En nombre del partido
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En nombre del partido

Venance Konan, Alejandra Guarinos Viñals

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  1. 36 pages
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En nombre del partido

Venance Konan, Alejandra Guarinos Viñals

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La vida del camarada Faustin se complica cuando el Líder Carismático cuenta con él para hacerse cargo de un asunto delicado pero fundamental en el devenir del partido. Tras años de militancia durante los cuales ha sacrificado su salario, su tiempo y su libertad, llega el momento de demostrar qué está dispuesto a hacer en nombre del partido y de la gloria prometida.Un relato sobre (in)fidelidades políticas y vitales cargado de humor y despropósitos. Una ficción tan ridícula en apariencia que solo puede esconder historias y miserias reales, esas de las que son capaces los políticos cuyo único objetivo es alcanzar el poder y no irse jamás.

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Information

Publisher
2709 books
Year
2015
ISBN
9788494171178
El camarada Faustin estaba saliendo de la ducha cuando oyó que llamaban a la puerta de su habitación. Se ajustó bien la toalla alrededor de la cintura y entreabrió. Eran las camaradas Thérèse y Catherine. La primera era la secretaria adjunta de Organización del partido y la segunda, la vicepresidenta de la Organización de Mujeres. La camarada Thérèse era una de las amantes del primer secretario del partido, también llamado Líder Carismático o Cristo de Vava, y la camarada Catherine, la del secretario de Ideología. El camarada Faustin se sorprendió al verlas allí a esas horas de la noche. Ese día, el seminario había terminado tardísimo, después de las ocho. Estaba cansado y se había ido a su habitación en cuanto acabó la cena. Se disculpó, cerró la puerta y se puso deprisa unos pantalones y una camiseta. La volvió a abrir y las dos mujeres entraron. Él se sentó en la única silla que había en la habitación y ellas en la cama. La camarada Thérèse tomó la palabra.
—No es nada importante, camarada. Solo venimos a pedirte un favor en nombre del partido.
—Si es para el partido, no deberíamos llamarlo favor. Estamos todos a su disposición.
La camarada Catherine carraspeó.
—Se trata de algo delicado.
El camarada Faustin se inclinó hacia delante, arqueando las cejas, para oír bien eso tan especial que venían a pedirle.
—Veamos… —empezó la camarada Thérèse—. Como habrás visto, camarada, los debates han sido muy acalorados durante el seminario, algunos camaradas mantenían posturas muy tajantes. Pero necesitamos llegar a un consenso antes de salir de aquí, de ahí que a la camarada Léocadie se le haya asignado la labor de redactar la moción de síntesis que debe presentarnos mañana por la tarde.
—Todo eso ya lo sé, camarada. ¿Cuál es el problema?
—Pues que la camarada Léocadie está bloqueada.
—Normal, eso le puede pasar a cualquiera. Lo que tiene que hacer es descansar esta noche, estoy seguro de que mañana se encontrará más inspirada para redactar la moción. Si necesita que le echen una mano, yo estoy dispuesto a ayudarla.
Esta vez fue la camarada Thérèse quien se aclaró la voz.
—Necesita que le hagas un favor esta noche.
—Claro que sí, camaradas. Si quiere que trabajemos esta noche, no tengo inconveniente.
La camarada Thérèse dudó un poco antes de soltarse a hablar.
—Bueno, vamos allá. A la camarada Léocadie le gustas mucho y, como sabrás, ahora no hay ningún hombre en su vida y ha venido sin pareja al seminario. Tener que dormir sola durante tantas noches le está empezando a resultar difícil; como tú también has venido solo, ha pensado que podríais pasar la última noche juntos. Eso la ayudaría mucho a encontrar la inspiración necesaria para redactar la moción.
El camarada Faustin se levantó de la silla.
—A ver, camaradas, ¿cómo se os ocurre pedirme algo así?
—Camarada Faustin, esta noche, el futuro del partido está en tus manos —contestó la camarada Thérèse.
—Es el mismísimo Líder Carismático quien te pide el favor —añadió la camarada Catherine.
—Piensa en todos los militantes y toda la masa campesina que espera esta moción de síntesis. Camarada, no solo está en juego el futuro de nuestro partido, el futuro del país está en tus manos.
—Querrás decir en mis calzoncillos.
—Dejémonos de vulgaridades, camarada. El problema es muy serio.
—Pero ¿os dais cuenta de lo que me estáis pidiendo?
—Solo te pedimos que te acuestes con la camarada Léocadie. ¿Tan desagradable te parece?
—Salta a la vista. ¿La habéis mirado bien?
—Es verdad que no tendría ninguna opción en un concurso de belleza, pero tampoco es ningún adefesio.
El camarada Faustin se apoyó en la ventana y cerró los ojos.
Siempre había sido un buen militante. Fue, incluso, uno de los primeros seguidores del Líder Carismático cuando se creó el partido, el único que existía de la oposición en nuestro país. En aquella época, afiliarse a un partido político de la oposición era considerado una herejía, sobre todo si uno no pertenecía a la etnia del Líder Carismático, sino a la del dictador que nos gobernaba. El camarada Faustin pertenecía a la etnia del dictador y, por eso, su familia y su pueblo lo repudiaron por traidor. Cuando su madre iba al mercado, las otras mujeres no querían venderle nada y le escupían al pasar. El jefe de su pueblo, los notables y la familia al completo se desplazaron juntos para pedirle al presidente de la República que perdonase el comportamiento de su hijo, que había sucumbido a las malas influencias de la ciudad. El presidente, en su «magnanimidad», les contestó que no les reprochaba nada, aunque les pidió que hicieran lo que estuviera en sus manos para encarrilarlo de nuevo. Estaba dispuesto a ofrecerle un puesto importante porque sabía perfectamente que se trataba de alguien inteligente y brillante. Les explicó también que, desde la independencia del país, no había nombrado ministro a nadie procedente de esa región y tenía decidido acabar con esa injusticia.
Pero nadie consiguió hacer entrar en razón al camarada Faustin. Su familia, su pueblo y toda la región terminaron por desterrarlo y maldecirlo. El camarada Faustin, profesor de instituto, fue enviado en el mismo año a tres destinos distintos, las regiones más apartadas del país, y dejó de percibir su sueldo también en tres ocasiones sin ninguna explicación. Aun así, ninguna vejación pudo acabar con su ferviente militancia. Fue él quien tuvo la idea de presentar al Líder Carismático como una especie de reencarnación de Jesucristo. «Tras una época de oscurantismo y de partido único, ha llegado la hora de la democracia y del socialismo. Del mismo modo que Jesús vino tras Moisés y los profetas, nuestro líder ha aparecido. Viene a enderezar lo torcido, a allanar los caminos y a implantar la justicia en los que padecieron injusticias», proclamaba el camarada Faustin a lo largo y ancho del país.
Tales predicciones propiciaron que sus adversarios bautizasen al Líder Carismático como el Cristo de Vava —pueblo del que procedía— y que al camarada Faustin, secretario nacional responsable de Movilización, lo proclamasen Primer Apóstol.
Siempre había estado dispuesto a resignarse en nombre del partido. Había sacrificado su salario —cuando el poder fascista que gobernaba nuestro país le pagaba—, su tiempo, su libertad, su familia, todo cuanto había hecho falta. Cuando estuvo en la clandestinidad, lo detuvieron por distribuir octavillas y pasó tres meses en las celdas inmundas de la dictadura hasta que, debido a la gravedad de los acontecimientos y gracias a la comunidad internacional, al poder no le quedó más remedio que aceptar la implantación del multipartidismo.
Había pasado por todo. Pero lo que sus camaradas le pedían esa noche lo superaba. La camarada Léocadie no era un engendro, pero era fea con avaricia. Era alta, medía casi un metro noventa, tenía las piernas en forma de equis, el culo plano como el de las europeas, un tronco enorme con cuello de toro, los ojos saltones y los dientes de arriba no le cabían en la boca.
Años atrás, la camarada Léocadie había vivido con un hombre que se había quedado sin trabajo. Todo el mundo sabía que lo único que le interesaba de ella era su sueldo de profesora asociada en la universidad. Pero se marchó en cuanto la camarada Léocadie empezó a militar en el Movimiento en Defensa de las Mujeres y le exigió que la ayudase en las tareas del hogar. No cayó en la cuenta de que, cuando una no es una mujer hermosa, conviene evitar ciertos combates. Desde entonces, nadie había visto a la camarada Léocadie en compañía de un hombre. En el partido, todas las mujeres, casadas o no, eran las amantes de los miembros de la dirección salvo ella, pese a su militancia intachable, su elevada conciencia revolucionaria y un sueldo más que acepta...

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