Educación sexual integral
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Educación sexual integral

Guía básica para trabajar en la escuela y en la familia

Leandro Cahn, Mar Lucas, Florencia Cortelletti, Cecilia Valeriano

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Educación sexual integral

Guía básica para trabajar en la escuela y en la familia

Leandro Cahn, Mar Lucas, Florencia Cortelletti, Cecilia Valeriano

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En poco tiempo, muchas cosas que habíamos naturalizado ahora nos hacen ruido y están puestas en cuestionamiento. Desde el "Buen día, chicos", con que la maestra saluda cotidianamente y que ya no incluye a todas sus alumnas y alumnos, hasta los vínculos entre pares, atravesados por una perspectiva de género.En este nuevo escenario, la sexualidad entra a la escuela con las niñas y los niños que llegan en el nivel inicial y se queda hasta que egresan de la secundaria. Con la sanción de la Ley de Educación Sexual Integral, los educadores tenemos la responsabilidad de trabajar con la ESI en las aulas. Para abrazar este desafío con las mejores herramientas, un equipo de lujo de Fundación Huésped nos ofrece su amplia experiencia en este libro imprescindible para las familias y la comunidad educativa.¿Cómo abordar las diferentes formas de vivir la sexualidad en la adolescencia, los embarazos no planificados, las infecciones de transmisión sexual, los abusos en la infancia o los noviazgos violentos? ¿Cómo despertar la reflexión y el diálogo? Desde una perspectiva que respeta la diversidad, promueve el cuidado del cuerpo y valora la expresión de la afectividad, este libro es una invitación a sacudirnos los prejuicios y derribar mitos.Cuando se trata de pensar, acompañar, intervenir y, sobre todo, cuidar, escuelas y familias trabajan mejor juntas. Por eso, aunque los protagonistas sean las chicas y los chicos, cada adulto tiene un papel importante en esta historia. Como dicen nuestros autores, no es posible no educar sexualmente, porque educamos con lo que hacemos, con lo que decimos y también con lo que callamos. Entonces, aunque no tengamos todas las respuestas, no podemos dejar de hacernos todas las preguntas.

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1. ¿Por qué es importante la educación sexual integral en las escuelas?
La “seño”, en un grado solo de nenas, explica qué es la menstruación. Las chicas prestan atención, preguntan, se interesan. Estamos en 1984 y en muchas escuelas primarias se exhibe, en los últimos grados, la “película educativa sobre la menstruación”.[1] Unos años después, una empresa de toallitas femeninas recorre algunas escuelas para explicar a las nenas cómo y cuándo se usan sus productos. Los varones, mientras tanto, se van a jugar al fútbol. No tienen por qué quedarse a entender algo que solo les pasa a ellas.
Durante años todo lo que tenía que ver con la sexualidad se consideraba propio de los aprendizajes de la pubertad o la adolescencia, porque el concepto de sexualidad estaba fuertemente unido al de genitalidad. Si bien hoy puede parecernos un enfoque acotado de todo lo que abarca la sexualidad, es importante señalar que, en aquellos años, aunque de una manera limitada, la escuela asumió el dificilísimo papel de educar sobre algo de lo que nadie se atrevía a hablar abiertamente. Educar sobre sexualidad siempre ha sido un objetivo contracultural. El sexo fue, y continúa siendo, un tema tabú. Aún hoy, en pleno siglo XXI, se utilizan eufemismos, frases con doble sentido, chistes e incluso imágenes demasiado elocuentes o directamente pornográficas para hablar de lo sexual. Como suele ocurrir con los tabúes, cada cultura y cada época modelan lo que se puede mencionar y lo que no, lo que se muestra y lo que se oculta. Estamos convencidos de que la ESI es el canal ideal para tratar las cuestiones vinculadas a la sexualidad, que existen más allá de que se trabajen o no en las escuelas. Muchas veces se busca atacar a la ESI “acusándola” de fomentar la sexualidad precoz y, con ello, contribuir al sexo sin cuidado, la masturbación, las infecciones de transmisión sexual (ITS), la homosexualidad o los embarazos adolescentes y los abortos. Pero si así fuera, podemos entonces suponer que antes de que existiera la ESI (en la Argentina la ley es de 2006 y su implementación es dispar hasta el día de hoy) no había sexualidad en la adolescencia, ni masturbación, ni infecciones de transmisión sexual, ni orientaciones sexuales diversas, ni embarazos adolescentes, ni abortos. ¿No que no? La educación sexual es inevitable. No existe la posibilidad de no educar sexualmente, simplemente porque la sexualidad es un tema presente en todos los tiempos y en todas las sociedades. Qué se hace con este tema en cada tiempo y en cada sociedad es otra cosa. Pero no hablar en las escuelas de determinado tema no deja de ser, también, una forma de educar. Trabajar la educación sexual de manera integral pretende prevenir las consecuencias de este sistema, que tiene −entre otros efectos− embarazos no intencionales, violencia basada en género (en todas sus facetas), acoso y discriminación a personas no heterosexuales o cuya identidad de género no coincide con el sexo que le asignaron al nacer, o el aumento del VIH, la sífilis y otras ITS. Todas ellas, cuestiones fundamentales que la ESI colabora en prevenir.
Durante muchos años, en los pocos casos en que había algo parecido a la educación sexual en la escuela, se priorizaban temas como los cambios corporales en la pubertad, la anatomía y fisiología de la reproducción humana, y esos contenidos se ofrecían en el marco de una sola materia: Biología. En consonancia con esta idea, los contenidos se trabajaban en el segundo ciclo de la escuela primaria, que coincide con el comienzo de los cambios corporales, y luego en la escuela secundaria. Esto impedía que los otros niveles educativos trabajaran contenidos acordes a una mirada más amplia del concepto de sexualidad.
Ampliar la mirada sobre la sexualidad es lo que viene a proponer la Ley 26.150 cuando añade la palabra “integral” a su concepción de la educación sexual. Con ello, la formación se abre a la expresión de sentimientos y de afectos, el estímulo de valores relacionados con el amor y la amistad, la reflexión sobre los roles o funciones tradicionalmente atribuidos a mujeres y varones en diferentes contextos sociohistóricos. Estos temas no eran parte de los (pocos) contenidos vinculados a la sexualidad que se trabajaban en la clase de Biología. Tampoco los referidos a la violencia de género, la diversidad sexual o las identidades no binarias, que son aquellas personas que no se identifican ni como masculinas ni como femeninas.
Entonces… ¿qué es la ESI?
La educación sexual integraI es un espacio sistemático y continuo de enseñanza y aprendizaje que no se limita a una sola intervención educativa, la exhibición de una película alusiva al tema o la charla de un especialista. La ESI entiende la sexualidad como una dimensión en la vida de las personas que se desarrolla desde el nacimiento y que no se refiere solo a la genitalidad, sino que vincula varios aspectos, como los sentimientos y la afectividad, la identidad, las formas de relacionarnos con otros y de experimentar el placer, el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos, y el reconocimiento y cuidado del propio cuerpo y el cuerpo del otro. De esta manera se estimulan y fortalecen valores como la solidaridad, el respeto, la inclusión y la participación ciudadana.
Esta concepción integral entiende que es necesario educar en sexualidad en todas las etapas de la vida educativa y por eso incorpora la ESI desde el nivel inicial hasta el superior. En otras palabras, las instituciones deben garantizar que se eduque en sexualidad desde que las personas comenzamos nuestros recorridos escolares en la primera infancia, pasando por la educación primaria, secundaria y también superior, de acuerdo con los contenidos establecidos para cada nivel por el Ministerio de Educación de la Nación.[2]
También afirmamos que la ESI es un espacio de aprendizaje continuo, porque la ley no establece que debe existir la “materia” ESI, como existen Educación Física, Música o Matemáticas, sino que entiende que en todas las intervenciones educativas y desde todas las áreas programáticas se puede –y se debe– trabajar en educación sexual. Nadie se lleva a diciembre o se saca un 10 en ESI, aunque algunos sigan creyendo que los alumnos aprenden la teoría para llevarla a la práctica apenas suena el timbre del recreo.
Sin embargo, muchas veces los equipos docentes plantean que la ESI estaría facilitada si hubiese un docente que la trabajara como asignatura específica. Esta idea, que parece una solución, en realidad refleja un gran problema, ya que el carácter integral que propone la ley solo puede llevarse a la práctica mediante un abordaje transversal que incluya contenidos curriculares obligatorios y contemple cambios en la organización institucional que se ajusten a los principios que fundamentan la ley. En otras palabras: la mejor clase sobre ESI no servirá de mucho si la comunidad educativa (directivos, docentes, alumnos, no docentes, familias) no es parte de esta integralidad. Por ejemplo, si en el aula se trabaja sobre equidad de género, fuera de ella, en la propia organización de la escuela, no deberían existir prácticas sexistas o de diferenciación entre géneros, como el uso de uniformes o vestimentas distintos para nenes y nenas, listados separados o rincones de juegos diferenciados por género. Debería sonar una señal de alarma si, mientras afirma “Acá incorporamos el abordaje integral de la educación sexual”, la directora de una escuela arma una grilla de Educación Física donde prohíbe que las nenas jueguen al fútbol porque “eso es cosa de varones”.
Por supuesto que nada impide hacer talleres específicos de ESI en las escuelas. De hecho, el Programa Nacional de Educación Sexual Integral del Ministerio de Educación de la Nación incluye la programación de talleres específicos, que son espacios de profundización de contenidos, pero que no reemplazan el abordaje integral, sino que complementan la integralidad de la ESI.
¿Cómo hacen los docentes para enseñar ESI si no tuvieron educación sexual como estudiantes?
La ESI nos atraviesa en lo personal y en nuestro rol de docentes en todo momento y en todo lugar, por lo que se impone reflexionar y profundizar sobre ciertos interrogantes individuales e institucionales: ¿qué nos pasa al trabajar con la ESI? ¿Qué miedos nos genera? ¿Cuáles son nuestros supuestos acerca de la sexualidad y la educación sexual? ¿Nos corresponde abordar esos temas? ¿Nos sentimos preparados para hacerlo?
Nuestras experiencias personales, nuestra historia, la forma en que fuimos criados, nuestras características generacionales, nuestra identidad de género y nuestra orientación sexual nos marcan e influyen sobre nuestra manera de dirigirnos a los estudiantes en relación con la sexualidad. La enorme mayoría de los padres, madres y docentes hemos sido educados en una sociedad muy distinta a la actual, una sociedad donde no existían la Ley de Identidad de Género, la Ley de ESI o el matrimonio igualitario, por mencionar solo algunos ejemplos. La violencia de género se veía como una problemática del ámbito privado y contraer VIH significaba una muerte segura. Hoy las cosas han cambiado. Por eso es necesario que revisemos nuestras prácticas para poder modificarlas y educar de una manera más respetuosa e inclusiva, es decir, actualizada con el paradigma actual.
Como dijimos unos párrafos atrás, estos temas evocan numerosos estereotipos, prejuicios y mitos que en más de un sentido condicionan nuestra manera de actuar. Además, las concepciones acerca del género, las relaciones entre varones y mujeres, las distintas formas de vivir y asumir la propia sexualidad y la diversidad sexual se transforman constantemente. Por eso es necesario que la comunidad educativa se sienta cómoda, aclare sus dudas y trabaje sus dificultades personales y como comunidad. Atención: esto no significa tener todas las respuestas, sino permitirse formular todas las preguntas.
En este sentido, la ESI jerarquiza la tarea del educador porque entiende que, más allá de que la formación docente se especialice por áreas y niveles, la tarea educativa contempla el desarrollo integral de las personas y, por lo tanto, de personas integralmente sexuadas. Luego, en cada nivel y área los alumnos adquieren conocimientos y habilidades específicas. Sin embargo, no hay recorridos autónomos por disciplina, sino que las evaluaciones siempre se dan en relación a lo que le sucede a cada persona en ese contexto educativo. Por ejemplo, si un estudiante es muy hábil en una disciplina, eso no garantiza su éxito escolar, ya que además de ser bueno, por ejemplo, en Lengua y Literatura, solo logrará avanzar en su recorrido educativo si logra, junto con sus docentes, desarrollar habilidades en otras áreas, incluso aquellas que no se corresponden con las materias formales del currículo, sino con otras áreas de evaluación en la tarea docente. Para decirlo en fácil, un “bocho” que se agarra a piñas todos los días, un fanático de la historia que no pega una en matemáticas, un experto en ciencias que llega tarde todos los días, o un eximio deportista que se lleva las demás materias no podrán avanzar en la escuela. La ESI no es una materia, pero tiene lineamientos curriculares. No tiene nota, pero su aprendizaje es evaluable.
La ESI, tal como hoy la entendemos, pone en primer plano la tarea del educador y otorga un rol importante (el de un actor de reparto que será nominado al Oscar) al especialista. No podremos ser todos DT de fútbol, tal como nos creemos. Pero todos los docentes podrán educar en ESI.
En los encuentros de trabajo con docentes muchas veces proponemos pensar cómo fuimos educadas en sexualidad las personas adultas y recibimos respuestas de una diversidad sorprendente: hay quienes recuerdan las charlas donde se entregaban toallitas higiénicas y se explicaba qué era la menstruación, quienes niegan haber tenido educación sexual alguna, y quienes afirman que lo único que les enseñaron fue a “no hablar de eso”. Cabe aclarar que “eso” es tan difuso como los imaginarios y prejuicios acerca de la sexualidad que cada equipo de docentes lleva a los encuentros. “Eso”, que da cuenta de que la sexualidad ha sido históricamente un tabú, puede incluir la genitalidad y la reproducción, los derechos o el placer. Este último es uno de los “de eso no se habla” más frecuentes en la práctica educativa. Lo cierto es que cuando pensamos en qué aprendimos en la escuela, no podemos negar que además de los contenidos trabajados en los currículos existieron otros saberes adquiridos en la socialización con pares, docentes y familias que nos transmitieron creencias, prácticas y valores sobre la afectividad y las sexualidades. Es fácil recordar discursos que han expresado estos valores a lo largo de la vida escolar. Levante la mano quien alguna vez escuchó frases como “esa no es la forma de hablar de una señorita”, “esto no es una cancha de fútbol”, “parecen varones con ese comportamiento”, “esa vestimenta déjenla para el boliche”. En estos ejemplos, como en cientos de otros discursos escolares, las personas aprendemos e incorporamos valores estereotipados sobre lo que se espera que haga un varón o una mujer en esta sociedad. Por esta razón, la ESI propone un cambio cultural que nos compromete a participar en estos procesos de transformación social que buscan construir un mundo de relaciones más libres, más solidarias y más justas.
Si un docente o una escuela no están de acuerdo con la ESI, ¿puede no aplicarse?
En un encuentro con familias en una escuela secundaria del tercer cordón del conurbano bonaerense, Marcelo, padre de un estudiante de segundo año, nos preguntó con preocupación qué pasaría si un docente o una escuela no estuvieran de acuerdo con lo que propone la ESI. Para nuestra sorpresa, en su rol de integrante de una familia, este papá se puso en el lugar del docente, mientras muchos docentes nos plantean su incomodidad de trabajar el tema por temor a la reacción de las familias. Este ejercicio de anticipación y proyección que muchas veces ocurre entre los adultos cuando hay que hablar de sexualidad refleja los miedos y desconocimientos que traemos como una generación formada en una época determinada, pero también permite subrayar que la ESI no solo es un derecho de los estudiantes, sino de toda la comunidad educativa. La única forma de trabajar correctamente la educación sexual es poner en relación a la escuela y sus equipos docentes con las familias y los alumnos. Por consiguiente, la bizarra idea de que la ESI es un mero instrumento para “sacarles la patria potestad a los padres” desconoce que no es la patria potestad lo que está en juego (sino los derechos de niñas, niños y adolescentes que no les “pertenecen” a los padres, sino que son sujetos de derechos) y además deja de lado el objetivo fundamental de la ESI, que es involucrar a toda la comunidad educativa.
En este sentido, la ESI es un derecho que no se puede incumplir, ya que su incumplimiento representaría una vulneración para los estudiantes. Si bien el artículo 5 de la ley vigente considera que la ESI es pasible de ser adaptada al ideario institucional, esta adaptación nunca puede excluir o contradecir los contenidos curriculares obligatorios. En la Argentina, el Estado supervisa a las escuelas de gestión pública y privada, y las autoridades educativas de la nación y las provincias establecen los lineamientos curriculares. El sistema educativo argentino estuvo regido desde 1884 por la Ley 1420 de Educación Común, Gratuita y Obligatoria por el Estado, que fue reemplazada en 2006 por la Ley 26.206 de Educación Nacional. Una buena manera de entender el sistema nacional de educación es pensar en un egresado de la enseñanza secundaria que, con su título obtenido en cualquier escuela (pública o privada, laica o confesional), puede anotarse en cualquier universidad pública o privada de cualquier lugar del país. ¿Qué le van a pedir? Un título oficial legalizado. ¿Y quién legaliza los títulos? El Ministerio de Educación de la Nación. ¿Y qué toma en cuenta el ministerio para legalizar los títulos? ¡Eureka!: que la escuela cumpla con los contenidos mínimos curriculares en sus planes de estudio.
Pensemos ahora en ciertos contenidos curriculares, como la teoría del big bang o de la evolución de las especies. Una institución confesional puede discordar con estos postulados, pero eso no la exime de su obligación de abordar temas que son contenidos curriculares obligatorios. Es decir que la institución podrá presentar y defender sus creencias al respecto, pero no desconocer el contenido aprobado e incluido en el currículo.
¿Por qué enseñar ESI en la escuela?
Históricamente, como hemos escuchado cientos de veces, la escuela funcionó como igualadora de las condiciones de enseñanza-aprendizaje de personas con creencias, poder socioeconómico y trayectorias diversos. Por eso es fundamental que la escuela sea el espacio donde se trabaje la educación sexual integral, dado que esta práctica impacta de manera directa en la construcción de habilidades y saberes fundamentales para la vida de las personas y la convivencia saludable en sociedad.
El programa de ESI, creado a partir de la sanción de la Ley 26.150 en 2006, es responsable de generar los lineamientos curriculares básicos de educación sexual por nivel y disciplina, y debe asimismo crear espacios de capacitación y formación que permitan la difusión y el cumplimiento de la ley. Esto aplica para todos los niveles y las modalidades de escuelas, sean de gestión pública o privada, confesionales o laicas. En otras palabras, la ESI es un derecho de todos los alumnos, que debe ser garantizado por el Estado.
Unos meses antes de la sanción de la Ley de ESI, se promulgó la Ley 26 061 de Protección Integral de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes, otra norma por la que el Estado argentino reconoce que ellos y ellas son sujetos de derechos, lo cual implica que el Estado debe asegurar que se los respete, aun si quienes los vulneran son sus padres, madres o tutores. El vínculo parental no implica una potestad absoluta sobre la vida de los hijos, por lo que –incluso en esa relación tan primaria– el Estado debe garantizar que los derechos de las niñas, niños y adolescentes se cumplan. Esta es la ley que, afortunadamente, se mete con nuestros hijos. Así como el Estado nos prohíbe maltratar, vender, violentar o abusar de nuestros hijos, o nos obliga a vacunarlos para proteger la salud pública, también es el Estado el que define qué contenidos curriculares son obligatorios en los distintos momentos de la escolaridad. Recibir educación sexual integral no es un don que prodigan los padres y las madres; es un derecho de las niñas, niños y adolescentes.
Los contenidos de ESI forman parte de ese currículo obligatorio porque son saberes fundamentales para el pleno ejercicio de los derechos, que ayudan a los chicos y las chicas a comprender su proceso de crecim...

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