NUEVOS POEMAS ESCOGIDOS
Yehuda Amijái con su mamá Frieda y su hermana Rachel. Würzburg, Alemania, 1929.
Mi madre me cocinó el mundo entero
Mi madre me cocinó el mundo entero
en dulces pasteles.
Mi amada rellenó mi ventana
con pasas de estrellas.
Y la nostalgia está encerrada en mí
cual burbujas de aire en una hogaza de pan.
Por fuera soy liso, apacible y de color tostado.
El mundo me quiere.
Sin embargo mis cabellos son tristes
como los juncos de un lodazal que va secándose,
todas las aves raras y de bello plumaje
huyen de mí.
Manuscrito original de “Dios se apiada de los niños del jardín de infantes”.
Dios se apiada de los niños del jardín de infantes
Dios se apiada de los niños del jardín de infantes,
un poco menos de los niños de la escuela.
Y de los grandes ya no se compadece,
los deja solos,
y a veces tienen que andar a gatas
sobre la arena ardiente
para llegar hasta la estación de emergencia,
chorreando sangre.
Quizás de los que se-aman-de-verdad
tenga piedad y los proteja y ampare
como un árbol al que duerme sobre un banco
en la avenida pública.
Tal vez para ellos
también nosotros podamos sacar
las últimas monedas de caridad
que nos heredó mamá,
para que su felicidad nos defienda
ahora y en otros días.
Salón de clases, primer año, Würzburg, Alemania, 1930.
Lluvia en el campo de batalla
En memoria de Dicky
Llueve sobre las caras de mis amigos;
sobre las caras de mis amigos vivos,
que cubren sus cabezas con una manta,
y sobre las caras de mis amigos muertos,
que no se las cubren más.
Mi padre
El recuerdo de mi padre está envuelto en papel blanco
como un bocadillo para un día de trabajo.
Como un mago que extrae de su sombrero conejos y tarimas
extraía de su pequeño cuerpo amor.
Los ríos de sus manos
se derramaban en sus buenas acciones.
Los Pfeuffer en Alemania antes de partir a Israel, 1935.
De todos los espacios
De todos los espacios entre los tiempos,
de todas las brechas en las filas de soldados,
de las grietas en la pared,
de las puertas que no cerramos bien,
de las manos que no apretamos,
de la distancia de un cuerpo a otro cuerpo por no aproximarnos–
está hecha la gran extensión,
la planicie, el desierto,
donde vagará sin esperanza nuestra alma después de morir.
Mi padre estuvo cuatro años en guerras de otros...
Mi padre estuvo cuatro años en guerras de otros,
y no odió ni amó a sus enemigos.
Pero yo sé que ya entonces
me construía día a día con la serenidad
tan escasa que recogía
entre las bombas y humareda
y guardaba en la raída mochila
con los restos endurecidos del pastel de mamá.
Y en sus ojos juntó muertos anónimos,
muchos muertos juntó para mí,
a fin de que los perciba en su mirada y los ame
y no muera como ellos en el espanto...
Llenó sus ojos de ellos y se equivocó:
a todas mis guerras salgo yo.
Yehuda en 1933 abrazando a la “pequeña” Ruth Hanover, quien moriría en un campo de exterminio nazi.
Dios está lleno de piedad
Dios está lleno de piedad1,
si lleno no estuviera Dios todo de piedad
habría piedad en el mundo y no sólo en Él.
Yo, que junté flores en la montaña
y reparé en todos los valles,
yo, que traje de las colinas cadáveres,
sé contar que el mundo está vacío de piedad.
Yo, que fui rey de la sal junto al mar,
que estuve parado indeciso junto a mi ventana,
que conté los pasos de los ángeles,
que mi corazón levantó pesas de dolor
en las terribles competencias.
Yo, que sólo uso una pequeña parte
de las palabras que hay en el diccionario.
Yo, que debo descifrar enigmas a pesar mío,
sé que si lleno no estuviera Dios todo de piedad
habría piedad en el mundo
y no sólo en Él.
Nota al pie
1 En hebreo: El malé rajamím. Nombre de la plegaria en memoria de los difuntos que se recita en la religión judía en la cual se agradece por la misericordia divina.
De tres o cuatro en una habitación
De tres o cuatro en una habitación
siempre hay uno parado junto a la ventana.
Obligado a ver la iniquidad entre las espinas
y en las colinas los incendios.
Y cómo hombres que salieron enteros
son devueltos en la noche a sus casas cual centavos.
De tres o cuatro en una habitación
siempre hay uno parado junto a la ventana.
Su sombrío cabello sobre sus pensamientos.
Detrás de sí las palabras.
Y frente a él voces vagando sin mochila,
corazones sin víveres, profecías sin agua
y grandes piedras que fueron devueltas
y permanecieron cerradas como cartas
sin remitente ni destinatario.
Para mi cumpleaños
Treinta y dos veces salí a mi vida,
cada vez causándole menos dolor a mi madre
y a los otros,
pero más a mí mismo.
Treinta y dos veces llevo vistiéndome del mundo
y todavía no me sienta bien.
Me oprime,
a diferencia del impermeable
cuya forma es ahora la forma de mi cuerpo
y me queda cómodo
mientras va desgastándose.
Treinta y dos veces revisé la cuenta
sin dar con el error,
volví a contar la historia
sin que me dejaran concluirla.
Treinta y dos años he arrastrado conmigo los rasgos de...