Capítulo 1
LA DÉCADA DE PAZ EN COLOMBIA, 1965-1975
PARTE 1: DINAMISMO DEL PERÍODO COMPRENDIDO ENTRE 1965 Y 1975 EN COLOMBIA
En 1965, era difícil encontrar 500 violentos
en todo el territorio nacional.
Russell Ramsey, historiador
Colombia fue un lugar extraordinario durante la década que siguió al fin de la Violencia. Fue un país en paz, aun cuando no exactamente pacífico. Las muertes debidas a causas relacionadas con la Violencia fueron menos de mil, comparadas con más de cincuenta mil en 1950, el peor año de la guerra civil. Entre tanto, la mayor parte de los infaustos jefes bandoleros había caído en operaciones adelantadas por el Ejército y la Policía. Eran hombres con apodos como Sangrenegra, Venganza y Chispas, que habían continuado con sus depredaciones después de que se desactivó el conflicto mediante la firma del Frente Nacional, un pacto que establecía la alternación del poder entre liberales y conservadores. El último de ellos, un bandolero conservador llamado Efraín González, murió en junio de 1965. Acorralado por un destacamento del ejército en una casa en el sur de Bogotá, solo murió después de que un tanque redujo a escombros su escondite.
La modernización del país continuó a una velocidad vertiginosa durante aquellos diez años. Aparecieron la televisión a color y los computadores; las principales ciudades del país —Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla— superaron todas el millón de habitantes, mientras continuó acelerándose la avalancha de personas que abandonaba el campo a favor de las zonas urbanas. Gabriel García Márquez publicó su renombrada novela Cien años de soledad en 1967, contribuyendo a consagrar el boom de la literatura latinoamericana y a extender el realismo mágico a las actividades literarias de la región y del mundo.
Fue un país de voces estridentes y jóvenes en su mayoría, unidas en la causa de destruir iconos culturales y declarar la guerra a la sociedad burguesa. Colombia tuvo su propia contracultura de bohemios que fumaban marihuana y se llamaban a sí mismos nadaístas, así como sus hippies, que no escribían poesía pero que sí fumaban marihuana y se dedicaban a una serie de actividades que escandalizaban a la sociedad en general. La píldora para el control de la natalidad contribuyó a que descendiera abruptamente la tasa de nacimientos y aumentara exponencialmente el sexo casual. Adolescentes, en pueblos y ciudades, bailaban toda la noche en discotecas de nombres evocadores, tales como La Píldora de Oro. Muchos estudiantes universitarios y de secundaria se lanzaron a la actividad política. Exigían la reforma de un sistema político anticuado, que se había hecho aún más inmutable e insensible gracias a los dieciséis años de poder compartido del Frente Nacional. Muchos de ellos se convirtieron en revolucionarios declarados, que viajaban a las montañas para unirse a los grupos guerrilleros —y, en muchos casos, se hacían matar al poco tiempo—. En general, fue una época embriagadora y romántica en la historia del país.
Colombia estaba en contacto con el mundo como nunca antes lo había hecho. Los viajes aéreos permitían, desde hacía largo tiempo, a los colombianos remontarse sobre sus montañas. Ahora, sin embargo, los viajes aéreos ayudaban al mundo a descubrir el país y a adoptarlo. La inversión extranjera directa afluyó cuando regresó la democracia en 1958. Colombia se convirtió en la niña mimada del Banco Mundial en América Latina, mientras que el país llegaba al cuarto lugar en términos de empréstitos para la construcción de nuevas autopistas, puertos, represas y muchísimos otros proyectos de infraestructura.
Los vínculos de Colombia con los Estados Unidos se hicieron aún más fuertes. Era el momento más álgido de la Guerra Fría, y los estadounidenses estaban firmemente interesados en los diversos grupos de guerrilla comunista en el país. Oficiales colombianos entrenados en la U. S. Army School of the Americas, en Panamá, aplicaron lo que habían aprendido allí en 1964 cuando atacaron asentamientos comunistas en varias zonas rurales, obligando a sus habitantes a refugiarse en montañas y selvas inaccesibles en la parte más alejada del suroccidente del país. Entre tanto, llegaron miles de jóvenes estadounidenses para servir por períodos de dos años en los “cuerpos de paz”; regresaban a casa para contar a su familia y amigos acerca de aquel país de orquídeas, esmeraldas, café y gente amistosa. Muchos más extranjeros llegaron por razones de negocios. El regreso de la paz política solo intensificó la reputación de Colombia como una nación de América Latina famosa por su prudente manejo macroeconómico y por su sólido crecimiento económico, que se prolongó incluso durante los años de la Violencia.
Las condiciones económicas mejoraron continuamente durante la década de paz en Colombia. Los precios del café aumentaron ininterrumpidamente, llegando a proporciones de bonanza a mediados de los años setenta. Entre tanto, los líderes nacionales comenzaron a promover la diversificación de las exportaciones y liberalizaron las políticas comerciales cuando la sustitución de importaciones llegó a su límite, pues los fabricantes locales abastecían el mercado relativamente pequeño del país. Se adoptaron medidas para explotar los enormes depósitos de carbón ubicados cerca de la costa atlántica, en el norte del país, y se firmaron contratos para la explotación del petróleo y del gas natural en los Llanos Orientales, una zona de llanuras de varios cientos de kilómetros, al sur de los campos de petróleo del lago de Maracaibo, en Venezuela. A los pocos años se encontraron allí importantes depósitos de petróleo y de gas. Entre tanto, los primeros invernaderos habían comenzado a aparecer en el altiplano de la sabana que rodea a Bogotá. Anunciaban que estaba a punto de surgir una industria de floricultura capaz de abastecer a los mercados de Estados Unidos y de Europa a partir de los años ochenta y hacia el futuro.
A finales de los años sesenta, un nuevo y controvertido producto de exportación no tradicional comenzó a ser noticia. Hacia 1965, colombianos que vivían en la Sierra Nevada de Santa Marta, un nudo de montañas cercano a la costa atlántica, en el norte del país, se enteraron de que había demanda en los Estados Unidos para la marihuana cultivada localmente. La gente de la región siempre había ayudado a suministrar esa droga ilegal al pequeño mercado nacional, pero nunca había cultivado cannabis para la exportación, y mucho menos para la exportación a gran escala. No obstante, insistentes contrabandistas jóvenes estadounidenses, portadores de dólares urgentemente necesitados por la gente de la zona, comenzaron a aparecer en la costa atlántica a mediados de los años sesenta. Los colombianos colaboraron gustosamente con los gringos. Pronto estaban enviando el producto local hacia el norte, con destino a Miami, Nueva Orleáns y Houston, escondido en cargamentos de banano que salían del golfo de Urabá en barcos de la compañía United Fruit. El nuevo producto de exportación fue una bendición para la empobrecida región, que no era ajena al contrabando. Nunca antes, sin embargo, la gente del nororiente colombiano había traficado con una mercancía tan lucrativa.
Un sector que no marchaba bien en Colombia a finales de los años sesenta y comienzos de los setenta era la política, específicamente el gobierno del Frente Nacional, que cada año se hacía más impopular. Esto no había sido así en 1958, cuando se puso en práctica este acuerdo. En aquel momento, el que los liberales y conservadores compartieran el poder fue considerado prácticamente por todos los ciudadanos como el único camino posible para alcanzar la paz. La fe en este acuerdo no era equivocada, pues el Frente Nacional consiguió de manera brillante su objetivo de poner fin a la Violencia. El conflicto civil que se prolongó desde mediados de la década de 1940 hasta mediados de la década de 1960 estaba arraigado en las lealtades partidistas liberales y conservadoras que habían dividido y polarizado a colombianos de todas las clases sociales durante largo tiempo. Durante cien años, muchos de los aspectos de la vida habían dependido de qué partido ejercía el control en Bogotá. La filiación partidista determinaba si los colombianos podían obtener un cargo en el gobierno, algo que aprendían los niños desde la escuela, e incluso cómo eran tratados en los tribunales y por la policía. Mucho estaba en juego en las elecciones. Cada vez que había un cambio de poder a nivel nacional, sus consecuencias se sentían en toda la sociedad. Esto fue lo que sucedió en 1946, cuando un Partido Liberal dividido perdió ante una minoría de conservadores. Los liberales, iracundos, se negaron a entregar puestos políticos en pueblos y ciudades de todo el país, y los conservadores, ahora con el control, respondieron vigorosamente. La sangre comenzó a correr y, en 1947, cerca de 14 000 colombianos perdieron la vida, la mayor parte de ellos habitantes humildes de zonas rurales. El nuevo presidente, Mariano Ospina Pérez, intentó sofocar los desórdenes, pero estos desbordaron su control.
Lo que se llegó a conocer finalmente como la Violencia estaba arraigado en intereses personales, alimentados por un siglo de animadversión, y particularmente intensificados por diferencias ideológicas basadas en profundas diferencias religiosas. Los liberales creían en la separación entre Iglesia y Estado y en una sociedad secular, mientras que los conservadores eran fervientes católicos romanos, que consideraban inmoral el liberalismo. Los líderes políticos despertaban entusiasmo entre sus seguidores apelando a valores partidistas tradicionales, consagrados por la sangre de miembros de la familia que habían muerto en anteriores luchas partidistas.
El conflicto se intensificó enormemente en 1948, cuando el líder del Partido Liberal, Jorge Eliécer Gaitán, fue asesinado en el centro de Bogotá. En los disturbios que siguieron a su muerte, 2000 personas murieron solo en Bogotá, cuyo centro fue reducido a escombros. Para el final del año habían muerto más de 43 000 colombianos, la mayor parte de ellos en las zonas rurales.
La Violencia alcanzó su punto más alto en 1950, cuando fue elegido presidente el conservador de derecha Laureano Gómez, en medio de la abstención del Partido Liberal. Tan solo aquel año murieron 50 253 personas, lo que elevó la tasa de mortalidad del país a 446 por cada 100 000 personas; y esta cifra no incluía muertes diferentes de aquellas causadas por la Violencia.
Nada menos radical que una forma rígida de compartir el poder entre liberales y conservadores podía detener la guerra civil, y esto fue lo que consiguió el Frente Nacional. Solo 2370 colombianos murieron durante el último año de su primer período presidencial, el del liberal Alberto Lleras Camargo. Y en el punto medio del desarrollo del acuerdo, en 1966, el conflicto efectivamente había terminado. En 1966, año en que el conservador Guillermo León Valencia dejó su cargo, solo 496 colombianos murieron por causas relacionadas con la Violencia.
Los colombianos tienen la capacidad de dejar atrás rápidamente la violencia civil, y eso fue lo que hicieron con la Violencia. Con cada día que desaparecía de la memoria, las deficiencias del acuerdo de poder compartido resultaban más evidentes. El sistema político colombiano adolecía de muchos defectos, y el Frente Nacional solo los empeoró. El clientelismo, que se había alimentado tradicionalmente de la acorazada identificación partidista, únicamente se intensificó. Las candidaturas y los cargos públicos fueron repartidos entre miembros de familia, subalternos políticos y cuadros partidistas de poca monta. Esto aseguró la mala calidad de la administración pública del país y aumentó la tendencia a la corrupción y a la venalidad. Estas fallas resultaban aún más críticas debido a que el país adolecía también de graves fallas estructurales, entre ellas, principalmente, las altas tasas de pobreza e inequidad, agravadas por la incapacidad del Gobierno de proveer servicios básicos a los colombianos que residían en las zonas rurales. Por estas razones, el Frente Nacional debilitó aún más un sistema político raquítico. Peor aún, se le exigió al país que soportara este acuerdo por dieciséis años. Durante aquella época, que parecía interminable, liberales y conservadores se dividieron todos los cargos públicos equitativamente entre sí, se alternaron la Presidencia en periodos de cuatro años y negaron a otros partidos políticos un lugar significativo en la política nacional.
El descontento con el Frente Nacional llegó a un punto crítico cuando se aproximaron las elecciones de 1970. El último presidente del Frente Nacional debía ser un conservador, y la persona seleccionada fue Misael Pastrana, un tecnócrata con poco carisma, cuyo partido representaba menos de la tercera parte del electorado. Lo que hacía que la candidatura de Pastrana fuese aún más mortificante era el hecho de que se les imponía a los colombianos a través de un acuerdo político originalmente diseñado por el hombre a quien la mayoría de los colombianos culpaba de la Violencia, el derechista botafuego Laureano Gómez. Por lo tanto, en 1970 el electorado colombiano estaba de hosco talante, y el ambiente políticamente cargado.
La poco envidiable tarea de presidir la transición en 1970, ordenada por la Constitución, correspondió al tercer presidente del Frente Nacional, Carlos Lleras Restrepo. Algo que complicó enormemente su tarea fue la aparición de un “palo” en la persona del retirado comandante del Ejército, Gustavo Rojas Pinilla. Rojas fue quien derrocó al presidente Laureano Gómez en 1953, ayudado por una facción del propio partido de Gómez. Una vez en el poder, Rojas se estableció como una especie de Juan Perón colombiano: gobernó el país con un impulso populista con el que se ganó el corazón de las clases pobres urbanas y de los disid...