El mochilero científico
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El mochilero científico

Física, química y biología para sobrevivir al aire libre

Florencia Servera

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  1. 208 pages
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El mochilero científico

Física, química y biología para sobrevivir al aire libre

Florencia Servera

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¡La ciencia se va de campamento! ¿Y qué puede aportarles a los amantes de la vida al aire libre? Aunque esos dos mundos parezcan incompatibles, todo tiene su costado científico: desde el armado de la mochila y la distribución de los objetos para que las caminatas no resulten agotadoras, hasta el modo de obtener agua de las plantas o determinar qué insectos o malezas son comestibles (y hasta beneficiosos). Así, para disfrutar al máximo de la aventura de recorrer selvas, bosques, montañas, playas o desiertos, la física, la química y la biología se ponen a disposición del viajero, porque hasta el más experimentado puede perderse o quedarse sin cantimplora.Florencia Servera deja por un rato el laboratorio y el aula para conducirnos por otros laboratorios y otras aulas más amplios y desafiantes: los de la vida en contacto con la naturaleza. A través de montones de experimentos y actividades (que convertirán al lector en la envidia de sus amigos), nos enseña a construir una brújula o dominar la arquitectura del fogón perfecto, a filtrar agua y eliminar las bacterias perjudiciales, a orientarnos con el sol durante el día y con otras estrellas por la noche. Los instructivos valen para todos: para acampantes expertos y novatos, para los que prefieren quedarse en casa y hacer el asado en la terraza, para los curiosos que quieren aprender ciencia metiendo las manos en la masa.Con la mochila a cuestas, la carpa bien armada, la bolsa de dormir esperándonos luego del fogón y la comida… a la ciencia, no hay campamento que se le resista. ¡Siempre listos!

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1. El plan está en marcha
El viaje por estas páginas comienza soñando un poco. Pónganse cómodos, cierren los ojos (o mejor solo uno, para seguir la lectura) y piensen en cómo serían sus vacaciones ideales. Playas paradisíacas, montañas, lagos, la pileta de casa…, en fin, hay para todos los estilos y bolsillos. Y más allá de cuáles sean estos, con seguridad coincidiremos en que la idea es descansar y alejarse de la rutina.
Pero hay descansos y descansos. Para algunos, estar echados cual iguanas al sol durante horas, a orillas del mar, sin que nadie moleste. Para otros, equipar la mochila, ponerse en contacto con la naturaleza y armar la carpa en el bosque. Sobre gustos no hay nada escrito.
Si son de esos aventureros que deciden experimentar el contacto con la naturaleza cargando en la mochila únicamente lo necesario para sobrevivir, sea cual sea el paisaje, encontrarán de aquí en adelante algunas ideas que pueden ayudarlos, con el toque que sólo la ciencia puede darles. Y si no lo son, este viaje imaginario les servirá para estar preparados por si cambian de planes. Nunca se sabe…
A pesar de que parece simple, viajar como mochilero no es tan sencillo. Para que todo salga bien hay que tomar buenas decisiones desde la planificación y no dejar ciertos detalles librados al azar. De hecho, si la travesía tendrá lugar en zonas poco habitadas o en lugares exóticos, la prevención debe ser aún mayor, porque se debe contar con lo necesario para sobrevivir en condiciones inesperadas o solucionar problemas con los recursos que estén al alcance de la mano. Por eso, es importante conocer previamente las características de los lugares que se recorrerán (el clima, el relieve, etc.), hacer una lista con lo que no puede faltar y conocer algunos trucos de supervivencia que pueden ser los salvadores ante un imprevisto. ¿Están listos para la aventura?
Primero lo primero
Antes de embarcarse en un viaje como mochilero, es recomendable visitar al médico de confianza para hacer los chequeos necesarios y aplicarse las vacunas que hagan falta. Sin ánimos de herir el ego de los lectores más aventureros, en este punto también es importante ser sincero con uno mismo y preguntarse si en verdad el cuerpo está en condiciones de soportar semejante esfuerzo (de más está decir que deberían postergar la escalada del cerro si llevan una vida sedentaria en la que su mayor esfuerzo diario es mojar la medialuna en el café). También es buena idea pedir al instructor del gimnasio o al personal trainer que en los meses previos les arme una rutina de ejercicios que sean adecuados al esfuerzo que realizarán; por ejemplo, para resistir una caminata o una pedaleada de muchas horas diarias durante varios días, deberían entrenar la resistencia aeróbica en lugar de agregar cada vez más discos a las pesas.[1] De lo contrario, el primer día de actividad quedarían con la lengua afuera y los músculos fatigados, con posibilidad de lesionarse y con el orgullo por el suelo. También hay que tener en cuenta que no cargarán sólo con el peso del cuerpo, sino también con el de la mochila (y esto no es poca cosa si el viaje es de más de dos jornadas).
Hay otras cuestiones relacionadas con el cuidado del cuerpo que es conveniente prever. Si la mayor parte del viaje transcurrirá en una zona alejada de la civilización (en el desierto, en la selva, etc.) y en soledad, tener ciertos conocimientos sobre primeros auxilios puede marcar la diferencia entre la vida y la muerte y permite ganar tiempo hasta que llegue la ayuda. Entonces, es importante conocer los posibles peligros y llevar en la mochila los recursos indispensables para salir ilesos. Por ejemplo, en las zonas selváticas tropicales son comunes las picaduras de insectos y las cortaduras al atravesar la vegetación más densa; por eso, disponer de desinfectantes para las heridas, repelente, algún producto que calme el dolor, pantalones y camisetas de mangas largas puede ser de gran utilidad.[2] En fin… ser un mochilero precavido lleva su tiempo.
A guardar, a guardar, cada cosa en su lugar
La mochila es el recurso más valioso del mochilero. Pero no sólo es la galera de mago de la que sacará todo lo que necesite, sino también la carga que tendrá que llevar sobre sus hombros la mayor parte del tiempo. A la hora de comprarla (o de pedirla prestada) hay que tener en cuenta varias cosas. Lo principal es la calidad, que asegurará que no se rompa en el medio del camino, que sea cómoda y que al cargarla no provoque dolor de espalda. En el mercado hay muchos tipos de mochilas que se diferencian por el material del que están hechas, el tamaño, la capacidad interior, el número de compartimientos que poseen, etc. Lo adecuado es elegirla según el tiempo que dure el viaje. Eso sí, acá vale un consejo de mujer: no se tienten con poner más objetos porque hay espacio disponible, como hacemos con las carteras. Y no es cuento para convencerlos: tiene aval científico. Se ha demostrado que cuanto más pesada es la mochila, más aumentan la frecuencia cardiorrespiratoria y el esfuerzo que se percibe en el desplazamiento. En consecuencia, se llega a la fatiga con más rapidez y esto no es bueno para caminar largas distancias. (Un comentario para las lectoras: ¿por qué será que no nos damos cuenta de eso cuando miramos vidrieras por horas con la cartera pesadísima? Es todo un misterio.)
Continuemos con las características de la mochila. El fondo debe ser firme para que los objetos no se desparramen y el peso se distribuya de forma correcta. Además, para que se adapte a la forma de la espalda y no sea una tortura cargarla, es recomendable que su parte posterior sea moderadamente rígida, acolchada y flexible. Y si el tejido de esa zona tiene sistema de aireación, ¡bienvenido sea! Evitará que la espalda se transforme en un río de sudor. Y hablando de transformaciones, para no quedar con los hombros y la cintura marcados con profundas canaletas, las correas y el cinturón deben ser acolchados y regulables a fin de acortarlos de manera tal que la mochila no se balancee durante la marcha y nos haga perder el equilibrio (¿alguien les creería si le echaran la culpa del porrazo?).
Si algo aprendimos sobre las cuentas en la escuela es que en las sumas el orden de los factores no altera el producto. Pero en el armado de la mochila eso no es tan así, porque el modo como se distribuye el peso determina cuán pesada la percibe el mochilero y qué riesgos corre su equilibrio. Para entender de qué estamos hablando debemos dejar por un momento la mochila para dar un paseo por algunos conceptos básicos de la física.
Todos los cuerpos están constituidos por porciones de materia de una determinada masa que ocupan un lugar en el espacio. Como esta masa es atraída por la fuerza de gravedad hacia el centro de la Tierra, se dice que tienen un peso. Entonces, a pesar de que cotidianamente usamos los conceptos “masa” y “peso” como sinónimos, en realidad no significan lo mismo.
Para el estudio de los cuerpos en reposo o en movimiento, la masa se representa con un punto que se denomina “centro de masa” en el que se concentra en su totalidad. Como la gravedad lo mantiene atraído hacia el centro de la Tierra, el peso se representa con una flecha que apunta hacia abajo y se aplica desde el centro de masa.[3]
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Si bien la fuerza de gravedad actúa sobre todas las partes de un cuerpo, por una cuestión de practicidad se la representa como una única fuerza que simboliza la sumatoria de todas ellas. En los cuerpos en los que la fuerza de gravedad es uniforme –o sea, que prácticamente no se modifica–, el centro de gravedad coincide con el centro de masa. En el caso de nuestro cuerpo, si bien la gravedad actúa en todas sus partes, cuando estamos parados con las piernas cerradas, el centro de gravedad está aproximadamente a la altura del ombligo en los hombres y unos centímetros más abajo en las mujeres.
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A su vez, los objetos están en equilibrio cuando una línea vertical imaginaria pasa por el centro de gravedad y queda dentro de la base de sustentación, es decir, el área de la figura que se forma al unir los puntos más alejados de la base de apoyo. Si esta línea pasa por fuera de la base, el cuerpo se desequilibra. Siguiendo con el ejemplo anterior, cuando estamos parados, la base de sustentación es la zona que está entre los pies. La columna vertebral y la musculatura están adaptadas para mantener el equilibrio en una postura erguida por el modo en que se distribuye el peso y porque la línea vertical pasa por nuestro centro de gravedad y se proyecta entre los pies. Cuanto más juntos estén, más posibilidades hay de que perdamos el equilibrio, porque al achicarse la base de sustentación es menor el espacio en el que se proyecta la línea que pasa por el centro de gravedad. Por el contrario, al separar los pies, es más difícil que eso suceda, porque puede ubicarse en una superficie más grande.
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Al cambiar la posición de los brazos o las piernas (cuando no estamos parados), el centro de gravedad cambia de lugar porque se modifica el modo en que se distribuye el peso, y para mantener el equilibrio se contraen o relajan ciertos músculos. Por ejemplo, al ascender una montaña o caminar por un terreno en subida, el torso se inclina hacia adelante y los pasos son más largos para compensar la distribución del peso y lograr que el centro de gravedad se proyecte dentro de la base de sustentación.[4]
Una carga, como una mochila, también posee su centro de masa y de gravedad; cuanto más alejado esté del centro de gravedad del cuerpo, más nos hará inclinar hacia atrás y tendremos más posibilidades de caernos. Para que eso no suceda, hay que regular el modo en que se distribuye el peso en la mochila según las características del terreno por el que se camine.
  • Si es llano, es conven...

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