La venganza de las punks
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La venganza de las punks

Una historia feminista de la música, de Poly Styrene a Pussy Riot

Vivien Goldman, Carolina Smith de la Fuente

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Una historia feminista de la música, de Poly Styrene a Pussy Riot

Vivien Goldman, Carolina Smith de la Fuente

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Según a quién preguntes, la historia del punk comenzó en Inglaterra con los Sex Pistols o en Nueva York con los Ramones, pero ¿y si, como rezaba la mítica camiseta de Kim Gordon de Sonic Youth, "las chicas inventaron el punk, no Inglaterra"? Sin entrar en controversias sobre la génesis del fenómeno, lo que sí parece claro es que la historia oficial, como suele ser habitual, ha silenciado el papel fundamental que tuvieron y tienen las mujeres en el origen y futuro de la música de guitarras más visceral.La periodista cultural y música Vivien Goldman —que a principios de los ochenta grabó un single fundamental en las horas muertas del estudio de PiL— escribe por primera vez una historia del punk desde mediados de los setenta hasta la actualidad en clave femenina. Goldman explora el fenómeno del punk a partir de cuatro temas fundamentales —la identidad, el dinero, la vida afectiva y la búsqueda de un cambio— que tienen que ver tanto con la creación musical en los márgenes de la industria como con las dificultades inherentes de la mujer en un contexto donde aún impera el patriarcado. Para ello, traza un apasionante y divertido panorama global de la música punk hecha por mujeres cuyo legado aún perdura y resuena en todos los rincones del mundo. Más allá de los nombres clave —Patti Smith, Debbie Harry o Chrissie Hynde—, la "catedrática del punk" excava en la historia y en los lugares más recónditos del planeta donde emergen fascinantes sheroes del punk, tanto en EE. UU. (Poly Styrene, las riot grrrls, Alice Bag o Sleater-Kinney) e Inglaterra (las Slits, las Raincoats, las Au Pairs o Skinny Girl Diet), pero también en Francia (Lizzy Mercier Descloux), Alemania (Malaria!), Japón (Shonen Knife), Rusia (Pussy Riot), Indonesia (Tika and The Dissidents), China (Hang on the Box), India (Pragaash, The Vinyl Records), Jamaica (Grace Jones, Tanya Stephens), Nigeria (Sandra Izsadore) o Colombia (Fértil Miseria), incluidas las Vulpes y su "Me gusta ser una zorra".

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Information

Publisher
Contra
Year
2020
ISBN
9788412130065

1. IDENTIDAD FEMENINA ¿Quién soy?

Somos conscientes de que las únicas personas que se preocupan por nosotras lo suficiente como para trabajar por nuestra liberación somos nosotras. Nuestra política evoluciona a partir de un amor sano hacia nosotras, nuestras hermanas y nuestra comunidad, lo que nos permite continuar con nuestra lucha y trabajo. Este enfoque en nuestra opresión se manifiesta en el concepto de la política identitaria.
Declaración del Combahee River Collective, 1977
¿Qué es esta música hecha por mujeres? Tristemente, no la he escuchado lo suficiente como para establecer pautas útiles, pero puede que tenga algo que ver con la forma en que las Raincoats se organizan, ellas mismas y sus instrumentos, sin voces o instrumentos principales; un cambio consciente del patrón líder/subordinado que establece la estructura patriarcal.
Vivien Goldman, Melody Maker, 1 de diciembre de 1979
UNA BÚSQUEDA DEMASIADO OBSESIVA de la identidad puede hacer que la gente se olvide de quién es. Entre los aspectos liberadores del punk estaba su estímulo para renombrarnos y reubicarnos y no tener que cargar con sagas ancestrales. Pero un fuerte latido interior nos empuja a entender dónde, cómo y por qué encajamos en este mundo cada vez más fracturado, a buscar un espacio al que puedan pertenecer incluso quienes no quieren pertenecer a él. Esta tentación es una embaucadora centelleante que nos arrastra a la profundidad de bosques psíquicos a los que el psicoanálisis no nos puede seguir.
Las que formamos la primera generación de punkesas británicas avanzamos a trompicones a través de árboles oscuros cuyas grandes raíces retorcidas nos podían hacer tropezar: las necesidades contrapuestas de nuestra feminidad y el deseo de hacer algo propio, frente a los impensables —de lo contrario serían insalvables— obstáculos apilados como leña en una quema de brujas para dejar nuestra autonomía reducida a cenizas. Institucional e intelectualmente, nuevas ideas iluminaban la ruta: descargas de balas conceptuales candentes disparadas por mentes luminosas como Kate Millett, Maya Angelou y Gloria Steinem, junto con los textos colectivos de la revista norteamericana Ms. en 1971, seguida el año siguiente por la británica Spare Rib. Fuego para combatir el fuego, pero ¿cómo sonaría nuestra combustión musical?
No teníamos modelos, quitando algunas cantantes de jazz y blues del siglo XX y otras del estilo. Con el creciente interés por antepasadas tan impresionantes, las vidas que llevaron, gloriosas pero asediadas, cuando intentaban abrirse un hueco entre tanto tarugo, se conmemoraron en documentales y películas biográficas: Nina Simone, Bessie Smith, Billie Holiday. Al fin y al cabo, fue el monopolio del hombre blanco el que prohibió a Holiday cantar en público tras quitarle en 1947 su licencia de cabaret. Atrapada por la historia, raza, género y clase, fue una de las que pagaron el precio más alto.
Todas estas chicas punk, sin embargo, tuvieron más espacio para probarse distintas identidades y encontrar la que les quedaba bien. Como me preguntaba en aquella entrevista a las Raincoats de 1979, ¿cuál sería nuestro sonido ahora que podíamos crearlo? ¿Quiénes nos creíamos, recién envalentonadas, para pensar que nuestros derechos básicos como mujeres empezarían entonces a fluir como la lluvia? ¿Y quiénes íbamos a ser ahora que podíamos probarnos identidades como si fueran un sombrero nuevo y hacer frente a las consecuencias? ¿Costaría el sombrero lo que decía la etiqueta? Las mujeres habían pagado el precio de la impotencia sistémica de tantas maneras que habían sido privadas de derechos incluso en el ámbito doméstico, ridiculizadas pública y profesionalmente o invisibilizadas. De una u de otra forma, en su camino hacia un futuro mejor, las mujeres, como siempre, iban a sangrar.
Las flagelaciones sacrificiales de las chicas de principios del siglo XXI —palabras como «bulimia», «anorexia» y «autolesión»— apenas se conocían en la Gran Bretaña de principios de los setenta. Aunque los tres demonios existían, no había un nombre que pudiese susurrarse en vestuarios o cocinas. Con todo, presenciar una autolesión en el baño de chicas —un corte que podía haber terminado en muerte—, condujo a una inquisitiva e imaginativa adolescente británica llamada Marianne Joan Elliott-Said a sentarse y escribirlo en su diario. Ese macabro incidente pasó a formar parte de un proceso artístico con el que intentaba entenderse a sí misma y su lugar en la sociedad. La nueva libertad del punk le dio el espacio creativo para hacerlo en la música además de en las páginas que creía que solo ella leería. Esto es lo que escribió Poly Styrene de X-Ray Spex en su diario: «Tracy, una dependienta de Seditionaries se acuclilla en una esquina del aseo de señoras arañándose y rajándose las muñecas con una cuchilla…».
«Esa fue una de las fuentes de inspiración de la canción “Identity”», contó su hija, Celeste Bell.
La otra fue, por supuesto, los conflictos de mi madre con su propia identidad, que creció siendo una niña mestiza; primero, de pequeña en un suburbio blanco de clase media, y después en un barrio de Brixton en el que convivían blancos de clase obrera y afrocaribeños. Mi madre no era ni blanca ni jamaicana (su padre era somalí) y sentía que no pertenecía a ninguna parte. Otra de las fuentes de inspiración de la canción eran las tribus urbanas de la cultura juvenil británica: punks, hippies, rastafaris, skins, discotequeras, etc. Todo el mundo intentaba afirmar su identidad a través de la ropa que se ponía o la música que escuchaba. Todos querían ser originales, pero al final eran solo como todo el mundo en su pequeño grupo.
El conformismo de la contracultura ya se ha criticado con anterioridad. En la película de 1961 The Rebel, el cómico británico Tony Hancock lo hace de forma muy exquisita. En ella, interpreta a un artista londinense cuyos garabatos, de lo que él llama la «escuela siluetista» del arte (y que curiosamente presagian la obra de Jean-Michel Basquiat), reciben la admiración de los modernos beatniks de París. Estos le escuchan absortos mientras describe el tedio suburbano y profesional del que ha huido, en el que todos piensan y se visten igual. Los beatniks se estremecen: ¡qué sino más espantoso! Por supuesto, todos los chicos tienen barba y tanto hombres como mujeres visten su uniforme negro. Sin embargo, desde que nació la política identitaria, justo antes que el punk, la búsqueda intencionada del yo ha sido fundamental en el pensamiento femenino. Distintos roles se abalanzan sobre nosotras e intentamos sortear obstáculos a toda máquina mientras nos abrimos caminos erráticos hacia objetivos inaprensibles pero consistentes: tener un control férreo sobre nuestros cuerpos, nuestros hogares y nuestros hijos e hijas, así como de nuestro arte, nuestras pasiones y nuestra seguridad. No podemos relajarnos nunca, ni siquiera cuando algunos de estos derechos parecen estar a nuestro alcance. Nuestros problemas individuales son el eje de un tira y afloja entre ideologías, valores y creencias, y todas estas artistas tenían que conquistar nuevas formas de vivir, distintas de las de sus precursoras. En los países ricos, la maternidad se ha visto ampliada gracias a la tecnología, que ha facilitado nuevas formas de ser una familia. En las siguientes décadas, los estudios sobre identidad crecerán como la espuma, a veces amenazando con destruir esa necesidad de entendernos a nosotros mismos como individuos —liberados de nuestro pasado con el espíritu de borrón y cuenta nueva del punk—, en vez de dejar que sea la historia la que nos defina. El equilibrio es delicado, porque conocer los ritmos de tantos años de batallas te ayuda a prepararte para la siguiente ronda. Cuando Poly Styrene cantó esta canción, la idea de abordar la identidad aún era una novedad, y más en la cultura popular:
Identidad Es la crisis ¿Acaso no lo ves? ¿Te ves cuando te miras en el espejo? ¿Te ves en la pantalla de la televisión?7
El graznido del riff de saxo de X-Ray Spex no era muy habitual en el punk y el ritmo es un chute de adrenalina, pero es la voz de claxon de Styrene, afinada pero a punto de desgarrarse, lo que te engancha y sacude. Con sus rizos descontrolados, aparato dental y estilo torpe (brillante), en otro tiempo Styrene no habría tenido muchas posibilidades de ser una estrella de la música popular, pero ahora se posicionaba como una líder, musical y conceptualmente. Fue una visionaria a la hora de articular la búsqueda de la identidad de una forma tan específica, que expresaba la ansiedad de su generación y las venideras, pues nació en un momento crucial de cambio social. ¿Dónde encajas? ¿Y cómo destacar y expresar la diferencia que sientes dentro de ti misma, esa esencia del conocimiento en tu interior que se abre como una flor de loto con cada experiencia? Repasando más de cuatro décadas de punk creado por mujeres, una cosa me queda clara. Sin las ataduras del pasado, desde los setenta hasta principios del siglo XXI, un número considerable de chicas punk se sintieron atraídas por la misma pregunta, primitiva y existencial: ¿Quién soy?
Entonces también lo sabíamos. En 1976, Viviane Albertine, la guitarrista de las Slits, me dijo: «Todos los chicos a mi alrededor estaban formando grupos y tenían héroes a los que admirar. Pero yo no tenía a nadie. No quería parecerme a, ni ser, Joni Mitchell. Ni siquiera quería ser Fanny. Entonces me di cuenta de que no necesitaba tener un héroe, podía coger mi guitarra y tocar. La cuestión no es tanto por qué empecé a tocar, sino por qué no lo hice antes».
Esta introspección o deseo de definirse parece no afectar a los chicos. Reflexionando sobre las Raincoats en 1979, constaté: «Cuando entrevisto a Stevie Nicks, Gladys Knight o las Raincoats, cerca del 50 % de la conversación gira en torno a los sentimientos, las emociones. Eso es casi un 50 % más que cuando entrevisto a hombres. El motivo probablemente sea que mientras a los hombres se los educa para que cultiven su agresividad, fuerza y ambición, a las mujeres se las educa para que puedan acceder fácilmente a sus emociones y se las alienta a que las expresen con mayor libertad». Más de cuatro décadas después, puede que esas diferencias sean difusas, pero su esencia sigue vigente. Los cambios reflejan la forma en que el papel y el estatus de los sexos se ha desplazado desde los inicios del feminismo. El punk, por su relativa sencillez, también se convirtió en una plataforma de lanzamiento de la (a menudo inconsciente) autoexpresión femenina, un poderoso vehículo de ideas que una industria patriarcal y tradicional, como era y es el negocio de la música y el ocio, no llega a adulterar. Como las relaciones de poder son tan sesgadas y los depredadores tan confiados, tiene todo el sentido del mundo que la artista no convencional esté dispuesta a ir por libre, crear su propia comunidad, tomar la ruta independiente, el camino secundario hasta su destino. Aunque las mujeres en el mainstream siempre han ocupado cargos de poder en áreas como el marketing o las relaciones públicas, cuando el punk empezó a aullar, y por tanto antes de la aparición de los sellos independientes blancos, apenas había mujeres que ejercieran de guardianas de nuevas tendencias o productoras que luchasen por chicas no convencionales.
En esencia, la historia no ha cambiado, aunque las nuevas tecnologías han ayudado a las chicas, y de este modo, la cantautora folk que décadas atrás esperaba un contrato discográfico mientras tocaba su guitarra se ha convertido en la fabricante de éxitos caseros de la actualidad, como Little Boots y Dua Lipa en el Reino Unido o Princess Nokia en Estados Unidos. Estaban preparadas para lanzar su música digital al universo y encontrar a su público a través de MySpace, Facebook, Bandcamp o SoundCloud sin tener que recibir la aprobación de los chicos del grupo o de la discográfica. Se han de aprovechar todas las oportunidades. En 2016 la revista DJ publicó una lista con los 100 mejores DJ del mundo en la que casi todos eran blancos y solo había una mujer. El año siguiente, un estudio de la Annenberg Inclusion Initiative de la Universidad del Sur de California, dirigido por la profesora Stacy L. Smith, analizó la diversidad de raza y género en la industria discográfica, y desveló que de entre las seiscientas canciones más populares publicadas desde 2012, solo un 12,3 % habían sido compuestas por mujeres y solo un 25 % las había interpretado. En producción, la proporción era de cuarenta y nueve hombres por cada mujer. «En la música popular falta la voz de las mujeres», concluyó la profesora Smith.
Para una pensadora original como Styrene, la trayectoria oficial de la industria resultaba una tortura. A pesar de todo, su creatividad efervescente persistió, siempre avanzando y tratando con ingenio cuestiones como la automatización y la ecología antes de que fueran un debate de masas. Styrene, perspicaz y profética hasta el final, habló en su último LP, Generation Indigo —producido por Martin «Youth» Glover de Killing Joke y publicado poco antes de su muerte en 2011—, de los romances digitales antes de que fueran la opción por defecto.
Nació para adelantarse a su tiempo. Apenas había pasado un cuarto de siglo desde que Norteamérica permitiese el matrimonio entre personas con distinta melanina. Por suerte, Gran Bretaña era menos asquerosa en ese aspecto. A pesar del papel destacado que desempeñó en la trata de esclavos, allí nunca existieron semejantes leyes de segregación. El periódico Daily Mail anunció a mediados de 2014 que una de cada diez parejas británicas era étnicamente mixta y que, gracias a ello, el racismo estaba disminuyendo. A mediados de los setenta, cuando Styrene llegaba a notas que nadie había grabado antes, fue también otro tipo de precursora: literalmente una pionera de una futura estirpe que representaba una profunda fusión de Gran Bretaña y sus antiguas colonias, y que terminaría siendo de lo más habitual. Styrene contribuyó a allanar el camino.
Como suele ocurrir con familias de madres solteras como la de Styrene, la clásica historia del padre ausente es más compleja de lo que parece. Aunque su padre, Osman Mohammed Said, tenía una esposa en Somalia, su conexión con su madre, Joan Norah Elliott, nacida en Bromley, al lado de Londres, era genuina. Su relación fracasó porque ninguno de los dos quería adoptar por completo la cultura del otro. Joan...

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