1. Acusada de excusar: la sociología en el banquillo
El siglo XX fue testigo del desarrollo de las ciencias sociales en la universidad, la multiplicación de los trabajos de investigación accesibles para los lectores ajenos a las disciplinas eruditas y un creciente compromiso de los académicos en el espacio público, motivado por una legítima voluntad de rectificar, en la mayoría de los casos, las miradas deformadas de la realidad y llevar a conocimiento público los avances de sus investigaciones. A la par de este proceso, surgió el tema de la “excusa sociológica” y la reafirmación de la “responsabilidad individual”, la “libertad” o el “libre albedrío”. Simultáneamente, los críticos más acérrimos comenzaron a señalar a estas ciencias como el principal enemigo que combatir.
El rechazo de la “excusa sociológica” suele ser la primera respuesta cuando se producen ataques al orden público, disturbios, actos de delincuencia o atentados. En este tipo de situaciones, los responsables políticos buscan “asestar duros golpes”, mostrarse inflexibles, intransigentes, sin contemplaciones, recordar la ley (y, por ende, su autoridad). Ya sea que declaren su intención de “aterrorizar a los terroristas” (Charles Pasqua, en 1986), “limpiar a fondo” un barrio marginal para terminar con los delincuentes, contra quienes prometen “dar un duro golpe” (Nicolas Sarkozy, en 2005), o “poner tras las rejas a los ‘núcleos profundamente enfermos’ que minan nuestras sociedades” (David Cameron, en 2011 –cit. en Truong, 2011–), la reafirmación ritual de la autoridad difícilmente pueda conjugarse con el distanciamiento, la actitud reflexiva o la necesidad de entender el conjunto de condiciones que posibilitaron esos acontecimientos. Sin embargo, sería esperable que los dirigentes de las sociedades democráticas tuvieran tanta capacidad de reflexión como de demostración verbal de su poder.
Las ciencias del mundo social buscan dar una explicación a determinados actos o situaciones; por eso mismo se las acusa de excusar a los culpables, de desresponsabilizarlos. En 1999, Lionel Jospin, primer ministro de Jacques Chirac, admitió que los “problemas de seguridad” estaban “vinculados con fenómenos graves causados por una mala gestión del urbanismo, desestructuración familiar, miseria social […] y falta de integración de una parte de la juventud que vive en los barrios marginales [cités]”. Sin embargo, insistió en señalar que “nada de esto constituye una excusa para los comportamientos delictivos individuales”. Y añadió que “cada uno es responsable de sus actos. Mientras se admitan excusas sociológicas y no se discuta la responsabilidad individual, estas cuestiones no tendrán solución” (Le Monde, 1999). Élisabeth Guigou, entonces ministra de Justicia del gobierno socialista, también llamó la atención sobre el tema: “El vuelco que todos nosotros debemos dar es un vuelco hacia el principio de realidad. ¿Quién no ve que, por falta de percepción, algunos métodos de prevención ayudan a sostener una cultura de la indulgencia que desresponsabiliza a los individuos? ¿Puede construirse la autonomía de un joven si una y otra vez se admite que sus infracciones tienen causas sociológicas, incluso políticas –en las que, la mayoría de las veces, no habría pensado por sí mismo–, cuando un gran número de sus semejantes, inmersos en las mismas condiciones sociales, no cometen ningún delito?” (cit. en Subtil, 1999).
En esa época, el argumento que sostenía la derecha era exactamente el mismo. Es el caso del diputado del RPR (Rassemblement pour la République) Nicolas Dupont-Aignan (1999), quien escribió: “Sea cual fuere la razón profunda y real de la fractura social, resulta inaceptable buscar excusas para los actos inexcusables. ¿O los tres millones de desempleados hoy tienen permiso para salir a robar, saquear y causar destrozos?”. Luego sugirió tomar como ejemplo el gobierno británico de ese momento: “¿Por qué Francia no podría seguir el ejemplo del ministro del Interior inglés, que lanzó el programa No More Excuse?” (Dupont-Aignan, 1999).
Variaciones del mismo tema se hacen oír una y otra vez tanto en la derecha como en el PS (Partido Socialista). Así, en octubre de 2006, luego de que el incendio de un autobús en Marsella causase graves quemaduras a una mujer, Nicolas Sarkozy –en ese entonces, ministro del Interior– reafirmó su voluntad de “terminar con esta cultura de la excusa permanente”: “El desempleo, la discriminación, el racismo, la injusticia no pueden excusar tales actos” (cit. en Jakubyszyn y Smolar, 2006). En 2014, fue Jean-Pierre Chevènement (ex ministro socialista) quien, invitado por el canal Public Sénat, se expidió acerca del terrorismo: “No creo en la cultura de la excusa sociológica” (Chevènement, 2014). Asimismo, tras los atentados del 7 y 9 de enero de 2015, Claude Bartolone (del PS, presidente de la Asamblea Nacional) afirmó que no debe haber “ninguna ceguera beata ni excusa sociológica para los instigadores y profesionales de la muerte, ya sean aguerridos o novatos” (Libération, 13 de enero de 2015).
Según demuestra la tribuna de Nicolas Dupont-Aignan, este tema no queda acotado a los discursos de los franceses para los franceses, sino que también se ha dado en los Estados Unidos y el Reino Unido, entre otros países. Así, cuando en 1983, durante la cena anual del Comité de Acción Política Conservadora, el presidente Ronald Reagan lanzaba como dardos sus verdades acerca de la criminalidad, lo que hacía era afirmar la primacía de la responsabilidad individual por sobre las causas socioeconómicas y, de manera más general, por sobre las condiciones de la vida colectiva: “Está muy claro que nuestro problema de criminalidad fue causado, en esencia, por una filosofía social que concibe al hombre como si fuera, ante todo, un producto de su entorno material. Esta misma filosofía de izquierda que suponía el advenimiento de una era de prosperidad y virtud por obra de un robusto gasto público ve a los criminales como producto desafortunado de malas condiciones socioeconómicas o como el resultado de su pertenencia a un grupo desfavorecido. Para ellos, es la sociedad y no el individuo la que está en falta cuando se produce un crimen. La culpa es nuestra. Bueno, en la actualidad, un nuevo consenso rechaza por completo ese punto de vista” (cit. en Wacquant, 2000: 16-17). En la misma línea, seis años más tarde, George H. W. Bush (1989) declaraba, en una alocución a los jóvenes en relación con la “guerra contra la droga”: “Debemos alzar la voz para corregir una insidiosa tendencia: la tendencia a culpar [por el crimen] a la sociedad, no al individuo. […] Yo, como la mayoría de los estadounidenses, pienso que podemos empezar a construir una sociedad más segura si en primer lugar reconocemos que la sociedad misma no causa el crimen: los criminales causan el crimen” (cit. en Wacquant, 2000: 16-17). Estos discursos, que confunden la búsqueda de las “causas” con la atribución de “faltas” (designación de los “responsables” o “culpables”), recurren al sentido común. Los culpables de los crímenes son los criminales. Los que cometen actos delictivos son los delincuentes. Y los responsables de los atentados son los terroristas. Al notar semejante obviedad, ¿quién pensaría en contradecirlos?
Los republicanos no son los únicos que destacan la responsabilidad individual en Estados Unidos: también lo hizo Barack Obama. En 2009, al pronunciar un discurso ante la Asociación Nacional para el Avance de la Gente de Color, declaró:
Debemos decirles a nuestros niños: “Sí, si ustedes son afroamericanos, las probabilidades de que crezcan en medio del crimen y las pandillas son mayores. Sí, si viven en un barrio pobre deberán enfrentarse a desafíos que quienes viven en un suburbio rico no deberán enfrentar. Pero eso no es razón para sacar malas notas [aplausos], no es razón para faltar a clase [aplausos], no es razón para renunciar a la educación y dejar la escuela [aplausos]. Nadie escribió su destino por ustedes. Su destino está en sus manos, no lo olviden”. Eso es lo que debemos enseñar a todos nuestros niños. ¡No hay excusas! [Aplausos] ¡No hay excusas!
Así, ese argumento –que las condiciones de vida, incluso las más degradadas, no valen como excusa– permite que los niños de las familias populares se vuelvan “responsables” de sus “fracasos escolares”. Cada cual es dueño de su destino y, por consiguiente, no hay excusas para sus fracasos: se sacraliza al individuo libre y autónomo porque, de ese modo, se lo responsabiliza de todos sus infortunios.
Finalmente, en agosto de 2011, tras los disturbios en Inglaterra, el primer ministro británico David Cameron tomó la palabra ante el Parlamento, reunido en sesión extraordinaria, para insistir en que los perturbadores del orden tenían “intenciones de robar” y afirmar que las políticas sociales nada tenían que ver con lo que había sucedido, ya que se trataba “lisa y llanamente de actos criminales” y, por ende, “no hay excusa posible” (cit. en Marty, 2011).
Y cuando los actores políticos dejan de pronunciar discursos sesgados contra la excusa sociológica, toman la posta los periodistas: se atribuyen simbólicamente la función de ministros del Interior y llaman al orden a los pocos responsables políticos que siguen invocando las “causas sociales”. En febrero de 2011, por ejemplo, el periodista Tefy Andriamanana escribió un artículo en el que criticaba severamente a Martine Aubry, entonces secretaria general del PS. El periodista se mostraba sorprendido por el “discurso beato”, crédulo, sostenido por la funcionaria en materia de delincuencia, el cual, a su entender, ya estaba “superado”. Su texto condensa todos los elementos de la lucha contra la “cultura de la excusa”:
Parecía que el PS había abandonado para siempre la “cultura de la excusa” en materia de seguridad, es decir, la idea de que la delincuencia se explica por causas externas, principalmente socioeconómicas. […] Resulta que cinco años después de lo que algunos llamaron “el vuelco de Villepinte”, el PS no había logrado desprenderse de los demonios de la victimización. Durante ese coloquio, organizado en 1997, Lionel Jospin admitió que la inseguridad era un problema en sí misma […]. En 2011, Martine Aubry parece haber vuelto a esa “cultura de la excusa”. El PS acaba de publicar un libro con prefacio de la alcaldesa de Lille: Sécurité. Le fiasco de Sarkozy, les propositions du PS [Seguridad. El fiasco de Sarkozy, las propuestas del PS], en que se retoman las propuestas que se redactaron sobre este tema durante el Foro de Créteil. Dichas propuestas surgieron en noviembre pasado, después de la ofensiva del jefe de Estado en pos de la seguridad, en un intento del partido por mostrar su credibilidad. El verano pasado en La Rochelle, Manuel Valls se mostró muy optimista. Entrevistado por la revista Marianne, negó cualquier posibilidad de que su partido diera “marcha atrás”. Un fiasco: según el texto de la ex ministra de Trabajo, la inseguridad no sería otra cosa que una consecuencia de la desigualdad. En resumen, para Aubry, la delincuencia “es culpa de la sociedad”. “Si nada justifica la violencia, sólo resta constatar que la propia sociedad en que vivimos es generadora de violencia”, escribió (p. 7). La secretaria general del PS explica con detalle su doctrina a partir de varios ejes: un determinismo que sería, sobre todo, producto de la desigualdad socioeconómica. Y prosigue: “Con el crecimiento explosivo de la precariedad y el sufrimiento en el ámbito laboral, el trabajo perdió su capacidad de crear vínculos e integrar, se convirtió en una fuente de frustración y rencor” (pp. 7-8). Así, los hechos de violencia no serían más que el resultado de la frustración social: “Se están desarrollando nuevas y repetidas formas de violencia contra uno mismo, contra los demás y contra todo lo que simboliza las instituciones y sus promesas incumplidas de igualdad”, afirma la secretaria general del PS (p. 9). Asimismo, desarrolla las propuestas del PS en materia de educación. Para Aubry, las causas de la delincuencia escolar deben buscarse principalmente… en la escuela y no en los delincuentes. “La deserción escolar y la impresión que muchos alumnos tienen de que el sistema los desprecia son un germen terriblemente eficaz para una sociedad violenta”, afirma (pp. 25-26). […] En treinta años, los socialistas cambiaron repetidamente de doctrina. Si el coloquio de Villepinte al menos hubiese marcado un avance en el discurso, la era de Aubry supondría cierta regresión. […] Sin embargo, dentro del PS no todos adhieren necesariamente a esta cultura de la excusa (Andriamanana, 2011).
Del mismo modo, en febrero de 2013, Yves Thréard, editorialista del diario Le Figaro, atacaba la reforma de la política penal impulsada por la ministra de Justicia, Christiane Taubira, afirmando que dicha modificación restablecía la “excusa sociológica” y la “victimización de los delincuentes” (Durand, 2013). La propia Caroline Fourest declaró, en mayo de 2015, que “dar excusas sociológicas a los fanáticos no va a hacer que disminuya el racismo” (Vécrin, 2015).
Y cuando no son los periodistas, llega el turno de los filósofos o incluso de algunos sociólogos partidarios de las explicaciones individuales. No faltan ejemplos de intelectuales que despliegan una y otra vez la misma filosofía del sujeto libre, consciente y responsable de sus actos y lamentan que se invoquen las “causas sociológicas”. Cuando en 2005, tras la muerte por electrocución de dos adolescentes que intentaban escapar de la policía, estallaron los disturbios de Clichy-sous-Bois, que luego se propagaron a distintos barrios de los suburbios, la prensa publicó varias columnas de opinión. Un doctorando en filosofía, que daba clases en la Universidad París-XII, tomó la pluma para expresar su indignación ante los intentos de explicación sociológica que circularon en ese entonces. François-Xavier Ajavon (2005) hablaba con gran condescendencia del “fluctuante malestar de nuestros contemporáneos” y creía poder percibir una “‘voz’ sociológica, por lo general muy politizada, en el coro plañidero del representante local, el mediador, la responsable de la ONG, ese Big Brother desconocido y ese hermano pequeño a quien se hace trampa”. Señalaba a Pierre Bourdieu como el gran inspirador de esa “voz” y opinaba que los medios y los actores habrían “cedido a idéntico facilismo en el tratamiento de los disturbios”. Pero ninguna de las “causas sociales” convencía al autor del texto, ya que, para él, se olvidaba lo esencial:
Al poner demasiado empeño en considerarlos como un grupo homogéneo, ¿no estamos olvidando lo que realmente son: individuos con libre albedrío, que dominan sus elecciones y acciones? ¿Y por eso mismo, individuos con deberes y responsabilidades, además de derechos? En su explicación de la violencia urbana, ¿las “ciencias humanas” no están olvidando al hombre? (Ajavon, 2005).
La “lógica multicausal compleja” que intenta explicar las violencias urbanas “disuelve mecánicamente la responsabilidad entre los actores implicados”.
Esto llevaba al autor a medir la realidad de los hechos y su verdad con la vara de la justicia. Mientras los sociólogos invocan causas colectivas, el tribunal acerca a los jóvenes delincuentes a la realidad fáctica de sus actos: “Por otra parte, los jóvenes involucrados se vieron enfrentados de inmediato con la realidad de los hechos cuando algunos de ellos fueron llevados ante la justicia: lo que se juzgaba eran sus actos individuales, su libre voluntad, no la mano invisible de la segregación social y el ‘malestar de los suburbios’ que sostenía el cóctel molotov” (Ajavon, 2005). Entonces, la filosofía del sujeto libre no es más que la prolongación de la filosofía judicial de base: se juzga a los individuos (no una historia colectiva, un marco general, grupos, instituciones o políticas públicas). Sin embargo, en algunos casos, cuando tiene un interés particular, la justicia también puede aportar pruebas de la ausencia de responsabilidad individual y acusar a las instituciones, su funcionamiento y sus disfunciones. Eso sucedió, por ejemplo, con el dictamen emitido el 18 de mayo de 2015 por el Tribunal de Apelación de Rennes sobre la responsabilidad penal de los dos policías llevados ante el estrado por el caso de Clichy-sous-Bois. En efecto, el tribunal eximió de responsabilidad a la mujer policía que operaba la radio; para eso, invocó su poca experiencia, su falta de formación e información y, en especial, su total desconocimiento de la ciudad de Clichy-sous-Bois (Jobard, 2015). Sin embargo, lo que es válido para los representantes del orden público no necesariamente lo es para los demás. Diez años antes de la publicación del libro de Philippe Val, Ajavon ya diagnosticaba el “predominio de ese discurso sociológico-explicativo en los medios” que “tendería a influir en los periodistas y transformar algunos artículos en una vulgata sociológica de tinte compasivo y moralizador, cargada de buenas intenciones y un insoportable paternalismo”.
Diez años más tarde, el 22 de enero de 2015, Jacques Wels, un sociólogo de la Universidad Libre de Bruselas, escribió en el diario Le Monde una columna cuyo título no daba lugar a la ambigüedad: “Cessons d’incriminer la société et laissons à l’individu sa part de responsabilité” [Dejemos de acusar a la sociedad y asignemos a los individuos su cuota de responsabilidad]. Allí atacaba un artículo del sociólogo Didier Fassin –a quien situaba en la misma línea de reflexión que Pierre Bourdieu–, que Le Monde había publicado el 15 de enero de ese mismo año. Wels sostenía que la “excusa sociológica” contribuye a “despojar [al individuo] de cualquier esperanza de éxito” y a “fabricar individuos carentes de un destino individual, encerrados en un flujo colectivo donde no tienen margen alguno de maniobra”. Para él, “considerar ...