Las tres joyas
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El Buda, su enseñanza y la comunidad

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Las tres joyas

El Buda, su enseñanza y la comunidad

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Las tres joyas es una introducción didáctica al rico mundo del budismo. Está concebida para un público muy amplio: desde practicantes avezados hasta personas que simplemente quieran tener un conocimiento más preciso de los tres grandes ejes o "joyas" del budismo: la figura del Despierto (el Buda), su enseñanza (Dharma) y la comunidad de seguidores (Samgha).Con un estilo directo y asequible, Pániker profundiza primero en el personaje histórico Gautama Siddharta y cómo deviene el Buda Shakyamuni. Luego, repasa los conceptos esenciales de las filosofías budistas (sufrimiento, impermanencia, nirvana, vaciedad, ausencia de "yo", karma, etcétera). Finalmente, se explaya en la fascinante historia de la comunidad, desde sus orígenes índicos, hasta su expansión –y sus transformaciones– por el Sudeste Asiático (principalmente bajo la forma del budismo Theravada), Extremo Oriente (Mahayana), el mundo tibetano (Vajrayana) o en el Occidente contemporáneo.El libro está destinado a convertirse en un manual de introducción y referencia básico sobre una de las más profundas tradiciones espirituales del mundo.

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Information

Parte III: El Samgha

21. La comunidad budista

La tercera joya del budismo es el Samgha (o Sangha). Literalmente, significa “asamblea”, “comunidad”. De buen principio, se utilizó para nombrar a grupos de –como mínimo cinco– shramanas.
En un sentido restringido, el Samgha remite a la comunidad monástica budista; al cerca del millón de monjes (bhikshus) y monjas (bhikshunis) que aproximadamente existen hoy en el mundo. Este es el sentido más común en los textos clásicos y el implícito en el budismo antiguo. Los monjes y monjas son quienes prolongan una cadena de transmisión que se remonta al Buda. El Dharma nos llega a través del Samgha, la comunidad monástica que, en teoría, vive en concordancia con la enseñanza.
Pero en su sentido amplio, el Samgha incluye también la comunidad de practicantes y fieles budistas; o sea, a los seguidores laicos (upasakas) y laicas (upasikas). Ellos y ellas también constituyen la comunidad de los “nobles” a quienes fueron dirigidas las enseñanzas [véanse FIG. 19, FIG. 49]. Dependiendo de cómo se calculen las filiaciones religiosas (en especial las de Japón, donde muchas personas combinan budismo y sintoísmo, o las de China, donde mucha gente aún está registrada como “atea” o “sin filiación”), puede hablarse de entre 400 y 600 millones de budistas en el mundo, con gran peso de los países asiáticos. Fuentes razonables proponen 250 millones de budistas en China, 70 en Tailandia, 70 en Japón, 40 en Birmania, 15 en Sri Lanka, 15 en Vietnam, 15 en Camboya, 15 en Corea del Sur, 10 en India y 5 en Malasia. A este top-ten, que arroja 500 millones de personas, habría que sumar 30 o 40 millones más, esparcidos en otros países, incluidos los de Occidente (4 millones en Estados Unidos, por ejemplo). Pero hay que insistir en que debemos tomar estas cifras únicamente de manera orientativa. ¿De qué religión son los cientos de millones de chinos registrados como “ateos” pero imbuidos de prácticas, valores y convicciones budistas, taoístas, confucianas y de la religiosidad popular? La simultaneidad de creencias es muy común entre los budistas de todo el mundo ya que –como pronto comprobaremos– casi siempre han compartido el terreno con otros sistemas rituales y de creencias. El rasgo es típicamente asiático. Incluso en los países porcentualmente muy budistas, como Camboya (97%), Tailandia (93%), Birmania (80%), Bután (75%), Sri Lanka (70%), Laos (66%) o Tíbet (60%), coexisten otras cosmovisiones y religiones. Tomemos las cifras de filiaciones religiosas, pues, con precaución.
FIGURA 19: Un millar de monjes y laicos budistas congregados durante el XVIII encuentro de la orden Schwegyyin Nikaya, la segunda más importante del budismo birmano, en un monasterio cerca de Yangon, Birmania, 2012. (Foto: Wikimedia Commons).
Aún existe un tercer sentido del término, que hace referencia a las diferentes comunidades de seguidores de un maestro o un linaje. En Occidente, en particular, es común referirse a la sangha (en femenino) o “comunidad” del maestro Thich Nhat Hanh, por ejemplo, o a la sangha del lama Ponlop Rinpoche, o a la sangha del maestro zen Kosen, etcétera. Aunque esta designación no es incorrecta (de hecho, se aproxima más al sentido original, que no remitía a un único cuerpo, sino a las distintas fraternidades budistas), sí porta algo de confusión, ya que estas sanghas no constituyen una de las “joyas” en las que se toma refugio.
En este libro se utilizan los tres significados de forma indistinta (aunque con cierta predilección por el segundo), pero el contexto suele dejar claro si nos referimos al sentido más restringido, al amplio o al tercero.
Esta Parte, más extensa que las anteriores, se centrará en la larga y rica historia de la comunidad desde tiempos del Buda hasta el presente. Es importante otorgar al budismo una perspectiva histórica (un enfoque no muy habitual en los libros sobre budismo), para poder combatir una visión monolítica y unitaria de este. Aun cuando la moderna conciencia historicista pueda poner en aprietos algún aspecto tradicional del budismo, estimo que es sana para el mismo. Si en la Parte anterior inevitablemente hemos tenido que realizar grandes generalizaciones, ahora podremos poner el debido énfasis en cómo el antiguo budismo indio se transformó en sus tres grandes corrientes o vehículos: Theravada, Mahayana y Vajrayana; y cómo hoy se está configurando un budismo globalizado. Dicho de otra forma, veremos cómo a partir de un núcleo de enseñanzas estas fueron –y siguen– reinterpretándose sin cesar. No caigamos en el clásico tropo modernista que petrifica –aunque en realidad conjetura e imagina– un mensaje del Buda histórico y pasa por alto los veinticinco siglos siguientes. De hecho, este libro muy bien podría haberse titulado La historia del Buda y el budismo. De cómo la historia de aquel príncipe que devino el Despierto y predicó el Dharma se expandió por el mundo entero a través de su Comunidad.
Aunque el Buda nunca quiso instituir un nuevo orden mundial (conocida es su actitud ambivalente hacia lo político),* la historia del Samgha es, desde luego, la historia de la participación de la comunidad en la política, la sociedad y la cultura de una gran cantidad de países. A diferencia de la idealizada imagen (promovida también desde ciertas instancias budistas) de una pacífica religión –o filosofía, si se tiene aversión por la otra etiqueta– basada en la compasión, el budismo ha estado –como toda religión– metido en guerras y pugnas, en revoluciones y resistencias, en la ayuda a los necesitados y los excluidos, en proselitismo y escándalos, etcétera. O, dicho de otra forma, más allá de los orígenes shramánicos (ascéticos y soteriológicos) de la tradición, el budismo siempre ha interactuado con los vectores de transformación social, política o económica.
Revisaremos, pues, las microhistorias del budismo en India, Sri Lanka, Birmania, Tailandia, China, Corea, Japón, Vietnam, Tíbet, Mongolia… hasta su moderna transmisión en Occidente. Espacios todos con pronunciadas diferencias en lengua, cultura o valores, pero que han hallado en la tradición budista un vector vertebrador (y hasta un punto de encuentro). El budismo otorga cierto grado de “parecido familiar” a lo que son sociedades muy –pero que muy– distintas. En su proceso de expansión y adaptación por medio mundo, la comunidad budista transformó y moldeó profundamente Asia; y en su evolución, los diferentes budismos fueron transformándose, en un proceso que refleja a la perfección el cambio y la transitoriedad de las cosas.
Aunque, respetando la costumbre, anclaremos la historia del budismo en las diferentes dinastías y reinos de Asia [véase Cuadro en la siguiente página], ello no debe hacernos pensar que la historia del budismo solo depende de los avatares dinásticos. Por supuesto que han existido monarcas probudistas (está claro que para que una religión arraigue suele ser necesario un apoyo del Estado) y regímenes antibudistas, pero existen otros factores (como la rivalidad entre religiones, entre los propios linajes budistas, los vaivenes de la economía, el crecimiento de la población, etcétera) que también juegan en los desarrollos religiosos. El anclaje dinástico sirve didácticamente de ayuda cronológica.
En cada ámbito geográfico, comprobaremos que las distintas facetas de la modernidad (colonialismo, nacionalismo, ciencia, capitalismo, marxismo, secularismo, justicia social, feminismo, etcétera) han modificado y siguen transformando los budismos (y, a su vez, las tradiciones budistas han contribuido a vehicular algunos de estos vectores y a “orientalizar” la propia modernidad). En modo alguno las fuerzas de la modernización implican el declive de la religiosidad, sino que estimulan su transformación.
En los dos últimos capítulos [40 y 41] abandonaremos el discurso histórico para centrarnos en las características y prácticas religiosas contemporáneas de las dos secciones del Samgha: la monástica y la laica. Precisamente, el apoyo mutuo entre ambas secciones permite que la vida espiritual de monjes, monjas, laicos y laicas avance hacia el cese de la ignorancia y el sufrimiento.
Cuadro: Dinastías y reinos de algunos países de Asia y acontecimientos relevantes del budismo.
(Fuente: Agustín Pániker).

22. El budismo antiguo

Durante sus primeros 500 años, el budismo fue un fenómeno básicamente surasiático (índico), centrado en el Dharma o enseñanza práctica, y en el Samgha o comunidad de renunciantes y fieles laicos, ya que el Buda no dejó ningún sucesor.
El Samgha no es una Iglesia budista; ni ha existido nunca –hasta tiempos modernos (y solo circunscrita a contados países)– una jerarquía “eclesiástica”. Cada congregación de monjes se autorregulaba –y aún se guía– de forma separada según un código monástico prescrito por el Buda. (Ha existido, no obstante, una clara jerarquía interna de género, como comprobaremos al final de la obra.) La mayoría de las decisiones se tomaban –e, idealmente, aún se toman– por unanimidad en la fraternidad monástica. La autoridad siempre ha recaído en los maestros con veteranía de vida monacal (y en los monjes que hubieran alcanzado los niveles más avanzados). La unidad de la orden se ha preservado a lo largo de los siglos gracias al código de conducta (el vinaya) y la recitación quincenal de las faltas (el pratimoksha). Durante sus primeros siglos, este reglamento poseía plena independencia de cualquier poder político o temporal. Todo hace pensar que la comunidad monástica se perpetuó siguiendo la tradición de las repúblicas tribales (gana-samghas) y no de las monarquías.
A diferencia de modelos más autoritarios, el budista tolera mejor las prácticas y opiniones disidentes, pero al precio de una multiplicidad de cuerpos, cada uno con sus peculiaridades.
El Samgha monástico se ha escindido cuando una minoría –de al menos cinco monjes– ha disentido en algún aspecto de la disciplina. Es decir, por la ortopraxis. Y es que el Dharma nunca ha constituido una “ortodoxia” ni se erige como revelación inmutable. Es una enseñanza práctica y flexible (recuerden: provisional). De ello, la proliferación de corrientes en el budismo. La expansión geográfica también ha contribuido.

El primer concilio del Samgha

La tradición budista habla de una serie de “concilios” o “recitaciones colectivas” (sangitis) en los que las figuras más importantes de la orden monástica se reunieron para tratar de consensuar posiciones. Es verosímil que el propio Buda hubiera permitido diferentes interpretaciones del Dharma siempre que se mantuvieran dentro del croquis soteriológico y ético fundamental. La tradición recuerda que hacia el final de su vida le comentó a Ananda que, tras su fallecimiento, la comunidad podía «abolir las reglas menores».82
Un “primer” concilio se habría celebrado en Rajagriha, bajo el patrocinio del rey Ajatashatru de Magadha, quizá tres meses –o un año– después del parinirvana (si bien los historiadores no le conceden demasiado crédito). Dícese que durante siete meses se reunieron quinientos arhats bajo la supervisión de Mahakashyapa, el monje de mayor edad. Hay quien sostiene que Mahakashyapa representa el definitivo giro “eclesiástico” del budismo, un intento (el único) de dotar al Samgha con alguna autoridad de estilo “papal”, capaz de establecer una ortodoxia y regular de forma estricta la comunidad. Según el Cullavagga (el texto que recoge el grueso de información acerca de este dudoso primer concilio), las tensiones entre Mahakashyapa y Ananda se hicieron patentes. Fue entonces cuando se le habría reprochado a Ananda no haber rogado al Buda que pospusiera su entrada en el parinirvana, lo mismo que haber insistido en crear la orden de monjas.
La tradición cuenta que en el concilio, Ananda –que aún no era un arhat, pero que fue la mano derecha del Buda durante 25 años–, y hombre de prodigiosa memoria, pudo recitar uno a uno los discursos del maestro. De ahí que todos los sutras empiecen con el estribillo: “Así lo he oído…”, que adquirirá carácter de mantra (y rango de “palabra del Buda” o aprobada por el Buda). Por su parte, Upali recitó el vinaya, la sección que contiene las directrices de la disciplina monástica.
Por supuesto, no puede aceptarse que Ananda y Upali “recordasen” todo el inmenso material de diálogos y sermones del Buda y que un “canon” quedara fijado al año de la muerte del maestro. Aunque nada nos hace dudar de la centralidad de Ananda en unas recitaciones, él no estuvo al lado del Buda los 45 años de su ministerio. Sí es del todo factible, empero, que los “ancianos” (sthaviras) realizaran con prontitud (puede incluso que en vida del Buda, ya que él dejó instrucciones para examinar la autenticidad de los sutras) algún tipo de reunión para consensuar las enseñanzas y las normas monásticas y editar el material para que pudiera ser memorizado y recitado.* A partir de entonces emergió un tipo de monje especializado en memorizar y transmitir una sección particular del Dharma.
Debemos, pues, al esfuerzo de sus discípulos la fenomenal tarea de preservar los discursos y reglas que adscribimos al Buda histórico. La enseñanza pasó de boca en boca siguiendo los métodos mnemónicos de la antigua India.

El segundo concilio y la bifurcación del Samgha

Mejor atestiguado está un segundo concilio en Vaishali, unos cien años después, provocado por disputas en el código monástico. Al parecer, algunos monjes habían aceptado oro y plata de seguidores laicos, habrían tomado alimento a horas no prescritas y cometido otras infracciones del estilo.
Al no haber Iglesia, estrictamente hablando tampoco debería existir en el budismo un “cisma”. El hecho de tener una opinión particular no implica necesariamente una ruptura. Reiteremos que siempre que han existido bifurcaciones en el Samgha el motivo ha sido...

Table of contents

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Sumario
  5. Dedicatoria
  6. Introducción
  7. Parte I: el Buda
  8. Parte II: el Dharma
  9. Parte III: el Samgha
  10. Epílogo
  11. Glosario
  12. Notas
  13. Bibliografía esencial
  14. Índice de figuras
  15. Índice onomástico
  16. Notas al pie
  17. Contracubierta