El cerebro adolescente
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El cerebro adolescente

Natalia López Moratalla

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  1. 224 pages
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El cerebro adolescente

Natalia López Moratalla

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Ciertamente esta etapa de la vida supone un equilibrio inestable entre cabeza, corazón y desarrollo de las capacidades propias. Los procesamientos cognitivos, emocionales y ejecutivos tienen diferente velocidad, y su maduración lleva diferente ritmo. Integrar estos sistemas y regularlos requiere estrategias adecuadas de control.Con un lenguaje sencillo, la autora introduce al lector en el complejo proceso de maduración del cerebro humano. La herencia genética se combina aquí con las vivencias personales, en un esfuerzo para integrar cabeza y corazón. Ese será el reto de todo adolescente: lograr entenderse, conocer sus límites, encontrar respuestas. Por la gran flexibilidad de las conexiones neuronales -causa también de su inestabilidad-, es el tiempo de las metas ambiciosas, del descubrimiento del amor romántico y de la solidaridad.

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Information

Year
2019
ISBN
9788432151231
Edition
1
Un mapa social en el cerebro
Con tanta frecuencia acudimos a metáforas para contar o describir algo, especialmente cuando ese algo es un tanto “mágico”, que cuando usamos el término en sentido literal tenemos que explicar que sí queremos decir lo que decimos.
Esto pasa, por ejemplo, con el término “mapa” cuando lo aplicamos al mapa del espacio social humano. En efecto, estamos muy acostumbrados a la cartografía del mundo físico, un pueblo, las calles de ciudades, las carreteras que enlazan países, los continentes, nuestra galaxia e incluso el conjunto de galaxias Lanikea —el supercúmulo de galaxias al que pertenece la Vía Láctea, y por lo tanto también el sistema solar y la Tierra—, en la que estamos. Estos mapas podemos verlos con los ojos cerrados. Tenemos una representación mental y nos orientamos norte-sur… etc., sabemos ir de un sitio a otro, calcular distancias, optimizar la ruta. Lo aprendemos y lo guardamos como recuerdo en la memoria.
Sorprende que cuando usamos los términos “cerebro social” o “red social”, estemos hablando también de un mapa mental, cognitivo, elaborado con un conjunto de redes interactivas y en el que las distancias a diversas escalas, espaciales y temporales, representan los afectos que nos relacionan con las personas de nuestro entorno familiar, profesional, social, cultural, etc.
Las diferentes personas con las que cada uno se relaciona se sitúan en un mapa según la cercanía o distancia afectiva que nos unen a ellas y que se guardan como recuerdo. Esto es, el mapa social se construye con las distancias entre las personas. Es lo que expresamos cuando decimos «esta persona me es muy cercana», o «nos hemos alejado», o «está muy por encima de ti», etc. Son pues dominios afectivos en vez de espaciales o geográficos, pero, en definitiva, dimensiones continuas.
Nuestro cerebro representa nuestra posición en un entorno social determinado —a quienes tenemos cerca y a quienes lejos, a quienes nos sentimos unidos o distantes, incluso aunque hayan existido o desaparecido hace tiempo, etc.—, lo que nos permite navegar a través de una representación geométrica de las relaciones sociales y encontrar “nuestro lugar” en él.
Un mapa físico suele representarse en dos dimensiones y nosotros fuera de él; cuando tratamos de orientarnos, nos colocamos en un punto concreto del interior del mapa. A diferencia, el mapa del espacio social es un mapa cognitivo, personal y egocéntrico: se construye como una esfera a nuestro alrededor. El centro de la esfera lo marcan los vínculos naturales que nos atan a quienes debemos la vida y la educación; aquellos con quienes contraemos una deuda impagable.
Es un mapa polar y tridimensional ya que las distancias hacen referencia a las múltiples dimensiones sociales: jerarquía, afiliación, amistad, compatriotas, etc. Este mapa cognitivo tridimensional, como representación mental de las relaciones interpersonales, nos orienta la navegación por el espacio social abstracto en la vida cotidiana.
El procesamiento de la información social requiere, además del hipocampo que elabora el recuerdo, varias estructuras cerebrales posteriores especializadas que participan en la percepción social, la mentalización, la formación de impresiones, y la auto-reflexión.
El hipocampo construye el mapa mental de recuerdos de las distancias afectivas interpersonales, mientras que la medida de lo afectiva se apoya en áreas corticales posteriores.
El cerebro de los afectos
Las relaciones entre las personas y el componente cognitivo de las emociones hacen que la afectividad humana tenga una enorme riqueza.
El valor de los afectos subdivide la realidad en categorías vitales tales como positivo/negativo, agradable/desagradable e intenso/débil. Al ser dimensiones bipolares, entre dos extremos, nos permite simplificar la complejidad de la realidad cotidiana que nos circunda.
Las distancias de los afectos muy positivos y agradables están más cerca de los poco negativos y débiles, según se gira en el sentido de las agujas del reloj.
Los afectos positivos se procesan en los dos hemisferios y los negativos en el derecho. Además, según el tipo de emoción que despierte un estímulo concreto se requiere reclutar diferentes regiones cerebrales. Por ejemplo, la amígdala se activa en respuesta al miedo, la ínsula a la repugnancia, y el dolor activa la región situada bajo el giro de la corteza cingulada anterior, mientras que para la respuesta a la felicidad se conectan los ganglios basales.
A su vez, se han de desconectar otras áreas. Así, para procesar los afectos negativos se requiere desconectar las regiones del control de los impulsos, cuya función es frenar la acción. Mientras que, para el procesamiento de los afectos positivos hay que desconectar el tálamo, que es la puerta de entrada a la corteza cerebral para regular el estado consciente y el estado de alerta.
Los diversos estímulos se procesan conectando y desconectando regiones específicas.
En definitiva, el procesamiento de las emociones, integrando lo emocional y lo afectivo, depende del patrón de conectividad de la red implicada: representación sensorial, reconocimiento, regulación, control cognitivo de la emoción, la cognición auto-relacionada dentro de un contexto de relaciones interpersonales y las respuestas motrices resultantes.
Tres regiones de la amígdala evalúan los afectos
En la evaluación de los afectos están implicadas las diferentes regiones de las amígdalas, que conectan intrínsecamente con las regiones de las redes que los procesan.
Tres subregiones de la amígdala —ventrolateral (amarillo), medial (rojizo) y dorsal (azul) — quedan definidas por la región cortical con la que tienen conexiones más fuertes: orbitofrontal, ventromedial y cingular anterior.
A su vez, cada una de estas regiones establece conexiones con las estructuras límbicas de las redes corticales, que están relacionadas con el sistema de recompensa y castigo. Como recordamos, la amígdala es como un tribunal de justicia que juzga los estímulos.
Como era de esperar, las personas que fomentan y mantienen redes sociales amplias no solo tienen una amígdala de volumen más grande, sino también una conectividad intrínseca más fuerte con las redes que procesan la cognición y la conducta social. De hecho, la fuerza de las conexiones con la amígdala es directamente proporcional al número de las relaciones interpersonales.
La correlación entre el número de relaciones interpersonales y la fuerza de la conexión con la amígdala es mayor para la percepción social y la afiliación que para la aversión.
La amígdala modula las respuestas a las señales sociales y, por tanto, capacita para “navegar” mejor en las interacciones sociales con más personas y en más contextos. La fuerza de la aversión es menor, lo que es coherente con el hecho de que el rechazo de algunas personas no sea directamente relevante para el tamaño o la complejidad de la red social.
Los afectos pueden ser modulados y entrenados
Los afectos pueden ser modulados voluntariamente. Por ejemplo, se han llevado a cabo estudios enfocados a valorar la recuperación emocional de episodios de la propia vida. Para ello se pidió a los participantes que recordaran repetitivamente episodios autobiográficos que les evocaran emociones pro-sociales fuertes, como la ternura o el afecto, y mientras se medía la actividad de la red específica frontopolar-septohipotalamo. Como controles se usaron recuerdos de una emoción anti-social como, por ejemplo, el orgullo.
Se comprueba que el entrenamiento dirigido a rememorar momentos positivos activa áreas cerebrales que procesan esas emociones. Si se les ayuda con una retroalimentación neuronal eléctrica —neurofeedback—, se facilita el entrenamiento voluntario para adquirir estos hábitos pro-sociales. Es decir, existe la capacidad de modular la actividad voluntaria de un conjunto de áreas distribuida...

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