que les mandó Neptuno, que estaba hecho un tigre contra los griegos por lo de Casandra que les conté el otro día. Lo cierto del caso fue que estuvieron nueve días peleando con esas olas que parecían morros al galope, y ellos dando vueltas a la loca, que no sabían ni pa dónde iban.
Hasta que un día por fin llegaron a una isla, que era la de los comedores de lotos. Estos lotos eran unas matas grandecitas, como sietecueros, y al que comiera las flores se le quitaban las ganas de volver a la casa y se le olvidaba todo lo que había pasado. Ésas sí eran lagunas, no como las de estos borrachitos de ahora, que sí vuelven a la casa, quieran que no.
Pues estos tipos de la isla invitaron a los compañeros de Ulises a pegarse una traba con esas tales flores, y ya no querían volverse pa los buques cuando Ulises los llamó, y tuvo que llevarlos a la brava, amarrados con lazos y arrastrados, porque estaban ranchados, juro a tacos que no se iban.
Al fin arrancaron otra vez y siguieron navegando, hasta que llegaron a otra tierra, que era el país de los cíclopes. Ésos eran unos gigantes que no tenían sino un ojo en la mitad de la frente y eran preferidos de Júpiter. Él les había dado esa tierra pa que vivieran tranquilos en ella, y allá tenían ellos su ganado y sus sementeras muy bonitas.
Y resulta que cuando llegó Ulises allá con su gente, lo primero que vieron fue la boca de una cueva muy grande allá al frente, en media falda de la montaña, y pa allá salió Ulises con doce de ellos, a ver qué era la vaina. Ellos venían ya aguantando hambre, porque ya se les estaban escaseando las provisiones, y llevaban un zurrón con un vino muy bueno que tenían, pa dárselo de regalo al que les diera posada. La puerta de golpe del cerco del frente estaba abierta, y ellos se fueron entrando como Pedro por su casa, y vieron que la gente que vivía ahí debía ser acomodada, porque a lado y lado había unos chiqueros llenos de ovejitas y chivitos recién nacidos, y en las paredes, unas alacenas tuquias de quesitos y de calabazos llenos de leche. Y esto que ven ellos y que se agarran a comer y a bogar, sin pedirle permiso al dueño, porque no estaba.
Cuando por fin llegó. Era un muán disforme de grande y de feo, con su mocho de ojo redondo en la frente, más azaroso que el diablo, y fue entrando, arreando una partida de ovejas, y después cerró la boca de la cueva con una plancha de piedra que estaba recostada a un lado, tan desproporcionada de grande y de pesada que no la movía ni un buldózer.
Y apenas entró y sintió gente extraña, pega qué berrido:
—¿Quién carajos se atrevió a entrar a la casa de Polifemo? ¿Quiénes son ustedes: negociantes o piratas?
A ellos se les bajó el corazón a los jarretes, menos a Ulises, que se le paró al frente, muy repechado, y le contestó bien entonado:
(Lo que le contestó Ulises no lo va a dejar oír el escándalo que está haciendo aquella bendita campana. El domingo les digo qué fue).
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LA SEMANA PASADA LES ACABÉ LA CLASE MÁS O MENOS ASÍ:
“Ulises se le paró al frente a Polifemo, muy repechado, y le contestó... El domingo les digo qué fue lo que le contestó”.
Pues fue esto.
—No, señor. Nosotros no somos ningunos piratas, sino unos meros náufragos, que venimos de la guerra de Troya, a pedirle que nos dé la mano, por amor de Júpiter, que es que estamos en la...
Pero Polifemo no le dejó acabar de decir “olla”, sino que le gritó:
—¡Qué Júpiter ni qué carajos! Yo soy más importante que todos los dioses juntos...
Y fue estirando esos brazotes, y en cada mano agarró un hombre y les apachurró la cabeza contra el suelo, y se los fue comiendo con qué gusto, y se saboreaba y se lambía el bozo. Después se estiró atravesado en un somier que era como este cuarto de grande y se quedó profundo.
Él sabía que nada le podían hacer, porque entre todos no eran capaces de mover la plancha de piedra de la entrada, y si acaso lo mataban, ahí se quedaban encerrados pa toda la eternidad. Amén. Esa noche no pegó Ulises los ojos, reventando cabeza a ver cómo iban a hacer pa volarse de ahí; porque, si no, a las tripas del gigante iban a parar todos. Pero en toda la noche no se le ocurrió enteramente nada. Y cómo les parece que, cuando amaneció, lo primero que hizo el tal Polifemo fue echarle mano a otros dos y manducárselos como desayuno. Después fue saliendo con sus ovejas y trancó la boca de la cueva con la plancha de piedra.
Ulises se quedó adentro echando mempa a ver qué camino iba a coger, cuando al fin se le ocurrió una idea, y fue ésta: tirado ahí en el suelo, al lado de los chiqueros había un palo largo y derechito, como una vara de premio, y entonces lo apartaron entre todos y le sacaron punta y lo escondieron. Y se pusieron a esperar la llegada del gigante, y cuando llegó y se merendó otros dos, va sacando Ulises una totumada de vino y se la ofrece, lo más de zalamero.
—Vea, don Poli. Páselos con este vinito, que es lo único que le podemos ofrecer, y perdone la poquedad, pero es con mucho gusto.
Don Poli se lo bogó de un tirón y le pareció tan bueno que pidió más, y siguió pidiendo y pidiendo hasta que quedó fundido de la rasca.
Entonces sacaron ellos el palo y le metieron la punta en la candela hasta que se puso colorada como un tizón, y entonces lo levantaron entre todos, y contó Ulises.
—¡A la una, a los dos y a las...
Y ellos meciendo ese palo pa atrás y pa adelante, y cuando dijo “¡tres!” se lo clavan en todo el ojo a Polifemo, y se levanta semejante animalón a los berridos, bregando a echarles mano. Pero, como había quedado ciego, no tenía ni idea dónde estaban. Y ellos por allá agazapados en un rinconcito, aguantándose la risa.
Y cuando él vio que no los podía agarrar, resolvió irse pa la boca de la cueva, y apartó la plancha, y se sentó a tapar el paso y estiró los brazos de lado a lado pa echarle mano al que se fuera a salir. Pero Ulises tenía pensado ya el modo de embolatarlo. Cogió y amarró de a tres las ovejas, una detrás de otra, y por debajo de cada turega de ésas iba un hombre escondido entre la lana, amarrado con guascas. Y las ovejas iban saliendo y el gigante las tocaba por encima pa ver que ninguno de ellos fuera montado, y así lograron salir, y se soltaron y pegaron carrera pa los buques, y cuando ya estaban adentro, le grita Ulises a Polifemo:
—¿Qué hubo, don verraco? ¿Te quedaste con la gana de almorzarte todos estos hombrecitos? Ve dónde estamos ya. ¡Ve! ¡Mucho que nos podés ver! Muy bueno, por hijue... (y se la arrió, con toda la boca).
Entonces coge ese gigante una macha de piedra y la avienta pa donde oía las voces, y por nada que le pega a uno de los buques, y levantó una ola altísima, que casi lo voltea. Pero ellos le echaron ahí mismo mano a los remos y salieron despedidos.
Y llegaron a la isla de Eolo, que era el rey de los vientos, que los recibió muy bien, y allá se estuvieron unos días, y cuando se fueron a ir le regaló a Ulises un talego de cuero donde estaban metidos los vientos de las tempestades, bien encerrados pa que no se fueran a salir y dejaran a Ulises volver tranquilo a su tierra.
Pero resulta que una tarde que estaba Ulises haciendo perro, después de almuerzo, se antojaron los hombres de ver qué infiernos sería lo que tenía ese taleguito que guardaba él con tanto cuidado, y lo abrieron, y ¡qué fue aquello!: salieron ahí mismo todos esos vientos y se va desatando la tempestad más espantosa que ustedes se puedan imaginar. Y duró días y días y a duras penas la lograban dominar esos buquecitos, que parecían potros cerreros.
Hasta que por fin tocaron tierra. Pero resulta que ésa era la tierra de los Lestrigones, que eran unos gigantes que comían carne humana, como los cíclopes, y a medida que fueron llegando los buques los iban volviendo pedazos y se comían a la gente...

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Cadavid, Roberto. (2012) 2012. Cursillo de Mitología. Argos. [Edition unavailable]. Intermedio Editores S.A.S. https://www.perlego.com/book/1917495/cursillo-de-mitologa-argos-segunda-edicin-pdf.

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Cadavid, R. (2012) Cursillo de mitología. Argos. [edition unavailable]. Intermedio Editores S.A.S. Available at: https://www.perlego.com/book/1917495/cursillo-de-mitologa-argos-segunda-edicin-pdf (Accessed: 15 October 2022).

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Cadavid, Roberto. Cursillo de Mitología. Argos. [edition unavailable]. Intermedio Editores S.A.S, 2012. Web. 15 Oct. 2022.