Los cárteles no existen
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Los cárteles no existen

Narcotráfico y cultura en México

Oswaldo Zavala

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Los cárteles no existen

Narcotráfico y cultura en México

Oswaldo Zavala

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La historia del narcotráfico en México es, a fin de cuentas, la historia del perverso sistema político que nos gobierna.Primero lo dicen los medios de comunicación y pronto lo repiten las narconovelas, las películas y los corridos: "Los cárteles de la droga han construido imperios de criminalidad que rebasan el poder del Estado". Todos aseguramos saber de capos, plazas y rutas, y sin embargo lo que conocemos del narco no es real. Nuestras ideas sobre el narcotráfico son, casi en su totalidad, el resultado de una tramposa narrativa concebida por los gobiernos de México y Estados Unidos. Todos hemos aprendido ese relato. Es hora de empezar a desaprenderlo y de afrontar la realidad.En este libro, a caballo entre el ensayo político y la crítica cultural, Oswaldo Zavala demuele con asombrosa lucidez los mitos construidos alrededor del narcotráfico y se atreve a observar de otro modo el complejo fenómeno del tráfico de drogas. Los cárteles, tal y como nos los han querido vender, no existen. Existen las estrategias políticas que los idearon. Existe el tráfico de drogas, pero fuertemente controlado por instituciones oficiales. Existe la violencia, pero en buena medida perpetrada por el mismo Estado que debería protegernos. La historia del narcotráfico en México es, a fin de cuentas, la historia del perverso sistema político que nos gobierna."Pasa algún tiempo con Oswaldo Zavala, conversa un rato con él sobre el tráfico de drogas y, casi seguro, terminarás por darte cuenta de que todo lo que crees saber al respecto no es más que un mito." Remezcla

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Information

Publisher
MALPASO
Year
2018
ISBN
9788417081720

1
LA DESPOLITIZACIÓN
DE LA NARCOCULTURA

CADÁVERES SIN HISTORIA: LA NARCONOVELA NEGRA Y EL INEXISTENTE REINO DEL NARCO

En el Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca se encuentra el grabado abajo mostrado, uno de los más famosos del artista callejero conocido como Yescka, el cual resume el imaginario dominante sobre el narco en México. Se trata de una mordaz variación de la última cena: la élite de la clase política y empresarial se sienta alrededor de un narcotraficante de rostro oscurecido que ocupa el lugar de Cristo empuñando un AK-47, el “cuerno de chivo”, arma predilecta por igual entre traficantes y militares. A la izquierda del narcocristo aparece el expresidente Felipe Calderón. Entre otros invitados a la cena están el dueño de Televisa Emilio Azcárraga Jean, el expresidente Carlos Salinas de Gortari, el empresario ocasionalmente más rico del mundo Carlos Slim, la expresidenta del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), actualmente en prisión, Elba Esther Gordillo, y el gobernador del Banco de México y exsecretario de Hacienda de Calderón, Agustín Carstens. Al centro de la mesa, y sobre una bandeja, descansa la cabeza de Benito Juárez como si fuera la de Juan Bautista. En la esquina inferior derecha, una prostituta con antifaz voltea hacia nosotros con una sonrisa que también podría ser una mueca de disgusto o repulsión.24 El mural puede interpretarse, en primera instancia, como la sumisión de los poderes oficiales y fácticos ante un narco que se impone como la autoridad máxima en el territorio nacional. En la reunión final, la cofradía criminal ha elegido a su Salvador y ha adoptado el dogma de sus enseñanzas y ejemplos, un orden teológico pospolítico extremo intersectado por la implacable lógica de la globalización. Así, el narco sobrepasa las estructuras del Estado y, amparado en el flujo transterritorial del capital, se impone con violencia por encima del desvencijado orden político estatal.
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La propuesta crítica de Yescka es desde luego consecuente con el modo en que se representa al narco en México desde prácticamente cualquier discurso de conocimiento. Periodistas, cineastas, músicos, narradores y artistas plásticos comparten por igual la misma plataforma epistemológica que posiciona al narco en el centro de un pacto horizontal de poder postsoberano. Tras el siniestro saldo de violencia atribuido al narco —121,000 asesinatos y más 30,000 desaparecidos solamente en el sexenio de Calderón—, ¿cómo no imaginar que los capos se sientan al centro de la mesa de la oligarquía? Si creemos que los cárteles de la droga actúan en un territorio nacional donde se nos dice que el Estado ha perdido toda posibilidad de soberanía, donde las estructuras oficiales de gobierno han sido desplazadas por el poder del capital global que opera de modo impersonal, privado y despolitizado, ¿cómo no confirmar, con el historiador Carlo Galli, el agotamiento del concepto de lo político en la sociedad contemporánea?25
Las nociones de Estado y de soberanía y la división de lo político aparecen en los debates académicos más recientes como obstáculos para comprender la emergencia del narco en México. El libro The Mexican Exception (2011), de Gareth Williams, es un ejemplo sintomático de esta problemática. Allí se argumenta que “la Guerra contra las Drogas es un conflicto interno al capital, más que un conflicto entre dominios soberanos externos o ideas distintas de organización social”.26 Según Williams, el narco es esencialmente un fenómeno interno a la lógica del capitalismo económico, lo que presupone su posición exterior a la estructura y poder del Estado. Su análisis es consistente con los trabajos de críticos académicos, periodistas e intelectuales dentro y fuera de México, como es el caso de Sergio González Rodríguez, Rossana Reguillo, Herman Herlinghaus, Rita Segato y Gabriela Polit, quienes elucidan el narcotráfico como un fenómeno impredecible y adaptable que constantemente transforma el mercado clandestino de sustancias ilegales y que sólo puede ser descrito desde un orden pos-Estatal.
En el campo literario, la corriente más comercial de la novela negra representa consecuentemente la visión de un México postsoberano en el que una multiplicidad de cárteles controla regiones enteras por encima de las disminuidas configuraciones estatales, vulneradas por el poder corruptor del capital global clandestino. Al igual que la gran mayoría de investigaciones periodísticas, canciones, películas y piezas de arte conceptual sobre el narco, este tipo de novela se enfoca en la violencia inscrita en los cadáveres a través de estrategias narrativas ahistóricas y mitológicas, en suma, despolitizadas. En ese sentido, me interesa discutir aquí cómo algunas de las novelas negras más celebradas radicalizan la condición pospolítica al privilegiar el cuerpo de la víctima como el reducto de su representación del narco. El cadáver se encuentra en la línea narrativa principal de estas novelas, construidas como un desmedido ejercicio de semiosis que transforma el cuerpo victimado en un significante vacío. En él se deposita todo tipo de interpretación voluntarista que se aleja de las condiciones históricas del narco para en cambio producir una fantasía narrativa despolitizada. Finalmente, y a contracorriente de la crítica pospolítica, me interesa señalar cómo el fenómeno del narco en México continúa siendo decididamente político —siguiendo aquí el término conceptualizado por Carl Schmitt, como discutiré más adelante—, con las nociones de Estado y soberanía más relevantes que nunca.
La novela negra mexicana es dependiente de las convenciones del modelo policial británico (Arthur Conan Doyle, Agatha Christie), del hard boiled estadounidense (Dashiell Hammett, Raymond Chandler) y de best sellers policiales de generaciones de escritores más recientes (Henning Mankell, Rubem Fonseca). Para adquirir el capital simbólico de esas convenciones y fórmulas, sin embargo, la narconarrativa de la última década ha debido desembarazarse de los contextos políticos domésticos y producir personajes arquetípicos con tramas trasladables a espacios culturales extranjeros. Transformando la dimensión histórica y política del narco en una serie de atributos mitológicos que naturalizan la violencia y moralizan las acciones criminales, estas novelas ofrecen una caricatura descontextualizada del narco que minimiza, o incluso borra, sus elementos más complejos y de mayor interés literario.
La otra influencia en la escritura de estas novelas proviene, en mi opinión, de la popular práctica de la crónica periodística en México. Como discutiré con detalle en el siguiente ensayo, el trabajo de reconocidos reporteros como Diego Osorno, Anabel Hernández y Alejandro Almazán ha propulsado una forma narrativa que exotiza la violencia y la sordidez tremendista atribuidas al narco. Con frecuencia utilizando recursos de los cuadros costumbristas decimonónicos, estas crónicas han creado toda una moda entre periodistas jóvenes que buscan hacerse un nombre alejándose de las coordenadas del periodismo para ir en busca del alarmista parte policiaco, de la indignación del activista y de la subjetividad relajada del cronista narrativo que tergiversa el legado del new journalism estadounidense. Véase, por ejemplo, la antología de crónicas Generación ¡Bang! (Planeta, 2012), compilada por Juan Pablo Meneses, cuyo título sensacionalista expresa elocuentemente la frívola superficialidad de esta curiosa corriente del periodismo actual. De ese modo, entre el efectismo predecible de los best sellers policiales y un dudoso entendimiento de la crónica periodística, la novela negra mexicana apuesta por retener la atención del lector mitologizando una violencia cuya historia política es simplemente ignorada.
La trayectoria de Élmer Mendoza explica por sí misma este fenómeno. En sus primeras novelas, Un asesino solitario (1999) y El amante de Janis Joplin (2001), Mendoza inscribe la acción en el turbio contexto político y policial del México de los años noventa. Sus personajes confrontan al principal facilitador del crimen en el país: el poder oficial. Narcotraficantes, sicarios de la mafia o del gobierno, criminales comunes y aun de cuello blanco, son todos peones en el tablero de juego que dirige la élite política y policial. Las elaboradas tramas de estas primeras novelas de Mendoza están protagonizadas por personajes innovadores que poco tienen que ver con los mitológicos narcos de sus novelas posteriores. Jorge Macías, protagonista de Un asesino solitario, por ejemplo, es un matón profesional que trabaja para una oscura agencia del gobierno. Lejos de tomar tequila y escuchar corridos a cualquier hora del día, el “Yorch” sorprende al lector al preferir la coca-cola y las galletas pancrema mientras escucha el clásico del rock “Have You Ever Seen the Rain”, de la banda estadounidense Creedence Clearwater Revival.
Al alcanzar una mayor visibilidad editorial, sin embargo, Élmer Mendoza dio un giro radical a su proyecto literario con novelas policiales protagonizadas ahora por el agente Edgar “el Zurdo” Mendieta, cuyas pintorescas aventuras explotan para el público nacional y extranjero las sanguinarias muertes del narco. Me basta un ejemplo de Balas de plata (2008), la novela con la que obtuvo el reconocimiento internacional a través del premio Tusquets y con la que presenta el primer caso del agente Mendieta. Temprano en la novela, el protagonista acude al sitio donde han encontrado un cadáver envuelto en una cobija:
La cobija era café y se hallaba empapada, con un alce entre riscos estampado en el centro, sobre el que yacía el cuerpo del hombre, cuarenta y cinco a cincuenta años, calculó el detective, uno ochenta de estatura, camisa Versace, descalzo, castrado y con un balazo en el corazón. Uno de los polis que inspeccionaba el lugar regresó con una bota vaquera de piel de avestruz, Mendieta hizo una mueca. Pasemos el caso a Narcóticos, mandó a su pareja, varios celulares sonaban. No necesitamos su nombre para saber a qué se dedicaba. No sólo lo han castrado, también le cortaron la lengua, aclaró Gris, no hemos localizado casquillos, lo que hace pensar que lo mataron en otro lugar y lo trajeron aquí. Es igual, cualquier asunto con narcos de por medio ya ha sido resuelto.27
El “encobijado” lleva una vestimenta estándar en la mitología del na...

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